Juegos de niños. Parte II
Poco a poco, una irregular luz se fue filtrando a través de sus párpados, los cuales luchaban por abrirse como si estuvieran lastrados por el peso de un par de dendeqis, mientras su cabeza palpitaba al salvaje ritmo del martillo de Thuner -el dios de la tormenta de los zndaorus- aporreando las nubes antes de una tempestad.
-¡'stá 'briendo los ojos! ¡La witxa'stá dispiertando!-
El agudo grito taladró los oídos de la chica, quien intentó llevarse las manos a su adolorida cabeza, sólo para descubrir que estaban firmemente atadas a un par de estacas clavadas en el suelo de lo que parecía ser una cueva poco profunda.
Los ecos del grito aún resonaban en su cabeza, cuando el ruido de un par de pequeños pies a toda carrera le avisó que su "cuidador" había salido de la cueva. En su ausencia, Cyan terminó de despertar y de inmediato trató de encontrar una forma de escapar, no obstante, sus captores habían hecho un excelente trabajo con los nudos y, a primera vista, no tenía forma de desatarse. Incluso la habían despojado de la ligera armadura de viaje que siempre usaba en el camino y, junto con ella, de casi todas sus armas.
-¡'sí q'al fin dispiertas, witxa!- el recién llegado hablaba en deutsger, sin embargo, el pesado y desconocido acento, aunado a la mezcla de palabras en saxlish y al palpitante dolor de cabeza que amenazaba con hacerla vomitar, hacían muy difícil que la joven pudiera entender a su interlocutor.
-No soy una "bruja"- su voz sonó tan ronca como después de una noche de juerga en las tabernas de Kre z'Eloijn -¿qué hicieron con él?-
-¿Dices d'esa 'specie d'ogro qu'embrujastes?- la feroz mirada que Cyan le dirigió no asustó para nada al jovenzuelo... -lo matamos-
Furiosa, la rubia intentó alcanzarlo sólo para ser violentamente detenida por las delgadas pero resistentes cuerdas que la anclaban al piso -¡si le hiciste daño...! ¡por Morrigan te juro que...!-
-No, to'vía no, pero vamos hacelo- respondió él con una torva mirada que lo único que logró fue exacerbar la ira de la rubia guerrera, quien, no obstante, no tuvo más remedio que tragarse la arrogancia del mozalbete dándose la vuelta y dirigiéndose al exterior de la cueva.
Un nuevo tirón de la chica, aún más fiero que el anterior, amenazó con derribar una de las velas que estaban pegadas, con su propia cera, en el tope de las estacas. Parecía obvio que no querían arriesgarse a perderla de vista ni siquiera por un segundo y, como para confirmarlo, no bien su carcelero hubo salido, un par de chicos entraron y tomaron posiciones de guardia a unos pasos de ella.
Ambos parecían ser más jóvenes que el que aparentaba ser el líder y aunque también lucían un poco más altos, no lo eran lo suficiente para compensar el desproporcionado tamaño de las oxidadas lanzas y los cuchillos que portaban en la cintura.
El punzante dolor de cabeza fue cediendo poco a poco, lo suficiente para que Cyan notara el temor que asomaba a los ojos de los dos jovencitos; los rumores de la "witxa" capturada habían corrido como la plaga a lo largo y ancho del campamento no bien los asustados niños habían visto a sus compañeros llegar con el "ogro" cautivo y la joven de dorada cabellera desmayada y transportada en un poste como un ciervo sacrificado.
No obstante, pese a las temerosas miradas de sus guardias, ninguno de los dos parecía dispuesto a desobedecer al jefe y, por el contrario, ambos permanecieron firmes a unos pasos de ella, atentos a cada uno de sus movimientos.
Con un suspiro de resignación, despegando la vista de ellos, Cyan se limitó a arrodillarse en posición de meditación, en un desesperado intento por contener la apremiante pero inútil urgencia de arrancar las estacas del suelo y saltarle al cuello al arrogante mocoso que dirigía a aquella banda de desarrapados pubertos.
Con los ojos cerrados, Cyan comenzó a controlar su respiración y, al mismo tiempo, a calmar el torrente de pensamientos que inundaba su cabeza. Le tomó un tiempo, sin embargo, por fin logró enfocar su mente en una sola tarea: idear un plan para escapar y liberar a Garagán.
La perene semioscuridad que reinaba en las profundidades de Dao sh'atei hacía muy difícil calcular el paso del tiempo, sin embargo, la rubia consideró que la noche acababa de caer: la luz de una gran hoguera comenzó a filtrarse por la entrada de la cueva y un constante barullo, mezcla de agudas voces y el entrechocar de utensilios de cocina, inundó el ambiente fuera de su "celda".
Ya con la cabeza fría, pero con el corazón caliente, la joven hizo un recuento de las herramientas con las que contaba. Sus captores le habían quitado casi toda la ropa, solo le habían dejado puesto el ligero pero resistente jubón de lana que usaba bajo la armadura y el atado de listones de algodón que hacía las veces de bragas.
Gracias a ello, según pudo sentir, no habían descubierto tres pequeñas navajas escondidas en distintas partes de su cuerpo para casos como aquél: una oculta por su cabello, atrás de la cabeza; una más en el nacimiento de la división entre sus nalgas y otra pegada con savia de árbol justo en el canal entre sus senos.
O tal vez sí las habían visto, pero una mezcla de inocencia, temor y pudor infantil les impidieron tomarlas, además, de nada le servían, pues si bien las cuerdas le daban cierta libertad para mover las manos, no era suficiente como para poder alcanzar cualquiera de aquellas cuchillas.
No obstante, una idea repentina asaltó su mente: no le habían quitado su principal herramienta, la más peligrosa de todas, sobre todo porque para usarla lo único que necesitaba eran una buena dosis de astucia y un poco de la fina malicia que había aprendido en sus años como "démita" bajo el yugo de La Madrastra, pero para hacerlo tendría que esperar.
Poco a poco, una pacífica serenidad tendió su manto sobre el campamento; la gritería y el barullo de unos momentos antes fue cediendo el paso a una profunda quietud, sólo quebrada por el susurro del viento en los árboles y el ocasional chirriar de los grillos, y mientras el silencio tomaba posesión de aquel minúsculo pedazo de tierra, uno de los dos guardias comenzó a cabecear, hasta quedarse profundamente dormido.
-¡Hey! Oye, jaums'n, hola, ¿podrías darme un poco de agua... por favor?- el sugerente tono que Cyan usó para enfatizar la palabra en saxlish con que las jóvenes älv nombraban a alguien que les parecía lo bastante atractivo como para ser su novio desconcertó por completo a su muy joven vigilante, quien, sin embargo, no dejó de apuntarle con su mellada lanza, al tiempo que se volvía a verla.
Sin arredrarse, Cyan continuó:
-Vamos, por favor, sólo un poco de agua- dijo la rubia mientras señalaba el cubo de madera del que los dos jóvenes "centinelas" habían estado bebiendo -me estoy muriendo de sed... y no creo que un joven alto y fuerte como tú pueda estar asustado de una simple mujer ¿verdad?- y en esta ocasión, la astuta guerrera dejó que cierto tono de desprecio impregnara la palabra "mujer".
-Por favor, te prometo que voy a estar muy quietecita... viéndote- un tono más "sugerente" acompañó esta última palabra -además, estoy bien atada ¿lo ves?- un par de recios jalones a las bien ajustadas cuerdas y el chico mordió el anzuelo.
Aún con cierta desconfianza trasluciendo en su mirada, el jovencito dejó a un lado la lanza, se ajustó el cinturón con la daga, se acercó al cubo de agua y llenó el cucharón que él y su compañero habían estado usando.
-¿Y cómo te llamas, jaums'n?- preguntó la rubia, mientras el chico se acercaba.
-Mai-ka, mi dama- dijo él tragando saliva con dificultad ante la penetrante mirada de la hermosa joven.
-¡"Mi dama"! ¡Qué lindo, Mai-ka!- dijo Cyan genuinamente divertida -y qué lindo nombre, también-
Uno de los tantos "talentos" de una démita era precisamente ése: ajustar su tono de voz para causar un mayor impacto en el cliente, en este caso un tono un poco más grave y profundo, el tipo de voz de una mujer mayor, con experiencia y dispuesta a tomarse su tiempo para "educar" a un joven atractivo y bien dispuesto.
Con mano temblorosa, Mai-ka acercó el cucharón de madera a la boca de la chica, quien bebió con avidez pero con delicadeza, sin despegar sus azules ojos de los cafés del nervioso chico, quien, a pesar de su juventud, a todas luces ya había alcanzado esa edad.
La inestable mano del jovencito derramó un poco del líquido mientras retiraba la cuchara e incluso eso aprovechó Cyan para lograr su objetivo: con suaves y casi imperceptibles movimientos, la rubia guió un delgado hilillo a través de la delicada línea de su cuello, llevándolo hasta su pecho, donde la indecente gota se abrió paso a través del canal entre sus senos, para luego perderse en las "insondables" profundidades de su escote.
Mientras tanto, un fascinado Mai-ka no podía despegar su vista del espectáculo que era su prisionera (aunque para ese momento ya era difícil decir quién era prisionero de quién), cuyo holgado jubón de lana, cuando ella se agachaba, revelaba una generosa porción de la tersa piel de sus senos, pero sin descubrir, todavía, su último secreto ante la ansiosa mirada del chico.
-¡Mmmhhhh! Deliciosa y refrescante- dijo Cyan en un susurro -podrías darme más-
Justo antes de que el chico se volviera, con bastante torpeza, a buscar la cubeta, la joven pateó el recipiente, el cual volcó su contenido en el arenoso suelo de la cueva.
-Lo siento, que torpe he sido, lo siento Mai-ka- se apresuró a decir Cyan -pero, podrías darme más, por favor, no había bebido nada en todo el día y estoy sedienta- una de sus largas, bien torneadas y desnudas piernas se alargó para, con gran habilidad, levantar el cubo con un sólo movimiento, ante la extasiada mirada del chico, quien de inmediato tomó el recipiente y se apresuró a salir de la cueva, sin darse cuenta de que algo le faltaba.
El aire de la fría noche en Dao sh'atei despejó la mente de Mai-ka, apenas lo suficiente como para no temblar como un cervatillo asustado cuando volvió a entrar, sólo para toparse de frente con la angelical visión de la hermosa Cyan luciendo sus blancas piernas en toda su escultural longitud.
-Hola, te extrañé, jaums'n- dijo mientras tomaba apenas un sorbo de agua y se movía a todas luces incómoda tras horas de estar amarrada en aquella posición -¡ouch! estás cuerdas me están matando, podrías aflojarlas, solo un poco... por favor-
Justo en ese momento, algo en el cerebro del chico terminó de despertar y con aquella graciosa voz quebrada que se les escapa a los adolescentes cuando tratan de adoptar un tono más serio sólo acertó a decir -¡NO!-
-Bueno... no importa... ¡yo ya lo hice!-
El jovenzuelo intentó retroceder al tiempo que buscaba su daga, sin embargo, nunca la encontró y, aunque lo hubiera hecho, no habría tenido oportunidad (nunca la tuvo). Rápida como una serpiente, Cyan estiró sus recién liberadas manos y con una jaló al chico por el cabello para hacerlo descubrir su garganta, al tiempo que con la otra le asestaba un relampaguente golpe en un muy preciso punto entre el cuello y la mandíbula, que lo fulminó sobre el piso de la cueva.
El otro guardia tuvo mucha menos suerte que su compañero, con una velocidad que un chita lanudo habría envidiado, Cyan cubrió la escasa distancia que los separaba y antes de que terminara de despertar le asestó una poderosa patada en la cabeza, que lo dejó fuera de combate el tiempo suficiente para ser amordazado y maniatado.
La cuerda no alcanzaría para amarrarlos a los dos, sin embargo, el inocente Mai-ka todavía pasaría desmayado unos 20 o 25 minutos; el veloz golpe de Cyan había impactado uno de los llamados "puntos de presión", pequeños "nudos" de nervios que pueden paralizar un miembro, dejar inconsciente o incluso matar a una persona, si se golpea en el lugar indicado y con la fuerza precisa.
Sin olvidar la daga que había birlado a su inocente centinela, Cyan se abrió paso hacia la salida, ayudada por el tenue brillo de las velas.
En su camino, la hermosa rubia no pudo dejar de echar una ojeada al inconsciente Mai-ka y no pudo reprimir una punzada de culpa por la artera forma en que lo había manipulado, y aunque sabía que no era el momento para arrepentimientos ni para autorreproches, no pudo evitar sentir que, después de todo, quizá sí era una "witxa".
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