Epílogo: Culpa

ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escenas de violencia explícita, sangre y esas cosas. Lees bajo tu responsabilidad y a tu consideración.

☠︎︎☠︎︎☠︎︎

Shoto observó molesto al teléfono sonar por décima vez. Su irritante chirrido le ponía los pelos de punta y estaba seguro de que Katsuki se encontraría tan afectado como él.

Sin querer soportarlo más, tomó las tijeras de la repisa cercana a la pequeña mesa y cortó el cable del teléfono. Desconectarlo no podría ser suficiente para él. Ni para sus suegros, que eran los responsables de tantas llamadas.

Se rio un poco, aún con las uñas entre sus dientes. Seguro ambos estarían tocando su puerta con insistencia dentro de poco. Su expresión se endureció en cuanto recordó a Katsuki.

Mierda, mierda, mierda.

Debía sacarlo de ahí, pero no era capaz.

Subió las escaleras a paso rápido, incluso aprovechándose de sus piernas largas para ignorar varios escalones y así llegar más rápido a su dormitorio, donde Katsuki yacía con los ojos cerrados y los puños apretados sobre su cama, luchando por no hacer ruido.

—Katsuki. Katsuki. Estoy aquí —murmuró dulcemente mientras acariciaba sus finas hebras rubias.

—Shoto —le respondió el otro abriendo un poco sus ojos y relajando sus dedos para sostener con ellos los de su esposo—. Estamos tan jodidos.

Ambos rieron con pesadez. La tristeza los tomaba por completo.

Shoto sentía la culpa devorando su interior poco a poco. Esos malditos efectos secundarios, los que sabía que aparecerían, pero se negaba a aceptar. Estaban ahí, frente a sus ojos, amenazando con llevarse a Katsuki de su lado.

—Shoto —lo llamó Katsuki de nuevo. Le dio toda su atención—. Sólo... mátame por favor.

Y su mundo se derrumbó un poco más.

—Amor... amor, no puedo hacer eso —el agarre de sus manos se volvió más fuerte y los ojos de Katsuki huyeron de los de Shoto que lo miraban tan tristes, pero con ese toque de calma tan suyo.

—Claro que puedes. Eres capaz de matarme a mí y a otros miles. Lo sabes mejor que nadie —una sonrisa cansada adornó su rostro. Luego continuó lentamente—. La policía vendrá por ti y yo me quedaré solo... Ese policía de antes. Él no se va a dejar engañar, aunque parezca un total idiota.

Las risas que soltaba de vez en cuando hacían añicos el corazón de Shoto, porque sabía que hablaba en serio. Pero no podía llorar. Ninguno podía. Este siempre fue su destino. Lo supieron en cuanto se conocieron.

—Tú lo prometiste —por fin lo miró a los ojos—. Prometiste que no me dejarías envejecer demasiado, cuando yo te prometí no tenerte miedo nunca. ¿Lo recuerdas?

Shoto asintió. Por supuesto que lo recordaba.

—Incluso así, rompí mi promesa varias veces. Lo siento mucho, Shoto —Él le sonrió más, haciéndole saber que no había problema—. Es muy difícil no tenerte miedo en ocasiones, eres un maldito monstruo muy aterrador... pero también eres bastante guapo.

Shoto recibió gustoso la mano debilitada de Katsuki que se elevó con cuidado hasta alcanzar y acariciar su rostro.

—¿Qué edad tenemos ahora? ¿Treinta?

—Un poco más que eso.

—Somos tan viejos —suspiró—. Es tu turno de cumplir con tu parte de la promesa.

—Me dolerá hacerlo —su frente se pegó a la de su esposo. Debía apresurarse antes de que llegaran sus suegros, o la policía. Quienes rompieran la puerta primero—. Te amo tanto, Katsuki. Tanto, tanto.

—Estaré bien, Shoto. Esa es también una promesa —sus labios se tocaron suavemente en un beso corto—. Espero no tener que esperarte demasiado.

—¿Cómo quieres que lo haga? —bajo de nuevo, atrapando sus labios entre los suyos, cada vez más impaciente.

—Quiero que me des miedo —respondió recuperándose del beso—. Quiero sentirme aterrado por última vez.

Se dedicaron una última sonrisa

La mano de Todoroki alrededor de su cuello fue el comienzo. Una sonrisa llena de entusiasmo se escapó de sus labios, su cuerpo se destensó, dejando que Shoto hiciese con él lo que sea, mientras lo miraba con esos ojos tan dignos de una bestia.

La sonrisa cambió. Sus labios se torcieron buscando aire cuando ahora era el cinturón de cuero de su esposo el que se cerró violento aprisionando su cuello. Shoto tomó de nueva cuenta las mismas tijeras filo de navaja con las que cortó el cable hace algunos minutos y apuñaló una vez a Katsuki. En el abdomen, así no moriría todavía.

Un grito totalmente ahogado por el cinturón quiso salir de la boca de Katsuki. Sus ojos y los de Shoto no se separaron ni un segundo. Los del rubio embargados de un terror que aumentaba el éxtasis en el que Shoto se encontraba sumergido.

Otra puñalada, en su hombro. Una más, en la boca del estómago. Otra y otra más. Por todo su torso, cada vez más rápido. La expresión de Katsuki, ahora morada, seguía rogando por aire. Y finalmente, Shoto accedió a dar el golpe final. Porque no quería que su amado muriera por el cinturón y la hemorragia, sin haber sido él la causa directa.

Las tijeras se enterraron en el cráneo de Katsuki en un solo movimiento firme. Apenas los dos dedales quedaron fuera, pegados a la frente de Katsuki; y cuando sus ojos, antes tan abiertos, se cerraron, Shoto sintió una lágrima deslizándose por su mejilla.

Nunca más vería esos rubíes abiertos.

Aflojó el cinturón del cuello frío de su esposo y acarició con delicadeza la marca que este dejó en su pálida piel.

Lo besó mil veces en las manos, en el cuello, en cada una de las heridas esparcidas por su torso. Sólo faltaba una.

Sacó con mucho cuidado las tijeras incrustadas en su frente, la herida disparó un chorro de sangre que aterrizó en la camisa de Shoto. Cuando este paró, Shoto se acercó cauteloso y le dio un beso en la frente, por último, uno en los labios, que aún lucían algo morados.

—Buenas noches amor —fueron las últimas palabras que le dedicó a Katsuki.

☠︎︎☠︎︎☠︎︎

Golpeó la puerta de madera oscura con insistencia. Estaba seguro de que estaban ahí, la pareja de desquiciados a los que visitó hace poco.

Sus manos temblaban, no sabía si era debido a los nervios o a la ira que venía a su cuerpo cada que recordaba la mirada que le dedicó ese hombre la última vez que se vieron.

La sangre se le calentó una vez más y apretó la mandíbula, rechinando los dientes y dirigiendo su puño de nuevo a la puerta, tocándola cada vez más fuerte.

No podía decir que era de la policía, después de todo, llegó ahí sin permiso, sin placa ni orden, incluso iba vestido de civil y lo único que llevaba a su favor era el arma que colgaba de su cinturón.

—Mierda —maldijo por lo bajo, aun con los dientes apretados. Si no le abrían —que era lo más obvio— entraría por la fuerza. Desde esa última visita dejó de pensar en el riesgo que conllevaban sus acciones.

Esa misma mañana, la comisaría recibió una llamada del hospital mental de la ciudad. Dijeron que encontraron a tres de sus guardias muertos, desangrados en el suelo de la recepción.

Habían sido asesinados durante esa noche y Kaminari ni siquiera tuvo necesidad de revisar las grabaciones de seguridad para estar seguro de quién fue el responsable de la masacre.

Todoroki Shoto, uno de los mejores psiquiatras del hospital había sido el culpable. Él fue quien la noche anterior, apuñaló a los guardias nocturnos con simples bolígrafos.

Tan solo pensar en ese hombre lo hacía sentir un sabor amargo en la boca. Miró de nuevo la puerta que se mantenía cerrada y no esperó más.

—Seré yo quien te atrape, maldito bastardo —escupió con odio al tiempo que apuntaba su pistola a la cerradura dorada y extravagante—. Ya lo verás.

Disparó. La puerta se abrió con facilidad después de eso.

Esperó a encontrar alguna escena explícitamente incriminatoria, o por lo menos ver a los habitantes sorprendidos, pero se quedó quieto al ver a Todoroki en la cocina, de espaldas a él, mientras cocinaba con calma algo que desprendía un delicioso aroma a carne.

Su diferencia logró enojarlo incluso más.

—Tardaste en entrar, Kaminari —le dijo, sirviendo entonces unas cuantas albóndigas en un plato con espagueti—. Eres bastante valiente en venir aquí sin permiso ni refuerzos.

Kaminari comenzó a caminar con lentitud hacia él, aún con el arme preparada, por cualquier cosa.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó intrigado, aún con ese tono enfadado en su voz.

—Es obvio. No llamaste a la puerta en nombre de la ley, ni siquiera tienes puesto el uniforme. Debiste haber salido muy rápido de la comisaria para encontrarme aquí —Colocó con cuidado el plato en la barra del comedor, puso los cubiertos y, por primera vez lo volteó a ver.

Su mirada oscurecida, a pesar de ser dura, se notaban sus ojos húmedos e hinchados, como si hubiera estado llorando. Esto a Kaminari no pudo importarle menos, siguió mirándole con odio y precisión.

—Debes tener hambre. Las albóndigas son mi especialidad —regresó a la cocina, dándole la espalda, despreocupado como antes—. No seas tímido, toma asiento.

—Estás loco si en serio crees que comeré tu mierda.

—Estoy intentando ser hospitalario. Eres casi un invitado, después de todo —lo miró con una sonrisa sarcástica—. Sabía que nos encontraríamos en esta situación desde la última vez que nos vimos, pero si no quieres comer, podemos continuar sin rodeos.

—¿Dónde está tu esposo? —preguntó acusador, pues en todo ese rato no lo había visto ni escuchado, y conociendo el tipo de relación que tenían, que Katsuki hubiera salido era una opción casi automáticamente descartable.

El corto silencio de Shoto quiso hacerlo perder la paciencia, pero luego él suspiró y respondió tranquilo.

—¿Por qué no subes y lo descubres por tu cuenta? —el tono burlón en su voz parecía contener un poco de dolor. De nuevo, a Kaminari no le importó un carajo.

—¿Y darte la perfecta oportunidad de escapar? No, muchas gracias.

—No necesitas preocuparte por eso. No tengo la menor intención de escapar —la expresión de Kaminari se endureció y Shoto rio un poco ante eso—. Aunque es obvio que no me creerás.

La respiración del oficial comenzó a acelerarse, cada vez más pesada y su sangre se movía con rapidez por sus venas. Hasta aquí había llegado toda su paciencia. Sus músculos se tensaron y Todoroki lo notó, pero siguió hablando.

—Viniste por el asunto de los guardias del hospital, ¿no es así? —se llevó a la boca una de las albóndigas que no sacó antes del sartén y le dio un mordisco, saboreándola lentamente—. Sí, yo los maté. Debiste verme, estaba tan enojado —rio un poco y luego su semblante se entristeció—. También maté a mi Katsuki... y ese "trabajo ilícito" por el que viniste antes está en el sótano. No me importa más.

—¡Te mataré! —la furia, el desprecio que sentía por ese hombre que confesaba todos sus crímenes con una cara seria, todo eso estalló en Kaminari. Sin pensarlo más, apuntó su pistola hacia él— ¡Te mataré yo mismo, maldito monstruo!

—Oh, no te desgastes —respondió tomando el cuchillo de la encimera, con el que había cortado los tomates para la salsa hace poco—. Permíteme hacerlo por ti.

Su voz salió en un susurro, y con una sonrisa indescriptible, lo enterró en su abdomen y lo deslizó con firmeza hasta prácticamente, cortarse por la mitad.

La sangre se deslizaba de lado a lado de su cuerpo. Kaminari lo miraba estupefacto, de pie en su lugar.

El arma había caído de sus manos. 

⚠︎⚠︎⚠︎

Segunda parte lista. Nos vemos mañana.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top