El camino rojo. Parte III

Una nueva mañana se alzó en el horizonte y los primeros rayos del alba sorprendieron a Cyan apagando los restos de la hoguera luego de haber desayunado, un trozo de queso y un buen pedazo de pan, con lo último del aguamiel de Gad.

La noche anterior, el sueño había vencido a la rubia a la mitad de sus recuerdos, sin embargo, ver al sol levantándose vigoroso por el oriente, le trajo a la memoria aquella mañana cuando vio por vez primera las rojas torres de K'Rokket Feelt.

Hasta ese momento, para su fortuna, Cyan había pasado casi desapercibida y las dos veces en que mayor riesgo había corrido, algo la había salvado.

Sin embargo, aquella misma noche, después de una larga jornada en la que apenas parecían haberse acercado a la colina, su suerte (o la piedad de Mehri) finalmente se había agotado. Esta vez no se presentó el providencial llanto de una niña a su lado, ni los capataces se distrajeron con la valentía de un joven intentando salvar a su hermana y que terminó siendo arrastrado él mismo.

Desde el momento en que se había abierto el cerco, el soldado puso sus ojos en la rubia cabellera. La piel azul del älv lo hacía casi invisible en la oscuridad del corral, sin embargo, la oscura y esbelta silueta, enfundada en un manto de tela parda-rojiza, se recortaba siniestra contra el cielo estrellado por encima de la cerca conforme se acercaba a ella sin titubear. Sin distracciones, sin desviarse a la izquierda o a la derecha, la plateada cabellera del elfo oscuro y el extraño resplandor de su fä finalmente llegaron junto a la joven Cyan.

Con brusquedad, el guardia abrió los grilletes de tobillos y muñecas, y sin miramientos se la echó sobre un hombro para sacarla del cerco, mientras, en otro lado del corral otros dos prisioneros eran arrancados violentamente de las cadenas y arrastrados hasta las ávidas manos de sus captores.

Hambrienta y demasiado cansada para luchar, la jovencita se dejó llevar como un fardo más; había escuchado las historias y conocía de antemano el destino que la aguardaba, pero lejos de resignarse a él, desesperada pedía a O'usires y Mehri que le concedieran la gracia de la muerte. Sin embargo, sus plegarias no fueron contestadas; ya fuera porque estaban demasiado lejos para oírla o porque su poder no llegaba hasta aquellas tierras, sus dioses no respondieron.

Aunque tal vez otros sí lo hayan hecho. El guardia no se detuvo en medio del nutrido grupo de soldados que aguardaban a las presas del día alrededor de la fogata; en unas cuantas zancadas, su "secuestrador" dejó atrás el círculo delimitado por la luz de la gran hoguera y se adentró en la extraña semioscuridad de una carpa colocada exactamente en el lado opuesto del campamento.

Sin ningún miramiento, el soldado arrojó a la chica sobre un montón de almohadas casi al centro de la tienda, dio media vuelta y salió sin mirar atrás.

Cyan tardó unos segundos en acostumbrarse a la escasa luz que un par de velas y una lámpara de aceite prestaban al amplio espacio rodeado y techado por una gruesa tela de lana, sostenida por varios postes de madera clara.

El interior de la tienda apenas tenía las comodidades que un recaudador de mediana jerarquía podía esperar: una alfombra mullida pero ya bastante gastada, cojines de medio uso, un diván cuyo tapiz comenzaba a estar raído, una mesita baja con frutas, queso y una jarra de cerámica llena de vino, y en un rincón una pipa hookah de delicada manufactura pero bastante pasada de moda; no obstante, el contraste entre aquella modesta tienda y todo lo que la rubia había conocido era tan grande como la diferencia entre Haedysion y Thrauumlänt.

Nunca supo muy bien cuánto tiempo pasó tendida en la penumbra, sin embargo, justo cuando reunió el valor para levantarse y echar una mirada a través del cortinaje que cubría la puerta, un leve movimiento delató una presencia oculta entre las sombras al otro extremo de la carpa.

El sujeto, uno de los taksmaen de Kwiin O'Jartz, se había levantado y Cyan pudo sentirlo acercarse, despacio, con movimientos lentos y deliberados que pretendían ser seductores, pero que más bien lo hacían parecer una serpiente acechando a su presa.

-En verdad que eres hermosa-

La voz tipluda y sibilante, la misma que había ordenado la ejecución de su padre y de Mastre Yazzef, se alzó por encima del alboroto de los guardias alrededor de la fogata y de los gritos de misericordia del chico y la chica que esa noche habían sufrido la maldición de caer en sus manos.

-No puedo creer que una belleza como tú se haya criado en aquel caserío miserable-

Ahora lo bastante cerca, el repugnante hombrecillo había susurrado estas últimas palabras en su oído, al tiempo que una de sus manos se posaba, cual ávida garra, en la estrecha cintura de la chica, cuya única respuesta fue tensar cada músculo de su cuerpo ante el repulsivo contacto.

De nueva cuenta como una serpiente, el vil sujeto rodeó con ambos brazos el talle de la joven, quien pudo sentir la urgencia del hombre apretándose contra su cuerpo, al tiempo que era arrastrada, con enorme torpeza, hacia el rincón donde se encontraba la pipa.

Ante la falta de respuesta de la chica, el hombrecillo abandonó cualquier pretensión de delicadeza y, por el contrario, la arrojó casi con violencia sobre otro montón de cojines de terciopelo, al tiempo que se dejaba caer sobre ella. Aprisionada bajo el peso del sujeto, Cyan pudo sentir una de aquellas manos huesudas recorriendo sus piernas y abriéndose paso por la fuerza hacia su intimidad.

Al mismo tiempo, la otra mano de aquel engendro alcanzó la manguerita de la hookah y bruscamente, con gran fuerza, logró meter la boquilla por entre los labios de la joven.

-¡Esto te ayudará a relajarte!-

De alguna forma, el taksmaen se las ingenió para, con una sola mano, mantener la boquilla del artefacto en su boca y apretar la nariz de la rubia, a quien no le quedó más remedio que aspirar una bocanada de un humo denso, picante y dulzón, que le recordó aquella vez que las manzanas acarameladas de Gad se habían quemado sobre la estufa.

El humo llenó sus pulmones y, tras algunos segundos, comenzó a sentirse embotada, su mente funcionaba a tal velocidad que sus pensamientos se atropellaban antes de siquiera formarse y las incesantes órdenes que transmitía a su cuerpo, para intentar rechazar el artero ataque, se quedaban atoradas en algún lugar entre su cabeza y sus músculos.

Su vista se distorsionó como si estuviera viendo a través de uno de los cristales de arcoíris de Mastre Yazzef y los ruidos a su alrededor llegaban a sus oídos como si estuvieran a kilómetros de distancia y a través de algún tubo o embudo que los hacía casi irreconocibles.

Mientras tanto, las lascivas manos del hombre habían conseguido abrirse paso a través del sencillo vestido de la joven y ahora frotaban, amasaban y pellizcaban indiscriminadamente sus piernas, sus pechos y nalgas, mientras sus labios y lengua trataban de forzar su entrada hacia su boca, libre por un segundo de la boquilla de la infernal pipa.

¡¡¡Sssssssnaap!!!

¡Un agudo silbido, seguido de un penetrante chasquido, perforó el ambiente a su alrededor y, como si hubiera sido alcanzado por un relámpago, el hombrecillo se retorció de dolor!

Como impulsado por un resorte y con una ciega furia distorsionándole el rostro, el recaudador se levantó de encima de la joven.

-¡POR LOS HUEVOS DE GRYMM! ¡Quién se atreve...!-

Otro agudo silbido y, ahora, un objeto largo y flexible, como la lengua de un camaleón, se enredó alrededor del cuello del canalla, cuyo rostro pasó del rojo encendido de la ira a la mortal palidez del terror y, de ahí, al azul casi morado de alguien que con desesperación necesita una bocanada de aire.

-¡Cuida tu lengua taksmaen!-

Mientras luchaba por incorporarse, batallando con los efectos del loto rojo que se quemaba en la hookah, Cyan consiguió enfocar su vista en una voluptuosa figura vestida a la usanza färyn (a pesar de ser humana), envuelta en largas piezas de tela carmesí decoradas con flores doradas y sostenidas por discretos alfileres de oro, que la hacían destacar, poderosa, en medio de la penumbra.

-...a menos que quieras que te la arranquen-

La rubia nunca supo si fue el efecto de la pipa o si realmente una segunda figura había aparecido, como creada por las propias sombras, a un lado del ahora patético hombrecillo, cuyos ojos veían aterrados la afilada daga que había abierto una roja herida en una de sus mejillas.

-L-l-lo siento mi señora, n-no sabía que...-

-¡Silencio, ridículo renacuajo!- la joven, quizá unos tres años mayor que Cyan, aflojó la presión del látigo y comenzó a recogerlo con sumo cuidado, casi con reverencia -¡Zcila!-

La segunda joven soltó al hombrecillo y fue a pararse junto a su "hermana"; su cabellera castaña y su exageradamente delgada figura, cubierta por ropa sumamente ceñida, decorada con rombos dorados, ofrecía un fuerte contraste con la pelinegra, pero lo verdaderamente perturbador era la extraña máscara que cubría su rostro.

Totalmente blanco y tan liso como la porcelana, el accesorio carecía de boca y de cualquier otro rasgo distintivo, sólo el espacio de los ojos estaba abierto para revelar una aterradora mirada, torcida por el brillo de la demencia.

-¡Perdón, perdón Lady Tazhia! ¡Le juro que no sabía!-

-¡Cómo te atreves a ponerle tus sucias manos encima, animal! Ella... y todo este lote- dijo acercándose y levantando el rostro de Cyan con el mango del látigo -son ahora propiedad de La Madrastra-

Justo antes de regresar de las intrincadasveredas de su pasado, la hermosa guerrera recordó que Zcila y Tazhia, en aquelmomento favoritas de la cruel arpía dueña de la tercera parte de Coeur Rouge,se alzaron ante sus ojos como ángeles salvadores, sin embargo, con el tiempo, tantoella como todos aquellos jóvenes aprenderían que sus así llamadas"hermanastras" eran los más demoniacos carceleros que jamás llegarían aconocer.

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