Capítulo diez


Tu madre nunca me cayó bien, muñequita, pero eso no significa que le hubiera deseado un final así. Aunque, quizás el maldito de Ron le ahorró un destino peor, uno que implicaba el tener que ver al hijo al que tanto protegía como lo había visto yo; pálido y con los ojos vacíos mirando a la nada, encharcado en su propia sangre, vejado, destruido. Sí, quizás el bastardo le hizo un favor a tu madre. Pero, ¿quién soy yo para hablar de piedades?...Yo... que desde aquel día funesto olvidé como se vivía esa palabra.

El horror esta continuamente acechando nuestras vidas. A veces nos escondemos lo suficientemente bien y él pasa de largo. Pero otras, las más, nos halla y lo corrompe todo; todo lo inocente, todo lo bueno, lo justo y lo amable, todo lo que nos hace sentirnos seguros, humanos.

Somos sus victimas, petit poupée, pero en este camino en el que nos ha obligado a andar, también nos convertimos en victimarios.

¡Qué me juzgue Dios si miento!... o en su defecto el diablo.

Antes de que te mostraras ante mí, estuve tirado en el suelo de tu habitación por veintisiete horas, con tu cadáver entre mis brazos. Te conté historias y te besé los labios. Lloré como un idiota para después reírme como un maniático.

Y a la hora veintiocho apareciste tú.

Al principio creí que la visión que tenía ante mí era causada por mi estado. Tenías puesta una falda corta y plisada, unos zapatos para bailar tap, y una chaleco sobre una camiseta ajustada sobre la que descansaba una corbatilla dorada. Tus ojos estaban cuidadosamente delineados, y tu cabello azabache casi no se dejaba ver debajo de aquel sombrerito ladeado. Si hasta te habías pintado un lunar sobre el labio. ¿Qué era esto?, ¿qué hacías ahí si yo todavía sostenía tu maltrecho cuerpo?... ¿qué eras?

—Déjame, Dorian—me pediste.

En el primer intento la voz no me salió; tuve que hacer un par más para que al fin brotara de mi boca.

—¿Cómo?... No entiendo que...

—Golpean la puerta, Dorian. Déjame y abre.

Agudicé mi oído y ciertamente tenías razón, estaban tocando con insistencia.

Parpadeé un par de veces tratando de aclarar mi mente. Tu mirada estaba fija en mí, haciéndome sentir como una marioneta urgida a moverse por su dueño.

—Ya—insististe.

Asentí un par de veces y alzando un poco tu cuerpo te recosté a mi lado. Luego de aspirar una gran bocanada de aire me puse de pie. Mis músculos hormiguearon por la falta de uso por lo que tardé unos segundos más antes de dar el primer paso.

Antes de salir, pasando a tu lado, ojeé de soslayo la masa sanguinolenta que era el cadáver de Ron. Ojalá pudiera revivirlo para volver a matarlo.

Bajé las escaleras con rapidez. Pude ver, a través del difuminado vidrio de la ventanita en la puerta, la silueta de una cabeza que se movía intentando ver que pasaba dentro. Me sorprendió que aquel visitante no hubiera tratado de entrar, la puerta estaba abierta.

Si ascendía al primer piso hubiera hallado a una víctima inocente y a dos asesinos; uno merecidamente muerto, y el otro loco, hablando con fantasmas travestidos... hasta podría ser el inicio de un buen chiste de humor negro.

Me alisé la ropa como si sirviera de algo. Estaba sudoroso, manchado de sangre, desaliñado y con la demencia danzándome en la mirada.

Igual fui y abrí.

Era un hombre mayor. Lo había visto antes... hacía el reparto para un mercado. Tu madre siempre lo atendía a metros de la puerta.

—Uhmm, disculpe, estaba buscando a la señora Richards, ¿ella se encuentra?

El repartidor me miraba con desconfianza, y no era para menos. Tal vez debí pensarlo un poco antes de obedecerte, mi amor... pero claro, yo nunca hago eso.

—No sé donde esté, yo... soy un amigo de su hijo.

—¿Su hijo?, creí que...—supe bien lo que creyó. Lo que todos creían, muñequita. Como te ha gustado jugar siempre con los demás.

—¿Quiere que le de algún mensaje?

Vi como sus labios comenzaban a formular una respuesta pero esta se acalló. Sus ojos se abrieron enormes. Ya no estaba mirándome a mi.

Suspiré con algo de brusquedad antes de darme vuelta.

Estabas en el primer escalón. No sé donde habías sacado ese bastón que completaba tu atuendo y que ahora girabas con lentitud. Mirabas al hombre a los ojos mientras te mordías el labio inferior.

—Disculpe mi atrevimiento—te hablaba a ti... te veía—Yo, sé de la restricción que puso su madre en cuanto al acercarse a su casa pero, vine antes, dos veces, temprano y por la tarde... me preocupé, su madre siempre está para recibirme... siempre.

Terminaste de bajar la escalera y avanzaste hacia nosotros. Qué vista tan sublime. Qué criatura más hermosa.

—No se preocupe...

—Jhon—completó él, muy solícito—Jhon Hamon, estoy para servirle.

Jhon Hamon cometió dos errores ese día: el primero fue insistir, ¿Tres veces el mismo día? por Dios, ni que le pagaran tanto. El segundo fue la intención; la que le imprimió a su mirada, a sus gestos, a su voz; él te devoró con los ojos.

Con un Lobo feroz para mi Caperucita tuve demasiado. No dejaría que este miserable llegara tan lejos.

Antes de proceder busqué tu mirada, que achocolatada y febril, me dio el permiso que necesitaba.

El cuchillo estaba sobre la mesa como una pieza de utilería esperando a ser usada para una escena macabra. Y con que excelencia la representaríamos, saldría bien al primer ensayo.

Jhon era débil, yo fuerte, él viejo, yo joven, él fue lento, yo rápido. Él era un "puede ser" y yo fui un "ni siquiera vas a intentarlo"

Me ensañé con él, debo admitirlo. En cada corte recordé tu expresión de terror, en cada golpe la vida huyendo de tus ojos, le tatué cada una de tus lágrimas en la piel; él terminó siendo un mapa de tu asesinato.

Recuerdo que después de eso cerré los ojos. Tardarían en buscar a Ron; por lo que vi en los días que estuve con él la comunicación con sus hijos era esporádica, por tu madre y por ti difícilmente vendrían a preguntar en un largo tiempo, pero por Jhon Hamon... supuse que pronto tendríamos a alguien golpeando de nuevo la puerta.

Debía irme de allí, me ocultaría por unos días en la casa de Ron, y luego me haría algún refugio escondido en lo profundo del bosque. Dejaría el cuerpo de Jhon tal y como estaba; al encontrarlo no tardarían en encontrar a tu madre y... que llegaran a las conclusiones que quisieran. Pero no haría lo mismo con tu cuerpo y con el de Ron, al tuyo lo escondería en un lugar hermoso y secreto, uno que le hiciera honor a tu belleza, al de Ron lo tiraría al pozo más sucio y pestilente que pudiera hallar; no le daría el gusto de ser enterrado como la gente.

Si, petit poupée, hice lo que tenía que hacer ese día. Y después de el lo seguí haciendo.

Mi muñequita angelical y diabólica, ¿recuerdas que tu madre te cuidaba de los monstruos?... pues, yo terminé siendo uno de ellos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top