Ecos de mundos lejanos. Parte II
-Debes tener hambre, llevas horas ahí-
El extraño tenía razón, la diáfana luz de inicios de la tarde había cedido su lugar a la dorada luz del atardecer y las titánicas paredes, en lugar de los luminosos reflejos que arrojaran horas antes, ahora proyectaban las alargadas sombras características de cualquier atardecer en los lindes de Dao Sh'atei.
-No te preocupes, no quiero hacerte daño-
Quizá. Sin embargo, hacía mucho tiempo que Cyan había aprendido a no confiar en cualquier extraño, mucho menos en uno cuyo rostro aún se ocultaba bajo la capucha de su pesado manto de viaje y menos aún si era, aparentemente, apenas un poco más "pequeño" que cualquiera de los ogros que infestaban aquellas colinas.
-Tengo que ir a sacar los hongos del fuego, si se sobrecuecen pueden ser venenosos. Cuando estés lista, sólo sigue tu nariz-
Aún sin mostrar el rostro, la enorme criatura se levantó y abandonó el recinto dejando sola a Cyan, quien, pese a las tranquilizadoras palabras del extraño, había alcanzado la orilla en un par de enérgicas y silenciosas brazadas; sin embargo, no se hacía ilusiones, era obvio que el gigantesco desconocido llevaba un buen rato ahí de modo que, de realmente haberlo querido, podría haberla arponeado como a un pez en un barril.
Una vez habiéndose vestido y tras pasar a las caballerizas a revisar a sus monturas, la chica hizo lo que aquél extraño le había dicho: siguió su nariz.
No le tomó mucho tiempo, el penetrante olor de hongos y cebollas cocinándose sobre las brasas la guió a través de la intrincada construcción como el mejor de los faros y tras algunas vueltas y revueltas, por fin lo encontró.
Ahora que podía verlo de cerca, el extraño personaje le pareció a Cyan aún más imponente, sin embargo, había algo más en él, algo imperceptible y aun así muy poderoso, una cierta aura de... bondad podría llamársele, que lograba tranquilizar incluso el ambiente a su alrededor.
-Pasa, siéntate- dijo al tiempo que señalaba un pequeño banco de piedra cerca de él y de frente al hogar, donde algunas cuantas brillantes brasas terminaban de cocinar unos pequeños bultos oscuros que a la rubia le resultaron deliciosamente familiares.
Al tiempo que tomaba asiento, la joven le extendió al aún encapuchado desconocido una bolsa de tela que había sacado de sus alforjas, era costumbre entre los viajeros en Phantasya compartir y dividir equitativamente los alimentos cuando se topaban con desconocidos, no sólo era señal de buena educación, sino de confianza y de camaradería entre compañeros viajeros, una costumbre que, lamentablemente, era cada vez menos común en los peligrosos caminos de la nueva Phantasya.
-Mmmm, pan de ajo y romero, veo que vienes de Droqua Mi-nusqa, es el único lugar que conozco donde aún lo preparan con la receta original, quedará delicioso con los hongos. Gracias-
Luego de echar un vistazo más a la bolsa, el extraño extrajo la gran hogaza de pan y devolvió el envoltorio a la rubia con el resto de su contenido intacto.
-No acostumbro compartir el pan y la sal con alguien cuyo rostro desconozco- lanzó Cyan mientras tomaba la brocheta de hongos que el extraño le ofrecía, aún humeante y escurriendo algún tipo de grasa con que el improvisado cocinero los había cubierto y que los hacía oler realmente deliciosos.
-Tienes, razón, disculpa mis modales- dijo al tiempo que bajaba la capucha para revelar uno de los rostros más extraños que la hermosa guerrera había visto jamás -mi nombre es Garagán Tu-Han, pero puedes llamarme Garagán-
La redonda y calva cabeza arrojaba tenues brillos bajo la luz de una cercana antorcha y las puntiagudas orejas eran el mejor marco para el afable rostro de facciones regulares, cuyo único y cristalino ojo lo identificaba como uno de los gigantes de las leyendas que Meshtre Yazzef solía contarles en sus lecturas matutinas en Viform I'tnaijt, pero, aunque estaba realmente sorprendida, Cyan era lo bastante educada como para no mirarlo con demasiada insistencia.
-Cyan, Cyan D'Rella- dijo la chica con una leve inclinación de cabeza a modo de saludo.
En realidad, no se había dado cuenta de lo hambrienta que estaba, sin embargo, no bien dio un par de mordidas a sus hongos, la chica fue incapaz de detenerse sino hasta que el palito en que su anfitrión los había clavado era lo único que quedaba de la sabrosa comida, eso y unas cuantas migajas
-Espero que aún tengas hambre, las cebollas están listas y parece que quedaron justo en su punto-
Mientras Garagán retiraba del fuego los pequeños bultos oscuros que habían estado cocinándose, la rubia comenzó a pasear la mirada a su alrededor, donde pudo notar, fascinada, cómo incluso el tenue resplandor de las brasas, combinado con el irregular brillo de una antorcha clavada en el piso, hacía que los relieves tallados en paredes y columnas formaran insospechadas escenas o bellos paisajes que lograban robar el aliento a quien quiera que los contemplara.
-Es un hermoso lugar ¿tú vives aquí?- preguntó la joven al tiempo que tomaba el plato que su anfitrión le ofrecía.
-¿Vivir aquí? No, ésta no es una casa, es un observatorio- dijo él mientras comenzaba a retirar la dura cubierta que recubría la cebolla -espero que te gusten, no saben igual que las originales, pero eso es porque prefiero sustituir la sangre por jugo de moras- concluyó tras un ligero mohín de disgusto ante la mera mención de la sangre.
Garagán se refería a la ahora dura cubierta de la cebolla, una espesa mezcla de cenizas, especias y, normalmente, sangre de dundun que protegía el suave interior del vegetal, pero que dejaba pasar a la perfección el calor de las brasas y, al mismo tiempo, le daba un exquisito sabor incluso a las capas más profundas, receta que, seguramente, el gigante había aprendido de la gente de las Tierras Ásperas.
-¿Observatorio?- preguntó Cyan mientras, a su vez, retiraba la capa más exterior de su cebolla, aún embarrada con parte de la cubierta, y la dejaba a un lado en el plato.
-Sí, un lugar a resguardo de todo mal, donde sabios y maestros se reunían para adentrarse en los misterios del Universo, donde el movimiento del Sol, la Luna y las Estrellas era seguido y registrado con detenimiento, y donde Pasado y Futuro confluían con el Presente, revelando los misterios del Tiempo-
Sin despegar los ojos del gran syclopoon (como los llamaba Meshtre Yazzef), la hermosa guerrera hizo un leve gesto de asentimiento, mientras su mirada se perdía por un instante en la nada y a su mente volvían las maravillosas imágenes que el Espejo de Sabiduría le había revelado.
-Tú lo viste ¿no es cierto? El "Imperio de las Máquinas"-
-¿Pero... cómo sabes...?- preguntó Cyan con gesto mitad asombrado y mitad suspicaz.
-¡Ahhh! Mi joven e inocente amiga- suspiró el cíclope -lo sé porque, en algún momento, todos lo hemos visto: las enormes máquinas surcando el cielo a velocidades inimaginables, los extraños carruajes sin caballos saturando enormes caminos de una piedra más resistente que cualquier cosa que incluso nosotros conociéramos, las luces, los sonidos, las riquezas extraídas de lo más profundo de aquella tierra llena hasta el borde de pequeñas personas, humanos, según concluimos, y de las que creímos que vivían en absoluta dicha en medio de semejante abundancia-
-¿Y qué era, o es, aquel lugar? Es decir ¿es real? ¿Tan siquiera existe?- quiso saber la rubia, ahora tan maravillada como confundida ante la inesperada revelación de Garagán.
-Tan real como UHrb ZAmarggduç, tan real como Fäntsyschloz... tan real como las Tierras Ásperas o EttonyhTattze-rohp...-
-¿Pero qué es?- insistió una impaciente Cyan.
-La perdición de mi pueblo, la ruina de nuestra civilización- remató, con un hondo pesar, el bondadoso gigante.
El desaliento y la congoja en la voz del cíclope reverberaron a lo largo y ancho del gran recinto, ensombreciendo no sólo su rostro sino, incluso, opacando el brillo de las estrellas y aplastando el corazón de Cyan, quien no pudo dejar de preguntarse qué habría podido pasarle a aquel pueblo, de qué manera el Gran Hechizo había arruinado otra más de las maravillas de Phantasya.
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