El camino rojo. Parte I

Las casas se veían cada vez más lejos a la mortecina luz del atardecer.

Ninguna de las dos había dicho gran cosa, se habían despedido como si la chica fuera a hacer algún mandado y tuviera pensado regresar en sólo unas horas. No obstante, en sus corazones, Gad y Mauz sabían que quizá nunca volverían a ver la dorada cabellera, ahora oculta bajo la capucha de la gruesa capa de lana que Cyan usaba para cubrirse del helado viento que, inevitablemente, acompañaba a la noche en aquellas áridas extensiones.

La rubia, en cambio, partía con la esperanza de encontrar la pieza que le faltaba al rompecabezas de su vida y, aunque no lo habría dicho de esa manera, tenía fe en que la piedad de Badb le permitiría reunir a su familia, aunque fuera sólo una vez más.

Aunque estaba consciente de que viajar de noche en Phantasya era casi un suicidio, quería evitar las curiosas miradas de los vecinos, además, no tenía pensado avanzar mucho, lo único que quería era perder de vista la aldea y encontrar un lugar a buen resguardo para instalar un campamento.

Un último vistazo al ahora distante caserío le mostró el espectáculo del sol poniente hundiéndose lentamente detrás del que alguna vez fuera su hogar.

El rojizo resplandor del astro despertó en su memoria el recuerdo de otra noche, la noche hacía 12 años, maldita por Morrigan, en que las Rhedd Krds aparecieron por el Camino del Oeste, en su ruta semestral para recaudar impuestos.

El invierno había sido inclemente con la diminuta aldea y una oleada de calor en la primavera había matado los retoños de las cosechas, de modo que no tenían siquiera para comer, mucho menos para pagar las cada vez más elevadas exigencias de Coeur Rouge.

Sin embargo, poco importaban a los endurecidos mercenarios las súplicas de las mujeres o el llanto de los niños, de hecho, la única respuesta que la mayoría de aquellos sollozos encontraban era el violento golpe de un puño o el indiscriminado empujón de algún escudo y si alguno de los hombres reunía el coraje suficiente para defender a su familia, su valor era recompensado con el helado filo de una espada o la punta de una lanza atravesando sus entrañas.

Hacia el atardecer, cuando el recaudador había saqueado lo poco de valor que quedaba dentro de las casas, hizo que los soldados reunieran a todo el pueblo. Su hosco semblante y su mirada encendida no presagiaban nada bueno.

-Apenas a un día de marcha al noroeste de aquí- dijo el siniestro hombrecillo -se encuentra la frontera con Fälant, donde habitan los elfos oscuros, cazadores de esclavos. Apenas un poco más lejos al sur, a unos dos días, empieza Kalasa har-Agob, con sus bandas de salvajes orūk merodeando en busca de presas fáciles. Sólo el poder de Kwiin O'Jartz se interpone entre ustedes y los horrores fuera de Wünderlant, sólo la fuerza de las Rhedd Krds puede protegerlos de enemigos que podrían exterminarlos en minutos ¡y es así como les pagan!- dijo señalando un montoncillo de objetos en el suelo -¡¿con migajas, con baratijas?!-

-El invierno fue duro, mi señor-

La mirada del recaudador se posó en el ajado rostro del hombre.

-¿Y tú quién eres y por qué te atreves a replicarme?-

-Mi... mi nombre es Yazzef, mi señor-

Aquel anciano era lo más parecido que la aldea tenía a una autoridad, antes del "Gran Hechizo" había sido maestro en Coeur Rouge, sin embargo, después de que Kwiin O'Jartz tomara el poder en Wünderlant, la educación fue declarada innecesaria o, más bien, ilegal; las escuelas se cerraron y la mayoría de los maestros habían sido apresados mientras algunos, como Yazzef Yahjansn, se habían escondido en los más recónditos rincones de aquellas sabanas.

-Bien Yazzef, dime, ¿cómo piensa pagar tu gente los impuestos? ¿Con sangre o con carne?-

Los ojos de todos se abrieron en un mudo gesto de terror, cuando vieron a los soldados empuñar sus armas.

-Por favor, mi señor, tenga piedad-

-¿Piedad? ¡Pídele piedad al próximo gigante que se aparezca en busca de víctimas, cuando las Rhedd Krds no estén aquí para defenderlos!-

Mastre Yazzef, como lo llamaban los niños, trató de arrojarse a los pies del recaudador en busca de clemencia, sin embargo, los mercenarios malinterpretaron ese gesto y, sin asomo de piedad, una gruesa maza lo interceptó en su camino, arrojándolo a un lado como un trapo viejo. El violento golpe rompió algo dentro del cansado cuerpo y el pobre hombre comenzó a toser sangre.

-¡Por el Sacrificio de O'usires, es sólo un anciano!-

El doctor D'Rella, padre de Cyan y algo así como el vicealcalde, corrió para revisar al anciano.

-¿Y tú quién eres?-

Con un gesto divertido, el siniestro taksmaen se le acercó mientras estaba arrodillado junto al herido y lo obligó a levantar la cara con el fuete con el que había estado jugueteando.

-Raffert-

-¿Raffert qué?-

-Sólo Raffert-

-Bien, "sólo Raffert", tu sangre se unirá a la de éste- dijo señalando a Mastre Yazzef -en pago por los impuestos no colectados. Mátenlos-

Un grupillo de soldados se adelantó y bruscamente sujetó a ambos hombres.

-¡NOOOOO, papitooo!-

Escondida hasta ese momento entre la pequeña multitud y oculta por una gruesa túnica, la joven Cyan se liberó de los brazos de Gad y se abalanzó sobre su padre, en un gesto protector.

-Vaya, vaya, qué tenemos aquí-

Con una señal, un espigado eelph, cuyo rostro estaba surcado por una enorme cicatriz azulada, aferró a la joven por un brazo y la obligó a levantarse y al hacerlo, la gruesa capa que la ocultaba de miradas indiscretas terminó de resbalar hasta el suelo, revelando la esbelta y aún incipiente figura de la jovencita.

-¡Bien, bien!- la lasciva mirada del recaudador era todo lo que se necesitaba para saber lo que iba a ocurrir a continuación -parece que esta miserable aldea sí tiene "carne", después de todo-

La escuálida mano del recaudador recorrió el terso rostro y bajó impúdica a través del cuello, hasta aferrar uno de los pechos en ciernes de la chica, quien apartó el rostro con un gesto de asco ante el frío contacto del sujeto.

-¡Llévensela!-

-¡NOOOOO!-

El grito desesperado de su padre cubrió la aldea entera, opacando incluso el salvaje rugido de Mauz, quien se abalanzó sobre el soldado que se llevaba a su niña, derribándolo por la espalda y desgarrándole la nuca con sus poderosas mandíbulas.

Sin temor y sin mayores miramientos, un oruk tomó un tablón abandonado en el piso y con un inmisericorde golpe en la cabeza apartó al can, el cual rodó por el piso con el rostro bañado en sangre, mientras el doctor D'Rella era arrojado al piso y golpeado salvajemente por varios soldados, quienes sólo se retiraron cuando la caravana del recaudador ya comenzaba a alejarse por el Camino del Oeste.

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