Almas en guerra. Parte III
Era un espectáculo tan impresionante como deprimente: casi 60 hectáreas atiborradas de gente que buscaba refugio de la tormenta que sacudía el mundo entero. Tres veces más grande que la explanada frente a la HOuzztia ELizee e infinitamente más triste.
Desde casas de campaña hasta simples mantas en el suelo, pasando por lonas de todos los tamaños y colores sostenidas por postes improvisados con ramas y arbustos, refugiados de todas las naciones, de todas la razas y de todos los credos habían ido llegando a Thrauumlänt con la guerra pisándoles los talones.
Caras sucias tras largas jornadas de viaje, cuerpos maltrechos por los rigores de la travesía o por heridas sufridas en grandes batallas o simples escaramuzas, la incertidumbre casi palpable en el ambiente que se mezclaba con el olor a miedo que inundaba el campo de refugiados emplazado en la gran llanura que separaba Fäntsythorpe del Mar de Wreghom, el lago más grande al este de los Huesos de Mez-Her, tan grande que podía considerarse casi un mar interior.
Cyan D'rella y Blange s'Niege habían llegado apenas aquella mañana; no bien habían dejado el terreno montañoso de los Akaravänadel, habían dejado los caballos y tomado una barcaza que remontó el río Slithr en apenas un par de días, más otra media jornada para llegar a la ribera oeste del gran lago cuyas aguas arrojaban deslumbrantes reflejos provocados por el sol de aquella mañana invernal en el "Último Reino".
Las dos jóvenes caminaban con tanta rapidez como podían en medio de aquel atestado campo donde la esperanza y la incertidumbre se mezclaban a partes iguales, con miles de refugiados que eran atendidos, a su vez, por un pequeño "ejército" de thegnes y sanadores, así como por una nutrida patrulla de la Coenywaechter, que había sido destinada a mantener la paz en el campamento, pese a su muy necesaria presencia en el frente de batalla, poco más de 35 leguas al norte.
Y precisamente por eso estaban ahí, en busca del offerlödnanth Gofmaafrandz, usualmente el oficial superior en la muralla de Fantsyschloz, pero destacado provisionalmente en aquel lugar, como hombre de la entera confianza del rey Guudercoenyg, con una misión de vital importancia, que Cyan estaba a punto de completar.
Encontraron al teniente mayor en una amplia si bien modesta carpa ubicada en una elevación del terreno, que servía de cuartel general y barracas para sus hombres. El militar se había despojado por un momento del peto de su armadura y degustaba un poco de vino en un vaso de madera, recostado en una silla baja, el único mueble, aparte de los catres para los soldados, que había en toda la tienda.
-Teniente mayor- saludó Cyan llevándose el puño derecho al corazón, a la usanza thrauumner.
-Lady Cyan- respondió el soldado poniéndose en pie con alguna dificultad y correspondiendo al saludo, al tiempo que dirigía una sonrisa a Blange, quien simplemente saludó con un gesto con la cabeza -supongo que vienen por el "paquete"-
-Así es- se limitó a contestar Cyan, mientras paseaba la mirada por la carpa tratando de adivinar si alguno de los muchos bultos que había por ahí era el que debían llevar.
-Aunque- intervino Blange adivinando las intenciones de su amiga -nunca nos dijeron exactamente qué es el dichoso "paquete"-
El offerlödnanth dirigió una mirada conspicua a la pelinegra y, enseguida, se volvió a ver a un par de sus hombres que descansaban en sus camastros y les hizo una seña con la cabeza para que los dejaran solos. Acto seguido, tomó una pieza piramidal de coral-cuarzo grabada con un par de signos, la cual golpeó con una pieza alargada de qhlozoos.
Ni Blange ni Cyan sintieron efecto alguno, pero al instante el teniente mayor se vio visiblemente más aliviado y dirigió una mirada de confianza a las dos jóvenes.
-Lamento tanto misterio, señoritas, pero como comprenderán estamos tratando de mantenernos un paso adelante de los espías y, para colmo, es imposible saber cuántos de ellos entraron a Thrauumlänt mezclados con tantos refugiados como han llegado en los últimos días-
Ambas mujeres asintieron con una mirada comprensiva, intuyendo que estaban cubiertas por un manto protector, y esperaron a que el soldado tomara aliento para continuar.
-Como podrán imaginar, nuestra situación en el frente es alarmante; según los últimos mensajes procedentes de la frontera, somos superados por dos a uno, eso sin contar con la ventaja en armamento, ligera pero innegable, que los älv tienen sobre nosotros-
Gofmaa' volvió a dejarse caer sobre su silla, dio un sorbo a su copa, soltó un suspiro y miró a las dos jóvenes.
-Y aun así, ese no es el verdadero problema-
-¿Y entonces?- preguntó Blange con gesto confundido, mientras Cyan clavaba el azul de sus ojos en la figura, a todas luces agotada, del viejo soldado.
-Algo nos acecha, algo que este mundo nunca ha visto... o al menos así lo aseguran Nemahu'... lady Nemahureru y la reina Muuderkns-
-¿Algo que nunca ha visto este mundo?- Blange miró incrédula al soldado, quien se limitó a dar otro sorbo a su vino, mientras abría un poco la camisola de cota de malla para refrescarse un poco.
-Eso es lo que dicen la reina y la hechicera, yo no sabría decirles más, aparte de que los magos de la Scholomanza han detectado oscuridad y frío que se arremolinan sobre nosotros, muy por encima del Manto de la Reina-
-¿Sombras y frío...?- volvió a preguntar la pelinegra, pero una significativa mirada de Cyan la hizo callar.
-¿Y qué es lo que necesitan de nosotros?- inquirió la rubia, sin dejar de mirar al teniente mayor.
-Que defiendan el castillo- la respuesta simple, directa, sin ninguna clase de rodeos no dejó de sorprender a ambas jóvenes, quienes miraron una con sorpresa y la otra con amarga resignación a Gofmaa' -como podrán imaginarse, casi todo el ejército, incluida la Coenywaechter, se encuentra en la frontera y Fantsyschloz se encuentra prácticamente indefenso, apenas 500 de nosotros nos quedamos a resguardarlo y de esos 500, 200 están estacionados permanente aquí en el campo para evitar cualquier conflicto-
Cyan se limitó a asentir, presintiendo hacia dónde se dirigía el teniente mayor.
-300 deberían ser suficientes para resguardar una fortaleza como Fantsyschloz, ¿o no?- señaló Blange alternando una mirada ansiosa entre ambos guerreros.
-Quizá la fortaleza- admitió Gofmaa' -pero no la ciudad completa, además...-
-No contra hielo y sombras- terció Cyan con voz ominosa -aun así, sigo sin entender exactamente qué quieren de nosotras-
-Necesitamos...- el soldado pareció dudarlo un poco, pero finalmente lo soltó -necesitamos que reúnan una fuerza de voluntarios de entre los refugiados para resguardar Fäntsysthorpe-
-¡¿Qué?!- Blange se volvió a ver a Cyan con gesto confundido, mientras la rubia clavaba el acerado azul de sus ojos en el teniente mayor, que intentó mantenerse impasible ante la intensidad de aquella mirada.
-Como podrán ver, aquí hay gente de todas las razas y todas las naciones, muchos de ellos en edad de combatir e incluso algunos son guerreros de nacimiento. Principalmente hay humanos, pero también hay cientos de oruuk, eelphi, aelfs, älvs e incluso qubolds, knomms y thuarfs, muchos de ellos tienen experiencia en combate y su ayuda sería invaluable en una eventual batalla. Ese es su "paquete"-
-¿Es en serio?- Blange no pudo evitar dirigir una mirada de indignación al teniente mayor -esta gente ha pasado por un infierno para llegar hasta aquí y ahora les pide que se jueguen la vida contra quién sabe qué cosa que está ahí afuera y dejando desprotegidas a sus familias, ¿de quién fue esa estúpida idea?-
-Del rey- Gofmaa' clavó sus ojos cafés en el enrojecido rostro de Blange, quien estaba a punto de reclamar algo más cuando Cyan intervino.
-No pienso obligar a nadie, el que lo haga será por voluntad propia- la voz de la rubia sonó serena, pero ni siquiera ella pudo evitar que un dejo de tensión impregnara sus palabras.
-Pero... pero... ¡Cyan!-
La guerrera se volvió a ver a su amiga con mirada comprensiva y un gesto de amargura distorsionando las finas facciones -lo sé, lo sé, pero si no hacemos esto estamos perdidos-
-Es claro que no obligaremos a nadie, lady Cyan, pero es vital conseguir a tantos voluntarios como se pueda ya que, además, no sólo estarían peleando por el castillo o por Thrauumlänt, sino por sus familias y amigos que están en este campo y... no debería decirles esto pero creo que deben saberlo, pensamos albergar a todos los refugiados dentro de la muralla de la ciudad para resguardarlos de cualquier riesgo potencial-
-¡Y para darles un mayor "incentivo" a sus "voluntarios", ¿verdad?!- Blange bufaba de indignación, pero ni Cyan ni Gofmaa' parecían prestarle atención.
-Está bien teniente, reúna a la gente. Hablaré con ellos- terminó por ceder la rubia con un suspiro de resignación ante una leve sonrisa de triunfo del offerlödnanth.
***
La primera espada pasó a escasos centímetros de su nariz; apenas había alcanzado a librarla al doblar su cintura hacia atrás, con lo que el filo que le habría cortado la cabeza pasó inofensivo frente a sus ojos. La segunda fue un poco más complicada, una defensa cruzada alcanzó a desviar la punta que habría perforado su pulmón derecho. La tercera nunca lo alcanzó, una brutal patada frontal arrojó a su oponente unos cinco pasos hacia atrás. Por último, la cuarta yacía en el suelo, inerte luego que Lnz Zeal't, Primer Fianna de la reina Mrrgan T' Fä, había eliminado a su oponente con un certero mandoble que se coló a través del diminuto espacio entre la hombrera y el casco del soldado.
Era una suerte para sus cuatro oponentes que Zeal't portara una espada de madera para entrenamiento, mientras a ellos les había permitido usar sus armas verdaderas. En este sentido, el Primer General de Fälant entendía a la perfección que aquello era lo mejor, de lo contrario habría perdido cuatro o cinco älvs por cada entrenamiento y con dos de estos por día... 10 soldados diarios era demasiado incluso para un ejército de más de 20 mil efectivos.
No obstante, el joven general necesitaba aquel escape de la frustración de una batalla que no terminaba de concretarse, a pesar de que los demonios de la guerra ya asomaban por el horizonte de una Phantasya que apenas intentaba reaccionar, ante la horrenda realidad de una invasión que sus protectores habían intentado evitar los últimos 39 años.
Sus älvs estaban listos, las armas estaban a punto, la estrategia estaba fija y las tácticas diseñadas, lo único que esperaban era el "permiso" de Seaín. El maldito engendro wampeer le había explicado que aunque era absolutamente seguro que podrían derribarlo, era prácticamente imposible predecir cuánto tiempo podrían mantener abajo el Manto de Muuderkns, por ello, lo más recomendable era esperar a tener de frente al ejército enemigo e incluso así, Lnz y su gente tendrían que imponerse lo más pronto posible, a riesgo de que la barrera pudiera recuperarse.
Un feroz daunc't (corte descendente) fue bloqueado por su espada, una imitación de madera de su dämon'swrd, la hoja herencia de su padre habitada por un demonio, el cual entraba al cuerpo del oponente a través de cualquier herida infligida por el arma para destruirlo desde adentro.
Zeal't se movió un paso a la derecha para dejar pasar a su segundo oponente, al tiempo que movía la espada de madera para asestar un feroz mitslash (corte horizontal) al peto del tercero, quien logró interceptar el golpe con su escudo, pero no estaba preparado para la "barrida" que sacó sus piernas de balance, arrojándolo al suelo para que Lnz clavara su espada justo en el hueco entre el peto y la pernera.
Por otra parte, lo que lo tenía nervioso (aunque antes muerto que admitirlo) era el exceso de información que llegaba de su red de espionaje. En los días anteriores a la partida de Guudercoenyg y su ejército a la frontera, los datos habían caído a cuentagotas, ahora, en cambio, fluían en una incesante corriente de rumores y contra-rumores.
Algunos decían que el rey había movilizado una fuerza de casi el doble de la que lo acompañaba y que marchaban disfrazados a través de caminos secretos y sendas poco vigiladas rumbo a la frontera, en tanto otros decían que, pese a la reciente devastación causada por la serpiente, HOuçç había decidido honrar su alianza con Thrauumlänt y había enviado refuerzos que viajaban en aquel mismo momento cubiertos por un manto de invisibilidad.
Del mismo modo, no faltaba quien aseveraba que ambas cosas eran mentira y que, por una vez en su larga carrera, Guudercoenyg había puesto todas las cartas sobre la mesa, sin trucos, sin engaños.
La única noticia totalmente confirmada hasta el momento era la de un batallón de refugiados, poco más que una chusma de desarrapados, que se había formado el día anterior de un campo en la ribera oeste del Mar de Wreghom, supuestamente para proteger Fäntsyschloz de un eventual ataque. Nada de qué preocuparse, sus fuerzas podían permitirse incluso un 50 por ciento de bajas y aun así podrían derribar las centenarias puertas del castillo.
El veloz zigzag con el que embistió al hombre de la derecha no pudo evitarle un corte en un brazo; así como no entrenaba con un arma de verdad, para aumentar el desafío, Zeal't no usaba armadura, sólo ropa suelta que le permitiera maniobrar con facilidad. Su fä zumbó de ira ante la herida, sin embargo, las meihts (consortes) tenían prohibido intervenir en las sesiones de práctica. Sin siquiera sentir el dolor del no tan pequeño corte, el general se prometió felicitar al soldado por haber logrado herirlo; aun así: una finta tras la cual "rodó" frente al escudo de su adversario, ganando su espalda y asestando un fuerte golpe que le dislocó el hombro incluso sobre la armadura (nada que los físicos del ejército no pudieran arreglar en unas cuantas horas), lo dejaron con un sólo enemigo.
A menos de 24 horas de que las fuerzas de Thrauumlänt hicieran su arribo a la frontera, Zeal't había recibido un mensaje de Guudercoenyg, quien le pedía "en nombre de la paz y del honor entre reinos amigos" aceptar al menos un encuentro, "pláticas de amistad" las llamó el muy taimado, nombre paradójico dado que había partido con nueve mil hombres a sus espaldas y dos mil más se le habían unido en el camino.
Una serie de mandobles furiosos y a toda velocidad de su último oponente lo hicieron retroceder, no obstante, cansado de "jugar" con las reglas, con un rápido movimiento el Primer Fianna sacó de entre sus ropas un puñado de pequeñas canicas de metal, que arrojó a su contrincante. No bien hicieron contacto con aquel, los balines se transformaron, a la velocidad del pensamiento, en delgadas cadenas que envolvieron por completo al sorprendido älv, quien no sólo recibió un poderoso golpe en la nuca que lo dejó inconsciente, sino que más tarde sería severamente castigado por haberse dejado sorprender.
Y mientras el último de sus rivales caía al piso, Lnz hizo un recuento de las movilizaciones de sus tropas, luego que apenas el día anterior había ordenado a 50 escuadrones de R'nyerx que, encubiertas por la noche, se ocultaran tras una pequeña cuesta a una legua de lo que sería su flanco izquierdo, en tanto a plena luz del día y a la vista de todos, aquella mañana había enviado 50 falanges de D'ltax a tomar posiciones en un a pastizal a unos 10 f'rlngs (dos mil metros) de lo que sería su flanco derecho, para darle a Guudercoenyg algo en que pensar mientras se sentaban a "dialogar".
Pese a todo, el joven general no pudo evitar un último pensamiento antes de dirigirse a la carpa que fungía como su baño privado: el disparatado y aun así insistente rumor que había llegado junto con la más reciente caravana de provisiones proveniente de Fälant, el cual decía que aquella bruja de Muuderkns había conjurado los espíritus de los legendarios heïxencamphers para pelear al lado de su marido.
Su amigo y lugarteniente Erekh T'Laq se había reído ante lo absurdo del rumor; una risa con un ligero dejo de nerviosismo pues, indudablemente, recordaba las historias sobre el sitio que Guuderkaisr, uno de los más grandes antepasados de Guudercoenyg, había impuesto sobre el casi mítico monasterio-fortaleza de Thoumdanael, hogar de los odiados y temidos "magos de combate". Aquella casta de humanos, ahora extinta, alguna vez dominó la extensión completa de lo que más tarde sería conocido como Thrauumlänt, no obstante, tras ser vencidos, juraron lealtad eterna a los herederos de la Dzentheshäus Ddesphreadns, la dinastía que desde hacía 600 años gobernaba al "Último Reino".
El aleteo de un cuervo mensajero, de cuyo pescuezo colgaba un pequeño medallón con el sello de la reina y que se posó en la percha fuera de su casa de campaña, sacó a Zeal't de sus funestos pensamientos.
-¿Y qué demonios viene a hacer ella aquí?- espetó mientras estrujaba el diminuto pergamino y lo arrojaba a una fogata cercana.
Con un gesto de franco disgusto, el Primer Fianna se despojó poco a poco de sus ropas, mientras, con paso rápido y furioso, se dirigía rumbo a su baño privado, en busca de la tina de agua caliente y un buen masaje que le hicieran olvidar, al menos por un momento, las presiones de su puesto.
***
Era una fría noche de invierno en la frontera entre el reino de Thrauumlänt y las Planicies Interminables. En lo alto del cielo, las estrellas titilaban distantes, indiferentes al drama que se representaba en aquella gran planicie, donde dos ejércitos estaban al borde de la batalla que decidiría el futuro no sólo de aquel pedazo de tierra y de su gente, sino del mundo entero.
Caminando sin prisa bajo el cielo sin luna, PRinç XSarm, hijo adoptivo y heredero al trono de Guudercoenyg, rey del llamado "Último Reino", trataba de mantener el rostro sereno mientras pasaba junto a los guardias que custodiaban el perímetro del campamento que habían levantado apenas la mañana anterior, cuando llegaron a la frontera tras una larga marcha desde Fantsythorpe, capital de Thrauumlänt.
No obstante, la tranquilidad que exhibía era sólo una máscara que cubría la preocupación del príncipe, quien no podía dejar de preguntarse por qué demonios Lnz Zeal't, Primer General de los ejércitos de Mrrgan T' Fä, no había lanzado un ataque que evidentemente habría barrido con ellos.
Su padre y el general Seegfrïdsigrd, Gran Mariscal de la Mänshaavt, compartían la misma preocupación, sin embargo, al contrario de PRinç, ellos agradecían el respiro y ya habían comenzado a prepararse para la batalla que se libraría al día siguiente, tras el fracaso de las negociaciones que Guudercoenyg había solicitado. Fracaso, no obstante, esperado y quizá hasta planeado por su padre.
Pese a que Zeal't había mandado mensajeros no bien el ejército thrauumner hizo su aparición marchando en perfecto orden sobre la Calzada de los Tres Reinos, con los pendones ondeando al viento y el sol oriental arrancando deslumbrantes reflejos de las brillantes armaduras, su padre había pedido un plazo de una noche antes de iniciar las pláticas, argumentando que necesitaban "descansar de los rigores del viaje y presentarse a la mesa de negociaciones con la mente despejada y el corazón dispuesto".
Y eso era precisamente lo que le molestaba al medio-elfo: la facilidad con la que Zeal't había aceptado el aplazamiento. Para el observador casual, podría parecer que el Primer Fianna no había encontrado la forma de atravesar el Manto de Muuderkns o que se estaba tomando sus precauciones antes de lanzar un ataque casi a ciegas, dada la fama del rey de Thrauumlänt de confundir a sus enemigos con toda suerte de movimientos, maniobras y artimañas que ocultaban sus verdaderas intenciones.
No obstante, el príncipe presentía que había algo más. La reina Mrrgan podía ser impulsiva y brutal, incluso con sus más fieles servidores, pero ni siquiera ella habría enviado a un tercio del ejército älv en una travesía de 800 kilómetros si no tenía los medios para, por lo menos, traspasar el mayor obstáculo entre ellos y el enemigo.
Esa era una de las razones por las cuales el rey había insistido en sostener al menos un encuentro con Zeal't y su consejo de guerra, para ver si podían averiguar o, por lo menos, intuir cuáles eran sus intenciones y qué tanto sabían sobre las tácticas y estrategias del ejército thrauumner.
Y... nada, no habían logrado nada, lo único que hizo Zeal't fue repetir las exigencias que ya había realizado: la rendición absoluta e incondicional de Thruumlänt, la entrega del Segundo Artefacto y la destitución de la familia real, quienes serían enviados como prisioneros a Avalouhn, mientras el gobierno y administración del territorio conquistado sería asumido por una junta de sidhés previamente designada por la reina.
El rey, por su parte, argumentó que aquello atentaba contra la dignidad de su gente y era contrario al honor que siempre había sido la norma en la relación entre ambas naciones, por lo cual exigía la inmediata retirada de las fuerzas de Fälant y una disculpa por parte de la reina Mrrgan, por haber insultado de aquella forma tanto a la Dzentheshäus Ddesphreadns como a todo el pueblo thrauumner.
Aquello despertó la ira no sólo de Zeal't, sino de Thiry Ztn, Segundo Fianna, quien no había querido dejar escapar la oportunidad de encontrar a PRinç en el campo de batalla y lavar la presunta afrenta de la que fue objeto cuando este rescató a Cyan de Kaam Halot.
Con los ánimos caldeados, la reunión terminó en medio de gritos e insultos y poco faltó para que incluso Seegrfïd' y Erekh T'Laq, primer lugarteniente de Zeal't, llegaran a las armas.
Al final, luego que insultos y gritos se lanzaron en ambas direcciones, el rey se levantó exigiendo la presencia de Dama Mrrgan para poder negociar "de igual a igual", mientras el Primer Fianna salía de la tienda lanzando una críptica amenaza: "cuidado con lo que exige 'majestad', porque podría concedérsele", seguida de una muy concreta advertencia: "consideren la guerra declarada".
Y ese era otro de los objetivos de su padre: forzar la mano de Zeal't para ver qué tenía este oculto bajo la manga, al menos antes de que pudiera descubrir a los refuerzos que habían viajado encubiertos y que ya se habían escondido en las inmediaciones del campo, a la espera de su oportunidad para entrar en batalla e inclinar la balanza a favor del bando thrauumner.
PRinç suspiró mientras elevaba su mirada al cielo, como si intentara ver más allá del manto de oscuridad que La Luz dejaba que se extendiera sobre Phantasya para permitir el descanso de los seres vivos, al tiempo que sus pensamientos se dirigían 35 leguas al sur, a su hogar, donde las dos mujeres que más amaba en el mundo podrían estar jugándose la vida ante un peligro aparentemente desconocido, pero que su intuición le decía que ya había enfrentado antes.
Las más recientes noticias eran que Cyan y sus voluntarios ya habían entrado al castillo; apenas dos mil 500 efectivos, todos ellos exhaustos, hambrientos y, seguramente, asustados, pero con el brazo ansioso y el corazón dispuesto a defender, quizá no al reino que los había recibido en medio de la oscuridad que se había apoderado de Phantasya, pero sí a todos aquellos que guardaban en su corazón.
Y Cyan... cómo habría deseado poder pensar más en ella, pero ni siquiera eso podía permitirse. Debía mantenerse concentrado, enfocado en la batalla por venir; se lo debía no sólo a su padre y a su reino, sino a sus hombres, a todos aquellos valientes que confiaban en su liderazgo para llevarlos a la victoria y, sobre todo, para llevarlos de vuelta a casa.
Así que no, no podía pensar más en ella, aunque su corazón así se lo exigiera.
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