El último reino. Parte II

Por fin, después de casi dos semanas de viaje y de por poco ahogarse en un río crecido, Cyan tenía ya a la vista las torres del castillo del reino de Thrauumlänt o, como algunos lo habían llamado, "El último reino", debido a que era el último trozo de la verdadera Phantasya, la que existía antes del "Gran Hechizo".

No obstante, por alguna razón, el viaje le había parecido más largo de lo normal; quizá fue porque, por primera vez en mucho tiempo, no tuvo que hacer el recorrido a toda velocidad perseguida por alguna banda de salteadores de caminos o de algún gigante hambriento o de guerreros orūk enfadados porque les robó un camello, sin embargo, y esta posibilidad le preocupaba realmente, también podía ser porque el reino se volvía cada vez más pequeño.

Quizá fuera su imaginación o tal vez (aunque hacía votos a Morrigan por que no fuera así) los poderes de Guudercoenyg y de Mudderkns estaban disminuyendo -después de todo era innegable que las torres de Fäntsyschloz, el hogar de la familia real, habían aparecido ante su vista apenas unas horas después de cruzar la frontera entre Thrauumlänt y las Planicies Interminables- y junto con ellos la esperanza de restaurar la verdadera Phantasya

El sol ya se ponía en el horizonte cuando por fin comenzó a cruzar las primeras calles de Fäntsythorph y más de una hora después finalmente alcanzó la puerta de Fäntsyschloz. Los cuernos de los guardias anunciaron la llegada de la viajera hasta el gran puente levadizo, aunque con seguridad los vigías la habían mantenido bajo observación prácticamente desde que cruzó la frontera.

Por ello, seguramente, fue que los guardias la dejaron pasar al instante, sin el extenso interrogatorio al que habrían sometido a cualquier desconocido que llegara hasta las puertas del castillo, de cualquier forma, la chica pudo notar el discreto movimiento de los agujeros de observación en la muralla -uno a cada lado de la puerta-, donde una fuerte guardia esperaba para rodearla ante cualquier señal de amenaza, así como el tenue movimiento de los soldados emboscados en los bosques a los lados del camino antes de entrar a la ciudad, que habrían cortado la llegada de cualquier tipo de refuerzos o la retirada de algún atacante derrotado.

Luego de atravesar el patio de armas, Cyan entró a los amplios y bien iluminados corredores de Fäntsyschloz; casi al instante, un joven heraldo apareció a su lado: "Lady D'Rella, sus majestades la esperan. Acompáñeme por favor". De no haber sido por la prisa que el emisario tenía, le habría dicho que el "lady" no aplicaba en su caso, no pertenecía a la casa real y carecía de cualquier tipo de título nobiliario, no obstante, el jovencito no le dio tiempo de nada y a paso veloz la llevó a través de los corredores hasta que se encontraron frente a la Puerta de Guudercayzr, la única entrada directa al salón del trono.

Aunque los guardias de inmediato les cerraron el paso, en cuanto el heraldo les dijo a quién escoltaba apartaron sus lanzas y abrieron la puerta a un enorme salón, al fondo del cual la gran silla dorada de Guuderfyerhr, asiento de las últimas 10 generaciones de reyes de Thrauumlant, resplandecía con intensidad bajo la difusa luz que entraba por los hermosos vitrales en las paredes laterales del recinto.

Nunca, en realidad, se había preocupado demasiado por su aspecto, sin embargo, en esta ocasión le habría gustado que le hubieran permitido, por lo menos, darse un baño antes de presentarse frente al rey y la reina. La ropa que había robado en la primera aldea que encontró tras dejar la cueva, aunque de mujer, era enorme y constantemente tenía que reajustarla para que no se le cayera, su rubio cabello estaba enmarañado por el agua y el polvo del camino y sus delicadas facciones apenas se notaban bajo una oscura capa de mugre.

Pese al desastre que en ese momento era su persona, el azul acerado de sus ojos no perdía ni un poco de su brillo, una "luminosidad" especial que ya comenzaba a volverse leyenda tanto entre los jóvenes de Thrauumlänt, como entre aquellos que, de cualquier forma, buscaban perjudicar a los débiles o inocentes que ahora abundaban en Phantasya.

-Cyan, Cyan D'Rella, bienvenida de vuelta a nuestro reino, ha pasado un largo tiempo desde tu última visita, dinos ¿qué te trae por aquí?- la expresión de Guudercoenyg era la de un bondadoso anciano que recibía a algún pariente lejano que no había visto en mucho tiempo, sin embargo, su voz firme y su mirada astuta revelaban, a un buen observador como Cyan, que el hombre era en realidad un guerrero templado por los años, a la vez que un verdadero conocedor de la naturaleza humana.

-Pero cariño ¿dónde están tus modales? Permite, por lo menos, que la niña se siente y que recupere el aliento antes de empezar a interrogarla- los bien adiestrados criados notaron una discreta señal de Muuderkns y al instante acercaron una silla baja, junto a la cual pusieron una mesita con una jarra de agua, de la cual le sirvieron un refrescante vaso que ella apuró de un solo trago.

-Pobre pequeña, parece que tuviste un viaje verdaderamente difícil- la aún hermosa y muy digna reina de Thrauumlänt podía parecer muy dócil, pero, como Cyan bien sabía, su suave exterior escondía un alma tan dura como el acero y una voluntad tan firme como los propios cimientos de Fäntsyschloz, de modo que ni siquiera se inmutó ante el gesto de impaciencia de su marido, quien ansiaba conocer las noticias que traía la chica.

-Un poco, majestad, pero el asunto que me trae ante ustedes no admitía demora alguna- Cyan apenas podía contener la risa cuando se oía a sí misma hablar así, sin embargo, con el tiempo había aprendido que para que su voz alcanzara los oídos correctos, tenía que emplear las palabras correctas.

Cada vez más impaciente, la voz de Guudercoenyg se alzó de tal modo que hizo respingar a los adormilados sirvientes -¡Basta con ustedes dos! ¡Cyan, habla de una buena vez!-

Sin amedrentarse, quizá incluso con un poco de desafío en su mirada, la joven respondió -Preferiría hablar con su majestad en privado-

Pese a que ya se encontraba al borde de la desesperación, el rey aguardó a que, tras una señal suya, todos, excepto la reina, hubieran salido del salón.

-¿Ahora sí puedes hablar?- su voz era toda calma, sin embargo, su mirada delataba su tempestad interior.

La joven por fin se sintió tranquila, sabía que no sólo era que hubieran vaciado la estancia de oídos indiscretos, sino que habrían colocado alguna especie de hechizo para evitar que cualquiera escuchara lo que estaba a punto de decir.

-Mi señor, mucho me temo que su reino está en peligro-

Aquello no era noticia, en la antigua Phantasya nadie se habría atrevido a retar a Thrauumlänt, ni por la fuerza de las armas ni por el poder de la magia, al menos no de frente, sin embargo, desde que aquella pesadilla comenzara, sus enemigos se habían fortalecido y multiplicado, mientras ellos apenas podían dominar el espacio dentro de sus fronteras.

Ante el silencio de los reyes, Cyan fue al grano -Hace un mes, todo un lote de armas de Fälant fue robado de un convoy que viajaba hacia la frontera oeste del reino y hace más de dos semanas me enteré de que dicho lote está siendo ofrecido al mejor postor-

Ahora sí, el rostro de Guudercoenyg reflejó alguna preocupación, tan estrictos eran los controles que los älvs imponían sobre sus armas que era casi imposible que alguien pudiera robar una y ni hablar de todo un lote, además dirigido a su frontera oeste, donde colindaba con el peligroso territorio de Dao sh'atei, la Cordillera de las Sombras.

-¿Qué más, muchacha? ¿Cómo sabes todo esto?-

-Lo de las armas me lo informaron mis contactos en Fälant y lo de las ofertas lo supe en una... visita al Principado de HOuçç-

-¿Qué tiene que ver HOuçç en todo esto?- por un segundo, los ojos del monarca dejaron escapar un relámpago de ira.

-Hace dos semanas, el Archiechicero KHredel y la Suprema Sacerdotiza HJanççiel recibieron la visita de un intermediario que les ofreció las armas-

El rey estuvo a punto de preguntarle cómo sabía aquello, sin embargo, sabía que la chica no le daría una respuesta directa, además, confiaba lo suficiente en ella como para ordenar su propia investigación y para redoblar la vigilancia en sus fronteras. Tan formidables eran aquellas armas que un sólo lote, compuesto de espadas, escudos y lanzas para armar una tropa de 20 soldados, sería más que suficiente para devastar cualquiera de las guarniciones apostadas en las fronteras de Thrauumlänt en un ataque sorpresa.

-Gracias Cyan D'Rella- tras un breve silencio, el rey volvió a centrar su atención en la joven -nos has traído valiosa información, como compensación puedes disfrutar de nuestra hospitalidad el tiempo que te plazca y, además, puedes elegir cualquier pieza que te guste de la armería real. Ahora, puedes retirarte-

A una señal del rey, un mozo recién entrado acompañó a la joven a sus habitaciones en el ala oeste del castillo, mientras a otro le daba instrucciones para llamar al Primer Ministro y a su consejo de guerra.


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