El último reino. Parte IV
Nunca había necesitado mucho tiempo para hacer su equipaje, su vida errante y algunos sustos mortales que había sufrido a lo largo de ella le habían enseñado a cargar con lo absolutamente indispensable, de modo que apenas unos minutos después del amanecer ya se encontraba lista para volver a pisar el camino.
No obstante, tampoco tenía prisa, la perspectiva de regresar a las incomodidades de su existencia nómada era precisamente lo que la había hecho retrasar el viaje e incluso ahora que ya estaba más que lista, decidió tomarse unos minutos más para despedirse de sus anfitriones, no tanto porque le preocuparan aquellas formalidades, sino porque estaba consciente de la conveniencia de guardar cierta etiqueta, con el fin de ser bien recibida la próxima vez.
La tarea, sin embargo, le tomó algún tiempo, la joven estaba acostumbrada a vagar a campo abierto por sinuosos caminos y, por ello, recorrer los interminables pasillos cerrados de Fäntsyschloz siempre le había producido dolor de cabeza; para colmo, al llegar al salón del trono un ujier le informó que el rey se encontraba en la sala de consejo, en el piso superior, en una junta con sus principales ministros.
Para su fortuna, cuando por fin consiguió llegar a la dichosa sala, la junta casi había terminado, de modo que no tuvo que esperar gran cosa para ser recibida por el rey, quien despedía a los últimos funcionarios, hasta que finalmente quedaban sólo él y su primer ministro, Beeqrthamasz.
-¿Majestad?-
-¡Cyan! Pasa muchacha, dime ¿ocurre algo?-
-Nada, mi señor, es sólo que ha llegado el momento de marcharme y no quería hacerlo sin antes despedirme de usted y agradecerle su hospitalidad-
-No hay nada que agradecer, al contrario, somos nosotros quienes estamos en deuda contigo, esa información tuya nos llegó muy a tiempo-
-¿Pudieron reforzar sus fronteras?-
-De hecho, no fue necesario- el primer ministro interrumpió la plática -el asunto entero provocó una crisis diplomática entre HOuçç y Fälant mucho antes de que tuviéramos siquiera que acuartelar a las tropas-
-¿Pero... cómo?- Cyan alternaba su incrédula mirada entre el rey y el funcionario.
-De alguna manera, los espías de Fälant lograron enterarse de la venta de las armas e incluso corren rumores de que el propio Archihechicero del MHagg fue el que organizó el robo-
-¿De alguna manera?- a la joven le resultaba increíble que, con todos los trabajos que ella había pasado para colarse en MHagg PAlaç y con todo lo que tuvo que arriesgar para salir con vida y en posesión de aquel secreto, el MHagg hubiera permitido una segunda fuga de información.
-Así es y gracias a ello, ahora el MHagg, su Archihechicero y la Suprema Sacerdotiza tienen cosas más importantes de qué ocuparse antes de siquiera pensar en pisar nuestras fronteras-
-Bien, me alegra haber sido de ayuda- la joven, desde luego, comprendía que de la misma forma en que ella guardaba sus secretos, Guudercoenyg nunca admitiría que fueron sus propios espías los que propagaron aquellos rumores, aprovechando la bien conocida animosidad existente entre las distintas naciones Elvians.
-Pero no creas que he olvidado tu recompensa, antes de irte, pasa por la armería y elige cualquier cosa que sea de tu agrado-
-Gracias, majestad, pero antes me gustaría despedirme de mi señora Muuderkns. Si alguien pudiera indicarme dónde se encuentra...-
Antes de volver a sumergirse en sus asuntos, el rey hizo una seña con la cabeza a un ujier para que acompañara a Cyan al jardín Este, donde la reina solía pasear cuando su marido atendía aquellas tediosas juntas.
Tan vastas eran las distancias que había que recorrer para llegar de un lado a otro de Fäntsyschloz que cuando por fin pudo llegar al jardín, el pálido y frío resplandor del amanecer ya había dado paso a la diáfana luz de una soleada mañana en "El Ultimo Reino".
-Mi señora, buenos días-
Cuando llegó, la rubia encontró a la reina contemplando lánguidamente las diminutas flores de un duraznero, alrededor del cual revoloteaba una pequeña nube de fatas.
-¡Cyan, mi niña! ¡Qué gusto de verte! ¿Qué te trae por aquí?-
-Vine a despedirme y a agradecerle todas las atenciones que ha tenido conmigo-
Aunque no la había vuelto a ver desde su llegada, la reina siempre había estado al pendiente de que su invitada estuviera lo más cómoda posible.
-Es una lástima que tengas que irte, pero antes acompáñame, quiero que conozcas a alguien-
En aquellas dos simples visitas, la joven guerrera ya había perdido una buena parte de la mañana, sin embargo, no podía negarse a una petición de Muuderkns, no sólo por todo lo que le debía, sino por el inexplicable lazo de amistad que la unía con aquella mujer.
En silencio recorrieron el bello jardín, adornado ahora por las flores de la primavera e iluminado por un brillante sol que apenas iniciaba su recorrido; los únicos sonidos perceptibles a esa hora de la mañana eran las tintineantes voces de las fatas, que encontraban aquel jardín especialmente hermoso, y los pasos de ambas mujeres: el firme y rítmico golpeteo de las botas de viaje de Cyan y el suave roce de los descalzos pies de Muuderkns.
Nadie hablaba abiertamente de ello, pero se decía que la inveterada costumbre de la monarca de andar con los pies desnudos se debía a que sus poderes provenían de la propia tierra de Thrauumlänt; aunque también había quien decía que era exactamente al contrario, que la única razón por la que este pequeño pedazo de tierra había resistido al embrujo que convirtió al resto de Phantasya en una amarga y eterna pesadilla, había sido el poder que Muuderkns le transmitía a través de su contacto constante y directo, aunque, en lo particular, Cyan creía que era parte de algún tipo de simbiosis mística, en la que ambas se retroalimentaban y se hacían crecer mutuamente.
-Ya llegamos-
Después de un largo trayecto, las dos mujeres llegaron a un extenso prado abierto hacia el este, donde un joven se encontraba sentado en posición de meditación de cara al sol ascendente.
-Madre, buenos días-
No fue necesario hablarle, en cuanto se detuvieron, a unos cinco metros de donde él se encontraba, el espigado joven dejó lo que estaba haciendo y se volvió a verlas, ante la atónita mirada de la rubia.
-Hijo mío, te presento a Cyan D'Rella, ha sido una invitada en nuestro hogar. Cyan, éste es mi hijo, PRinç XSarm-
Pero, en realidad, no era su hijo, Cyan conocía bien la historia, de hecho, todos en las grandes cortes de Phantasya la conocían, pero la sorpresa le impidió siquiera recordar todo lo que había escuchado al respecto.
-Hola otra vez, debo decirte que te ves más bonita cuando no estás apuntándome con tu espada-
-¿Ustedes ya se conocían?- ahora fue el turno de la reina de sorprenderse.
-Todo fue un malentendido, su majestad- Cyan solía reponerse muy rápido de las sorpresas, virtud indispensable cuando se llevaba una vida como la suya.
Además, estaba diciendo la verdad, la primera vez que lo vio, la chica pensó que hablaba con alguno de los instructores de esgrima del ejército del rey o, quizá, con alguno de sus oficiales de alto rango, de haber sabido que se enfrentaba nada menos que al hijo adoptivo de la pareja real... no, eso no habría cambiado nada.
-Así es- aseguró el príncipe -y ahora que hemos sido presentados formalmente, puedo decir que es un verdadero placer conocerte-
El joven estiró la mano derecha para tomar la de Cyan y llevársela a los labios, con lo cual logró que, quizá por primera vez en su vida, la chica se sonrojara.
-L-lo... lo siento... ya tengo que irme-
Una muy turbada Cyan prácticamente arrancó su mano de la de PRinç, hizo una rápida reverencia a la reina y se marchó a toda velocidad hacia el patio de armas, donde, por orden del rey, ya la esperaban un nuevo caballo y una exquisita espada ancha, una de las mejores de la armería real (que pensaba vender por muy buen dinero en Coeur Rouge).
Minutos más tarde, cuando la joven ya había cruzado el puente levadizo y daba la espalda a la capital del Último Reino, escuchó el rápido galope de un caballo.
-¡CYAAAN! ¡Cyan, aguarda!-
La joven guerrera detuvo su montura y volteó para ver un jinete acercarse a ella a toda velocidad y, por la fuerza de la costumbre, llevó la mano a la empuñadura de su espada.
-¡Por el amor de Dios, mujer! ¡Qué no puedes verme sin querer matarme!-
Llena de sentimientos encontrados, la chica estaba a punto de dar media vuelta y seguir su camino cuando vio que el príncipe, quien se acababa de detener a su lado, le extendía algo.
-Creo que esto es tuyo-
Ya eran demasiadas sorpresas para una mañana, con la boca abierta, Cyan apenas podía hablar.
-Mi... mi daga... pero ¿cómo...?-
-La encontré tirada hace un mes en la escalinata de Mhagg Palaç, los guardias dicen que tal vez pertenecía a un misterioso intruso que logró evadirlos la noche del baile de la sobrina del MHagg-
-¿Pero cómo supiste...?-
-Porque no todos los días se ven dagas, o espadas, oruku hechas de coral-cuarzo-
-Bueno... gracias, supongo-
El joven medio-elfo ya no respondió, simplemente le hizo una galante reverencia, dio media vuelta y avanzó a todo galope hacia Fäntsyschloz, mientras Cyan reemprendía su camino hacia la frontera y se sorprendía a sí misma en medio de un profundo suspiro.
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