Capítulo 16

"Eres casado"

Charlotte Harrison

Vuelvo a casa tratando de pensar con claridad lo que Oliver y yo hemos hablado. Estaciono en una cafetería reconocida, adentrándome a ella después de unos minutos. Hago fila por unos minutos hasta tener mi orden en la mano. Conforme camino a la salida, choco con alguien más de hombro a hombro.

—¡Lo siento! —exclama la voz de alguien que reconozco al momento.

Vuelvo la mirada hacia ella, a ésta le cambia el semblante, se le endurece el rostro al mirarme.

—No hay problema —le respondo a Mersy.

Sigo mi camino, tratando de evadir en mi mente la imagen de la rubia con el vientre abultado. Entonces, saliendo del establecimiento es que me doy cuenta de que alguien más la espera en su coche: Marcus.

Éste me mira desde su coche, lo sé porque ni siquiera lo disimula. Y cuando pienso que me seguirá, su acción es otra. Decide voltearse, hacer como si no existiese, y eso solo es prueba de que lo hace porque fui su amante y su mujer se encuentra a unos cuantos metros del estacionamiento. «Quizás siempre la preferirá a ella».

Subo a mi coche tan pronto como puedo poniéndolo en marcha. No volteo hacia él, ni hacia la rubia cuando sale sin nada en la mano. Conduzco hasta el departamento sintiendo una presión en el pecho, recordando cada uno de los momentos con Marcus, y no puedo evitar pensar en él hubiera. Si, ¿Qué hubiera pasado si yo no hubiese engañado a Oliver con su mejor amigo? ¿Aún seguiría siendo su esposa? ¿Sería feliz? 

La nostalgia se apodera de mi cuerpo con esos últimos pensamientos, y mi mente vuelve a lo hablado con Oliver por la mañana. Su dolor es el mío, porque a pesar de ya no amarlo le sigo teniendo cariño por siempre ser bueno y atento conmigo. Lo dañé, eso lo sé de sobra. Dañé a un hombre bueno...

Aparco en el estacionamiento del edificio, y al llegar a mi piso me encuentro con Izan y Nerón en el pasillo.

—¡A ti te quería encontrar, maldito! —exclamo, atacando al ver a mi hermano.

—¿Ahora que hice?

—Le dijiste a Oliver donde vivía, ¿Por qué lo hiciste? —cuestiono molesta.

—¡¿Qué?! Yo no se lo... cierto, si se lo dije.

—¡¿Por qué?!

—Se me salió, ¿vale? Qué más da.

—Estoy por empezar los trámites de divorcio Nerón, no puede estar viniendo a mi departamento como si todavía tuviésemos una relación sana, ¡porqué no la tenemos! —espeto molesta.

Le reclamo por lo menos cinco minutos, tiempo en el que me sigue él e Izan hasta adentrarnos a mi apartamento. Ambos se sientan en los sofás como si estuviesen en su casa, cosa que no me desagrada, me gusta tener gente en el apartamento, me ayuda a no sentirme sola. Pregunto por Nay, ya que no la he visto, e Izan hace una mueca al decirme que se fue un fin de semana con Osuna.

—Siento que nos hemos distanciado —le digo a Izan cuando camino a la cocina por una botella de agua.

—Si tu sientes eso, imagínate yo.

La tarde pasa. Es sábado y a cada nada miro la hora mentalizándome que debo estar lista para cuando pase Leister por mí. Me encamino a mi habitación para revisar mi closet y seleccionar lo que me pondré ésta noche. Entonces, de la nada recuerdo que quedé en preparar yo misma la cena. «Que estúpida, morirá intoxicado».

La mañana y la tarde pasan con rapidez, y solo me dedico a revisar los avances que me ha mandado Julián del sitio web del club de Leister. Llamo a Julián para las dudas que rondan por mi mente, siendo consciente de que la he jodido con él. Cree que no me doy cuenta que hace el esfuerzo por tratarme con indiferencia. El lunes tengo que hablar personalmente con él.

Para cuando colgamos, vuelvo a observar el reloj: veinte para las ocho.

Salto de la cama yéndome corriendo a la ducha. Me adentro a ésta, bañándome lo más pronto que me es posible, y para cuando quiero dar un respiro el sonido del timbre suena.

—Joder —susurro.

Salgo de la ducha, poniéndome un conjunto de lencería con tacones rojos y vestido holgado en color negro.

Tomo mi abrigo, y salgo a la sala después de veinte minutos con el pelo un tanto humedecido. Levanto la mirada, chocando con un par de ojos azul cielo que me hipnotizan. Trago duro al ver que los entrecierra mirándome con deseo y desaprobación.

—Hermanita, no me dijiste que eras amiga de mi jefe.

—No me dio tiempo, estaba más ocupada reclamándote otras cosas. ¿Nos vamos? —digo, dirigiéndome a Leister.

—Un gusto Nerón. —Responde éste último, despidiéndose de mi hermano con un saludo.

—Si no te quedarás, cierras con llave ¿vale? —Nerón asiente.

Salgo después de Leister.

—¿No tiene departamento, o qué? —cuestiona, cuando presiona el botón del elevador.

—Si tiene, vive en el edificio donde yo vivía antes. —Le hago saber.

Las puertas se cierran, y de pronto siento los brazos de Leister en mi cintura al elevarme. Encamino mi boca a la suya, besándolo y aspirando el aroma amaderado que desprende ese hombre. «En verdad comienza a gustarme».

—Si hubieses sido cualquier otra ya me hubiera ido —jadea, mordiéndome la boca.

—Mal por ti, ¿no crees? —jadeo, volviéndolo a besar —, yo no soy cualquiera.

Me devuelve al suelo pegando su cuerpo al mío, llevando sus manos a mis glúteos sin apenas dejar de besarme.

—Definitivamente no.

Me muerdo el labio sin dejar de mirarlo. Caminamos juntos tomados de la mano hasta su coche deportivo. Me abre la puerta, y subo a éste. Pareciera que somos una pareja común y corriente, quien nos viera no dudaría en pensarlo.

El recorrido hasta su apartamento lo hacemos en silencio. Reconozco la zona, y es uno de esos lugares alejados del ruidoso ambiente de la ciudad. El edificio es grande, lo noto antes de aparcar en el estacionamiento de éste.

—Ahora sé porque tienes el ego por los cielos —le digo al bajarnos del coche.

—¿Por qué?

Vuelve a tomarme de la mano, camino junto a él hasta la recepción, y al abrirme la puerta de ésta el aroma a naranja inunda mis fosas nasales. Aspiro el delicioso aroma.

—Buenas noches señor Leister —lo saluda un hombre de edad, con un traje color negro.

—Buenas noches Nestor —le responde él con un asentimiento de cabeza.

—Buenas noches —saludo también, dirigiéndome al hombre.

Leister suelta una risita, manda llamar el elevador y mientras llega me dedico a ver el lugar lujoso en el que me encuentro. Paredes beige, sillones cafés y toda una recepción de vidrio templado.

—¿Eres de esos hombres ricos de película? —le pregunto al adentrarnos a la caja metálica.

—Tengo lo suficiente para vivir —responde.

—Y para poner un club —me burlo —, sigo pensando que el nombre es patético, deberías cambiárselo —digo.

Éste niega.

—No, quisiera ver la cara de nuestros hijos cuando les expliques porque un club lleva tu nombre.

—Sigues con lo mismo —le respondo.

No mentiré, pero que lo diga me causa un revoltijo en el estómago.

—¿Se vale soñar, no?

—Sueña mucho, señor Leister.

—Tal vez.

Sonríe mirándome con ternura. Teclea los números 1417 en el elevador, para que después de unos segundos éste abra sus puertas en el último piso. Nos adentramos, y lo primero que hago es observar a detalle el departamento con aroma a Leister. Aspiro el aroma, llenando mis pulmones de oxigeno.

—¿Te gusta?

Pregunta, y yo asiento.

—Huele a ti —respondo.

El lugar es claro, de piso oscuro y muebles que parecen ser caros en color negro. Es espacioso, del lado izquierdo al entrar se encuentra la sala que consta de tres sofás en color negro, frente a ésta descansa una mesita de mármol con vidrio, y unos cuantos metros más hacia el frente una televisión enorme de pantalla plana con algún tipo de sonido, del cual Leister pone algo de música. El lado derecho es invadido por un mini bar donde yacen lo que parecen ser todo tipo de botellas, y frente a éste, una encimera color negra. El lugar es cerrado, pero de vidrio templado oscurecido. Es una versión ampliada del ventanal de mi apartamento, pero sin cortinas.

—Qué bonito lugar —le digo, encaminándome a uno de los sofás.

Leister camina hasta el mini bar, tomando de éste dos vasos, les pone hielo y después el líquido que seguramente me hará perder los estribos.

—¿Qué es? —le pregunto cuando me lo ofrece.

Huelo su contenido, huele a una especie de caramelo y whisky.

—Bourbon —responde.

Le doy un pequeño sorbo, y mis papilas gustativas lo aceptan. Esbozo una sonrisa.

—Rico —susurro, mirando a Leister a los ojos.

Me toma de la mandíbula, dejándome un casto beso en los labios.

—No tanto como tú.

Me toma de la mano, encaminándome a un pasillo. Sé a dónde vamos, y no, no es a su habitación donde me gustaría estar en estos momentos.

—Yo te ayudaré a cocinar, no quiero morir joven —se burla.

—¡Oye! Ni siquiera has probado mi comida —me defiendo.

—No, pero con la cara que hizo tu hermano cuando se lo mencioné me fue suficiente para tomar esa decisión.

—Exagerado —digo riéndome.

Nos adentramos a la cocina bien equipada, todo a mármol y granito color negro y gris. La detallo lo suficiente como para darme cuenta que en ella se pueden hacer infinidad de postres.

—Exagerado no, precavido si.

—Ambos lo son, cocino bien ¿Vale?

—Ya veremos si cocinas tan bien como follas, bonita —responde, levantándome la barbilla.

—Lo siento pero no soy Dios —respondo burlándome de su comentario.

Lo miro a los ojos, las pupilas se le dilatan y por mi mente solo pasan un par de ojos color café oscuro. Le sonrío a Leister sintiéndome culpable por un momento. Borro la imagen del señor oscuro, recalcándome que él ya no es mi presente si no Leister. Aunque... en realidad no se que tipo de relación me gustaría mantener con Leister.

—¿Alguna vez te has enamorado? —le pregunto.

Esboza una sonrisa completamente diferente a aquella sonrisa llena de malicia.

—Si, en algún momento lo estuve.

—¿Y que pasó con ella? —pregunto.

La mirada se le oscurece, los ojos dejan de brillarle por un instante y...

—Murió...

Abro los ojos con sorpresa y arrepentida por haberlo preguntado.

—Nuestro amor murió.

Aclara.

—Imbécil —susurro con el jodido corazón en la mano.

Leister suelta una carcajada. Decido darle la espalda ante semejante broma. Camino hasta la nevera en búsqueda de verduras o algo más para comenzar a cocinar.

—Vamos, era broma —dice, tomándome de los hombros.

Me vuelvo hacia él.

—Estos son los momentos en los que me gustaría tener veneno para ratas como ingrediente —espeto.

—¿Me quieres matar? —pregunta, acorralándome entre la nevera y él.

—Si, Leister. Ahorcar también.

—Te acabo de imaginar cabalgándome mientras mis manos te estrangulan.

—¡Dios, que miedo! —exclamo, empujándolo hacia atrás.

El bombón se ríe a carcajadas, disculpándose después por sus bromas. No le hago caso, pero a pesar de que estoy molesta la duda vuelve a invadirme por saber su historia de amor. Porque debe de tener una, todos tenemos una de esas historias que jamás olvidaremos, o que por lo menos se nos olvidarán después de un tiempo. Pero todos, absolutamente todos tenemos una.

De pronto, Leister toma mi abrigo, deshaciéndose de él. Trago duro al sentir el roce de sus dedos en mi piel. Ésta se calienta como una especie de hoguera en la cual no sé si quisiera permanecer. Sin embargo, dejo que prosiga.

—Me gustaría comenzar por el postre —anuncia, bajándome el tirante derecho del vestido.

—Eso es trampa —jadeo, cuando recorre mis pechos con la yema de sus dedos.

—¿Y? A ésta vida se vino a disfrutar, no andarse esperando hasta el final.

—Haberlo dicho antes. 

Volteo sobre mi eje prendiéndome de sus labios. Me abalanzo sobre él, rodeando mis piernas a sus caderas mientras éste se encamina de nuevo a la estancia.

Nuestros cuerpos comienzan a sudar de la nada por el calor del momento, se deshace de mi vestido dejándome en medias y tacones. Me quita el sostén, seguido de las bragas las cuales apenas si aprecio, porque en realidad lo que aprecia en éste preciso momento es mi cuerpo. 

Se acerca a mi levantándome la barbilla, mi cuerpo tiembla por alguna razón que desconozco y miles de escenarios juntos pasan por mi mente cuando lo miro a los ojos

—Que mierda... —susurro.

—¿En quien piensas? —vuelve articular lo que últimamente me pregunta cuando follamos.

Respondo con la verdad.

—En usted, señor Leister.

Me toma del cuello arrastrándome hasta sus labios. Mi piel se mantiene caliente a las caricias de Leister a mi cuerpo. No se ha quitado la ropa, y lo único que me permite hacer es que le desabroche la camisa. Le beso los pectorales definidos aspirando el aroma que desprende, éste no me permite hacer otra cosa más que besarlo y arañarle la espalda cuando lo rodeo con mis brazos. Se sienta en el sofá colocándome encima de él, y la fricción que hace la prenda de sus pantalones con mi intimidad, es suficiente para encenderme en llamas el cuerpo. Me balanceo sobre el bulto, desnuda y encima de él. Éste se prende de mis senos, chupándolos y apretándolos a su antojo. Jadeo, echando la cabeza hacia atrás permitiéndole un mejor acceso a mi cuerpo, y de la nada me levanta de donde me encuentro junto con él.

Me deja sentada en el sofá. Leister camina hasta el mini bar tomando la botella de bourbon. Le da un trago, ofreciéndome uno más a mí. Me pone la botella en los labios, le doy un trago más derramando un poco sobre mi cuerpo. El líquido recorre mi cuello y Leister lame el recorrido de éste al derramarse.

—Me gusta ésta combinación —dice —Bourbon y Charlotte...

Sus palabras me encienden. Se apodera de mis pezones lamiéndolos y mordiéndolos con delicadeza. Gimo y me retuerzo cuando lo hace. Enarco la espalda, tensando después las piernas. Mi intimidad aclama su polla, está humedecida y dispuesta a lo que sea que Leister tenga para mi.

—Creo que a partir de hoy comienza mi adicción —dice, dando lengüetazos a mis botones enrojecidos, aclamando la atención de él.

—¿Adicción a qué? —jadeo.

—A ti... a tu cuerpo. —Lo dice, dejándome castos besos sobre éste.

Leister me de piernas.

—Tócate —me ordena, al mismo tiempo en el que le da un trago a la botella.

Comienzo a trazar círculos en mi clítoris, después abro los pliegues con una mano, y con la otra sigo con la misma acción. Enarco la espalda, mi respiración se agita y cierro los ojos disfrutando de sus caricias.

—No, ábrelos bonita —ordena.

Se sienta en la mesita sin dejar de tomarle a la botella de bourbon y sin dejar de verme. Lo miro a los ojos, mordiéndome los labios cuando el placer me invade. Jadeo y gimo. Estoy excitada y lo único que pasa por mi mente es tener el miembro de Leister penetrándome.

—Joder... —susurro cuando los muslos se me tensan.

Echo la cabeza hacia atrás mirando al techo. Después, Leister derrama el líquido del bourbon sobre mis senos viéndose como un hombre completamente erótico. Siento el frío recorrer mi abdomen, llegando hasta mi entrepierna. Leister se apodera de mi boca, bajando después siguiendo el recorrido del bourbon sobre mi piel. Lo lame y succiona, dejando marcas en mi piel. Yo tiemblo de placer, y él disfruta de lo que hace. Es una tortura cuando llega a mi botón de nervios, el cual lame y chupa el líquido hasta deshacerse de él.

—Disfruto mucho esto... —dice.

Comienza a subirse, me besa empuñando mi pelo en su mano, y yo no puedo dejar de ver sus hipnotizantes ojos azules. Le muerdo los labios, abalanzándome sobre él. Me levanta del sofá, y entonces lo siento sobre el mismo. Me le trepo encima de nuevo, quitándole por completo la camisa blanca que lleva puesta. Desnuda y con tacones puestos, es que camino hasta donde se encuentra el reproductor de música. No deja de mirarme, eso lo sé porque siento su mirada penetrante en la parte trasera de mi cuerpo.

Para cuando llego al reproductor lo enciendo, pongo cualquier canción sensual y comienzo mi baile erótico. Me giro hacia él, muevo las caderas y lo siguiente que hago es bajar con lentitud. Me acaricio los pezones, chupando después dos de mis dedos para seguir con mis caricias.

Leister se levanta acercándose a mí. Me alza sobre él, le rodeo las caderas con mis piernas y el roce de mi entrepierna con su pantalón me encienden.

—Te jodiste, eres mía Charlotte. —Dice.

Le sonrío, llevando después mis labios a su cuello el cual chupo, seguramente dejándole alguna marca. Juntos nos encaminamos a alguna habitación que desconozco.

—Tu pantalón me estorba, ¿te podrías deshacer de él? —digo, con la voz ronca por la excitación.

—Tal vez...

Me recuesta boca abajo en una cama que se siente cómoda y suave. De pronto, me toma de las caderas alzándolas hacia su pelvis. Las magrea, y es ahí cuando siento su lengua en mi segundo orificio. Doy un respingo, la sensación me fascina así que no lo detengo. Después sigue su camino hasta mis glúteos, mordiéndolos y azotándolos.

Comienzo a tocarme, cierro los ojos y de la nada siento la primera estocada. Me empuja con fuerza hacia el frente, y no omito el gemido que me provoca.

—Leister... —jadeo su nombre.

Sigue con lo suyo sin dejar de jadear y gruñir. Se llena se obscenidades la boca diciendo una y otra a cada nada dejándome al borde del éxtasis.

Me gusta, Leister me gusta, y hasta ahora es el único hombre por el que no sé qué hacer gracias a todas las sensaciones que me provoca.

Sale de mí interior, me voltea boca arriba y vuelve a penetrarme con fuerza. Meto los brazos bajo los suyos sosteniéndome de su espalda. La araño cuando sus estocadas aumentan el ritmo y lo miro a los ojos. Me muerdo los labios al ver sus pupilas dilatadas, algo que me provoca al ver su mirada excitada.

Con las piernas, le rodeo las caderas atrayéndolo más hacia mi sexo empujándolo a lo profundo, vuelve a gruñir, a jadear. Con un brazo sostiene su peso, mientras con la otra mano me aprieta el glúteo izquierdo. Vuelvo a besarlo, besos salvajes que me elevan por un rato perdiéndome a mi misma en otro mundo que conozco y a la vez desconozco. Después, baja hasta mi cuello aspirando el aroma que desprende éste. Vuelve arremeter con fuerza, anunciándome que se correrá dentro. Aprieto las paredes de mi sexo, sintiendo después el derrame de su miembro. Al terminar sale, hundiendo sus dedos en mi canal lleno de sus fluidos. Me penetra con destreza y de una manera la cual me provoca miles de sensaciones y emociones. Gimo, jadeo y respiro con dificultad cuando el cuerpo entero se me tensa. Estoy por correrme, aprieto el sexo y las piernas, y lo hago salpicando la cama de Leister con mis fluidos.

—Joder —susurra al verme, llenándose la boca de mí orgasmo.

Vuelve apoderarse de mis pezones, dando lametazos suaves. Después me besa los labios con suavidad, acariciando una de mis mejillas. Sigo con los ojos cerrados, disfrutando de su lengua jugueteando con la mía. Me estira los pezones, y de la nada sonrío recordando que debo cocinar la cena en un rato

—¿De qué te ríes? —pregunta, dejando un reguero de besos desde mi hombro hasta los nudillos.

—No soy buena cocinando, debes saberlo —le informo.

—Lo sé, me lo advertiste.

—¿Aun así quieres tener una relación conmigo?

Se hace el pensativo. Lo empujo, haciéndome la ofendida y éste me arrastra hasta su pecho rodeándome con sus brazos la cintura. Nos encontramos desnudos, y éste no duda en recorrer con la yema de sus dedos mi muslo.

—Ya te lo dije —habla, besando mi cuello.

Me volteo, quedando frente a él. Le acaricio la mejilla sin dejar de mirarlo, suspiro, sintiendo mariposas revoloteando por todo mi cuerpo y recuerdo el momento con él en Cuba.

—Bien, acepto.

Me sonríe.

—¿Ya puedo decir que eres mi novia? —pregunta.

No le hago caso, me trepo a horcajadas sobre él tomándolo de las manos. Llevo una de ellas a mi clítoris incitándolo a que lo estimule.

—Quiero más —digo —, tu novia quiere más.

Cierro los ojos, echando después la cabeza hacia atrás. Leister no pierde el tiempo, éste se endereza apoyando su espalda en el respaldo de la cama, arrastrándome con él. Me levanta, tomándome de las caderas tan solo para clavar su miembro en mi canal humedecido. Comienzo abalanzarme soltando un gemido.

—¿Aguantas otro? —pregunto sonriendo para provocándolo.

—¿Acaso no la estas sintiendo, ricura? —jadea moviéndose.

Me acaricia los pezones, llevándoselos a la boca. Sigo abalanzándome, escuchando en la habitación tan solo nuestros gemidos y jadeos...

(***)

Entre abro los ojos con lentitud, tratando de no dañarme la vista cuando la luz me sega. Me remuevo en la cama tratando de liberarme de los brazos de Leister, pero no lo logro. Hago un segundo intento, pero éste se queja apretándome de nuevo hacia él.

Nos hemos quedado dormidos, ni siquiera hemos cenado.

—Tengo que ir al baño —le informo.

Entonces me suelta.

Me levanto caminando hasta el baño para hacer mis necesidades, lavándome después los dientes con un cepillo el cual supongo es suyo. Aun desnuda, decido tomar una ducha rápida. Para cuando salgo y no ver más playeras y camisas blancas de Leister, es que decido tomar una colocándomela encima.

—Te ves bien, así deberías estar todo el día aquí.

Volteo hacia él, sentándome en la orilla de la cama.

—¿Qué haremos? —le pregunto.

—No lo sé, podríamos quedarnos aquí todo el día y follar como conejos —propone.

Suelto una risa, sentándome a horcajadas de él.

—Podría ser, pero tengo trabajo que hacer así que...

—Vamos, quédate —vuelve a proponer.

Sonrío y asiento, dejándole un casto beso en los labios.

—Bien, ya que nos la pasamos follando y no preparé la cena, yo hago el desayuno —informo, bajándome de su regazo.

Llego a la cocina, abro la nevera sacando huevos y verduras, entre otros elementos para un desayuno mexicano. Los minutos pasan, y yo compito con el aceite aclamando que éste no caiga en mi cara, y para cuando me doy cuenta el desayuno esta listo en menos de nada.

—¡Listo! —exclamo, al ver entrar a Leister con pantalones de chándal color negro y playera blanca.

El pelo desaliñado y los ojos adormilados lo hacen ver sensual. Trago duro al volver a imaginarme aquello nuevamente, algo que de la nada traté de omitir al mirarlo a los ojos y...

—Mierda —vuelvo a susurrar lo mismo.

Leister me hace un gesto, que al ver el desayuno desaparece.

—Espero te guste —digo —, en verdad me esforcé.

—Lo sé, bonita —responde, dejándome un casto beso en la mejilla.

Juntos colocamos la mesa, le sirvo una porción parecida a la mía, y aunque se negó más de dos veces diciendo que él se servía, al final aceptó que yo lo hiciera. Almorzamos juntos en silencio, un silencio para nada incomodo. Cuando termínanos, levantamos ambos la mesa lavando los platos, uno con ayuda del otro.

—Me gusta tu departamento —le digo, caminando hasta la estancia.

Camino hasta el enorme ventanal mirando hacia abajo. Entonces, es que me doy cuenta de algo que omití anoche. Junto a una de las bocinas de la televisión, descansa una fotografía donde aparece una pareja sonriendo: Un hombre alto y de pelo exageradamente negro, junto a una mujer de pelo rizado color castaño.

El pecho se me estruja al ver la fotografía, comienzo a entrar en pánico sintiéndome utilizada al haber pasado la noche aquí.

—Eres casado —susurro.

Siento la mirada de Leister, y al volverme hacia él veo que me mira con el codo recargado en la encimera del mini bar.

—No, no lo soy —responde sin dejar de mirarme.

—Entonces... ¿Qué pasó con ella? —pregunto.

Lo piensa por unos instantes, pero responde:

—Murió.

¿Qué les pareció? ♥.♥

Disculpen la tardanza mis amores, pero aquí lo tienen L_L

Si tienen Booknet, les agradecería me siguieran :') Gracias por el apoyo

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