La señorita
La señorita
La vacilante luz de la vela apenas alumbraba lo que había frente a sus ojos. Eva dudó. ¿Y si sólo había sido un sueño?
—¿Hola? —se atrevió a decir, la pequeña llama se balanceó.
De las sombras no surgió sonido alguno. Sintiéndose estúpida suspiró dispuesta a regresar a su lecho. Estar sola al cuidado de la señorita en aquella casa tan grande le tenía los nervios crispados.
Cerró la puerta de su alcoba y se acomodó entre los almohadones. A punto estaba de apagar la vela cuando otro ruido llamó su atención. El eco de unos pasos bajando la escalera, aproximándose a su puerta, retumbaron en la solitaria casa.
Incapaz de moverse por el pánico, vio como el pomo de la puerta giraba lentamente, para finalmente hacer ceder la madera que se entreabrió con un quejido. Eva se encogió sobre sí misma.
—¿Señorita Amelia? ¡Santo Dios! Me ha dado un susto de muerte —se quejó apartando las mantas dignamente—. Si necesitaba algo sólo tenía que llamar.
La señorita permaneció quieta en el zaguán, con su piel extremadamente pálida y aquel cabello rojo que hacía que pareciese salida de un cuadro. Llevaba el camisón mal abrochado dejando entrever sus pechos. Eva tragó saliva, la señorita era preciosa, le había gustado desde el primer instante en que la vio. La angustiaba tener aquellos sentimientos por ella, pero no podía evitarlos.
La señorita se adentró en la habitación, con paso resuelto y jugueteando con los botones, avanzó hasta quedar junto a la cama de Eva para sentarse a su lado. La sirvienta la miró embelesada.
—¿Q-qué necesita?
—Tengo mucha hambre, Eva —musitó la muchacha con el rostro enterrado en su hombro.
—Le prepararé algo, señorita Amelia.
Pero las manos de la señorita la apresaron, impidiendo que se levantase y, sin delicadeza alguna la obligó a tumbarse.
—Señorita Amelia ¿qué hace? —preguntó sonrojada.
—He dicho, que tengo hambre.
Eva estaba a punto de pedirle que la dejase levantarse para preparar algo, pero empalideció al ver los afilados colmillos de la señorita. Había escuchado muchas historias que contaban que la señorita era un monstruo, pero a ella nunca se lo había parecido, hasta aquel instante.
—Se-señorita deje que me levante.
—¿Por qué Eva? Te he visto mirándome, ¿no quieres pasar el resto de la eternidad conmigo?
Su pulso latía con fuerza, rugiendo en sus oídos, ensordeciéndola. La señorita Amelia sonrió deslizando su frío y blanco dedo por los labios de Eva, bajando por su cuello y deteniéndose entre sus pechos, sintiendo el desbocado bombeo de su corazón.
Eva, angustiada trató de huir, sin embargo, Amelia la tenía presa.
—¿Tienes miedo, Eva?
Pero antes de que pudiese contestar la señorita se abalanzó sobre ella y la mordió en la yugular con fuerza. La sangre escapó de entre los labios de la señorita Amelia bajando con calidez por el cuello de Eva.
—Ahora eres mía, Eva —musitó mientras bebía su sangre divertida.
Fin
Palabras: 486
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