🥀Capítulo 1

La fragancia del lugar era adictiva, pareciese que al ingresar por las fosas nasales, se inmiscuyera entre cada poro de su piel. Hojas de naranjo, tan particular de la galería; tenue, pero embriagante.

El diseño de la galería era fascinante, siendo sobresalientes los matices carmesí, negro azabache y blanco. La arquitectura romana daba un toque claramente anticuado, destacando enormes jarrones con lirios blancos y gardenias rojas. Ya había degustado el salón de esculturas, cerámica y dibujo, solo le quedaba el último, pintura.

Los enormes cuadros en cada pared, transmitían un sinfín de emociones, podría pasar todo el día apreciándolos. Sin embargo, existía uno en particular, por el cual todos siempre eran cautivados, atraídos y traicionados. Ella se acercó, quizás demasiado, deseaba indagar cada detalle de la pintura que ocupaba una pared para ella sola.

Daba la impresión de un niño sin rostro, obsequiándole el corazón que él mismo se arrancó, a una mujer, quien yacía de rodillas, suplicando por obtenerlo. Una habitación adornada con demasiada sangre. ¿Qué transmitía esa pintura? A ella le generaba... ¿miedo?

—Todo es tan preciso, los tonos, parece como si realmente fuera...

—¿Sangre? —interrumpió una cándida voz femenina, extrayéndola de su minuciosa evaluación. Al girar su rostro, contemplaba a una mujer de vestido elegante, cabello lacio muy largo y postura imponente; los tonos rosa se combinaban con el dorado de sus muchas joyas. Era hermosa y delicada.

—Supongo que el artista cumplió con parte de su objetivo. La pintura es perfecta en detalles, pero sinceramente, no me transmite ninguna emoción. No estoy segura si soy yo la del problema —confesó, intentando ocultar su nerviosismo.

Estaba acostumbrada a convivir con chicas menos bellas que ella, quizás eso siempre le aseguraba destacar entre el montón. Halia siempre lucía imponente y decidida, pero en realidad, las joyas y vestimenta tan sobresaliente eran una fachada de todas sus inseguridades.

—Es un problema. Esto nunca le ha pasado anteriormente al artista. De hecho, es quien está justo en la esquina, rodeado de todos esos, ¿admiradores? —La mirada de la chica se dirigió hacia el hombre de la esquina, quien sonreía tan amenamente ante sus espectadores—. Tendrás agallas si le dices lo que piensas y bueno, si nos encontramos nuevamente, también mi admiración.

La joven mujer se giró, caminando con total paciencia a la salida del salón. Ni siquiera pudo preguntarle su nombre. Halia había dado una impresión formal y decidida, no acabaría con ello al tratar de perseguirla y entablar una conversación más larga. En cambio, no le pareció mala idea comunicarle su pensamiento al artista.

Estaba acostumbrada a decir lo que pensaba, incluso si eso era imprudente, pero tampoco sería tan maleducada de interrumpir, así que esperó varios minutos a que su objetivo estuviese solo, algo que empezaba a parecerle imposible. ¿Tan reconocido era para que todos quisieran charlar con él?

No solía beber, pero el champagne blanc de noirs, ¿realmente contaba como beber o como un placer tan exquisito imposible de negarse? Había bebido cinco copas ya, una más no haría tanta diferencia. Observó a un mesero pasar, con una bandeja ocupada por varias copas. Así que se dispuso a obtener una.

Se podría decir que era un poco intolerante al alcohol, por lo que sus piernas y visión, empezaban a fallarle por breves momentos. Sin notarlo, ya había seguido como toda una acosadora al mesero, profundizando en varios pasillos largos. Contempló su alrededor, el espacio era muy estrecho y al final del mismo, solo podía observarse una entrada carente de luz.

Quizás la embriaguez la volvía un poco tonta y curiosa, ya que en lugar de alejarse y regresar, decidió asomarse, observando un camino de gradas, mismas que se perdían entre tanta oscuridad. Pequeñas gotas carmesí trazaban un rumbo que invitaba a bajar hacia donde sea que llevaran los escalones.

Halia se tambaleaba, de seguro su vestido negro se perdería a la vista si bajaba. Apreció un tenue sonido proveniente de adentro.

—¿Hay alguien allí? ¿Puedes ayudarme? —El susurro era casi imperceptible—. ¿Puedes bajar a ayudarme? Por favor.

Se escuchaba la voz de un chico, quizás joven. Una voz entrecortada y débil.

Claro que no bajaría. Hasta allí llegaba su curiosidad. Aunque su conciencia la aturdía con cierta culpabilidad si en realidad alguien corría peligro. Parpadeó varias veces, procurando distinguir al menos un detalle más; pero entre más clara se volvía su visión, más grandes se volvían las manchas carmesí, como si hubiesen bajado a alguien a rastras.

—Nunca vi a alguien perseguir con tanta determinación a un mesero. Si es por champagne, ¿por qué no tomar alguna de las muchas copas de las mesas? —La interrupción la extrajo totalmente de lo que veía, girando rápidamente hacia el origen de esa voz.

Era él, el artista con emociones tan incomprendidas. ¿Al fin lo habían dejado en paz?

Estaba vestido de un profundo negro azabache, un elegante traje sin saco lo volvía verdaderamente atractivo. Mechones de cabello caían ordenadamente en su sien, a juego con la particular heterocromía en sus iris, una mezcla de color aguamarina con café caoba, algo totalmente extraño y cautivador.

Halia percibía una falsa sensación de seguridad ante su presencia, porque en realidad, un escalofrío recorría su espalda. Parecía amigable, pero en su mirada irradiaba un total desprecio por quien sea que lo rodease.

—Yo- yo solo quería champagne. Al parecer me ha afectado un poco, porque creo que estoy perdida —declaró, asumiendo que una respuesta ambigua sería suficiente para un extraño. Se dispuso a regresar, pasando justo al lado de ese hombre.

—¿Le pareció interesante? —interrogó, tomando con suavidad el brazo de Halia para evitar que continuara con su camino, obteniendo que sus miradas chocasen.

Su presencia era inquietante. Halia estaba acostumbrada a leer a las personas en la primera impresión, pero esa mirada, era tan vacía, como si no hubiese un alma dentro de ese hombre.

—No comprendo a qué te refieres.

—Si le pareció tan interesante lo que veía allí. ¿Qué tal si bajamos para que pierda esa curiosidad? —El tono de voz era tan firme que casi parecía una orden.

Halia zafó su brazo del agarre. Obsequiando una sonrisa totalmente falsa, quizás así evitaría que notara lo nerviosa que estaba.

—No lo sé, creo que tengo más curiosidad por una pintura, en la cual el artista no logró transmitirme absolutamente nada. —Intentó desviar el tema de conversación, claro que no se iría sin decir unas cuantas verdades—. Mi hermano es estudiante de pintura en esta escuela y casi puedo palpar sus emociones a través de las pinturas. Se llama Yháred, quizás él pueda enseñarle cómo pintar con sentido.

Aún sentía cierto miedo, pero también estaba molesta al notar que aquel hombre jugaba con la situación, asumiendo sarcásticamente que era una entrometida. Había palabras que deseaba reservarse, pero el efecto del licor se lo impedían.

—Nunca he escuchado su nombre. ¿Está segura que es tan bueno como dice? Reconozco cuando alguien es talentoso y si no tengo idea quién es su hermano, creo que usted y él deberían preocuparse por ese, ¿talento?

La tonalidad tan calmada le hacía enojar todavía más. Habían llegado justo a su límite, y realmente no se necesitaba mucho esfuerzo para que ella explotara. Se caracterizaba por ser emocional e irresponsable con lo que dijese, más aún si estaba un poco ebria.

—Ni una mierda. Puedes decir lo que quieras, pero nada quitará que tu pintura es un pedazo de papel sin sentido. Además, ¿qué te importa si estoy acá? ¿Por qué me seguiste? Y si vuelves a tomarme del brazo, te golpearé donde más te duela, creo que entiendes en dónde.

Una franca sonrisa se dibujaba en el rostro del hombre, como si rompiese esa barrera tan neutral por un breve instante.

—Vaya, vaya. Usted es toda una dama y parece que no tan sobria.

—Mi más querido sénior, ¿qué haces acá? Algunos patrocinadores de la galería quieren hablar contigo —interrumpió un hombre de anteojos. Su cabello estaba teñido de azul oscuro y destacaban múltiples tatuajes coloridos en su cuello, restando formalidad a su traje.

¿Sénior? Halia se informó muy bien antes de interesarse en esta escuela de arte. Se supone que los sénior, son la máxima y total autoridad sobre un arte respectivo. Su mundo giraba en torno a la danza, pero el de Yháred no, y al parecer, acababa de insultar a la máxima autoridad de su hermano.

—Permiso. —Sus mejillas se tiñeron de rojo puro, provocando otra sonrisa en aquel hombre. No tenía palabras para salir de esa situación, así que simplemente se retiró, su orgullo tampoco le permitía disculparse.

Los dos hombres se quedaron solos en el estrecho pasillo.

Notó que se trataba de una hermosa mujer, bastante elegante, pero a él no le agradaban las personas demasiado entrometidas y sin duda, ella lo era. Sin embargo, no podía contener la sonrisa que le provocaba recordar la escena anterior y todas sus palabras.

»No sonrías, me da escalofríos, Giadans. Me agradas más cuando tienes cara de maldito, que es casi siempre, por cierto —intervino el peliazul, emitiendo una risa burlona.

—Solo cierra la boca, Jhony. Mejor averigua si alguien de nosotros contrató algún mesero. Se supone que todo estaba listo, no pedimos meseros.

En medio de sus tantas conversaciones, pudo observar a una chica de flequillo y cabello lacio seguir a un mesero. Le resultaba inquietante saber que nunca contratan meseros y mucho menos para una exposición menor, así que fue tras ella. Aquel mesero notó rápidamente su presencia, por lo que se escabulló. Estuvo a punto de seguirlo, pero le pareció muy poco caballeroso dejar a una chica ebria perdida en aquellos pasillos. Mala decisión.

—Está bien, aunque no creo que sea algo para preocuparse. Lo tomaremos con calma —argumentó Jhony, quien se caracterizaba por una sólida paciencia y actuar con demasiada calma, algo que podía desesperar a sus amigos, pero también les ayudaba a no perder la cabeza en situaciones de estrés—. Oye, solo dime quién era esa chica, ¿estás interesado en ella?

Hizo una mirada juguetona. Sabía que Giadans no solía tomar en serio a la mayoría de mujeres, pero jamás sonreía ante ninguna para lograr conquistarlas, ellas mismas caían ante su apariencia y actitud fría.

—Solo una chica ebria, nadie importante. Apresúrate a averiguar lo del mesero.

Esperó a encontrarse solo en aquel pasillo. Suspiró por un largo momento. Esa chica. No le habría molestado tener algo de una noche con ella, era hermosa. Sin embargo, pensar en que no tenía oportunidad con ella, le generó otra sonrisa, esta vez una sonrisa tan cargada de enojo.

Aún tenía intacta su copa de champagne. Se imaginó un escenario en que esa chica lo buscase tan desesperadamente como buscaba aquellas copas de champagne. Apretó fuertemente la copa hasta que esta se quebró entre su palma, provocando que filosos fragmentos de vidrio se enterraran en su piel.

La mezcla de champagne con la herida, le provocaba un ardor fascinante, dejando escurrir gruesas gotas de sangre a través de su antebrazo.

Se acercó a aquella entrada cargada de oscuridad espesa, dejando caer el resto de vidrios rotos por las escaleras. Bajó tres escalones al percibir el sonido de sollozos provenientes de abajo.

—¿Qué sucede? ¿A mí no me pedirás ayuda? —Risa sarcástica acompañó a sus interrogantes.

—Por-por favor, sénior. Ellos están locos, so-solo...

—Sí, lo están. Pero... ¿por qué crees que yo te ayudaría? —Suspiró, apreciando un silencio total.

De repente, percibía los maullidos que tan conocidos le resultaban, en parte, le generaron paz. Contempló la figura regordeta de un gato negro con manchas blancas en sus patitas, bajando los escalones hasta donde él estaba.

»Mi gatito, ¿qué haces acá?

Tomó al gato entre sus brazos, con tanta delicadeza y amor, no importando que su pelaje escurría de sangre ajena, evitando que el animal bajara más escalones. El gato acarició la mejilla de dueño colocando sus patitas para trazar gotas de sangre que ahora escurrían por la piel de este.

Un baño de espumas solucionaría este desastre, no podía dejar a su mascota con ese aroma a hierro tan desagradable.

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