Capítulo tres.
Dos días. Dos días largos, solitarios e interminables, llenos de la nada que parecia querer consumirme por dentro, ¿dónde te has metido petit poupée? es demasiado pesada estar carga si solo la llevan mis hombros.
Cuando me harté de llamarte en vano, de buscarte sin éxito, me dejé caer en el enmohecido suelo del sótano.
¿Porqué no hallaba las fuerzas para marcharme?¿sería porque nada parecia tener sentido si no estaba donde estabas tú?¿qué me hiciste muñequita diabólica, qué hiciste con este pobre infeliz?
Seguía perdido en la maraña que eran ahora mis sentimientos y mis emociones cuando te oí. Jadeabas suavemente. Me bebí aquel sonido y deje que me recorriera entero, que me trajera el sosiego que te habías llevado al huir de mi.
Cuando tus ojos se encontraron con los míos parecías enfadado. Vestías de nuevo como una bailarina de ballet, una de tus piernas estaba imposiblemente elevada al lado de tu cabeza y te mordías el labio inferior de esa manera tan...¡qué tentación has sido siempre para mi!
—¿Qué haces?—te pregunté. En realidad no era algo que me interesara, pero ansiaba con desespero oír tu voz.
—Me estiro—respondiste—, es algo que los bailarines hacemos para mantenernos flexibles y elásticos.
Asentí, que placer era volver a verte y a escucharte.
—¿Porqué me persigues, Dorian?—me cuestionaste mientras bajabas lentamente la pierna-Porqué no me dejas ser.
¿Porqué?...
—Porque no quiero que estés solo—respondí—No soportas bien la soledad, ni el frío, ni esta noche tan larga.
Me miraste con una agudeza tal que sentí estrujarseme el alma.
—No será que el que no las soporta eres tú.
Quizás tenias razón, no lo se. Todo se esta volviendo tan abstracto para mi.
—La última vez que estuvimos juntos te hice reír—dije como si aquel pequeño logro lo explicara todo.
Suspiraste y negaste con la cabeza. Deseé ver tus rasgos con mayor claridad ¿cuántas horas más duraría esta noche?
—¿Cuánto dolor necesita un alma para redimirse?—inquiriste. Yo no tenia respuestas para eso, ¿quién aparte de Dios podría tenerlas?
—No lo sé—susurré—Pero, déjame ayudarte, quizás, si nos mantenemos juntos lo podremos saber.
Sonreíste con esa tristeza que parecía brotar desde tu interior como si tu corazón y todos tus órganos nadaran en ella, ahogados, sumergidos en litros y litros de pena.
—No quiero hacerlo otra vez, pero viniendo a mi tú me obligas—dijiste y por supuesto, lo comprendí.
No querías dañarme amor mio, pues al parecer esta tu condena, te obligaba a terminar con la vida de los incautos que se atrevían a cruzar la puerta; insensatos como yo que se arrojaban por propia voluntad a esta purgatorio sin fin en el cual vivías, seducidos, ¿y cómo no? por tu extraordinaria belleza.
—Vete. Ya no me busques-me ordenaste mientras apretabas el tul de tu falda. Negué con la cabeza, no lo iba a hacer, no iba a dejarte nunca.
Tus ojos se oscurecieron y tu mandíbula tembló.
—¡Vete, Dorian!—me gritaste—¡Lárgate de aquí!
Una dolorosa angustia invadió mi corazón. De mis ojos claros comenzaron a descender una cuantiosa cantidad de lágrimas.
—No—musité. Y agregué—Nunca.
Toda tu preciosa faz se crispó, cerraste los puños con fuerzas y te giraste hacia la pared.
—Vete—Comenzaste a repetir al mismo tiempo que estrellabas una de tus rodillas contra la pared—, vete, vete, vete, vete, vete.
Y así seguiste sin descanso, alternando tus rodillas, golpeándolas con dureza contra el muro, sin dejar de insistir en que me fuera.
"Vete, vete, vete, vete, vete, vete"
Ese clamor se me coló hasta en los huesos. Tuve que apartar mis ojos de ti cuando aparte de la sangre, que ya corría como un río entre tus piernas, comenzaron a dejarse ver los huesos de tu rótula.
Me tapé los oídos y escondí mi cabeza entre las piernas.
"Vete, vete, vete, vete, vete, vete"
¿¡Oh Dios misericordioso, cuando ibas a parar!?
No podría precisar cuanto tiempo transcurrió. Tú, yo, esa noche y esa casa, parecíamos estar ya fuera de el, sumergidos en las agónicas horas que nos marcaba esta pesadilla compartida.
Cuando deje de escucharte me puse de pie. Tardé unos segundos en abrir los ojos temeroso, y no me avergüenza decirlo, de lo que pudiera ver.
Estabas tirado en el piso de aquel sótano con los ojos muy abiertos. Tu tutu estaba empapado de sangre al igual que tus medias de naylon; los huesos de tus rodillas sobresalían grotescamente. Eras una muñeca rota
Caminé hasta ti con una lentitud apabullante. Me sentía drenado de todo vigor, completamente seco.
—Vamos a curarte, petit poupée—te dije antes de alzarte en mis brazos. Eras apenas un bultito tembloroso entre ellos.
Subí las escaleras contigo a cuestas. Tú no me dejabas de ver, y yo no podía apartar los ojos de ti, ¡Corazón, que par estamos hechos!
Te lleve hasta esa habitación que había tomado como mía y te dejé sobre la cama.
—No vuelvas a hacer algo como eso—te reprendí, y sonreíste casi retándome—Lo digo en serio, no lo hagas.
Me giré hasta el modular y revisé los cajones en busca de algún trozo de tela para limpiarte. Todos los lienzos que encontré, entre ellos sabanas, cortinas y manteles, estaban cubiertos de polvo y olían mal. Entonces decidí usar la camisa celeste que usaba debajo de la chaqueta como una venda improvisada.
Dejé caer la chaqueta y mientras me desabrochaba la camisa te busqué con la mirada y ¡oh sorpresa! no estabas.
—Maldito niño desagradecido—murmuré.
—Maldito tú que no puedes dejarme en paz.
Casi me da un síncope cuando te oí, ¡ fantasmas pubertos y sus jodidas costumbres!
Te balanceabas de adelante hacia atrás con tus manos en tu espalda y una sonrisa coqueta. Estabas vestido a lo "Madonna" en los '80.
—Me gusta el rock—dijiste, presumiéndome tu atuendo—David cantaba una canción el día que vino a refugiarse de la lluvia. Al principio me daba miedo escucharla, después terminó gustándome mucho. Él tenia la foto de una chica que se veía así y no dejaba de verla.
David Linch, segunda victima, 1978. Hice bien mi tarea.
—¿Quieres oírla?—me propusiste con un adorable brillo en tus ojos.
—Si quieres puedo cantarla contigo—sugerí a su vez. Me gustaba verte así, juguetón y emocionado.
—No. Cantas muy mal-soltaste haciéndome reír. Lo que dijiste a continuación me causo de todo menos risa—Pero...puedes bailarla conmigo, es lenta. Ven, Dorian, tómame de la cintura y juguemos a ser otra cosa.
Mis manos temblaron de anticipación cuando di los pasos que me llevaron hasta ti. No te desaparezcas ahora, amor mio, no me hagas sufrir así.
Alzaste tus finos brazos y los dejaste descansar en mis hombros. Pude aspirar el aroma de tu cabello y para estar muerto hace quien sabe cuanto tiempo, olías tan bien como una mañana de primavera. Rodeé tu talle con mi brazos, ¡oh placer de placeres!
Cuando comenzaste a cantar se cumplió tu deseo. Tú ya no eras el fantasma asesino de un joven inocente, yo ya no era un estúpido más que quiso jugar a ser valiente, eramos, que se yo, una pareja de enamorados danzando bajo las estrellas. Y aun así ninguna de ellas podría brillar como ahora lo estabas haciendo tú.
♪♫♬
La última cosa que recuerdo, yo estaba corriendo por la puerta
Tenía que encontrar el camino de regreso al lugar donde estaba
"Relájate" dijo el portero de noche
Estamos programados para recibir
Puedes hacer el Check-out cuando quieras, pero nunca te puedes ir.
Bienvenidos al Hotel California
Un lugar tan encantador, una cara tan encantadora
Hay muchas habitaciones libres en el hotel California
Cualquier tiempo del año, usted puede encontrarlo aquí
♪♫♬
Al terminar esa canción supe a ciencia cierta que estaba perdidamente enamorado de ti. Debí estarlo desde el principio, pero fue ese el momento certero en el que lo asumí.
¿Quién se limpia de todo pecado en este purgatorio, petit poupée?¿Tú que te manchaste las manos de sangre preso del terror y la locura?¿O yo que desprecie mi vida viviéndola sin un propósito?...pues bien, la purga esta dando resultado, porque ahora mi propósito eres tú.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top