La noche del cazador. Parte III
Nadie, ni los más sabios eruditos en Fäntsythorph ni los más poderosos videntes de UHrb ZAmarggduç sabían a ciencia cierta de donde habían venido.
Algunos decían que habían atravesado el Gran Océano del Oeste desde algún lugar aún desconocido, saltando de isla en isla y luego rodeando el continente hasta desembarcar en algún punto de la costa sur, entre el pantano que los zndaorus llaman Zwmp Rudvehn y EttonyhTattze-rohp.
Había otros, en cambio, que creían que alguno de los demonios o espíritus malignos liberados durante el Gran Hechizo había dotado a los lobos con una malévola inteligencia y la posibilidad de elegir entre caminar en dos o en cuatro patas, según su conveniencia.
Nadie estaba seguro, pero cualquiera que fuera el caso, aquella maligna raza había comenzado a acechar en las sombras del que hasta entonces había sido conocido como el Eterno Bosque Verde poco después de que el "Viento Maligno" (como lo llamaban en Fälant) barriera las cuatro esquinas del continente, aquella noche hacía 39 años, maldita por todos los dioses.
Sin embargo, para Cyan y sus nuevos amigos y aliados nada de aquello tenía importancia, de hecho, en lo único que podían permitirse pensar en aquel momento era en el horror que venía pisándoles los talones o en lo que habría a la vuelta de la siguiente esquina... o escondido detrás de la sombra más cercana.
Por fortuna, en esta ocasión Ozz les había advertido del inminente ataque y por lo menos habían podido emprender una atropellada huida a través de los laberínticos pasadizos y andadores de aquel abandonado alcázar thuarf.
Tres noches atrás, la primera en las inmediaciones del bosque, no habían tenido tanta suerte; el ataque fue tan inesperado como un relámpago en un día soleado... e igual de rápido; en apenas unos minutos, los hombres lobo arrasaron el campamento, matando a los tres lanceros eelphen que se habían quedado con ellos y llevándose a las primeras dos de varias presas que tomarían en las horas siguientes.
Tan sorpresivo fue aquel primer ataque, que ni siquiera Cyan había estado preparada; con un exceso de confianza inusual en ella, quizá contagiada por la fe de los peregrinos en las plegarias de protección de los cavaleri, se había permitido dormir tan profundamente como no lo había hecho ni siquiera en casa de Gad.
La actual situación, no obstante, tampoco era mucho mejor; los retorcidos y diminutos corredores de la arquitectura thuarf eran difíciles de recorrer incluso para elvian o humanos y, por lo tanto, casi imposibles para los enormes zndaorus, de hecho, ni siquiera la pequeña Wlrikka podía pasar por ciertas secciones sin tener que agacharse y ya ni hablar del espigado Dhoron o el fornido Hwvart.
Aquella dificultad los había hecho dar un rodeo mucho mayor de lo conveniente; por fortuna, Jac conocía cada rincón y cada recoveco de aquella abandonada fortificación o al menos eso parecía por la seguridad y convicción con que guiaba al desesperado grupo a través de los estrechos pasajes y sombríos cuartos.
Además, había otra ventaja de llevar al guerrero al frente del grupo: su habilidad con la corta y pesada espada que su pueblo llamaba kh'pesh.
Tal como habían comprobado un par de loupohz que se habían atravesado en su camino, el älv era una perfecta máquina de matar, afinada y perfeccionada por años de entrenamiento y de arduas campañas con el ejército de Mrrgan T' Fä, la fuerza militar más letal en toda Phantasya.
Unos pasos detrás de Jac, Ozz trataba de mantener en silencio a la asustada peregrinación; la esbelta mestiza había guardado la ila-kaecnal, y ahora la lanza corta con punta de hueso endurecido por el arte aelf descansaba en algún lugar dentro de los pliegues de la ligera caperuza de la elvian.
No obstante, la cazadora no estaba, ni por mucho, indefensa; en la delgada prenda rojo escarlata que llevaba a casi todos lados, la joven portaba un formidable arsenal de pequeñas armas arrojadizas, dagas, dardos, las exóticas estrellas nahken oruku e incluso pequeñas hachas, con las cuales había demostrado una increíble habilidad en varias ocasiones.
La primera de ellas, recordó Cyan, dos noches atrás, cuando, salidos de la nada, ella y su compañero los habían salvado de la segunda emboscada de los loupohz; aunque ni siquiera ellos pudieron evitar que PHeilyp de UHrb ZUrozum, maestro de ARaman, tuviera que sacrificar su vida para comprarles el tiempo suficiente para alcanzar la puerta del alcázar.
Por si el verdadero enjambre de muerte que podía arrojar en unos cuantos segundos no era suficiente, en su mano izquierda Ozz portaba un 'spish, uno de los renombrados "escudos ofensivos" de diseño älv; el casi siniestro artefacto con forma de hoja estaba hecho de madera recubierta por delgadas escamas de metal superpuestas y en la punta estaba reforzado por un casquillo de metal del cual sobresalía un clavo de unos 10 centímetros.
El escudo era apenas suficiente para cubrir el antebrazo de la portadora pero permitía una gran libertad de movimiento combinada con una adecuada protección para las técnicas de acoso y emboscada usadas por las r'ngrx (la infantería ligera älv integrada únicamente por mujeres) o para la pelea cuerpo a cuerpo, como era el caso en los diminutos espacios de aquella fortificación thuarf.
-¡Alto!- sin previo aviso, Jac se detuvo.
En medio del pánico, el grupo entró en uno de los salones más grandes que habían visto hasta ese momento. Lo bastante alta para que incluso los zndaorus pudieran erguirse por completo, e incluso con espacio de sobra, la habitación pudo haber sido una de las muchas salas de fiesta o bodegas de la fortaleza, aunque en aquel momento no era más que otro callejón sin salida.
-¡Encerrados! ¡Como ratas! ¡¿Estás satisfecho... tú... tú... baba de cerdo?!- en medio del grupo, la voz de ARaman era una mezcla perfecta entre desprecio, ira y terror.
Sin hacer ningún caso del joven, el älv dirigió una mirada al enorme Hwvart para preguntarle -¿Crees que puedas hacerlo?-
Con un leve asentimiento, el gran centauro se abrió paso por entre el grupo y mientras Cyan, Ozz, Jac y Dhoron se apostaban en la entrada, con los lobos cada vez más cerca, el Hijo de Vrète dio la espalda a la pared del fondo para asestarle una poderosa coz a los tablones con sus cascos traseros.
Justo en ese momento, el primero de los loupohz hizo su aparición al fondo del corredor que los había llevado hasta ahí. Cyan no creía en la suerte y, de alguna forma, sabía que Jac tampoco, así que estaba segura de que no era casualidad que aquel estrecho pasillo fuera uno de los pocos que estaban completamente techados, de modo que los atacantes habrían tenido que entrar de uno en uno, con lo cual un bien preparado grupo de defensores podría rechazar a una tropa entera por días.
Sin embargo, los loupohz no eran la clase de enemigos en que los thuarfs estaban pensando cuando construyeron aquellas antiguas fortificaciones y cuando los cuatro guerreros se aprestaban a liquidar al primer rival, uno más entró como un bólido clavando sus garras en las paredes y techo de madera para ayudar a su camarada en la matanza.
Pero los defensores tampoco eran guerreros ordinarios.
Con dos rápidos movimientos, Ozz clavó un par de dagas arrojadizas en los brazos del segundo atacante, con lo cual lo hizo caer sobre las patas traseras del primero, el cual, si bien no detuvo su avance, sí se frenó lo suficiente para que Jac lo interceptara y se deshiciera de él con un par de rápidos mandobles.
Mientras el "perro de presa" despachaba al primero, Cyan se encargó del segundo, el cual pronto logró librar la maraña de músculo y pelo que los otros dos rivales habían formado, para tratar de entrar a la habitación.
Con un reflejo defensivo surgido de horas y horas de entrenamiento, Cyan desvió la veloz garra que buscaba su pecho con su ehn-otzabilak y de inmediato hundió su ta an-biya tan hondo como pudo en la base del cuello del monstruo. El arma de la rubia dispersó la magia que impulsaba a la criatura, la cual cayó al suelo ya transformada de vuelta en su forma humana.
-¡Cuando quieras Hwvart!-
Aunque lo bastante fuerte como para alzarse sobre la conmoción, no había ningún reproche en el tono de Ozz, más bien parecía que estuviera apresurando a algún amigo que se hubiera retrasado en una excursión al campo.
-¡Dhoron!- gritó el centauro mayor, al tiempo que con la mirada llamaba a su hijo, quien, sin despegar la mirada de la fiera resistencia que Cyan y compañía oponían en la puerta, fue a reunirse con su padre.
Con un poderoso impulso, padre e hijo asestaron un golpe final con sus cascos traseros a la aún sólida madera de la pared, la cual tuvo que ceder un buen trozo de ella ante la arremetida.
Tan ágil como un uniciervo, Ozz se precipitó por entre la pequeña multitud para alcanzar el patio trasero de la construcción, el cual atravesó como una saeta hasta llegar al corral, donde, tras unos segundos de búsqueda, encontró y abrió una puerta de trampa, lo bastante grande como para que incluso los centauros pasaran.
-¡Rápido, no tenemos mucho tiempo!-
Mientras la mestiza azuzaba a los peregrinos, Cyan y Jac lograron contener una nueva embestida de los hombres lobo, aunque ya comenzaron a ceder terreno, preparados para emprender, a su vez, la huida.
Cuando por fin alcanzaron el hueco en la pared, Jac envió primero a Cyan.
-Tú primero-
Aunque la rubia entendía que no era la primera vez que el älv hacía algo como aquello, no le agradaba para nada dejarlo solo contra la jauría que ya comenzaba a invadir el salón, sin embargo, al ver que Ozz le hacía una seña desde la puerta de escape, decidió confiar en ambos y tras acuchillar una garra que se extendía hacia ellos, le dejó el resto del trabajo al fornido älv.
No cabía duda que los dos cazadores llevaban ya un largo tiempo haciendo aquello, pues, con sincronía casi perfecta, Jac rebanaba y acuchillaba a cuanto enemigo tenía la osadía de acercársele a menos de tres pasos, mientras, a la distancia, Ozz no dejaba de arrojar sus letales proyectiles, despachando a cualquiera que superara el alcance de la espada de su aguerrido compañero.
Sin embargo, muy pronto el cansancio y la ferocidad de sus atacantes comenzó a hacer mella incluso en el feroz cazador. Ni siquiera toda una vida de entrenamiento bastaba para contener aquella marejada de engendros, sin embargo, con los peregrinos aún a mitad del camino, no le quedaba de otra más que resistir.
Al verlo a punto de sucumbir, Cyan y Ozz se aprestaban a volver a la lucha, sin embargo, ni siquiera sus bien afinados reflejos fueron suficientes para superar el ímpetu y la velocidad del valiente Dhoron, quien, lanza en mano, se arrojó a la batalla ignorando los gritos de su madre y ante la triste pero orgullosa mirada de su padre.
-¿Qué haces aquí, muchacho estúpido?- espetó Jac con voz sibilante a causa de la furia.
Sin embargo, el joven zndaoro ni siquiera lo volteó a ver, se limitó a clavar la punta de su lanza justo en medio de unas fauces abiertas que casi alcanzaban la cabeza del exhausto älv, a quien en menos de medio segundo sujetó y luego lo arrojó, cual muñeco de trapo, fuera del enredijo de pelambre y furia que se había formado frente al hueco de la pared.
-¡Ellos te necesitan más a ti que a mí!- fue lo último que alcanzó a decir el valiente joven, antes de verse abrumado por el número y el salvajismo de sus enemigos, quienes, sin embargo, pagaron con carne y sangre su intento de sobrepasar al valeroso Dhoron hijo de Hwvart hijo de Vrète hijo de Mèzhut hijo de Einhart.
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