Capítulo 44

Charlotte Harrison

El fin de semana, a pesar de que al principio era un escape para mi, se convirtieron en días mágicos. Sigo suspirando corazones cada que recuerdo su propuesta, una que ni siquiera dudé en responder. ¿Cuánto llevamos de conocernos? ¿Meses? Y ya he decidido darle el sí a Farid Leister. El problema no es decirle que si me quiero casar con él, el problema es ir y contárselo a mis amigos, a mi hermano, pero sobre todo, contárselo a mis padres. ¿Cómo se lo tomarán? Mi madre ni siquiera sabe de la existencia de Farid Leister en mi vida.

Suspiro de nuevo. Llego a mi oficina, abro la puerta y lo primero que vuelvo a ver es un jarrón con rosas y la misma nota. Suelto un bufido, ¿será de Marcus? me pregunto.

—¡Cuéntamelo todo! —exclama la voz de Nay tras de mi.

No contesto, solo me dedico a tomar la nota con el mismo mensaje que ya me tiene harta.

—¡Fiu! —chifla —. Que bonitas rosas, ¿quien te las trajo? ¿Leister?

—Marcus, no tengo duda, me llamó hace días —le hago saber.

—¡¿Otra vez?! ¿No se dará por vencido o que?

—Al parecer no, ya comienza a hartarme. No se que quiere si ya le dejé en claro que no me interesa nada de él.

Creo...

Tomo el jarro y lo coloco en el suelo. Le cuento a Nay lo sucedido en Cuba, no habíamos hablado hasta mi llegada y solo me dediqué a mandarle un mensaje cuando aterrizó el avión el día de ayer en Seattle. Hablamos por unos minutos, le cuento lo del compromiso y grita emocionada, como si ya lo supiera. Después, recibo la llamada de Leister. Nay opta por dejarme sola en mi oficina e irse a la suya. Tecleo a contestar.

—Línea erótica, ¿en que le podemos servir? —contesto, con una sonrisa dibujada en los labios.

—Si, me gustaría el servicio completo —me responde.

—Por supuesto, ese paquete incluye un bebé de por medio —bromeo, al recordar que no me ha llegado el periodo.

—Por mi encantado —responde, y a mi pareciera que el rostro se me ilumina —, te preñare si es necesario para que te quedes conmigo.

Vuelvo a sonreír como una tonta enamorada.

—No será necesario Farid Leister, ya me tienes.

—Hice bien mi trabajo —responde.

Guardamos silencio por unos segundos.

—Me quitas el tiempo, cariño ¿por qué has llamado? —le digo.

Suelta una risa, sabe claramente que lo digo en tono divertido. Después me responde:

—Quiero verte, extraño tu cuerpo —la piel se me eriza al escucharlo.

—Y yo, cariño...

—Tengo algo para ti, quiero cumplir una de mis fantasías —dice, provocandome un recorrido de electricidad en el cuerpo.

—¿A sí? ¿Cual es, señor Leister? —le pregunto.

—Es una sorpresa, te mandaré la dirección al móvil.

Respondo con un sí. Hablamos unos minutos más y después colgamos. Suspiro, he pedido medio día para ir a mi cita con mi ginecóloga de cabecera. Los nervios me carcomen, hace días fui a sacarme sangre y ayer por la tarde su asistente me llamó informandome que los resultados están listos.

Tomo el abrigo, me lo paso por encima de los hombros y recojo las rosas que yacen en el suelo guardando la nota en el cajón. Estoy harta, furiosa e histérica. Me jode que Marcus siga insistiendo en algo que no pasará nunca. He pasado de página, si en algún momento lo que hacía me ponía a dudar de mis sentimientos por Leister, ahora solamente me causa una molestia que no termino de comprender. Me hace sentir... incómoda.

Al llegar a recepción, veo a Julian.

—¿Rosas otra vez? —me pregunta y yo asiento.

—Estoy harta, toma, regalaselas a quien tu quieras.

Suelta una risita cuando las toma entre sus manos. Sigo mi camino hasta el estacionamiento, emprendo el viaje al consultorio de la Doctora y cuando llego quien me recibe es su asistente.

—¿En qué puedo ayudarle? —me pregunta la mujer.

—Tengo cita con la Doctora García.

Mira hacia la pantalla, y después de unos segundos me pide que pase a su consultorio.

Abro la puerta, el aroma a limpio me reconforta y lo aspiro con intensidad. Huele a frutos cítricos.

—Charlotte, qué alegría verte —dice, sobresaltandome —. Toma asiento, ya tengo los resultados de la prueba.

Asiento. El corazón me palpita con fuerza y la doctora estira el sobre para que lo abra. La miro a sus ojos verdes, con un atisbo de duda, pero su semblante y su sonrisa hacen que me ponga todavía más nerviosa. La doctora Anette García es guapa, alta de pelo largo color negro y ojos verdes. Su pelo exageradamente negro me recuerda al de Farid.

—Estoy... estoy nerviosa —le digo.

—Es normal que lo estes, si gustas, yo podría decirte el resultado que hay en el sobre —dice, apiadandose de mi semblante seguramente pálido.

—No, yo puedo, quiero ser yo quien lo mire.

—Como gustes, Charlotte. —Responde con una sonrisa en los labios.

Abro el sobre con los dedos temblorosos. Estoy nerviosa, sobre todo porque muy en el fondo sé cual es el resultado. Los mareos de Leister y sus vómitos, me ponen a dudar, sobre todo porque sé de casos en los que el hombre ha tenido los síntomas y no la mujer embarazada. Joder. Abro el sobre, saco la hoja en éste y la desdoblo con sumo cuidado, como si fuese una delicada pluma. Leo una y otra vez el resultado: Positivo.

El cuerpo me tiembla, no dejo de observar la hoja y releo nuevamente hasta que mi vista se cansa. Sigo en el estacionamiento del hospital tratando de recopilar cada detalle de la conversación con la doctora, diciéndome que tengo cuatro semanas de gestación. No sé si sentirme feliz o no, simplemente trato de asimilarlo primero para poder darle la noticia a Leister. Una cosa es mencionar que quiero hijos, y otro muy distinta es confirmarle que tendremos uno.

Enciendo el coche y emprendo el viaje de regreso, optando no ir a la oficina. Llamo a Nay, ni siquiera sabe que he venido con la ginecologa, pero le informo que me he sentido mal y trabajaré desde casa. No he llamado a Leister desde hace horas, y él tampoco, a lo cual supongo está ocupado hasta que un mensaje de él entra en mi bandeja. Es una dirección, y sé perfectamente de donde es. Lo que me sorprende es lo que dice el mensaje, y más allá de sentirme extraña, me hace sentir... excitada.

"Reclamo mi premio, aunque el mejor premio para mi, eres tú."

(***)

Las horas pasan, mi pensamiento es invadido y cuando estoy cambiándome frente al espejo me recorro el cuerpo entero con los ojos. Trago duro al ver mis atributos, consciente de que en cualquier momento mi vientre comenzará a crecer, y que probablemente los senos harán la misma función. ¿Será niño? O... ¿será una niña? No puedo evitar hacerme esa pregunta.

Suspiro, lleno mis pulmones de oxígeno y después exhalo. Coloco la lencería de encaje color negra, medias del mismo color, y los tacones rojos. Después, una gabardina de cuero envuelve mi cuerpo, atando el cinturoncillo en un nudo fácil de quitar. Me pongo mi perfume favorito, pinto mis labios color rojo y salgo con paso decidido de la habitación. Tomo mi bolso, y cuando bajo a recepción pido un taxi que me lleve al Hotel Meyer.

El tiempo pareciera que me pasa volando, porque cuando menos lo espero, ya me encuentro frente a las puertas del hotel. Trago duro al recordar aquella vez en la que vine aquí con Marcus, un día antes de ser descubierta por Oliver y por Mercy. El cuerpo me tiembla, y el corazón palpita cuando me adentro a la recepción donde me reciben con una copa de alguna bebida espumosa. Agradezco al hombre de edad avanzada y éste me encamina al área del bar que se encuentra en alguno de los pisos más arriba. Al llegar a ésta, observo con detenimiento el lugar percatandome del hombre que me espera; Mi prometido, mi futuro marido y el padre de mis hijos. El estómago se me contrae de solo pensarlo y saber que se ha tatuado hasta mi nombre en el antebrazo, y de alguna manera eso hace que la piel se me erice y me excite.

La entrepierna se me acalora cuando caigo a la realidad y me doy cuenta de lo mucho que valgo para él, tanto como para tatuarse mi nombre en su piel. Sonrío, y camino de forma sensual hacia los taburetes del bar. Mi mente divaga, y sonrío ante todo lo que he hecho en éste último año; engañé a Oliver con su mejor amigo, me divorcié de él y todo se fue al carajo con Marcus cuado Farid Leister apareció.

De los errores se aprende. Acepto que los cometí, así como también acepto que perdí a personas que en realidad valían la pena para mi vida. Oliver fue uno de ellos, traicioné su amor, su confianza y el tiempo que me brindó al casarse conmigo. No fui más que una pérdida de tiempo para él. Pero... ¿de los errores se aprende no? Y ahora me siento viva y feliz, algo que no había experimentado o que creí experimentar con quien fue mi marido, y con quien fue mi amante. Amores a medias, y a mi no me gusta dejar las cosas a medias.

El olor a cigarrillos, perfume y whisky caro, me hacen volver a la realidad del lugar en el que estoy. Observo a mí alrededor, los hombres me miran, se percatan de mi presencia y debo aceptar que eso en ocasiones me enciende.

Voy de gabardina negra con tacones rojos. El negro para mí ahora simboliza el luto que ha sido perder a un hombre maravilloso, y el rojo la pasión que me llevó a engañarlo. Para nosotras no es un secreto desear algo o desear a alguien, porque tenemos la ventaja de pedirlo y obtenerlo. Eso me pasó con Leister.

Me remuevo en el asiento, le doy un trago al whisky que me ofrece el barmen, omitiendo el gesto cuando éste me quema la garganta. Giro sobre mi eje en el banquillo de madera donde me encuentro sentada, me cruzo de piernas dejando a la vista mis muslos descubiertos acompañados de las medias que me encantan, y recorro con la yema de mis dedos la cara externa de estos. El hombre que se acerca me repara con la mirada, devorándome con la misma como si fuese un depredador. Le sonrío de lado, me moja las bragas con tan solo mirarlo, y es porque últimamente mi libido ha aumentado y el deseo de cabalgarlo comienza a invadirme cuando sus ojos azules y dilatados me miran con deseo.

Dejo el vaso de vidrio sobre la barra, levantándome y caminando después hasta el balcón del bar que se encuentra en el penúltimo piso del Hotel Meyer. Me detengo por unos segundos observando de reojo al hombre que me sigue, y no dudo en provocarlo levantándome levemente la gabardina mostrando mucho más mis torneadas piernas, consciente de que nadie nos ve, y que no llevo nada más que la lencería color negra por debajo que tanto le gusta que yo luzca.

Sigo mi camino hasta llegar al ascensor, espero a que abra sus puertas, adentrándome a él seguido del hermoso ser que me acompaña. Las puertas se cierran, él se va hasta el fondo, pero segundos después siento su aliento en mi cuello. Suspiro sintiendo la electricidad que desprenden nuestros cuerpos cuando estamos juntos, y para cuando el ascensor abre sus puertas lo que hago es caminar hasta nuestra habitación.

34C1.

Pasa la tarjeta, la habitación se abre y se hace a un lado permitiendome entrar en ésta.

—Joder, no hay pecado que contigo no quiera cometer —susurra a mi oreja derecha.

Sonrío, al mismo tiempo en el que desabrocho el cinto de la gabardina. Él la toma de ambos lados dejándola caer al suelo. Suspiro al sentir la punta de su nariz recorrer mi hombro izquierdo, y cuando quiero decir algo me interrumpe.

—Me has complacido... ¿Por qué? —pregunta, pero no respondo —. ¿No me responderás? —niego —. Creo que alguien está buscándose un nuevo juego, ¿no es así? —asiento.

Recorre con la yema de sus dedos el costado izquierdo de mi cintura.

—¡¿Sí que?! —me azota con fuerza el trasero.

—Si quiero jugar con usted, señor Leister —respondo, con voz ronca de deseo.

—La ricura quiere jugar —susurra, apretándome el cuello —. Mira lo que puse para ti, ¿Ahora si me bailaras? —pregunta, y yo asiento al ver el pequeño escenario de lo que es un tubo de stripper —¿A quién quieres ahora, Charlotte?

Pregunta y yo respondo:

—A ti —respondo.

Me suelta. Camino con cautela hasta el pequeño escenario consciente de lo que quiere porque me lo ha dicho y yo lo complazco. Me fascina complacerlo. Le doy la espalda, rodeo con mis manos el frío tubo y comienzo a moverme como si fuese una bailarina profesional.

«Sinceramente no sé ni mierda, pero me muevo con sensualidad».

Pego mi cuerpo al tubo volteandome de frente al hombre que ha tomado asiento en un sillón color rojo. Enciende la música, y trago duro al ver la dureza de su entrepierna deseosa de penetrarme. La respiración se me entrecorta nada más de recordar cada uno de nuestros encuentros en los que ha hecho que me corra.

Enredo una de mis piernas en el tubo, permitiéndome dar una vuelta lenta y suave en la que expongo mis glúteos. La sensual voz de Rihaana suena de fondo, y lo siguiente que hago es mojar mis dedos de saliva gracias a mi boca que se ha hecho agua. Abro las piernas, deslizándome hacia abajo, sosteniéndome del tubo con una sola mano, mientras con la otra me acaricio las puntas erguidas de los senos.

Él se masajea el miembro detallandome con su mirada azul cielo hipnotizante. No dejo de verlo, me gusta verlo. Sé lo que le gusta porque me lo ha dicho un montón de veces, sé que los tatuajes que lo acompañan en su brazo izquierdo revelan muchos más secretos de los que en realidad me ha contado, así como sé perfectamente que se ha tatuado mi nombre sobre uno de ellos tan solo para recordarse así mismo de quien es. Me excita el simple hecho de saberlo.

—Mira como me la pones ricura —dice con la voz ronca, acariciando de arriba hacia abajo el miembro.

No dejo de mirarlo, así como tampoco dejo de bailar y contonear mi trasero sobre el tubo haciendo todo un espectáculo para él. Me muerdo el labio inferior al verlo acercarse, sentándose en la orilla del pequeño escenario. Me azota el trasero cuando doy una vuelta más sobre éste provocándome un respingo. Siento la humedad en mi entrepierna deseosa de recibir el miembro de semejante hombre que me acompaña.

Después, vuelve al sitio tomando asiento en el sillón rojo, y me permito recordar aquel día en el que conocí a otro hombre de nombre Marcus con quien follé en este mismo lugar. Suspiro, cerrando los ojos, pero Farid Leister me vuelve a la realidad haciendo que vuelva abrirlos recordando la manera en la que en verdad nos conocimos.

—Soy tuyo Charlotte —dice, corriéndose en su mano izquierda.

Me muerdo el labio, la música continua y decido quitarme las bragas. Desnuda, húmeda y con el deseo a mil, me tumbo de rodillas y gateo hacia él. Se ha limpiado la mano, y vuelve a sacudirse la polla aun erecta. Me lamo los labios y digo:

—Tengo hambre de usted, señor Leister —ronroneo.

Él no lo piensa, se levanta del sofá y se acerca hasta donde me encuentro colocando su miembro frente a mis ojos. Me toma del cuello, y de un simple empuje ya tengo su miembro en mi boca. Su sabor me atrapa, le rodeo el glande con la lengua y después me prendo de ella. Lo miro a los ojos mientras saboreo su miembro, deleitándome de su sabor.

—¿Te gusta, ricura? —gruñe.

Asiento, llevándolo en su totalidad hasta mi garganta.

Gruñe, gime, y de urgencia me levanta. Me carga tomándome de los glúteos sentándome sobre el sillón, me abro de piernas y dejo que se deleite de mi sabor cuando comienza a trazar círculos con su lengua en mi clítoris. Gimo, gruño y jadeo por el deseo que me consume por sentir su miembro adentro. Lame, chupa y succiona ese punto que me vuelve loca. Me retuerzo, y cuando estoy por correrme decide parar y penetrarme lento, sentándome a horcajadas sobre él.

—Mierda, quiero más Leister —le digo.

—¿A sí? —susurra, y yo asiento.

Me consumo en llamas sin volverme cenizas. Se abraza a mi cuerpo, me toma de los glúteos y vuelve a penetrarme a un ritmo que me enloquece. Entonces, suelto las palabras...

—Farid Leister... —susurro, mordiendo después su labio inferior. —Estoy embarazada —digo, echando la cabeza hacia atrás.

Se detiene, empuñando mi cabello a su mano, uniendo mi frente a la suya.

—¿Es broma? —pregunta, sonriendome con malicia.

Yo niego, sin dejar de moverme en círculos sobre su miembro.

—La prueba lo dice. —Jadeo.

—Joder... —responde con una sonrisa.

Me besa, un beso que aviva mis ganas envolviendome en las llamas de su cuerpo caliente. Me abraza hacia él, prendiendose de mis pezones, chupando y mordiendo. Me azota las nalgas, y vuelve a gruñir cuando me toma de las caderas y me penetra con fuerza.

—Dime algo —le hablo.

—¿Qué te digo, cariño? —dice, con la respiración agitada —Me fascina saber que mi derrame te ha preñado, que solo serán míos...

No dejo de moverme. Me toma de la mano izquierda llevandosela al sitio donde yacen los latidos de su corazón y lo noto, éste palpita con fuerza y un nudo comienza a formarse en mi garganta cuando nos miramos a los ojos.

—Te amo —susurro, prendiéndome de sus labios y llegando al orgasmo.

—Los amo...

(***)

Siento las caricias de sus dedos en mi espalda. Suspiro, aun con los ojos cerrados, recordanrdome a mi misma que estamos en la misma habitación en la que follé con Marcus hace tiempo. Él lo sabe, y sigo preguntándome porque hemos venido aquí, algo que me pregunté por la madrugada. Sin embargo, lo dejo pasar, porque claramente sé el porqué.

Suspiro con una sonrisa en los labios. Leister me estrecha a su pecho y aspira el aroma de mi pelo totalmente desaliñado.

—¿Qué hora es? —pregunto.

—La hora de hablar —dice, enderezandose en la cama hasta sentarse.

Me acomodo en su regazo, no quiero ni mirarlo.

—Charlotte, mírame —ordena, pero permanezco en la misma posición.

—No, no quiero.

—Ven aquí.

Vuelve a decir. Me acomodo a horcajadas de él, rozando su erección matutina con mi intimidad.

—¿Qué te digo? Seremos padres —le hago saber sin dejar de mirarlo a los ojos.

Joder, es demasiado guapo. Ojos azul cielo y mentón cuadrado, su incipiente barba me trae colgada de un ala, y sus lengua... joder su lengua hace magia.

Esboza una media sonrisa, una tierna y no la de malicia que siempre me hace.

—Seremos buenos padres —dice, acariciándome el abdomen.

Sonrío ante la acción, el pecho se me estruja y comienzo a sentir una inmensa felicidad.

—Lo amamos, señor Leister —le digo, agachando la cabeza para dejarle un casto beso en los labios.

Leister sonríe y une mi frente con la suya.

—Yo también los amo.

(***)

El resto del día la pasamos en la cama. Hemos desayunado y comido en la habitación del hotel viendo la televisión. Leister no es muy fan de los programas, series y películas, sin embargo, hace un esfuerzo por ver lo que sea que yo esté mirando. Para cuando nos dan las cinco de la tarde, decidimos irnos. Tomamos una ducha por separado, y cuando salgo a la habitación Leister ya se encuentra listo esperándome con una pequeña maleta donde yace ropa.

—Muy precavido —le digo.

—Lo soy —responde encogiéndose de hombros —. Daremos un paseo a un lugar especial —dice.

Sale de la habitación, caminando hasta la pequeña estancia donde permanece aún el pequeño escenario donde he bailado como stripper. El recuerdo me hace sonreír, y me prometo a mi misma no dejar que la pasión y el deseo se consuma entre los dos. Algo que me dijo mi madre alguna vez fue que, si no eres buena en la cocina, lo seas en la cama, algo que para ser sincera me causó gracia, porque sin duda he tratado de ser ambas.

—¿Lista? —me pregunta Farid abrazándome por la espalda.

—Casi lista, ¿vale? ¿Dónde has conseguido esta ropa? —Le pregunto.

—La he comprado antes de venir, sabía que no traerías más que algo diminuto, como a mi me gusta —dice, besándome el cuello.

Sonrío. Sigo con el proceso de cambiarme poniéndome la lencería, los jeans cómodos y el abrigo. Me pongo las zapatillas deportivas y cuando me vuelvo hacia Leister lo veo con un atuendo parecido al mío. Coloco la ropa que he traído en la maleta, y para cuando hemos acomodado todo bajamos juntos al estacionamiento del hotel. Me abre la puerta del coche, ambos subimos y después de una hora sé a dónde nos dirigimos. Sonrío, aun recuerda el camino y una felicidad extraña me vuelve a invadir en el pecho. Un nudo se forma en mi garganta cuando hemos llegado, Leister aparca a unos cuantos metros del lago donde el sol que ha salido comienza desaparecer.

Bajamos del coche, Leister se apoya en el capó del mismo y yo me posiciono frente a él dandole la espalda, recargandome en su pecho.

—¿Por qué es tu lugar especial? —me pregunta.

Sonrío.

—Porque aquí fue donde se conocieron mis padres, y... no sé, llámalo estupidez o romanticismo estupido, pero un día dije que traería aquí a la persona que fuese la indicada para mi.

Me siento tonta respondiendole eso, pero es la verdad y para qué andarme con mentiras. Además, ¿qué más da? Ahora lo único que invade mi cuerpo es un deseo por el hombre que será el padre de mis hijos.

—No es estupidez —dice —, nunca habias dicho algo más certero que esto, porque sí, ricura, yo soy el indicado para ti. —Dice, dejándome castos besos en el cuello —. No Oliver... no Marcus... nadie, solo yo.

Me voltea, dejándome de frente hacia él, apoyando sus manos en mis caderas. Mi brazos rodean su cuello y le sonrío.

—Tendrá tus ojos —le digo, besandole con delicadeza los labios —, y se llamará Rachel.

Sonríe.

—¿Y si es hombre? —pregunta, con los ojos cerrados, dejando que le haga mimos.

—Mmm, lo sigo pensando, no se me ocurre ninguno —digo riéndome.

Abre los ojos, me acaricia la barbilla y la eleva tan solo para dejarme un casto beso en los labios.

—Ahora tú dímelo —dice sonriendo.

Enarco una ceja preguntandome a qué es lo que se refiere.

—Hace tiempo te dije porque estaba enamorado de ti, ahora quiero que me lo digas tú.

Joder. El cuerpo se me tensa.

—Bueno, porque eres un hombre excepcional, algo engreído, con el ego por los cielos pero... eres el hombre que amo por el simple hecho de hacerme feliz, de aceptarme tal cual soy, por confiar en mí y cuidarme como nunca antes alguien más lo hizo.

—Me encanta tenerte en mi vida —dice, provocandome un vuelco en el corazón.

Vuelvo la vista hacia el frente. Juntos miramos el atardecer, el sol metiéndose hasta el final del lago desapareciendo en segundos. Suspiro, cierro los ojos y Leister me dice el nombre del bebé. Sonrío como estúpida, quisiera golpearlo por decir aquello pero solo me dedico a reirme, sintiéndome plena y feliz. Me doy cuenta de algo muy importante y es que ahora soy feliz. Feliz con Farid.

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