Almas en guerra. Parte II
-¡Te estoy diciendo que levantes el rastrillo!- en medio de una fuerte ventisca que arrastraba copos de nieve que se incrustaban como heladas astillas en su rostro, Blange s'Niege levantó la voz hasta hacerla retumbar en medio de aquel profundo cañón que atravesaba los Akaravänadel justo por el medio, el Paso de Münehaudzen -¡Son órdenes del rey y la reina en persona!-
-¡Y yo le digo que mis órdenes son mantener el rastrillo abajo a toda costa!- y otro tanto ocurrió con la voz del lödnanth Bloomludkart, jefe de la pequeña guardia de invierno que resguardaba la gran puerta de hierro, piedra y madera que sellaba el Paso, agregando protección física a la protección mística del Manto de Muuderkns.
-¡Esta carta y estos sellos revocan esa orden!- Blange estaba exasperándose, había pasado los últimos días marchando a galope tendido, casi sin detenerse más que para comer y cambiar de caballo y apenas durmiendo, para hacer en tres días un recorrido que normalmente tomaba poco más de cuatro, todo con tal de evitar que Cyan y los fugitivos se toparan con una puerta cerrada, que era justo lo que estaba pasando.
-¡ABRAN LA PUERTA! ¡ABRAN ESTA MALDITA PUERTA!-
Del otro lado, Irizoç gritaba a todo pulmón en zenderantho, con fuerte acento laden, con una desesperación que se multiplicaba en los innumerables ecos que le devolvían las paredes de aquella garganta montañosa de unos 500 metros de profundidad.
El barullo de una pequeña batalla atravesaba, del mismo modo, la gruesa pared, mientras, en dos pequeñas torres de vigilancia en el tope del rastrillo, un par de zolthats disparaban flecha tras flecha, tratando de dar algo de apoyo a las casi 500 personas que se apiñaban contra la puerta, luchando por sus vidas contra una marejada de muerte y destrucción.
Casi tres centenas de humanos y aelfs, algunas decenas de eelphi y oruuk, unos cuantos älvs e incluso unos pocos de aquellos humanos de piel oscura que vivían más allá de los Huesos de Mez-Her, en una selva que, al menos en Thrauumlänt, era mito y realidad a partes iguales, se encontraban bajo ataque de una marejada de criaturas casi indestructibles.
Káfkinos, los llamaban, letales bestias con cuerpos planos y lenticulares de más o menos metro y medio de radio por uno de alto; con cuatro largas patas articuladas y equipadas con una afilada garra en el extremo, la cual usaban para trepar las empinadas paredes de riscos y cañadas en busca de los arbustos que, normalmente, eran su alimento. Por lo general presas de trolls y wyvrns, aquellas criaturas tenían no solo una gruesa coraza cornea, sino otros cuatro apéndices, dos delanteros y dos traseros, "armados" en el extremo con delgadas pero muy filosas pinzas que normalmente usaban para arrancar los arbustos y hierbas montañosas que eran su alimento o para defenderse de los ataques de sus depredadores.
Ahora, las bestias, prácticamente indiferentes a las flechas de los guardias en las almenas, parecían estar huyendo de algo que las hubiera ahuyentado de sus territorios en lo profundo de las montañas y buscaban salida a través del camino de menor resistencia, es decir, el Paso de Munehäudzen rumbo a Thrauumlänt y aunque el Manto de Muuderkns habría impedido, de todos modos, su entrada al "Último Reino", las verdaderas consecuencias las pagaba la muchedumbre de refugiados que se apiñaban frente a la gran puerta.
-¡Asec, Rehp, por la derecha, apunten a los ojos! ¡Quorbus a la izquierda, manten el flanco! ¡Lanzas al centro, protejan a los niños!-
Y en medio del caos, Cyan luchaba no solo por mantener la calma, sino por organizar una última y desesperada defensa, en medio de los gritos y el llanto de mujeres y niños, esperanzada de que su mensaje hubiera llegado a tiempo y que aquella maldita puerta se abriera y les permitiera el paso al único lugar relativamente seguro que quedaba en Phantasya.
Las espadas sonaban, los gritos reverberaban, Qárabas y Leoo rugían, las thegnes y las nunjai oraban, los soldados gritaban y maldecían y detrás de todo aquello, desesperada por la terquedad del teniente, Blange se devanaba los sesos tratando de hallar una solución más allá de blandir la carta frente a los ojos del terco soldado, quien se empeñaba en decir que sus órdenes eran mantener la puerta cerrada.
-¡¡Maldita sea, necio hijo de...!! ¡Hay gente muriendo allá afuera, ¿qué no los oyes?! ¡Así que abres esta maldita puerta o te juro por todos los anggelos que yo personalmente te voy a convertir en un renacuajo de pantano y voy a hacer que tu esposa y tus hijos lo vean y luego te arrojen como alimento a las garzas plateadas de Muuderkns!-
Una risilla nerviosa escapó de los labios de Bloomlud' y un temor supersticioso nubló sus ojos, mientras Blange se le acercaba y se paraba de puntillas hasta que sus narices casi se tocaban, clavando el intenso caoba de sus ojos en el negro de los del soldado.
-Abre. La. Maldita. Puerta- la tensión en su voz y una luminosidad extraña que chispeó en las pupilas de Blange fueron lo último que se necesitó para convencer al hombre.
-¡Levanten el rastrillo y movilicen a esa gente, que no obstruyan el paso! ¡Vamos holgazanes, muévanse, muévanse, muévanse!- gritó el lödnant con una mezcla de urgencia y miedo en la voz, haciendo que sus hombres abrieran la puerta a toda prisa.
El sonido metálico de cadenas, poleas y engranajes inundó el ambiente del lado "seguro" de la muralla, al tiempo que el pesado rastrillo comenzaba a levantarse, tan lento que Blange pensaba que jamás se abriría a tiempo.
No bien un pequeño espacio se abrió por debajo de la pesada plancha de hierro, piedra y madera, las madres desesperadas empujaron a sus hijos a través de la rendija, mientras Cyan y sus defensores comenzaban a ceder terreno, no solo porque la puerta ya se hubiera abierto, sino porque los káfkinos enloquecieron repentinamente y comenzaron a lanzar tajos no sólo a los defensores, sino incluso empezaron a atacarse entre ellos mismos.
Pese a la sorpresa inicial, al final, el frenesí de las criaturas terminó por favorecer a los fugitivos, quienes, pese a sus numerosas bajas, consiguieron atravesar el muro y no bien Cyan, quien se había quedado a la retaguardia junto con TOuzmap, Quorbus, Leoo y Stannyon, terminó de pasar, el rastrillo cayó con toda su fuerza aplastando a un par de criaturas en el proceso.
-¡CYAN! ¡Alabado sea Zarael, El Bienamado!- Blange se precipitó hacia la rubia, cuyo gesto de sorpresa no pudo ocultar un tenue dejo de desilusión al ver a su amiga.
-¿Blange? ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está PRinç? ¿No se suponía que estabas con Nemahu'?- espetó la rubia volteando de un lado a otro, sin encontrar lo que su corazón buscaba.
-"Sí, Blange, a mí también me da gusto verte. Me alegra que también estés bien y gracias por salvarme a mí y otras 500 personas. En verdad, amiga, no sé qué habríamos hecho sin ti"- soltó la jovencita arremedando, con cierta amargura, los gestos y la voz de la guerrera -Pero por supuesto, Cyan, ya sabes que estoy contigo en las buenas y en las malas, no importa que a ti no te importe un carajo y que hubieras preferido que detrás de la puerta estuviera tu "noviecito" con un ramo de flores, oliendo a rosas y con una bolsa de los caramelos cremosos que hace el maestro cocinero de Fäntsyschloz-
-Lo... lo siento, Blange... es solo que...-
-Sí, lo sé. No te apures, supongo que soy la última persona que esperabas ver aquí, pero...- un suspiro escapó de lo más profundo del pecho de la chica -...han pasado muchas cosas desde que estuviste en Thrauumlänt la última vez y muchísimas más desde la última vez que nos vimos-
-Cúentame- pidió Cyan con gesto adusto, pero con un negro presentimiento rondando su corazón.
-No hay tiempo- dijo la morena mientras tomaba a su amiga por un brazo y comenzaba a guiarla hacia donde un par de caballos piafaban -estamos sitiados, el príncipe te necesita, el rey y toda Thrauumlänt te necesitan-
Y mientras se encaminaban hacia sus monturas, Blange se volvió hacia el resto de los fugitivos y alzó la voz para que todos la escucharan -¡Escuchen! A un día de marcha, montaña abajo, hay un pueblo donde encontrarán provisiones y suministros para su camino rumbo al norte, al campo de refugiados; el rey y la reina lamentan sus pérdidas, pero les dan la bienvenida y desean que todas sus penurias por fin hayan quedado atrás-
El viento alzó su voz en un siniestro ulular, mientras las dos jóvenes montaban y se alejaban a todo galope exactamente rumbo al otro extremo del "Último Reino", donde una mortal partida de ajedrez tenía lugar entre Lnz Zeal't, Primer Fianna y gran general de los ejércitos de Fälant, y Guudercoenyg, rey de Thrauumlänt y última esperanza de aquella tierra que se balanceaba precariamente al borde del abismo.
***
PRinç habría preferido estar con sus soldados, los cientos de hombres y mujeres de la Coenywaechtr que viajaban, en aquel mismo momento, dando un largo rodeo a través de los descampados que rodeaban la Calzada de los Tres Reinos, tratando de pasar desapercibidos para un enemigo que, seguramente, tenía más que simples ojos para atisbar todos y cada uno de sus movimientos.
Sin embargo, no podía, para que el engaño funcionara, él tenía que cabalgar a la derecha de su padre, encabezando la fastuosa formación que marchaba sobre la calzada rumbo a la frontera, donde el Manto de Muuderkns todavía impedía la entrada de las fuerzas de Lnz Zeal't.
Ninguno de los ahí presentes, ni él mismo, ni el rey Guudercoenyg, ni el general Seegfrïdsigrd, el oficial de más alto rango en el ejército thraumner después de su padre y del propio PRinç, se engañaban; todos sabían que, al final, Lnz Zeal't o la propia Mrrgan T'Fä encontrarían la forma de atravesar la barrera que mantenía el mal fuera de Thrauumlänt.
Y esa era una de las razones para aquella marcha en la que el pendón real con la insignia del ciervo y el león abría, ostentoso, un auténtico desfile de bruñidas armaduras, ondeantes capas y penachos que susurraban al viento: librar la pelea lo más lejos posible de Fantsythorpe, con la esperanza de detener el golpe o, por lo menos, retrasarlo lo suficiente como para que la ciudad se apertrechara para el largo sitio que, seguramente, seguiría si se veían forzados a retroceder.
La otra razón era atraer la mirada de Zeal't sobre ellos, para darle tiempo a sus hombres encubiertos de completar aquel largo rodeo a campo traviesa, en los mismos seis días que le tomaría a la fuerza principal recorrer el camino llano de la Calzada de los Tres Reinos.
Su misión, según les había explicado el general Seegfrïd', era ocultarse a cierta distancia de los lados del que esperaban sería el campo de batalla, donde, llegado el momento, tratarían de rodear a las fuerzas enemigas o, por lo menos, asestar un golpe lo bastante fuerte en alguno de sus flancos como para inclinar la balanza en favor de los defensores.
Y era por eso que PRinç debía estar ahí, porque habría sido muy sospechoso que el príncipe heredero de la "Décima Casa de la Amistad", la Dzentheshäus Ddesphreadns en deutsger, no se encontrara al lado de su padre en la batalla que podría definir el destino no solo de su reino, sino del mundo entero,
La marcha había comenzado con el primer rayo del sol y un par de horas antes, a eso de las cuatro de la madrugada, su padre y él habían pasado revista a las tropas. Como todo un veterano de guerra, Guudercoenyg se había paseado entre las filas, reconociendo rostros y recordando nombres de entre los miles de hombres y mujeres de la Maanshävt, el ejército regular de Thrauumlänt, e incluso intercambiando unas palabras con algunos de ellos.
-Kasmeirbaastn- había dicho deteniéndose frente a un hombre alrededor de los 50 años, quien portaba una armadura de un modelo de hacía tres décadas, pero recia y brillante como recién salida de la forja -será un honor pelear a tu lado una vez más-
-El honor será para este viejo perro de guerra, su majestad-
-Como aquella vez en la vieja 'hausen, ¿recuerdas?- preguntó el rey en referencia a la casi legendaria Batalla de Gersmelhausen, en la que la Maanshävt había hecho retroceder a una fuerza combinada de varias bourges de las planicies interminables, que los superaba casi cuatro a uno en número, el mismo año del nacimiento de PRinç.
-Cómo olvidarlo, majestad; usted y su hermano, Guuderprinz, guiaron la carga de caballería que partió las líneas enemigas y de paso salvaron a este tonto recluta que se había dejado envolver por un enjambre de enemigos-
-Pues bueno, ni en aquel entonces eras un tonto y ahora ya no eres un recluta, así que cuento contigo para que traigas a estos muchachos de vuelta a casa, ¿podrás hacerlo?-
-¡Por mi rey y por mi patria!- respondió con energía el viejo soldado, llevando el puño derecho al corazón, según la tradición marcial thrauumner.
Fila tras fila, batallón tras batallón, el rey pasó casi dos horas inspeccionando a su tropas, hablando con ellos, tratando de infundirles ánimo en la que, seguramente, era la hora más oscura en la historia de Thrauumlänt.
Y luego, poco antes de que el alba rompiera a través del lejano horizonte oriental, la reina Muuderkns hizo su aparición en el patio de armas de Fantsytschloz, ataviada con una túnica en blanco y plata que la hacía lucir no sólo majestuosa, sino etérea y resplandeciente bajo la incipiente luz que anunciaba la proximidad del amanecer.
Sin ademanes teatrales, sin grandes aspavientos, sin ostentosas ceremonias, la reina extendió sus manos por encima de las cabezas de los soldados y se limitó a decir -La Luz está con ustedes. Partan con ánimo y retornen con bien; nosotros aquí estaremos, esperando su regreso-
Más que simples palabras, la bendición de la reina era realmente una protección contra los hechizos traicioneros y los encantamientos ocultos, así que si alguien quería matar a un soldado thrauumner, por las armas o por la magia, tendría que hacerlo de frente y cara a cara o ser un mago más poderoso que Muuderkns.
Así habían partido, con el pueblo haciendo valla en la avenida principal de la ciudad, sosteniendo velas y entonando "La Luz del camino", un cántico que iluminaba el corazón y el alma de todo aquel que lo escuchaba, aun sabiendo que enfrentaban al ejército más poderoso de toda Phantasya.
Y ahora, a cinco o seis días de encontrarse de frente con el enemigo, PRinç, quien cabalgaba a la derecha de su padre, intentaba mantener el semblante sereno y el paso firme, sin saber siquiera si Blange s'Niege había llegado a tiempo al Paso de Munehäudzen y si su amada Cyan D'Rella había recibido la ayuda que necesitaba.
Pero ni así dejaba traslucir su preocupación. Sin importar su angustia, sin importar sus miedos, el príncipe heredero de Thrauumlänt se mantenía estoico, enfocado en la misión, tratando de levantar el ánimo de sus tropas y de permanecer como el más firme apoyo de Guudercoenyg, sabiendo que la mayoría de ellos no podrían volver a sus hogares, donde sus madres, sus esposas... sus hijos, quedarían aguardando por siempre el regreso de aquellos que pelearían hasta su último aliento, no por odio a los que tenían enfrente, sino por amor a los que dejaban atrás.
***
Y pensar que todos sus planes dependían de aquello, de esos 100 frascos rellenos de un líquido cristalino, aparentemente inocuo, que el engendro albino, Seaín, le había entregado hacía apenas unos minutos. Toda su estrategia, todas sus tácticas no solo debían adaptarse sino que dependían casi por completo de aquella impía sustancia que, si bien Lnz Zeal't, Primer Fianna, no sabía exactamente qué hacía, sí podía sentirla vibrar con aquella fría malicia que parecía ser inherente a toda la raza wampeer.
Los espías por fin habían hablado, casi un día después, pero con tiempo más que suficiente para que Zeal't tomara precauciones: el rey al fin había partido, al frente de un ejército de apenas nueve mil hombres, quizá un poco más si algunos refuerzos procedentes de Mainjendzaan, una ciudad al oeste de Fantsythorpe, se le unían en el camino.
Demasiado pequeño. Lnz no se la tragaba: cinco mil hombres de infantería pesada, dos mil de caballería ligera, mil de caballería pesada, mil arqueros, difícilmente el tamaño del ejército que el joven general esperaba de la que apenas hacía 39 años había sido la máxima potencia mágica y militar en toda Phantasya. Seguramente el viejo zorro planeaba algo, sin embargo, los informes de los espías no decían nada más; eran sospechosamente precisos en cuanto a los números de los efectivos de Guudercoenyg, pero eso era todo.
Y los números era lo último que le preocupaba al Primer Fianna, su ejército era más del doble en tamaño. Aunque inicialmente esperaba comandar 21 mil soldados, al final, algunas cuantas maniobras (amenazas y chantajes, sobre todo) de la reina Mrrgan T' Fä le habían conseguido tres mil älvs más de algunos feudos que se habían negado, en un principio, a apoyar el esfuerzo de guerra.
Así, Zeal't contaba con 24 mil efectivos: 19 mil 200 de infantería pesada y cuatro mil 800 de infentaría ligera; los älvs no necesitaban caballería, las R'nyerx eran tan rápidas y mortíferas como cualquier caballero, al menos en distancias cortas, y además estaban los gigantes entrenados, 100 de ellos, en esta ocasión todos equipados con pesadas balistas de acuerdo con las instrucciones del maldito Seaín.
El terreno era propicio para los movimientos de ambos ejércitos, una amplia llanura en la que las fuerzas de Fälant podían extender sus líneas tanto como quisieran, al grado que seguramente podrían rodear a la infantería thrauumner, por lo cual, seguramente Guudercoenyg situaría a su caballería en ambos flancos, para tratar de compensar la diferencia numérica y, además, aprovechar la movilidad de los caballeros para intentar, a su vez, envolver los flancos de Zeal't.
Los arqueros no le preocupaban demasiado, a menos que los afamados magos de la Scholomanza, el colegio de magia thrauumner, hubieran descubierto una forma de anular el hechizo que los hacía tan resistentes como la voluntad de su usuario, sus escudos debían resistir cualquier proyectil que se les arrojara y, en todo caso, los älv contaban con sus fä, de alcance limitado, pero con la ventaja de poder maniobrar y atacar como ninguna flecha lo haría jamás, al menos en un rango de 200 metros.
Lnz pudo sentir un cosquilleo de deleite recorrer todo su cuerpo tan solo de imaginar la batalla que le esperaba; de ningún modo se engañaba, sabía que el viejo y taimado Guudercoenyg todavía trataría de ganar más tiempo para completar cualquier maniobra que tuviera planeada, sin embargo, también sabía que no se rendiría y sabía que los thrauumner lucharían hasta el último aliento del último hombre. Sin duda sería una pelea gloriosa.
Ahora sólo restaba saber qué truco tendrían los wampeer bajo la manga, obviamente no colaborarían con soldados; en las casi tres décadas que tenían ocultos en las sombras de Kaam Halot, nadie había visto a más de 10 de ellos, ataviados con aquellas túnicas oscuras con capuchas que casi siempre cubrían sus rostros de facciones enjutas y afiladas, hablando con aquella lengua de chasquidos y silbidos totalmente incomprensible para cualquiera y rodeados por aquella aura de fría malevolencia que helaba la sangre a menos de 10 pasos de ellos.
El Primer Fianna volvió a tomar el frasco que estaba sobre la mesa, del tamaño aproximado de su dedo índice, el vidrio vibró ante el mero contacto del älv, a quien le pareció que algo se movía en su interior. Invadido por un extraño nerviosismo que luego no sabría explicar, el endurecido soldado soltó el artilugio y llamó a un mensajero, a quien le dio instrucciones de llevar el cofre con el resto de los frascos a la armería.
Un suspiro de alivio escapó del pecho de Zeal't no bien los malditos frascos dejaron su tienda de campaña y pudo volver a concentrarse en los mapas y los informes de espías y batidores que ya atiborraban su mesa; no había mejor lugar que aquel para la batalla, a menos que Guudercoenyg decidiera moverse repentinamente una legua al este, donde un par de colinas bajas podrían brindarle la protección que sus flancos necesitaban, pero el joven general consideró que no lo haría; el rey necesitaba demostrar que podía vencer o, al menos, dar pelea a la máquina de guerra más brutal de toda Phantasya sin trucos y sin las tramposas estrategias de las que solía hacer gala.
No, la pelea se resolvería de frente y mano a mano, en combate abierto, que era lo que todo älv amaba y añoraba.
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