Local 113
Katy Tylor volvió a pensar en el horrendo y pútrido aliento del vagabundo cuya sonrisa de solo tres amarillentos dientes le pareció simplemente perturbadora, entonces volvió a tragarse el vómito que pugnaba por escapársele del estómago.
Se encontraba echa un ovillo en el suelo, cubriendo su boca con ambas manos; los dientes le castañeaban de un modo salvaje sin que ella pudiera hacer algo por impedirlo y tenía la mandíbula pétrea y adormecida debido a las vibraciones, pero todo el terror de los síntomas anteriores no se comparaban con el latido demencial de su corazón que bombeaba con tal violencia, que la chica creyó que se desmayaría en cualquier instante.
Pero no..., eso no podía sucederle. Si perdía la conciencia en aquel sitio, oscuro y desconocido, entonces todo terminaría para ella y en esos instantes, pese a los alocados intentos de suicidio que la orillaron a salir de casa tan tarde para lanzarse al vacío profundo del puente de Brooklyn, la chica nunca se sintió con tantos anhelos de vivir como en aquellos silenciosos minutos. Quizás sentir el peso agónico de la muerte muy cerca de ella y casi como pisándole los talones, era el shock que necesitaba para valorar cada exhalación de sus pulmones.
Se encontraba oculta en una de las anchas jardineras que se extendían a lo largo de la carretera principal. El indigente la estaba buscando, ella podía escuchar sus pisadas lentas en el concreto, las sagaces cacofonías de la muerte que en esos instantes la llamaban en susurros, aproximándose cada vez más y más a ella.
Katy cerró los ojos que en esos instantes estaban inflamados, inmersos en llanto. Quería gritar, esa necesidad de echar a correr despavorida sin importar a donde, pero de pronto escuchó un choque de metales. Venció su instinto y se apretujó en la entramada hierba con extrema precaución y la cara contra el pavimento. Estaba pálida, sus signos vitales embravecidos como una vorágine y los ojos bien abiertos, con una expresión de aturdimiento en ellos.
Las pisadas se detuvieron justo frente a la jardinera en donde se encontraba. Esta se cubrió la nuca con ambas manos entrelazadas por encima de su cabeza; el frío invernal le calaba hasta la médula y el viento de la madrugada hinchó sus ropas de colegio.
Maldición, pensó, ¿por qué diablos habría elegido saltar del puente vestida así? No era como si el instituto para señoritas al que había asistido desde el preescolar se encontrara dentro de sus lugares predilectos, y de hecho, precisamente los acontecimientos ocurridos dentro de las instalaciones de dicho colegio habían sido la causa de sus terribles deseos de morir. Un secreto, tan vergonzoso como aterrador la azoraba tanto como el pánico que acaecía sobre ella al llegar la noche, consumiéndola por dentro.
Katy había crecido la mayor parte de su vida en aquel instituto católico para señoritas y visitaba su hogar únicamente durante los fines de semana. Esas veinticuatro horas que pasaba lejos de aquel maldito lugar en el que todas sus pesadillas se hacían realidad, le bastaban para soportar la desdicha que le había tocado vivir. Al menos hasta el momento.
Ahora, cansada y asqueada por los sucesos del macabro colegio Santa Úrsula, Katy tomó la decisión de que el lunes por la mañana ella no volvería a pisar más aquel crudo y lúgubre sitio; sin embargo, ni los abusos sufridos apenas unos meses atrás por parte de las monjas del instituto; ni los besos asquerosos que sus compañeras de clase le habían robado justo una semana antes o las lascivas y asquerosas caricias que descargaban sobre su lozano cuerpo cada noche al tiempo que ultrajaban toda su inocencia, tuvieron importancia alguna en aquellos momentos cuando escuchó la risita que le aguijoneó el corazón.
No parecía estar lejos, por el contrario, su respiración agitada lo delataba; seguramente estaba parado detrás de ella y por un momento, la imagen de ese asqueroso hombre observándola desde arriba sonriendo ante su absurdo escondite le atravesó el corazón, hiriéndola con un pánico tan austero y letal que nunca creyó que podría sentir. Seguramente la golpearía con aquel tubo que sacó de algún jodido basurero en cuanto ella tuvo la oportunidad de escapar de su terrible abrazo. ¿La asesinaría para dejar sus restos desperdigados en el pavimento? ¿Acaso planeaba secuestrarla? ¿Cómo era posible que aún en esos momentos en que planeaba dejar esa existencia desdichada, continuara siendo víctima del mundo? ¿Acaso ni siquiera le darían la dignidad de morir tranquilamente?
Pasaron algunos segundos, nada sucedía; ningún golpe brusco en el cerebro, ningún agarre violento.
Entonces Katy resolvió por incorporarse lentamente, lo suficiente como para gatear por entre los arbustos para no ser vista. No parecía haber señales del hombre así que colocó una mano frente a ella, luego la pierna, lentamente se arrastró por el pavimento con el rostro afligido, pero con una irrazonable sensación de seguridad que le hacía pensar que el repulsivo indigente se había dado por vencido.
Sin embargo, algo tiró de sus cabellos, provocándole un dolor penetrante en el cráneo. Haló de ella hasta llevarla a un montón de tierra en donde la arrojó. Nuevamente aquellos dientes podridos y esa mirada sardónica que se burlaba de ella, lujuriosa y vulgar. Katy arrojó un grito a la complejidad de la noche estrellada cuyo silencio se tragó sus súplicas y llamados de auxilio.
El hombre la cogió del brazo, obligándola a incorporarse para jalonearla nuevamente de los cabellos, conduciéndola de forma ciega e instintiva a un establecimiento abandonado; el refugio perfecto para sus grotescos planes.
La joven no podía divisar nada salvo por los goterones salados que emanaban de sus ojos y la atmósfera nocturna que se apostaba sobre ella. Cuando el hombre finalmente se detuvo, le bastó solo un instante para ver una puerta de cristal que daba al interior de un oscuro y viejo local en el que se podía leer Local 113 en letras rojas, para darse cuenta de que ahí viviría atrocidades aún más crueles que las del instituto.
Una vez dentro, el borracho indigente la arrojó contra el suelo. La chica exclamó un quejido de dolor cuando su frente chocó con algo duro y frío.
Ahí, en la oscuridad más absoluta, buscó un apoyo, algo que pudiera usar en contra de aquel malnacido o al menos un rincón en donde pudiera ocultarse. No encontró nada más que escombros, vidrios rotos que se incrustaron en sus piernas y sus manos; utensilios que no reconoció con la mirada abstracta de sus dedos, botellas vacías y viejos productos enlatados.
La mano del mendigo se adhirió a su pantorrilla y con una exclamación, más de excitación que de esfuerzo, la atrajo hacia sí, avivando el grito enloquecedor que arrojó la chica, sintiendo el dolor agudo que los vidrios sobre el suelo le infringieron en todas las partes de su cuerpo.
De pronto dejó de gritar..., un mar de lágrimas inundó su rostro al tiempo que sentía el peso de ese hombre sobre ella; el asqueroso aliento alcohólico y las desagradables y toscas caricias en sus muslos que en esos momentos subían estrepitosamente hasta su intimidad. El maldito vagabundo reía con una impetuosidad abrumadora al tiempo que tiraba de las bragas de la chica, rompiéndolas ante la conmoción y el pánico de Katy. Eso era la muerte, no había duda alguna de ello. No obstante, incluso en esos momentos postreros ella continuaba defendiéndose, agitándose desesperadamente; arrojando golpes y patadas a diestra y siniestra.
La vida parecía tan frágil y le temblaba en lo más profundo de su garganta, sintió que la fuerza de sus golpes disminuía, sin embargo, uno de ellos asestó con fuerza en los genitales del indigente que se dobló en el suelo, dando alaridos exagerados.
Katy se dio vuelta y comenzó a gatear en el suelo, intentando levantarse con desesperada torpeza, al tiempo que tanteaba los rincones oscuros del lugar. La luz parecía escurrirse por las paredes, demasiado lejana como para que ella pudiera siquiera distinguir forma alguna. Guardó silencio mientras buscaba la salida, pero antes de que pudiera darse cuenta, sintió que su mano tocaba algo viscoso y caliente. Los dedos asían un hueco baboso que además parecía estar despedazándose, como un montón de carne molida pegada a una superficie cóncava.
Gritó y, justo al hacerlo, sintió la mano del borracho adhiriéndose nuevamente a ella con la seguridad plena de tirarla de nuevo al suelo para tenerla a su merced. Y en algún lugar de la calle que permanecía impávida afuera, un chispazo de luz del automóvil que en esos momentos pasó vertiginoso iluminó el lugar frente a la joven..., lo que observó la tumbó al suelo.
Frente a ellos, un hombrecillo extraño los observaba con dos pares de ojos cristalinos y demenciales. Tenía una pequeña mata de cabellos blancos, la piel de su rostro era muy similar a la de un anciano, solo que la extrema tirantes de algunos pliegues parecía haber terminado por desprenderle partes de la asquerosa carnosidad y ahora exponían la carne al rojo vivo, grotesca, maloliente y cubierta por una delgada capa de grasa amarillenta y negruzcos pedazos de piel muerta.
Tenía el rostro cubierto por sangre reseca y de su boca emanaba una lengua larga y viscosa, como si la pesadez de aquel órgano tirara de él hasta salirse por completo de las deformes comisuras.
Con una mano de largos dedos negros, la criatura tomó el cráneo del indigente, apretándolo con una perversa alevosía. Los gritos del desdichado hombre se clavaron en sus entrañas, provocándole un dolor trepidante en la cabeza. Aquel ser cogió el rostro del borracho que se quedó petrificado, temblando con violencia y poder apartar la vista de su horrenda estampa. De un salto, Katy se incorporó, preparándose para salir de inmediato de ese pútrido lugar. Pero un segundo, solo durante un segundo observaría la suerte del malnacido que había intentado abusar de ella. No era mucho lo que se podía ver, y la ausencia de autos que arrojaran luz a la escena atroz que se le presentaba detrás le impidió saberlo. Le impidió observar con lucidez cómo la criatura elevaba la otra mano hasta acariciar el mugriento mentón del vagabundo, no observó que los dedos se hundían lentamente en la boca que emanaba un fuerte aliento alcohólico; ni cómo el hombre era destrozado por completo cuando ambas manos tiraron con fuerza hacia lados opuestos, hasta que el rostro del hombre dejó de parecer humano.
Solo escuchó el crujir de huesos, la pesada caída de un líquido denso, viscoso..., y el alarido que el hombre dejó escapar al final que le puso los pelos de punta.
Katy suspiró aliviada al tiempo que ponía un pie en la acera. La salvación al fin.
Dio unos pasos en dirección a casa, sonriente, abrumada por lo que acababa de acontecer, pero inmensamente feliz y agradecida de permanecer con vida, realmente agradecida..., no obstante, una mano larga y descarnada que parecía poseer una elasticidad impresionante salió de entre las sombras, tomándola del brazo con ferocidad.
La chica arrojó un grito desesperado.
Lo sabía, esa noche la muerte había decidido que le pertenecía, dormiría con ella al despuntar el amanecer después de un baile psicótico, pero mientras tanto, mientras el silencio terminase por destruir cada espectro de su alma, lentamente sintió cómo se precipitaba a las entrañas mismas de la oscuridad..., dentro del local 113.
Mil disculpas por la tardanza, pero este fin de semana tuve un problema gordo. Sin embargo, ya estoy solucionándolo, aunque me siento terrible por no haber actualizado a diario como lo prometí :(
¡Espero que este relato les haya gustado! Quizás algunos ya lo conocían, ya que lo compartí hace un par de años :)
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