La noche del cazador. Parte V
Aunque la luz de aquella fría mañana en EttonyhTattze-rohp apenas comenzaba a insinuarse, para los fugitivos el contraste entre el umbral y las profundidades de la caverna era tan grande como la diferencia entre un mediodía en Kalasa har-Agob y una noche en Terrah Klaeçiar.
-¡Loado sea el MHagg! ¡A salvo al fin!- exclamó ARaman arrodillándose sobre el suave musgo que cubría el piso fuera del pasadizo thuarf.
-¡Shhhhh! ¡Silencio cachorro!- siseó Jac en un feroz susurro, al tiempo que sujetaba al joven eelph antes de que echara a correr bosque adentro -Todavía tenemos que cruzar el río-
Un poco más dócil, pero aún con una arrogante actitud de indignación ante el contacto del älv, el aprendiz de cavaler permitió que el cazador lo empujara de nueva cuenta hacia el interior de la cueva, al tiempo que su penetrante mirada recorría los alrededores.
Ante una discreta seña de su compañero, OzzahRotecu-pac salió del pasaje que los había sacado de la fortaleza thuarf y con paso rápido y ligero alcanzó el tronco de un gran árbol a unos 20 metros de distancia.
Al verla a la tenue luz del amanecer, Cyan pudo darse cuenta de que la caperuza de la joven era, por dentro, de un profundo color sangre, mientras por fuera, alguna clase de hechizo la hacía cambiar su carmesí natural por el color o los colores de cualquier superficie con la que hiciera contacto.
En cuanto se aseguró de que el camino era seguro, la joven mestiza hizo una seña con la mano y, al instante, ErroTaih-jac envió al resto del grupo detrás de la chica, quien, en tanto, extrajo de entre los pliegues de su capa un largo bastón de hueso, casi idéntico al ehn-otzabilak de Cyan.
Con un rápido movimiento, la elvian hizo encajar la parte superior de esta pieza con el extremo inferior de su ila-kaecnal por medio de unos pequeños nudos y muescas, formando, así, una larga y sólida lanza de puro hueso, que levantó precavida.
La rubia, por su parte, aguardó hasta que los seis centauros y el aprendiz hubieron pasado antes de ponerse ella misma en camino, seguida de cerca por Jac, quien de inmediato se embrazó el gran escudo a'spish que hasta entonces había estado colgando de su espalda. La enorme pieza de metal también tenía forma de hoja, con una aguda púa en el extremo superior, aunque, a diferencia del 'spish de Ozz, éste estaba hecho con varias tiras de metal soldadas y superpuestas, lo cual lo hacía tan ligero como sólido.
Cuando por fin se reagruparon junto al gran árbol, Ozz y Jac volvieron a revisar el perímetro y aunque ninguno de los dos parecía completamente satisfecho, Cyan comprendía que tampoco tenían otra salida más que dirigirse al río tan rápido como pudieran; si los loupohz los descubrían tal vez podrían regresar al pasadizo, pero éste ya no sería un secreto y, por el contrario, se convertiría en una gran tumba.
-¿Cómo cruzaremos?- la voz de Hwvart denotaba su preocupación, los zndaorus no eran muy buenos nadadores... y todos lo sabían.
-En este punto, el Ahnydr-ýo forma un vado. Tal vez los niños necesiten algo de ayuda, pero los demás podremos cruzar sin muchos problemas- explicó Ozz, quien no dejaba de escudriñar cada matorral y cada árbol con sus penetrantes ojos, verde uno y negro el otro, otra de las consecuencias de su sangre mestiza.
Justo en cuanto terminó de hablar, las puntiagudas orejas de la joven dieron un pequeño respingo y...
-¡CORRAN! ¡Todos al río! ¡AHORAAA!- gritó al tiempo que empujaba por la espalda a la pequeña Wlrikka, mientras levantaba, amenazante, la punta de su lanza.
Casi de inmediato, los seis centauros que quedaban se lanzaron al galope a través de piedras y árboles, seguidos por ARaman y con los tres guerreros cubriéndoles las espaldas.
Un segundo después, una burda javalina, hecha con un cuerno de caprez atado a una nudosa rama por una cruda tira de cuero, se clavó en el grueso tronco del árbol justo donde Cyan había estado recargada. A la vista del arma, la rubia no pudo sino preguntarse si acaso habrían "salido de Kalasa har-Agob para entrar de cabeza en Haedysion", como solía decir Gad.
-¿¡Y ahora a dónde nos trajiste älv?! ¡Qué es este nuevo enemigo!- gritó ARaman, jadeante, en medio de su alocada carrera.
Tal vez consciente de que todos se hacían la misma pregunta, Jac se limitó a contestar, sobre la carrera, -No es un "nuevo" enemigo, son los loupohz, sólo que ya es de día y no es luna llena-
Por el rabillo del ojo, Cyan alcanzó a distinguir unas furtivas figuras que se deslizaban a su alrededor; algunas tan pálidas como los habitantes de las Tierras Ásperas y otras del mismo tono apiñonado de la gente de Wunderlänt, incluso algunas tan morenas como el pueblo de Kre z'Eloijn, pero todas tan rápidas y silenciosas como la propia Ozz hacía unos minutos.
-¡Hemyrion eb-Thuner!- gritó Hwvart, quien encabezaba al aterrorizado grupo, invocando al martillo del dios de la tormenta de su pueblo.
Incluso antes que el centauro terminara de gritar, un relámpago plateado ya se había desprendido de la mano de Ozz y, una fracción de segundo después, una mezcla entre un grito y un gruñido se desprendió del ser que había cortado la huida de los peregrinos, cuyo flanco derecho había sido atravesado por una veloz y brillante nahken.
Aquel segundo de distracción fue suficiente para que, veloz como un chita lanudo, la mestiza llegara al frente del grupo, justo a tiempo para ayudar al forzudo zndaoro a rechazar a dos atacantes. La pálida lanza de la esbelta cazadora atravesó de lado a lado a una de las criaturas, mientras el centauro prácticamente decapitaba a la otra con su masiva klayve.
Aquellas armas, tradicionales de los centauros, estaban compuestas de una enorme cuchilla casi del tamaño de una cimitarra, empotrada en un sólido mango de madera de dos metros y medio de largo y 10 centímetros de grosor y, según le constaba a Cyan, eran capaces de cortar la pata de un zndaoro con un solo golpe.
-¡Falta poco! ¡Sigan corriendo!- gritó Jac, opacando los rugidos de las criaturas que aún intentaban cerrar su trampa.
Sin embargo, los centauros se detuvieron justo al llegar a la ribera, atemorizados ante la vista del ancho río, que en aquel punto mediría quizá unos cincuenta metros de orilla a orilla.
-¡Valor mis amigos! ¡No se detengan!- la voz de ARaman le resultó prácticamente desconocida a Cyan, no sólo porque no estaba acostumbrada a escucharla en aquellas situaciones, sino por el inusual tono de autoridad que emanaba de ella.
Ahora sí con su zim i-tana en las manos, Cyan y los dos cazadores se plantaron en un triángulo, con Jac a la cabeza, para cubrir la retirada de los peregrinos.
-¡Qué haces aquí!- bramó el älv al sentir junto a él la presencia del joven eelph.
-¡Es lo que Méntor PHeilyp y Dhoron habrían hecho!- replicó el muchacho con un incontrolable temblor en la voz, pero con su maltratada lanza de aprendiz lista para enfrentar lo que fuera que saliera de la línea de árboles a unos pasos de ellos.
Y no tuvo que esperar mucho.
Cuando Hwvart, quien cargaba a Wlrikka, puso el primer casco dentro del agua, un inhumano rugido se dejó escuchar desde la orilla del bosque, al tiempo que cuatro figuras, tres muchachos y una muchacha, vestidos con taparrabos de piel, saltaban de entre los árboles directo al compacto grupo de defensores.
La pequeña tropa de hombres lobo portaba burdas armas hechas con quijadas o cuernos de uniciervo o algún otro animal, atadas a ramas apenas desbastadas.
Aunque sus armas no eran rival para el sofisticado armamento de los defensores, ni siquiera para la mellada lanza de ARaman, los loupohz compensaban esa desventaja con su fuerza y ferocidad; incluso la chica, quien parecía estar famélica, exhibía una fuerza insospechada.
El furioso ataque fue, de alguna manera, peor que cualquiera de los anteriores; en su forma animal, incluso cuando no era luna llena, los loupohz ofrecían una extraordinaria resistencia y sólo era posible herirlos con armas verdaderamente pesadas o muy afiladas, pero ahora, en su forma humana, parecían prácticamente indiferentes a las profundas heridas que sufrían a manos de los ahora cuatro guerreros.
Para empeorar la situación, en el punto más álgido de la pequeña batalla, un nuevo rugido se dejó escuchar desde las profundidades del bosque, desde donde cuatro loupohz más se precipitaron sobre los defensores.
En una muestra más de la maligna astucia de aquellas criaturas, mientras Cyan y sus aliados batallaban para contener aquella oleada, uno de los nuevos atacantes, en vez de trabar combate con ARaman, saltó con increíble agilidad por encima de los contendientes, para alcanzar el río cuando Guryl, con uno de los niños a cuestas, apenas había logrado dominar su natural miedo al agua y comenzaba a vadear la corriente.
-¡NOOOOOOOO!- gritó el eelph, quien, presa de la desesperación, consiguió deshacerse de su adversaria el tiempo suficiente para empuñar su lanza y arrojarla contra el hombre lobo que ya alcanzaba a sus protegidos.
Dos agudos e indefinibles chillidos estremecieron incluso las raíces de los árboles cercanos; el primero, del loupoh que ya casi alcanzaba a los centauros, el cual se había llevado las manos al abdomen, de donde asomaba, sangrante, la punta de la lanza. El segundo de aquellos estremecedores lamentos, casi igual de atemorizante que el primero, se escuchó justo a un lado del aprendiz, cuando una de las dagas de Ozz atravesó el pecho de la rival del joven eelph, cuya mirada, aterrorizada, se llenó de gratitud al volverse a ver a la mestiza, quien, sin embargo, ya había tenido que voltear para ocuparse, una vez más, de sus oponentes.
Sin embargo, ya no fue necesario pelear más, un nuevo aullido se escuchó de entre los árboles y, tan rápido como habían llegado, los restantes loupohz se retiraron, dejando un rastro de roja sangre y un par de cadáveres detrás de ellos.
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