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HARPER

"La perfección es una pulida
colección de errores."

MARIO BENEDETTI

Cuando conseguí ponerme en pie aún tenía el corazón agitado, aunque no sabía si se trataba por la conversación con el desconocido pirado o por la emoción de ver a Cora después de tantos meses.

Tuve la sensación de que me lancé a sus brazos en cuanto me incorporé.

—Te he echado de menos —resollé contra su hombro.

—Yo te he echado tantísimo de menos que hasta me he puesto enferma —exclamó con gesto melodramático—. Suerte que echarte de menos me salva de ir a ese colegio para pijos en el que mis padres me han metido —agregó con una débil sonrisa.

Me separé de ella un par de centímetros para examinarla, pero estaba tan radiante como de costumbre. El maquillaje impoluto, el pelo recogido en un moño con palillos, un ajustado vestido negro bajo el elegante abrigo de visón del mismo color y unos tacones de Valentino tan altos que algún día se rompería la crisma con ellos, aunque en las pasarelas caminaba con plataformas incluso más altas...

—Yo también me alegro de verte —contesté, riéndome un poco—. Pero me habías dicho que no podrías venir...

—Teóricamente, estoy enferma y no voy a ir a la universidad porque ya soy súper rica, así que no tengo que prepararme para los exámenes. Soy hija única y además modelo, así que tendré el dinero de papá para dilapidar el resto de mi larga vida —contestó con una fingida sonrisa solemne y provocativa mientras hacia un gesto de la mano para restarle importancia.

Cora siempre había sido una experta sacándole la gracia a cosas absurdas, incluso sería una excelente actriz, pero decía que era demasiado humilde para actuar. Eso sí, modelar había sido su pasión desde que tenía cinco años y le robábamos el maquillaje a su madre para pintarrajearnos la cara. A ella, además, le encantaba subirse a los tacones y fingir que era una modelo de Victoria Secrets; por poco no lo había conseguido.

—Eres una lianta —bromeé, poniendo los ojos en blanco.

—Es una de las partes que más te gustan de mí, corazón —me guiñó el ojo, tomándome de la barbilla con cariño y lanzándome un beso—. Por cierto, mis padres sienten muchísimo no poder estar aquí. Ya sabes, mierda de los negocios, pero mi madre vendrá en cuanto pueda e irá a veros a ti y a Percy... no sé, creo que siempre que tenga cinco minutos de vida: sois los hijos que nunca tuvo, porque tuvo a este bellezón —explicó, intentando quitarle hierro al asunto con su peculiar sentido del humor.

Emma Saint Germain y mi madre habían sido mejores amigas de toda la vida, al igual que Cora y yo; creo que debieron alegrarse un montón cuando se enteraron de que tendrían dos hijas prácticamente al mismo tiempo, ya que yo apenas era un mes pequeña que Cora.

Cuando éramos pequeñas a cuento de que nos parecíamos mucho nos gustaba fingir que éramos hermanas para engañar a la gente. Siempre habíamos sido amigas, pero desde hacía un año vivía en Nueva York a causa de su sueño de ser una topmodel al nivel de Kate Moss antes de que se volviera adicta a la cocaína. Sus padres se habían ido con ella porque no se fiaban de su nivel de independencia, ya que era una irresponsable de manual.

Aunque, Cordelia tendría dinero de sobra para el resto de su vida sin necesidad de levantar un dedo, argumentaba que le gustaba tener sus propios pinitos. Su padre era un Saint Germain, una de las fortunas mayores fortunas de Francia y la vigesimocuarta del mundo; procedían un poco de sangre azul, así que mi mejor amiga había crecido con todos los lujos habidos y por haber.

Era un poco rara y excéntrica, pero no la cambiaría por nada del mundo.

Cora enredó su brazo con el mío y frunció un poco el ceño.

—¿Y dónde se ha metido el idiota de Dennis? —inquirió.

—Mmm, no ha podido venir —respondí, colocándome un mechón de pelo detrás de la oreja—. Tenía un partido importante fuera y no podía cancelarlo: la liga universitaria es más exigente —expliqué.

Cora puso los ojos en blanco mientras se encendía un cigarrillo de esos con sabor a fresa que nos gustaban cuando éramos más pequeñas para hacernos las interesantes.

—Mejor que se pierda por ahí. A ver si encuentra de una puta vez una tía y deja de ponerte esos ojitos de cordero cada vez que te mira —resopló antes de darle una calada.

—Solo somos amigos, Cora —refunfuñé.

Mi mejor amiga me lanzó una mirada que lo decía todo, arrugando sus bonitas facciones.

—Claro, pues yo no quiero metérsela hasta el fondo a mis amigos. —Sin querer, un estremecimiento me recorrió la espina dorsal y se me encogieron los dedos—. Lo siento... —se disculpó, mordiéndose el labio.

Negué con la cabeza y me apoyé contra su brazo, cerrando los ojos.

—No, no pasa nada —repliqué con una débil mueca.

—Bueno, entonces, háblame de ese buenorro que parecía querer comerte —comentó con tonito sugerente.

—¿Podemos dejar de hablar de chicos? ¿Por favor? —pedí, exhausta.

—Bueno, bueno, que si tú no lo quieres iré ahora mismo a darle mi número —comentó, alzando la mano en señal de rendición—. Pero tú has visto que ojazos tenía y esa voz... Por la virgen de los abdominales, creo que puede follarte con la voz...

—¡Cora! —la reprendí, dándole un golpecito en el brazo, fingiendo indignación.

Cordelia abrió mucho los ojos y me sonrió con todos los dientes.

—¡Vale! ¡Vale! —exhaló, conteniendo la carcajada.

No quería pensar en él. Me producía escalofríos..., aunque reconocía que tenía unos bonitos ojos, pero me daban más miedo que otra cosa...

Nos vimos interrumpidas cuando mi hermano pequeño se dirigió hacia nosotras. Llevaba el traje perfectamente alineado, con el nudo de la corbata tan inmaculado que me costaba creer que se lo había hecho él mismo. Su cabello oscuro estaba más desprolijo que de costumbre, con mechones tan largos que casi le cubrían los ojos.

—Addison pregunta por ti —comentó con ese tono demasiado serio para un niño tan pequeño.

—Vale, dile que iré en un momento —le respondí a Percy, que se quedó parado en el sitio. No le presté atención, sino que volví la mirada hacia mi mejor amiga—. Addie es nuestra prima de Londres —le expliqué a Cora, pero estaba ocupada escribiendo un mensaje.

—Bueno, déjame acabar esto y vamos... —Cuando levantó la mirada frunció el ceño y se quedó mirando a mi hermano más de la cuenta—. ¿Ese es Percy? —preguntó, y no me dio tiempo a responder cuando ya estaba gritando—: ¡Hola, Percy!

Percy no respondió a su saludo y tampoco me sorprendió; la consideraba la loca de los gatos. Un poco obsesionada con los gatos sí estaba. Se dedicaba a recogerlos de la calle y cuidarlos hasta que les encontraba un hogar; a su padre lo traía por el camino de la amargura, ya que era súper alérgico.

Mi hermano se dio la vuelta y regresó al tanatorio.

—¿Ese de verdad era el rarito? —lanzó Cora, sorprendida.

Pero conocía a la perfección ese tonito...

—Cora, es mi hermano y tiene diez años —señalé con tono de advertencia.

—Y también tendrá diecisiete —silbó con una mirada sugerente y alzó ambas cejas—. Más te vale tener cuidado con él, hermana —me previno.

Si las miradas matasen, Cora estaría muerta y enterrada. No, es que ni de coña. Percy era mi pequeño y jamás podría imaginármelo como un adolescente bruto, camicace y loco por perseguir una falda... ¡Por Dios! Si ni siquiera soportaba que le dieran un beso en la mejilla, como para tolerar que una chica le diera besos: creo que le relataría punto por punto lo antigénicos que eran y que el cariño no siempre debía demostrarse con afecto corporal.

Cuando se terminó el cigarrillo nos encaminamos hacia el interior.

—¿Y cuando te irás a Londres? —inquirió con una ceja curiosa.

—Mañana por la mañana —respondí, aferrándome a su brazo. El calor del recinto impactó en mis mejillas, provocando que la piel me ardiera—. Al final convencí a papá para ir en el Eurostar, por Nika. Me niego a que vaya dos horas en la cubierta de carga: el pobre se moriría de miedo —murmuré.

—Ese perro está más loco que yo, por eso nos llevamos bien —comentó con un gemido al pensar en mi husky—. Espero que tu futuro novio tenga mucha paciencia con él, porque le va a destrozar los zapatos —auguró con fingido pesar.

—¿De dónde te sacas esas conclusiones? Nunca he... tenido novio —mascullé.

—Por eso —reafirmó con fingida consideración—. El 99,9% de las novelas juveniles aseguran que si te mudas a otra ciudad, el chico guapo y popular se fijará en ti —explicó.

—Bueno, pues lamento decirte que no siempre es así: no conseguí novio durante todos los veranos que estuve en Inglaterra...

—Ahora me siento estafada, joder —masculló con falsa indignación.

—¿Por? —inquirí.

—Los romances de verano suelen tener los mejores ship: me encantan esos tropes —explicó, enfurruñada.

Apreté los labios para intentar contener la sonrisa, pero no pude evitarla al escuchar sus absurdas teorías.

—Pues la vida real es muy diferente.

—Debería demandar a todos los escritores por vendernos falsas expectativas sobre el amor, entonces —sentenció seriamente—. ¿Eso quiere decir que nunca encontraré a mi chico de historia cliché de Wattpad? —gimoteó, limpiándose una lágrima imaginaria.

—Creo que deberías descansar un poco de Wattpad y centrarte más en los estudios —reí.

—Ya echaba en falta tus regañinas de abuelita —canturreó con una sonrisa feliz.

—Oh, cállate —exclamé, fingiendo estar ofendida.

—De verdad que voy a echarte mucho de menos —gimoteó—. De hecho, ya estoy echándote de menos —suspiró, abrazándome con fuerza.

Cora hizo un infantil puchero, dejándome sin saber qué decir ante su comentario, porque sinceramente, también la echaba muchísimo de menos. No sabía vivir sin ella. Era parte de mi vida y todos los buenos momentos que albergaba.

La sala estaba tan abarrotada como cuando me había ido. Me alegraba que tanta gente apreciara a mi madre, pero como recibiera una condolencia más, le vomitaría encima. Y no era un eufemismo.

Cora cogió unas uvas de una mesa de postre y se puso a mordisquear la piel.

—Si quieres, podemos escondernos debajo de la mesa como cuando éramos pequeñas y nos escondíamos de Mortimert porque le manchábamos los cristales con pintura —sugirió.

Una débil risita escapó de mis labios ante el recuerdo. Éramos muy malas con Jumpier: el amo de llaves de su familia. Aun así, lo pasábamos genial haciéndole trastadas y echándole la culpa.

Aquel hombre tenía más paciencia que un santo.

No me dio tiempo a contestar cuando papá interceptó a Cora, casi suplicándole que lo ayudara con algo que no entendía. Mi mejor amiga puso su cara de complacencia y asintió mientras cruzaba los dedos en mi dirección con expresión de fingido horror.

De nuevo, estaba sola ante el peligro.

Fui en busca de mi prima, a la que no me costó encontrar. Addison siempre irradiaba luz allí por donde pasaba: era magnética, como Ethel. En cuanto nuestras miradas se cruzaron, su rostro se iluminó y me hizo un pequeño gesto con la mano para que me acercara.

Era tan bonita que sentí envidia de su belleza fresca y natural, y su figura curvilínea bajo las capas de ropa. Rara vez no llevaba algo rosa: era su color favorito desde que éramos pequeñas y decía que de mayor le gustaría ser una Barbie, como yo.

Pero nada que ver, Addie tenía la piel lechosa, los ojos de un vibrante verde claro y una larga y frondosa melena de tonos castaños y cobre.

A veces, sentía que ella se parecía más a mamá y Percy que yo...

Dibujé mi mejor sonrisa al ver que estaba acompañada por un chico. No le ponía nombre ni cara, pero reconocía que era muy atractivo. Tenía la piel del tono del ébano, ojos grandes y de un llamativo verde esmeralda en conjunto con el cabello negro ensortijado en pequeños rizos por delante y rapado por los lados; era muy alto y de complexión robusta y su estilo...

Aquel chico sí que sabía cómo vestir, incluso aunque fuera a un velatorio.

—Har. —Mi prima pronunció mi nombre con ese marcado acento británico que tan raro me resultaba.

No me resistí cuando me estrechó entre sus brazos. Una pequeña parte de mí se sintió reconfortada por tenerla a mí lado, a pesar de que no éramos tan cercanas como me hubiera gustado.

Cuando nos separamos, me acarició las mejillas con cariño y los ojos llenos de lágrimas antes de darse cuenta de que no estábamos solas.

—Oh, que tonta —se disculpó. Por supuesto, se disculpaba mucho. Era británica—. Perdóname, no os he presentado. Jackson, Harper. Harper, Jackson —dijo rápidamente con un ademan de su mano llena de anillos.

Le sonreí con educación y le estreché la mano con cortesía.

—Lamento mucho lo de tu madre: era una mujer increíble —me dio las condolencias. Tenía una sonrisa amable—. También era una gran violinista: en casa tenemos varios discos suyos —comentó.

—¿Escuchas música clásica? —inquirí, un poco sorprendida.

Jackson se rio entre dientes y me dedicó una mirada culpable.

—Bueno, yo no, mis padres, pero también la escuchaba y era buena —rectificó.

Tenía acento, como yo, por lo que deduje que también era francés.

—Gracias —suspiré.

Me sentía repentinamente cómoda en su compañía, algo extraño ya que últimamente no me sentía a gusto junto a desconocidos. Mi conciencia se había vuelto desconfianza con cualquiera, pero con aquel lunático...

—Ads me ha mencionado que estudiarás en nuestro colegio —comentó Jackson, distrayéndome.

—Eh... sí —carraspeé, intentando fingir que no lo estaba escuchando—. No tiene un plan de artes específico, pero Addie me ha dicho que es lo mejor de Inglaterra y me abrirá más puertas —expliqué.

—Sí, Har es bailarina de ballet —mencionó Addie, orgullosa—. Algún día la veremos bailar en el Garnier, ya lo verás —me alabó, agarrándome del brazo con cariño.

Los ojos de Jackson se iluminaron con curiosidad.

—Pues sabías que...

—Ay, Jack, no lo menciones, por fis —pidió Addie, arrugando la nariz con pesar.

Jackson se frotó la nuca y le lanzó una miradita a Addie, intentando ocultar que la situación le causaba un poco de gracia.

—Solo iba a decir que la abuela de mi mejor amigo fue una gran bailarina del Bolshoi —dijo.

Addie lo fulminó con la mirada, pero Jackson solo encogió los hombros a modo de disculpa.

Entreabrí los labios, muerta de curiosidad.

—Me encantan las bailarinas rusas. Quizás he escuchado hablar sobre ella o la he visto en alguna reposición —comenté, un poco emocionada.

—Creo que se llamaba Annika Lébidieva —contestó, entrecerrando los ojos, ya que no parecía seguro.

«Oh. Dios. Mío».

Por supuesto que la conocía. ¿Cómo demonios no iba a conocerla? ¿Quién demonios en el mundo del ballet no conocía a Annika Lébidieva? Era una referente para el ballet moderno, un portento de los años sesenta... Lo que ella había hecho... Era arte... Maldito arte en estado puro, a pesar de que el régimen soviético le había cortado las alas cuando todavía tenía mucho que enseñar al mundo.

—¡Claro que la conozco! —exclamé, un poco más alto de la cuenta, ya que algunos invitados se me habían quedado mirando.

Me reí, humillada, pero Addie parecía aliviada al verme reír de forma natural y Jackson no tardó en unirse a mis risitas.

—Bueno, pues creo que te lo... —el sonido de su móvil lo interrumpió. Lo sacó del abrigo y leyó el mensaje rápidamente. Su expresión se tornó seria en cuestión de segundos antes de hacerle un gesto con la mano a Addie que la hizo poner los ojos en blanco y soltar una maldición entre dientes—. Se ha quedado sin tabaco y se quiere pirar —explicó como si fuera todo lo que mi prima necesitara entender.

Los miré con confusión cuando Addie hizo una mueca de exasperación.

—¿Se está quedando en tu casa? —masculló, cabreada—. Pero si he visto a sus padres por ahí...

—Ya, pero ya sabes cómo es —replicó Jackson, repentinamente agobiado. Me dedicó una sonrisa de disculpa y se despidió con un rápido abrazo y un beso en los labios de Addie—. Nos veremos en clase, entonces y te lo presentaré, aunque es...

—Un cabrón —terminó Addie la frase por él mientras me posaba las manos en los hombros.

Jackson miró a mi prima como si no tuviera remedio y se fue mientras ella le sacaba el dedo medio.

—No me habías dicho que tenías novio —comenté con una sonrisita divertida.

—Bueno, es que estamos en ello, Har —contestó ella, guiñándome el ojo.

Cordelia apareció en nuestro campo de visión con cara de querer estrangular a alguien, pero su mal humor se esfumó al ver el bolso rosa Chanel de Addie. Ni siquiera fue necesario presentarlas cuando se pusieron a parlotear sobre moda y lo que estaba aquel año súper agotado; de aquella conversación solo sacaría que Cora por un Hermès sería capaz de matar y ya sabía que Addie quería dedicarse a la moda y las redes sociales una vez que terminase el instituto.

A mí me gustaba la ropa, me encantaba el maquillaje y que decir del perfume... Joder, aquella fragancia seguía impregnada en mis fosas nasales...

Viendo que estaban distraídas hablando de un Valentino que no se encontraba en ninguna parte, me fui casi a hurtadillas. No sabía qué hacer en aquella sala plagada de gente que me miraba con lástima y dolor.

Ahora medio mundo sabía que era huérfana...

Miré por encima de mi hombro y cuando estuve segura de que nadie estaba mirando, me escurrí debajo de la mesa cubierta por el largo mantel plateado.

—Percy —susurré, sorprendida.

Mi hermano levantó la mirada del bol con fresas bañadas de chocolate y frunció un poco el ceño antes de tragar lo que tenía en la boca. Pero después de hacerlo, no dijo nada, sino que cogió otra fresa y la mordisqueó.

Lo conocía de toda la vida, pero aún no sabía si era reservado o simplemente odiaba a todo el mundo.

Me arrastré hasta sentarme a su lado y me recogí las rodillas contra el pecho.

—¿Qué haces aquí solo, gruñón? —le pregunté con suavidad.

—Comer —respondió, sin darle mucha importancia.

—¿Puedo comer contigo? —le pregunté de nuevo.

Sus ojos cada vez eran más tristes, pero también más duros. Sentía que cargaban con más responsabilidades de las que debía.

—No —respondió. Y siguió comiendo tan tranquilo.

Lo miré con molestia y sin su permiso, metí la mano en el bol, ofuscada porque fuera tan malo conmigo, pero lo único que me gané fue una fuerte palmada que me hizo retirarla al instante.

—¡Auch! —gemí con el ceño fruncido mientras me frotaba el dorso de la mano.

—No te has inyectado esta mañana y esto es azúcar puro y duro —masculló, arrugando la nariz salpicada de pequitas.

«Maldito sabelotodo...».

—No me matará una fresa, Percy...

—No quiero volver al hospital. No quiero volver a pisar un hospital en mi maldita vida, Harper —espetó.

La respiración se le había agitado un poco y las mejillas se le pusieron coloradas, pero lo que había en su mirada era pánico y rabia.

El corazón se me encogió ante la sensación de culpabilidad que no podía alejar de nosotros. Porque a veces se me olvidaba que era un niño, no la persona que debía cuidar de mí cuando yo estaba demasiado ocupada cuidando de ellos.

Asentí débilmente con la cabeza y abrí un poco los brazos.

—Entonces, ¿puedo abrazarte? —sugerí con una pequeña sonrisa.

Percy se me quedó mirando impasible, pero bajo todo pronóstico, se acurrucó contra mi costado y me permitió envolverlo entre mis brazos. Seguía oliendo como cuando era bebé y mamá lo extra perfumaba: olía a casa.

Le acaricié el pelo con cariño y le besé la cima de la cabeza.

—Oye, no te pases: sin besos —gruñó—. Sabes la cantidad de bacterias...

—Vale, lo siento —me disculpé con una risita entre dientes—. Pero, oye, ciudad nueva, vida nueva —bromeé.

Percy se tensó un poco y suspiró con cansancio mientras chupaba el chocolate de una fresa.

—A mí me gustaba nuestra vida como era, Har —musitó.

—Sí, a mí también, Percy.

Era una de las mentiras más gordas de mi vida, pero se me daba bien contar mentiras para hacer felices a los demás.





"I still love you"

"I promise"

"Nothing happened in the way I wanted"

"Every corner of this house is haunted"

"And I know you said that we're not talking but"

Tarareaba I miss you, I'm sorry de Gracie Abrams mientras sonaba en mis auriculares. El viento se colaba a través de la pequeña abertura de la ventanilla, provocando que mi cabello revoloteara en todas direcciones, pegándoseme al rostro.

Recuerdos vagos acudieron a mi mente, ya que pocas veces parábamos en Londres durante las vacaciones de Verano o Semana Santa, sino que solíamos irnos a la casa de verano familiar en Bath.

Un suspiro hastiado escapó de mis labios producto de los nervios que comenzaron a arremolinárseme en el estómago, ya que no tenía la menor idea de lo que nos depararía esa nueva ciudad.

Recosté la cabeza sobre el asiento y cerré los ojos, esperando que todo fuera diferente.

Que todo fuera bien.

—Oye, no te duermas tú también —pidió papá, ya que Percy se había rendido al sueño un cuanto se montó en el coche de alquiler mientras Nika dormitaba con la cabeza sobre su regazo.

Mi perro nunca había estado tan tranquilo.

—No lo haré. Solo... estoy descansando la vista —le respondí con una sonrisa curvando mis labios.

Lo cierto era que desde hacía algunos días había estado sintiendo una pequeña presión en la vista. Presentía que podría tratarse al uso excesivo de las lentillas, pero bailar con gafas no era una opción, no tenía dinero para operarme y tenía que retomar el ritmo si quería crear una coreografía digna de Juiliard en apenas un par de meses.

Le había pedido a papá que no se preocupara por llevarme al médico, que pronto se me pasaría, pero la molestia había persistido.

—¿Estás nerviosa? —me preguntó de nuevo. Él también lo estaba: lo había notado en su tono de voz una décima más grave que de costumbre.

Suspiré otra vez y abrí los ojos, que no tardaron en recaer sobre él, lo que consiguió que papá despegara la vista de la carretera de hito en hito para mirarme.

—Estoy nerviosa —confesé. Papá me dedicó una sonrisilla conciliadora y soltó una de sus manos del volante para ponerla sobre mi hombro, apretándolo en un gesto cariñoso.

—Todo irá mejor. Lo prometo.

—Sí, yo también lo espero... —respondí con una sonrisa, la cual me devolvió.

Desvíe la mirada más allá de la ventanilla, contemplando los edificios que se elevaban a nuestro alrededor a medida que nos acercábamos al centro.

La tía Ethel vivía en Kensington Palace Gardens. Resumiendo, pleno corazón de Londres, además de ser unos de los barrios más prestigiosos por antonomasia. Según Addie tenía las mansiones más maravillosas. A pesar de que Londres estaba plagado de barrios ricos, aquel además estaba reservado para la realeza y los viejos aristócratas. Era una zona con alta seguridad e incluso con guardia personal, pero el acceso era público para cualquiera que quisiera entrar y pasear.

Addie y la tía Ethel vivían solas. Ella y mi tío Matt se había divorciado cuando mi prima tenía apenas dos años, así que estaba acostumbrada a fluctuar en una custodia compartida. Aunque pasaba más tiempo con Ethel porque mi tío viajaba mucho por asunto de negocios.

—¿Ya hemos llegado? —Escuché la voz adormilada de Percy desde el asiento trasero. Me ladeé un poco, de manera que pude observarlo restregándose los ojos hinchados por haber dormido todo el viaje.

—Solo falta un poco más, cariño —le informó papá mirándolo a través del retrovisor para volver la mirada a la carretera.

—¡Llevamos en el coche un montón, papá! —refunfuñó Percy, arrugando su rostro salpicado de pecas.

Mi corazón se encogió al darme cuenta de que ese gesto lo había heredado de mamá, quien siempre había sido impaciente. Percy se parecía mucho a ella: ojos verdes, piel morena, pecas, pestañas espesas, el cabello castaño tirando a negro y la mirada analítica, como si siempre dudaran de lo que los rodeaba.

Papá y mamá eran como el agua y el aceite. A veces todavía la recordaba reprendiendo a papá por pequeñas cosas: ¿Quién ha dejado el vaso en la encimera? ¿Quién ha dejado la ropa sucia mal puesta en la lavadora? ¿Quién no ha secado los platos de la cena?

Era muy divertido escucharlos, porque ella siempre ganaba.

—Solo han sido un par de horas —lo corrigió papá entre risas—. No seas exagerado.

—Pero ya se me han dormido las piernas y este perro pesa una tonelada —protestó.

Nika lo miró torciendo la cabeza y gimoteó, como si lo hubiera ofendido.

—¿Tienes todo un asiento trasero y te quejas, enano? —le reproché—. Y mi perro no pesa una tonelada.

Eso también lo había heredado de mamá: era un quejica.

—Quiero llegar ya —continuó con la perorata.

—Y lo haremos —le contestó papá deteniéndose en un semáforo en rojo. Estábamos atravesando la calle Kensington High, que no me sorprendió que estuviera atestada de transeúntes, igual que en las consecutivas que dejamos atrás—, solo debes tener un poco de paciencia.

—Pero ¿falta mucho? Dime que no falta mucho...

Pero fue Nika quien lo acalló pasándole la lengua por toda la cara, lo que hizo que Percy soltara un chillido de asco mientras que papá y yo nos reíamos a carcajadas.

—¡Maldito chucho apestoso! —lo maldijo mientras se restregaba la manga de la sudadera contra la cara.

—Mi perro es un príncipe —lo pinché, aun riéndome.

Percy no dejó de quejarse otros veinte minutos más, hasta que entramos en el barrio de Kensington Gardens. Papá estacionó el coche frente a una mansión de estilo Regencia de dos plantas con las fachadas blancas y un pórtico de estilo jónico. Era un barrio residencial muy sofisticado y elegante, a pesar de la antigüedad, con cuidados jardines frontales decorados con delicadas rosas de invierno y camelias blancas, arbustos bordeando las parcelas en conjunto con pequeños muros con farolillos que me recordaban a los peones de las piezas de ajedrez.

La familia de mi madre estaba podrida de dinero. Lo sabía. Dinero viejo sacado de los diamantes de minas explotadas de países tercermundistas. Aunque ni mi hermano ni yo habíamos visto nunca un penique de la fortuna, ya que mamá no tenía ningún tipo relación con sus padres: todo había quedado en manos de Ethel cuando desheredaron a mi madre. Desde que rechazaron la idea de que se casara con papá, —a su parecer, un francés de familia humilde sin mucho que ofrecer—, no volvieron a recuperar la relación.

Ni siquiera cuando estaban a las puertas de la muerte.

Pensaban que el arte no daba de comer, aunque su propia hija mayor era artista y ahora sus cuadros solo habían multiplicado la fortuna y el prestigio de la familia Sterling-McCartney.

Ethel y Addie habían regresado ayer, con el pretexto de que querían que todo estuviera a nuestro gusto cuando llegáramos. Y porque no les gustaba la idea de viajar en tren cuando tenían un jet privado.

—¡Addison, ya han llegado! —exclamó Ethel, que llamó la atención de algún que otro vecino que estaba paseando al perro, escrutándonos como si lo hubiéramos ofendido.

«Menuda cara de rancio...».

Las verjas metálicas con una enorme y sofisticada S como emblema de la riqueza de los Sterling se abrieron para nosotros. Nika prácticamente se lanzó del coche cuando Addie salió de la mansión para recibirnos. Fue a la primera que saludó, manchándole de pelos los pantalones rosas y lamiéndole las manos con felicidad después de horas metido en un trasportín.

Mi pobre animalito...

—¡Pero mira cuanto has crecido, Nika! —lo saludó Addie, igual de emocionada.

Papá ya se había bajado del coche y él y mi tía se saludaron con un afectuoso, pero corto abrazo.

—¿Puedo quedarme en el coche? —lanzó Percy, encogiéndose de hombros.

Lo miré por encima del respaldo y me quité los auriculares.

—Llevas dando la vara todo el camino con que querías llegar...

—Pues ahora me quiero quedar. —Señaló la mansión a través del cristal y enarcó una ceja—. ¿Tú has visto esa pedazo de casa? Teóricamente, ahí cabría nuestro apartamento de París...

—Lo sé, Percy: intimida —murmuré—. Pero ya verás como estaremos bien —le prometí. Sabía cuánto le costaba adaptarse a los cambios—. Venga, si te portas bien, después te invito a un helado —propuse.

Sus labios se curvaron en una sonrisa torcida.

—¿Menta y chocolate?

—Asqueroso, pero vale —cedí.




Dejé mi vieja maleta sobre la cama y comencé a colocar la ropa en la cómoda de la habitación que la tía Ethel había dispuesto para mí.

Mi nuevo cuarto era mucho más espacioso, pero mi habitación había sido mi santuario durante muchos años: con las sombras de las pegatinas de Mickey Mouse que había pegado cuando tenía cinco años y que había quitado después cuando empezaron a gustarme las princesas Disney; las fotos con Cora, Dennis, de mis recitales de ballet, los viajes que había hecho y de mi familia pegadas por encima del cabecero de la cama y las luces blancas que había colgado, intentando imitar a cuartos aesthetic que miraba en Pinterest... Y qué decir de los pósteres que envolvían mi viejo armario de caoba; también los iba a echar de menos.

Aquella habitación era en su totalidad blanca, con un baño y un vestidor para mí sola.

El blanco me recordaba al hospital.

Paredes blancas, edredón y cojines blancos en una cama grande colocada en el centro de la habitación con un cabecero blanco acolchado, dos mesillas de noche redondas de tres cajones y estilo moderno. Un escritorio blanco y elegante en la esquina superior derecha con una silla del mismo color de ruedas deslizantes. En el lado izquierdo de la cama había un gran ventanal central con dos más pequeños a cada extremo acompañado de bonitas vistas al jardín delantero con piscina de las que podría disfrutar desde el confortable y mullido asiento de ventana. En las estanterías encastadas frente a mi cama ya estaban colocados todos mis libros y en el centro de la pared tenía una televisión de pantalla plana. También, en la parte posterior de la habitación tenía un vestidor y un baño para mi sola.

Todo blanquísimo...

También los glóbulos que mataron a mamá eran blancos.

Percy tenía su propia habitación al otro lado del pasillo, pero él estaba relativamente contento con el cambio, alegando que tendría más espacio para meter cosas.

Addie nos había hecho un pequeño tour por la mansión, decorada con elegancia y que combinaba una rica historia y el lujo clásico.

Los interiores combinaban una artesanía meticulosa con una reinvención creativa de los grandes espacios, lo que daba como resultado una estética clásica y atemporal. La carpintería estaba hecha a medida, los mármoles eran preciosos de tonos beige y betas doradas. Los papeles estaban pintados a mano y los candelabros artesanales complementaban los detalles de época eduardina con los colores pasteles y beige. Había cuadros de Ethel casi por todas partes y obras de arte; muchísimas obras de arte que debían costar un dineral. Los sofás eran tan inmaculados que temía sentarme por si lo estropeaba y que decir del resto de la casa...: todo parecía recién comprado.

El piso inferior contaba con una fabulosa sala de recepción de doble altura con grandes ventanales que le daban luminosidad a la estancia. Tenía un comedor de estilo inglés para gran capacidad, aunque Addie comentó que su madre no solía invitar a mucha gente a menudo. Sin embargo, lo que me había llamado la atención había sido el piano de cola en una de las salas de estar.

Era un Steinway & Sons lacado en blanco que parecía bastante antiguo.

Sin querer, la garganta se me comprimió mientras me obligaba a escuchar a Addie el tema del servicio y su funcionamiento. Además, teníamos gimnasio, sala de cine, piscina interior y sala de juegos a nuestra entera disposición en el piso inferior, pero el ático era de su madre, así que no se podía entrar.

En la planta superior el ala norte contaba con otro estudio y cuatro habitaciones más; la del final del pasillo tenía una enorme terraza, que le había dado a Percy, mientras que la mía estaba en el pabellón sur y era la única estancia en la zona, lo que ya me otorgaba mucha más privacidad de la que tenía en casa.




Addison me ayudaba a ordenar mis pertenencias entre alguna que otra risa incómoda al no estar segura de sí a mí me hacían gracia o no sus comentarios, pero de todos modos la compañía era bien recibida para desconectar de mis pensamientos nerviosos.

Nika dormitaba panza arriba sobre mi cama, con la lengua fuera. A veces pensaba que era un poco tonto, pero era adorable.

—Oye, la habitación puedes pintarla y decorarla como quieras, ¿eh? —lanzó con una sonrisa mientras doblaba mis pantalones sobre la cama—. Llamaremos a un decorador, es que...—comentó.

—No, no te preocupes: puedo hacerlo yo —respondí con una débil sonrisa.

Addison se rio entre dientes y negó con la cabeza.

—Parece que todos en la familia sois artistas, por Dios —suspiró con un tono que sonaba a resignación.

—Bueno, la moda también es un arte —comenté, intentando animarla.

—Ya, pues díselo a mi madre. —Me tumbé en la cama con la mirada perdida en el techo, mientras que Addie se sentó en la esquina con una pierna cruzada sobre la otra—. Creo que le hubiera gustado que fuera como tú —conjeturó. De repente, se palmeó los muslos, asustándonos tanto a Nika como a mí—. Pero no hablemos sobre mí. Hace mucho que no nos vemos, así que tienes que ponerme al día de las cosas que te gustan —dijo, recuperando la actitud risueña.

«¿Qué me gusta hacer?».

Antes me gustaba hacer muchas cosas, ahora ya ni siquiera sabía quién era o quien había sido.

Me perdí en una vorágine a la que no pude poner control.

—Supongo que... me gusta leer y bailar. Me encanta el arte y escuchar música —respondí, dubitativa.

—¿Supones? —comentó ella con una pequeña sonrisa divertida, haciendo que también sonriera—. Bueno, encontraremos cosas divertidas que hacer juntas. Por museos en Londres que no falte. Pero bueno, ¿has pensado en lo del colegio? —preguntó, cambiando de tema.

—Sí...

Me distraje cuando vi asomar un pequeño gatito de color pardo y unos vivaces ojos verdes; se parecía un poco a Garfield.

Se acercó a Addie como si aquel fuera su territorio. Mi prima lo cogió en brazos, rascándole la cabeza, pero el gato, disconforme, le dio con la pata en la mano para que le rascara el lomo.

—Eres un caprichoso, Miu Miu —refunfuñó, hablándole como si fuera un niño pequeño.

—¿Le has puesto el nombre de una marca de zapatos a tu gato? —lancé, aguantando la carcajada.

Addie me escrutó como si no comprendiera el chiste y chasqueó la lengua.

—Mi gato debe tener estilo, como yo —afirmó, besándole la cabeza con cariño. El gato la miró como si fuera un grano en el culo—. Pero no desvíes la conversación...

—Ya, ya lo sé —bufé, un poco irritada.

—Si aún no estás segura, deberías tomarte la semana de luto, Harper. —Me devolvió una mirada cargada de comprensión y afecto—. Acabas de llegar y quizá sea necesario que primero te adaptes, conozcas la ciudad y hagas amigos. Yo puedo presentarte a algunos, si quieres. Jack ya es tu amigo, de hecho —agregó con una sonrisita boba de enamorada.

La idea de librarme de una semana más de clases sonaba tentadora, pero ya había perdido demasiadas como para posponerlo más. Debía ponerme las pilas con la nueva dinámica. Tarde o temprano tendría que volver a la rutina si no quería perder el año y repetir.

Negué con la cabeza.

—No, está bien. Mañana empezaré —contesté. Me incorporé en los codos y le dediqué una sonrisa torcida.

—Vale..., pero al menos, déjame hacerte de guía, y yo jamás acepto un «no» por respuesta —me advirtió, señalándome con el índice acusador para luego romper en sonoras carcajadas a las que no pude evitar unirme.

Sentaba bien volver a reírse después de todo.

Alguien picó a la puerta, provocando que me levantara sosteniendo mi peso en los codos mientras Addison se ladeaba hacia la puerta, por donde apareció una ansiosa tía Ethel con una sonrisa animada.

—Perdonad, chicas, pero hay algo que tengo que enseñarle a Har —comentó.

Fruncí ligeramente el ceño y miré a Addie, que se mordió el labio inferior para contener una sonrisa que me dio un poco de miedo.

—Venga, te encantará —me aseguró, tomando mi brazo y tirando de mi cuerpo.

Un poco insegura, me levanté de la cama y las seguí. Ethel parecía muy excitada ante lo que tenía que mostrarme y Addie como si fuera a estallar de la emoción...

Qué gente tan extraña.

Nos dirigimos hacia el otro lado del pasillo, donde al final se encontraba la habitación de Percy. Nos detuvimos delante de una puerta que la tía Ethel abrió antes de que Addie me cubriera los ojos con las manos.

—No vale mirar —refunfuño Addie.

Tuve la tentación de apartarla, sin embargo me contuve y me dejé guiar hacia el interior de la estancia. Percibí que debíamos estar en el centro cuando Addie me destapó al fin los ojos y pude apreciar una gran sala de tonos blancos y el suelo de madera antideslizante llena de espejos con una barra que llegaba de extremo a extremo. La luz natural entraba a través de los ventanales cubiertos por finas cortinas de lino.

Era un estudio de ballet.

—No puedes prepararte para Juiliard sin tener un estudio donde bailar —me comentó la tía Ethel.

Sin quererlo, los ojos se me empañaron ante semejante maravilla. Nunca había tenido la oportunidad de tener un espacio donde ensayar. Antes lo hacía en el salón de casa, frente al espejo de mi cuarto o en la academia.

Era un lujo que no podíamos permitirnos.

El pecho comenzó a dolerme y miré a la tía Ethel, que se retorcía los dedos de forma nerviosa. Después a Addison, que tenía los dedos índices atrapados entre los dientes mientras movía los tobillos dentro y fuera en un tic nervioso.

No comprendía porque estaban haciendo todo esto por mí.

No me debía nada y tenía el detalle de cederme una de sus habitaciones solo para mi disfrute personal. No estaba acostumbrada a que me regalaran nada así por así, y por alguna extraña razón sentía que debía agradecérselo.

Sin poder contenerme, fui hacia ella y la estreché entre mis brazos.

—Muchas gracias, tía Ethel —murmuré contra su hombro.

—De nada, mi niña —me respondió en un susurro contenido.

Y por alguna razón, sentí ese abrazo más reconfortante que los que había recibido en los últimos meses.



💙🖤💙🖤💙🖤💙🖤


¡Segundo capítulo disponible! Ya hemos conocido a más personajes que serán importantes para el resto de la trama y estamos un paso más cerca de conocer a mis favoritos...

Poco a poco vamos a ir ahondando en el pasado de Harper y si pensabais que el libro anterior era duro, es el tripe.

¡Dios, como amo a Percy!

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