Cruce de caminos. Parte I
Cyan reveló lentamente su último dado... un Rruah.
La pequeña multitud congregada alrededor de ambos jugadores estalló en exclamaciones de asombro; desde que estaba agitando el pequeño vaso que contenía los tres dados, la rubia había "cantado" que se "plantaba" en su primera tirada y había retado a su oponente a jugarse "todo o nada" y él había aceptado.
Al principio, el knomm del otro lado de la mesa se quedó pasmado, totalmente incrédulo ante lo que acababa de ocurrir, sin embargo, aquello sólo duró un segundo, al siguiente, el pequeño ente porcino (aunque en realidad era "enorme" para los estándares de su raza) montó en cólera; de un violento manotazo arrojó a un lado su vaso de la amarga cerveza de raíz que había estado bebiendo y en un sólo y veloz movimiento, sacó una daga de entre los pliegues de su ropa y la apuntó directamente hacia la garganta de la rubia.
-¡IMPOSIBLE! ¡Vaca humana! ¡Hiciste trampa! ¡No sé cómo, pero me trampeaste!-
Él tenía un cuatro, una espada y una Rreinn, una excelente jugada que había conseguido en sus tres tiros permitidos, sin embargo, contra todo pronóstico, la chica había obtenido, en un solo lanzamiento, un cinco, una daga y... un Rruah.
Rápida como una serpiente, Cyan tomó al knomm por la muñeca de su mano armada y con un poderoso movimiento le aplicó una violenta llave que lo arrojó sobre la mesa.
Con el atacante dolorosamente inmovilizado, la joven se acercó y le susurró al oído, de modo que nadie pudiera escucharla: -La única "trampa" que hice fue cambiar tu dado "cargado" por uno legal-.
Tan repentinamente como se había enfurecido, el pequeño cerdo se relajó y, aunque sus ojos todavía se clavaban furiosos en Cyan, dejó de retorcerse sobre la mesa.
La rubia lo soltó lentamente, se enderezó y dijo, de modo que ahora todos la oyeran -pero si quieres podemos arreglarlo con el capitán de la guardia- a la vez, que, discretamente, le mostraba a su oponente el dado ilegal.
Con un sonoro bufido de rabia, el knomm extrajo de entre sus ropas un saquito cargado con piezas de plata y lo arrojó sobre la mesa, antes de escurrirse, tan rápido como pudo, por entre la multitud que ya comenzaba a dispersarse, con excepción de una extraña figura en el fondo del salón, cubierta por un oscuro y gastado manto.
Aunque un poco intranquila, sin saber por qué, la rubia se dejó caer nuevamente sobre su silla, dio un largo trago a su bebida y recogió el costalito; faltaban un par de escudines; podría reportarlo con el capitán de la guardia, pero sabía que no lograría nada. "Entre knomms te veas", solía decir Gad.
De hecho, el enano no se había asustado de que Cyan lo acusara con los soldados, pues sabía que, si era encontrado culpable, simplemente le aplicarían una pequeña multa y lo dejarían ir; sin embargo, la voz se correría pronto y nadie querría jugar con él por tres o cuatro días, lo cual afectaría gravemente sus ganancias y su modo de vida.
El gran pecado para los knomms no era hacer trampa, sino ser atrapados haciendo trampa.
Cyan llevaba ya una semana en la posada fortificada, el resto de los sobrevivientes de su infortunada incursión a EttonyhTattze-rohp se habían ido despidiendo poco a poco.
Una vez que ErroTaih-jac había conseguido negociar su entrada a un precio "rebajado" a la mitad (y aun así, excesivo), él y OzzahRotecu-pac habían regresado al bosque, en parte para continuar su labor como "salvavidas" de los infortunados que, como ellos, quedaban atrapados entre los muchos peligros de aquel lugar y en parte para rastrear los movimientos de la manada "garra blanca", al menos mientras pudieran.
Ambos cazadores habían insinuado la posibilidad de que algunos de los prisioneros (al menos los que no hubieran servido ya como alimento de la manada) podrían ser recuperados mediante el pago de un rescate.
Con esa esperanza, los peregrinos, quienes no habían tenido ningún reparo para costear la entrada de Cyan, habían gastado el resto de su dinero en fletar una barcaza que los llevara a través del Ahnydr-ýo hasta D-ztopýa, un viaje dos veces más peligroso pero tres veces más rápido, y se habían puesto en camino apenas dos días después, acompañados por ARaman. "Es lo que Mentor PHeillyp habría hecho", dijo el joven eelph y se puso en camino con los peregrinos zndaorus.
Phàmke, la pequeña Wlrikka e incluso Guryl se habían mostrado preocupadas por tener que dejar a Cyan sola y sin un escudín en aquel sórdido lugar, sin embargo, no habían tenido opción.
A primera vista, la fortificación knomm era francamente decepcionante, de hecho, más que una "fortaleza", parecía ser apenas un grupo de casuchas desvencijadas, construidas sobre un grupo de elevados promontorios cubiertos de hierba y rodeados, eso sí, por una elevada y sólida cerca de madera, piedra y hierro.
Sin embargo, cuando, finalmente, Cyan y los peregrinos fueron admitidos, pudieron darse cuenta de que las "colinas" eran, en realidad, "la punta del iceberg" de una enorme fortaleza subterránea formada por docenas de habitaciones para huéspedes, bodegas, comedores y tiendas, además de armerías y cuartos repletos de guardias, todo al servicio de las caravanas comerciales que atravesaban Phantasya de este a oeste y de regreso. Una verdadera obra maestra de la ingeniería knomm.
Tampoco a Cyan le había gustado ver partir a los peregrinos, en especial a Wlrikka, y aunque Hwvart le había dado su palabra de que, en ausencia de sus padres, la joven zndaory sería bien atendida por la aldea entera, a la hermosa rubia no dejaba de preocuparle el futuro de la niña.
En aquella tierra cada vez más oscura que era Phantasya, los dioses y diosas de todos los credos parecían haber olvidado a sus fieles o, en el mejor de los casos, les tenían reservados inciertos destinos, en especial a los niños y adolescentes, de cualquier raza; sin embargo, para una huérfana joven y hermosa como la pequeña centáuride el futuro no tenía nada de incierto y, de hecho, podría ya estar escrito, con la misma letra y sangrienta tinta con las que se había plasmado el cruel hado de Cyan D'Rella.
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