La hermandad del cazador. Parte I

No habían pasado ni tres días desde que se había despedido de Blange s'Niege en el cruce de caminos, cuando un inesperado obstáculo se alzó frente a Cyan: un hediondo pantano que, según las historias de su madrina, en un tiempo había sido un hermoso lago a unos cuantos días de camino, a caballo, de su aldea natal. De verdad odiaba el "Gran Hechizo".

Aunque tenía algo de prisa, también estaba consciente de que intentar atravesar un terreno como aquél sin un buen guía o, por lo menos, algún tipo de mapa, podía ser casi un suicidio y aunque hacía mucho tiempo que la muerte ya no le asustaba, tenía algunas cosas importantes que hacer antes de enfrentar el juicio de Badb en la encrucijada entre los Jardines de Arawn y los Yermos de Nemhain.

La traicionera mezcla de agua, tierra, pasto y carrizo se extendía frente a ella hasta prácticamente tocar el horizonte y mientras Cyan aún se debatía entre atravesarla o rodearla, una cacofonía de gritos la alcanzó desde la distancia, desde algún punto en las casi interminables sabanas de Wünderlant.

Los gritos eran tan penetrantes que casi le perforaban los oídos, sin embargo, el sonido podía ser algo engañoso en aquellas vastas extensiones, de modo que, aunque podía escucharlos con toda claridad, todavía no podía ver qué o quién lanzaba tan desesperados alaridos.

Poco a poco, una pequeña nube de polvo comenzó a revelarse a la distancia y en cuanto la vio, la rubia dio otro aguijonazo a su caballo con las espuelas y aunque éste relinchó indignado, supo responder a las demandas de la jinete.

Debía reconocer que los amigos de Blange le habían proporcionado una excelente montura, más que apropiada para largos viajes, sin embargo, en aquel momento extrañó la explosiva fuerza y el brío del corcel de guerra que había recibido de Guudercoenyg; pese a ello muy pronto alcanzó a distinguir el terrible cuadro: un pequeño de piel rojiza y de larga y dorada cabellera corría aterrado apenas adelante de un enorme gigante, que le ganaba terreno a cada paso.

Un nuevo espolonazo hizo relinchar al corcel de Cyan, que dio todavía más de sí, en un desesperado intento por alcanzar al niño, el cual, por si fuera poco, tropezó con una raíz que sobresalía, traicionera, entre la alta hierba de la sabana.

Fue casi un milagro, pero con un esfuerzo final, el caballo logró adelantarse un par de trancos al gigante, Cyan se agachó por un costado y con un solo movimiento levantó al pequeño para subirlo en ancas, justo cuando la bestia ya soltaba un manotazo que por sí solo habría destrozado al chiquillo.

Sin embargo, aquello no fue suficiente; aunque gracias a la velocidad de su montura, Cyan había llegado primero hasta el pequeño aelf, los gigantes no se rendían fácilmente y mucho menos cuando llevaban ya algunos días sin probar bocado. Peor aún, pese a su enorme tamaño y peso (aquél mediría unos nueve metros de alto y pesaría unas ocho toneladas) su enorme tranco y su carrera cuadrúpeda les permitían correr a gran velocidad, al menos en distancias cortas.

Pero había algo extraño. Un gigante, y menos uno tan grande como aquél, no perdía su tiempo con presas tan pequeñas (el niño apenas habría servido para taparle una muela), por lo general atacaban a las crías de las enormes dendequi acorazadas, que eran lo bastante lentas como para que los más grandes de los titanyans no tuvieran que esforzarse demasiado en cazarlas.

Pero no tenía tiempo para detenerse a pensar en los caprichos de aquellos seres, que si bien no eran propiamente "inteligentes", sí poseían cierto grado de una maligna consciencia que los hacía los más peligrosos de su especie.

Bajo circunstancias normales, un caballo, incluso uno de "viaje", no habría tenido problema para mantener un paso que, eventualmente, dejara atrás a una de aquellas bestias, no obstante, la larga jornada que habían empezado al alba y la explosiva carrera para salvar al niño habían agotado a la montura de Cyan, que se vio frenada aún más debido al peso agregado del aterrado chico, quien no dejaba de sollozar, firmemente aferrado a la esbelta cintura de la rubia.

En medio de su desesperación, la joven de verdad había comenzado a contemplar la posibilidad de dar media vuelta y hacerle frente a la bestia (un macho a juzgar por la pajiza crin que le recorría la espalda), que cada vez estaba más cerca de ellos; sin embargo, sus posibilidades eran tan escasamente ridículas que lo más probable era que ella y el caballo se convirtieran en el plato principal y el chiquillo fuera reservado como postre, y Cyan lo sabía.

Un furioso bramido a sus espaldas hizo a los tres fugitivos estremecerse de pies a cabeza y la rubia lamentó haber tardado tanto en decidirse, después de todo, pensó, habría sido mejor morir en batalla con la enfurecida bestia, que simplemente ser molida a golpes y luego masticada hasta ser reducida a una pulpa lo bastante blanda para ser tragada.

El pequeño se aferró todavía con mayor fuerza a la cintura de la joven guerrera e incluso el caballo pareció encogerse ante lo que les parecía una muerte inminente.

Los tres esperaron el golpe final durante lo que les pareció una eternidad... pero nada ocurrió; de repente, un nuevo bramido del gigante fue seguido por una lluvia de agudos gritos, que parecían lanzados por toda una multitud.

A sus espaldas, Cyan sintió que el pequeño se soltaba y él mismo lanzó una serie de gritos de alegría, en aquella extraña lengua que los "elfos carmesí" preferían conservar sólo para ellos mismos.

En cuanto pudo, la joven detuvo al caballo, dio media vuelta y sus ojos se encontraron con una fiera batalla entre una treintena de aelfs y el enorme bruto, de cuya gruesa piel sobresalían las claras astas de por lo menos dos docenas de flechas.

Otra de las cosas que hacían a los gigantes enemigos formidables, era su total invulnerabilidad a la magia, por ello, ni siquiera los legendarios venablos mágicos de los aelfs habían podido penetrar más que unos cuantos centímetros del duro pellejo del gigante, cuyo lomo gris cruzado de franjas verdes parecía, cada vez más, la erizada espalda de un puercoespín.

Como era normal en todos los titanyans, en medio de la ira, aquella enfurecida bestia se había erguido sobre sus piernas para poder avanzar y, al mismo tiempo, soltar poderosos manotazos a diestra y siniestra que ya prácticamente rozaban a sus atacantes más cercanos.

Sin meditarlo mucho, la rubia bajó al niño y volvió a espolear a su montura. Aprovechando que el bruto le había dado la espalda para enfrentar a la tribu, Cyan galopó hacia él con su daga entre los dientes y cuando estuvo a unos cuantos pasos trepó a la silla y de un solo salto logró encaramarse en la espalda de la bestia, para luego trepar hasta su cuello, usando las astas de las flechas como precarios escalones.

Los venablos que tapizaban la espalda y brazos de la criatura brillaban imbuidos por algún hechizo de cacería aelf y, como era usual, las armas de Cyan comenzaron a vibrar en presencia de la magia, creando una extraña melodía que, generalmente, sólo ella podía escuchar y que variaba en sintonía con el tipo y el poder de la magia que las rodeaba, en este caso, un ritmo primitivo pero poderoso que agitó su corazón e hizo hervir su sangre.

Eran pocas las cosas que podían dañar a un gigante, pero la transparente hoja de coral-cuarzo de la ta an-biyá era lo bastante afilada como para hundirse con fuerza en la piel más delgada bajo la barbilla y al sentir el aguijonazo del cristal, la criatura lanzó un indefinible rugido que seguramente se escuchó hasta el corazón mismo de K'Rokett Feelt.

El suelo retumbó bajo las patas de la criatura, que comenzó a brincar y a dar coces en un desesperado intento de librarse del "insecto" que se había prendido de su espalda y aunque finalmente consiguió deshacerse de la chica, quien aterrizó maltrecha pero a salvo a un par de metros del gigante, el enorme bruto prefirió emprender la huida y buscar una presa menos difícil.

El ruidoso galope del monstruo se vio opacado por los salvajes gritos de alegría de los aelfs, que de inmediato se acercaron y alzaron en hombros a la rubia, quien alcanzó a ver, algunos pasos adelante, que el niño ya se encontraba a salvo en brazos de su madre.


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