Rompiendo todas las reglas
Dos, para que vean cuanto amor hay por ustedes en este frío corazón 😂
Nos leemos el martes.
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{Laurel}
Tiempo pasado...
Había llegado retrasada a Richmond y todo por culpa de John que me hizo dormir hasta muy tarde ya que le entró la nostalgia anticipada de no estar conmigo el tiempo que estaría fuera de la ciudad; todavía lo dejé en mi apartamento cuando me fui y lo noté un poco más meloso que de costumbre, pero solo me reí de él y le dije que era un viejo con complejo de niño y alegó que todo era culpa mía por hacerle las cosas que le hacía. Para ser honesta no le hacía nada fuera de lo común y a pesar del tiempo que llevábamos en nuestra sexo-relación, no rompí mis reglas por más que a veces me moría de ganas al verlo tan apetecible, mas me abstenía porque hacerlo significaría pasar a más y no quería más.
Cuando quería tenía fuerza de voluntad, lo había comprobado.
Fui recibida por Connor como siempre y me comentó de algunos sucesos ocurridos días antes y supe que la vida de esos chicos jamás cambiaría, todos nacieron para vivir con adrenalina y peligro y me sorprendí cuando me enteré de que también Jane le había agarrado el gusto a aquella vida; en eso en definitiva esa chica tenía más ovarios que yo. Yo era de vivir adrenalinas extremas con chicos guapos y calientes en la cama, no con peleas, armas y ninjas.
Llegué al cementerio acompañada de Jane ya que Connor se había adelantado para estar pendiente de la seguridad que debían prestar a los miembros de la familia Pride; entrar a aquel cementerio me hizo tener malos recuerdos, aunque también uno en particular que había olvidado con el tiempo. El chico del cementerio llegó a mi mente, vestido todo de negro, con su rostro barbado, ojos oscuros y sus pec... ¡Pecas!
¡Dios mío! Había estado soñando con ese chico antes de volver a la ciudad y hasta estar en aquel lugar recordé la razón.
Ese hombre me dejó como estúpida por días y en algún momento hasta pensé en volver con la esperanza de verlo, pero saqué aquella idea sabiendo que era algo imposible; el chico solo había sido una dulce casualidad del destino y así como era mi vida sabía que esas casualidades eran fugaces en ella, tal cual yo lo era en la vida de algunos afortunados.
—Hay muchas personas que no conozco —dije a Jane y ella me sonrió.
—Lo sé, son amigos nuevos de Isabella, pertenecen a la orden que ella lidera —informó.
—Es de locos que ahora ella lidere a una orden de justicieros y parte de la organización de su chico —admití viendo a todos lados—. Menos mal que no estaba tan desquiciada cuando creyó que hice un trío con LuzBel — añadí y la bonita chica a mi lado se rio dándome la razón.
Ella me dijo con amabilidad quiénes eran todos los presentes y vaya que halagué el don que tenía para recordar tantas cosas y nombres, me habló un poco del cambio que había tenido Isabella y cómo ellos la juzgaron por huir, pero yo sabía sus razones para irse y para nada huyó; la chica solo luchó por sobrevivir y proteger a la personita que cargaba en su interior.
Ella sí pudo defender a su razón de ser, yo no.
—¿Quién es él? —le pregunté cuando dejó de lado en su presentación a un chico muy guapo y que me estremeció con solo verlo.
Vestía de negro, su cabello estaba bien peinado y con una barba perfecta y afeitada que adornaba su rostro divino; del cuello de su camisa sobresalían manchas de tinta y deduje que eran partes de un tatuaje cuando también logré ver sus manos y observé tatuajes.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo entero cuando su mirada se conectó con la mía y me sonrió de lado.
¡Madre de Dios!
No había visto al chico misterioso del cementerio, pero ese igual me hacía temblar con solo verme; su rostro me era un tanto familiar, sin embargo, no pude recordar dónde lo vi. Lo único que sabía con certeza era que jamás iba olvidarlo y menos después de la sonrisa que me dedicó.
—Se llama Darius Black, pero te aconsejo que te alejes de él Laurel —respondió Jane con un poco de preocupación.
—Me habría alejado de él sino hubieses dicho tal cosa —señalé y me miró extraña—. Jane, soy como una niña traviesa, pídeme que no haga algo y más lo haré —aclaré y puso los ojos en blanco.
—En serio, Laurel. Puede ser peligroso. El tipo fue parte de los Vigilantes e Isabella todavía lo tiene a prueba.
—Bien, yo podría ayudarle a ver si pasa la prueba —solté y luego me arrepentí de decir aquello por el momento en el que estábamos—. Olvida eso, lo dejaré por la paz.
Jane ya no dijo más y por mi salud mental evité cruzar mi mirada de nuevo con aquel chico; Isabella llegó rato después acompañada de Elliot y solo pensé en lo rabioso que se habría puesto LuzBel si los hubiese visto juntos, aunque a leguas se notaba que entre esos dos ya no existía malicia alguna. Isa estaba hermosa y envidiaba que tuviese tan buena figura luego de su estado, era claro que la chica hacía ejercicio y me prometí ir más tiempo al gimnasio y pasar menos tiempo en la cama con John ya que necesitaba trabajar con peso y no con más cardio.
Ella se sorprendió al verme y se alegró al mismo tiempo, le guiñé un ojo y la vi tomar su relicario; según Jane era la primera vez que ella estaba en aquel acto celebrado para LuzBel y lo comprobé en cuanto llegó frente a la lápida que pusieron en honor a su amado y casi se derrumbó por el dolor que sintió. El amor de ellos fue demasiado corto, pero muy intenso y la perseguiría por el resto de su vida; me acerqué y la tomé de la mano para demostrarle mi apoyo, luego le di un pañuelo para que limpiara sus lágrimas. El sacerdote inició con aquel acto y luego de que Myles —el padre de mi amigo— diera unas palabras muy emotivas, le cedió la palabra a Isabella y la sentí de nuevo a punto de derrumbarse, apreté su mano y sonrió con tristeza tras eso se animó a hablar.
Aunque luego de escucharla fui yo la que me derrumbé por completo, sus palabras dolieron demasiado y me ardió el corazón al comprobar que en efecto mi amigo ya no volvería, porque sí, como una tonta guardé la esperanza de que aquello fuese una mentira, sin embargo, al presenciar a Isabella despidiéndose de su amado demonio supe que no había vuelta atrás.
—Duele, pero me alegra que siga adelante —dije a Connor cuando se acercó a mí y la ceremonia estaba acabando.
—Es lo que ella merece, seguir adelante —aseguró y estuve de acuerdo. Minutos después la vi caminar hacia nosotros, pensando en quien sabía qué y casi pulverizándonos con su mirada, pero deduje que era por sus pensamientos y no por mí.
Eso esperaba.
—Si las miradas mataran —ironicé para sacarla de su mundo.
—Tú ya estarías muerta desde hace mucho —añadió Connor y golpeé su brazo para que se callara. El tipo sabía que ella podía matarme si pensaba demás en el pasado y no ayudaba.
—Qué bueno que estés aquí —dijo con alegría y por dentro le di gracias a todos los santos de que no quisiera matarme.
Nos quedamos hablando durante un rato los tres y le comenté sobre mi viaje y que también era mi primera vez en la ceremonia, rato más tarde Jane llegó por Connor y nos dejó espacio para hablar de cosas que solo quería que ella oyera. Casi caigo sobre mi culo mientras caminábamos hasta mi coche y me confirmó que aquella vez que descubrí su embarazo y se lo hice saber, había sido un parto doble y mi amigo no solo dejó una huella sino dos.
Pero por supuesto que iban a ser dos, si hablábamos de LuzBel buena puntería Pride, el tipo que no se conformaba nunca con ser como los demás, sino que le encantaba ser la excepción. Ya lúcida me comentó que su embarazo había sido una total sorpresa para ella, uno: porque ellos siempre se cuidaron y dos: porque la tortura que sufrió fue extrema, aunque luego de unos estudios le confirmaron que logró fecundar a esos bebés porque quedó en embarazo cuarenta y ocho o setenta y dos horas después de su última relación sexual con LuzBel y porque justo el día de su emboscada ella no tomó su píldora y tampoco lo hizo después de la muerte de mi amigo.
Los milagros existían y con la ciencia se entendían mejor.
—Entonces son dos —repetí sin poderlo creer—. Ya decía yo que él no se iría sin dejar repuesto —añadí en tono bajo para que nadie nos escuchara y la vi sonreír.
—Aiden y Daemon, te los presento —exclamó también en voz baja para no ser escuchadas y abrió su relicario dejándome ver la imagen de dos cositas hermosas hasta el extremo.
Abrí la boca con demasiada exageración al verlos y supe que me enamoré de verdad al ver a aquellos angelitos; la miré, miré la foto de nuevo y juro que no podía creerlo.
Ella era hermosa, mi amigo también lo fue, pero esos chiquillos deslumbraban a cualquiera.
—Son los chicos más hermosos que he visto en mi vida —Traté de contener un poco mi emoción al decir aquello y mi vista se clavó en ese preciso instante en el pequeño del lado derecho— y él definitivamente será la copia exacta del padre —añadí señalándolo e imaginándome a LuzBel en versión pequeña e inocente.
Ella no comprendió mi comparación en ese momento y tuve que explicarle mis razones, luego le dije que estaba feliz de sus decisiones y confesó que le fui de mucha ayuda, seguimos hablando de su relicario y ya que antes no pude, aproveché ese momento para explicarle por qué se lo entregué yo y cómo funcionaba su mecanismo; de un momento a otro palideció y me preocupé a la vez de que me avergoncé al creer que era yo quien la mareaba con tanto parloteo. Me siguió haciendo preguntas que me parecieron extrañas y me sorprendió por cosas que ya sabía y que no le dije en ningún momento. Más anonadada quedé cuando me comentó de una alucinación que tuvo y le aconsejé que investigara con mucho detalle, incluso añadí que Evan —también amigo de LuzBel— le podía ser de mucha ayuda luego de que por Connor supe que el chico estuvo bien inmiscuido en la investigación de la muerte de su amigo.
Nos despedimos rato después y le prometí que iría a Italia para conocer a mis hermosos sobrinos, luego me despedí de Connor y todos los chicos para regresar al hotel en el que me estaba hospedando y después macharme a mi apartamento; con la mirada busqué al chico que vi antes con Jane, pero no lo encontré por ningún lado y sentí cierta decepción de que el destino no se apiadara de mí e hiciera que me cruzara de nuevo con él, no obstante, comprendí que quizás era lo mejor. En el camino hablé con John y sería una mentirosa al decir que lo había extrañado, aunque hablar con él me hizo sentir bien y con ganas de volver; antes de llegar al hotel me detuve en un café y me bajé del auto para ir por un moca helado al interior del local y casi le lancé besos al destino cuando vi frente a mí en un coche moderno y gris a Darius.
— En serio Laurel, puede ser peligroso.
Recordé las palabras de Jane y me reí de ello.
—¡Ay, Jane! Si supieras cuanto me gusta este tipo de peligro —susurré para mí y comencé a caminar directo al hermoso chico.
Estaba pensativo y disfrutando de un café en la soledad que su auto le daba, el tipo era intrigante, inhumanamente guapo para mí e interesante. Tal como me lo había recomendado mi ginecóloga.
—¡Hola! —saludé entusiasmada y lo saqué de sus pensamientos— Eres el chico del cementerio ¿cierto? —cuestioné y me miró un tanto sorprendido.
—Tú también eres la chica del cementerio —señaló y sonreí con satisfacción al saber que me recordaba.
—Soy, Laurel, una vieja amiga de LuzBel —me presenté haciendo un gesto de cruz con la mano sobre mi rostro, me miró con intriga y sin que quizá se diera cuenta, lamió sus labios al verme. ¡Carajo! Deseaba que lamiera los míos— y ahora amiga de Isabella —añadí antes de que mis pensamientos viajaran a otra parte.
Deseaba demasiado a ese chico, como jamás deseé a nadie en la vida.
—Mucho gusto, Laurel. Soy Darius —se presentó él y luego se bajó del auto.
Aunque ya sabía su nombre no iba a decírselo.
—Darius —pronuncié con mucho ímpetu y me miró encantado—, tienes un bonito nombre —halagué.
—Se escucha así cuando tú lo pronuncias —soltó y me sonrojé como una chica tímida.
Su voz de barítono me encantaba y estremecía. Ciertos recuerdos llegaron a mi cabeza y los saqué al deducir que aquello era imposible.
—¿Puedo invitarte a un café? —preguntó y lo observé con una sonrisa, él podía invitarme a donde quisiera— Luego tú podrías invitarme a tu apartamento —Fue tan directo que mi sonrisa se esfumó de inmediato.
¡Mierda! Había sido demasiado directa y no me gustó que me creyera tan fácil.
Recordé que sí lo era, pero al menos no tenía por qué ser tan obvia.
—No soy una cualquiera que invita a casa al primer fulano que se le pone en frente —bufé un poco enojada e indignada. Él solo sonrió.
—Y es por eso por lo que quiero invitarte a un café, porque no eres una cualquiera —aclaró seguro, el tipo tenía labia y sabía cómo cambiar el rumbo de las cosas muy rápido—. Por lo mismo quiero que tú me invites a tu casa, ya que no me gusta ir a casa de una cualquiera —repitió y me tuvo de inmediato. Mordí mi labio para no reírme y consideré la advertencia de Jane.
Darius era peligrosamente encantador y lo quería para mí, solo para mí. Sin restricciones ni reglas.
—Quiero un moca helado —acepté y fue su turno de sonreír— y no vivo aquí, estoy en un hotel.
—Entonces vamos al hotel —propuso mientras nos dirigíamos al interior de la cafetería.
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Darius era peligroso como lo había dicho Jane, pero su peligro no implicaba perder la vida, aunque sí la cabeza y el corazón si no lo protegía bien; después de años en mi loca vida cruzarme con él era como respirar aire fresco o disfrutar de la tranquilidad del campo luego de vivir todo el tiempo en una ajetreada ciudad. Nunca me reí tanto en la vida como lo estaba haciendo con él, mis mejillas dolían y estaban calientes por todas las cosas que salían de su boca y que me seguían poniendo nerviosa; pasamos un buen rato tonteando y podía jurar que su entrepierna estaba igual de ansiosa que la mía tras todas las guarradas que nos decíamos y sin temor a nada me mostré ante él tal cual era, sin mentiras, sin fingir algo que estaba lejos de ser y mientras el tiempo pasaba, más lo deseaba.
Despedir la ciudad con un buen acostón era la mejor despedida.
—Ante todo lo que pueda pasar, quiero que tengas claro que no soy una cualquiera, pero sí caritativa y me gusta ayudar a los necesitados —le dije y lo vi reír con mucha gracia, su sonrisa me embobaba y contagiaba al instante.
—Pues ayuda a este necesitado que se muere de hambre y desea comerse todo tu cuerpo —pidió y por inercia presioné mis piernas. Hasta su voz me tocaba en los puntos exactos y eso me fascinaba.
Iba a irme de la ciudad esa noche, pero antes me iría con él y de muchas maneras.
Sexo sin amor, era lo mejor.
Pensando en eso salimos del café y me fui hasta mi coche luego de pedirle que me siguiera; mi corazón estaba acelerado y su imagen al igual que su voz no abandonaban mi cabeza. Los recuerdos de años atrás llegaron otra vez y entonces supe a quién iba a comerme; la emoción creció en mí al estar segura de que Darius era el chico misterioso del cementerio, el mismo que me dejó idiota en aquella ocasión solo con un simple choque.
—¿Sabes? Te deseé mucho desde que te vi en el cementerio —le confesé cuando entramos a mi habitación de hotel, él se sorprendió un poco y me alzó una ceja.
—Pero te ofendiste porque fui directo —reclamó y me reí porque estaba hablándole de tres años atrás, pero decidí dejar tal cosa de lado porque no me quería desilusionar al saber que no me recordaba cuando yo lo soñé mucho.
—No podía ser tan descarada —señalé con voz sensual y abrí mi vestido para que observara lo que estaba a punto de disfrutar.
Su ropa formal dejaba que sus músculos se marcaran a la perfección y la tela de su pantalón no logró ocultar el bulto que creció entre sus piernas; tragó con dificultad al verme de manera minuciosa desde los pies hasta la cabeza y juro que me sentí nerviosa con aquel escaneo que fue capaz de erizar mi piel.
—Sin embargo, ahora ya no te importa lo que yo piense —señaló y comenzó a caminar hacia mí, deshaciéndose de su camisa y permitiéndome ver los tatuajes que adornaban sus brazos y cuello.
¡Joder! Era mejor de lo que me imaginaba.
—Tengo que aprovechar que mis súplicas fueron escuchadas —logré decirle a la vez que sacaba mis sandalias para estar más cómoda, él me observó confundido—. Le pedí al destino que si no eras para mí, por lo menos que nos dejara follar rico y duro —Sonrió satírico al oírme y terminó de llegar a mí para adueñarse mis labios.
Jadeé por su brusquedad, pero correspondí de inmediato al sentir sus deliciosos y expertos labios.
—Rico y duro ¿eh? —susurró sin dejar de besarme y sonreí.
Introdujo su lengua en mi boca y me folló de esa manera, era su primera forma de tomarme y me encantó pensar que si así besaba, entonces lo que seguiría me volvería loca. Su piel cálida se sentía increíble junto a la mía, nuestros pechos se unieron y sentir el suyo tan firme y repleto de músculos me hizo alucinar sobre todo cuando sentí lo duro que estaba. Mis manos llegaron a su pantalón y quité el cinturón para luego abrirlo, su compañero iba a agradecerme y a tratarme mejor después de liberarlo de aquella prisión y tras hacer tal cosa lo masajeé para consentirlo y hacerle saber que lo iba a tratar como se lo merecía.
¡Mierda! Estaba grande y mi boca se hizo agua al imaginarme su sabor.
¡A la mierda mis reglas! Con ese tipo las iba a romper todas, me fascinaba demasiado y no me iría sin saber qué tan bien sabía; no quería arrepentirme de no habérmelo comido por completo al estar en mi apartamento y por primera vez no me importaba nada, lo quería y completo.
Me tumbó con un poco de fuerza sobre la cama y el impacto hizo que mi cabello se desparramara en mi rostro; sonreí con maldad por su arrebato y me juré hacerlo pagar por ello. Se lo pedí rico y duro y lo vi dispuesto a darme eso y más. Sin apartar su mirada de la mía sacó mis bragas y me dejó totalmente expuesta ante él; me observó como un depredador esperando a que su presa temblara de miedo y se relamió los labios cuando me abrí más para él. Tal vez el dulce Darius estaba acostumbrado a chicas puritanas y con vergüenza de estar totalmente desnudas frente a un hombre, pero iba a comprobar que yo no era una presa, era una cazadora al igual que él y sabía jugar a la perfección su juego; me comencé a tocar a mí misma tentándolo a que me saboreara, animándolo a obtener de mí algo que casi nadie había obtenido y supe que estaba logrando mi objetivo.
Sí iba a romper mis reglas, lo haría bien.
Me sonrió antes de dar un casto beso justo arriba de mi raja, lo sentí sonreír más cuando su aliento chocó con mi sexo y eso me hizo morder mi labio inferior para no jadear, pero él no tenía idea de cuánto deseaba aquello, no se imaginaba que iba a permitir que me hiciera sexo oral cuando incluso me negué a John. John, no quería pensar en él en ese momento, ya tendría tiempo para hablar y hacerle saber mis vivencias en la ciudad que me vio nacer; mis pensamientos volvieron a aquel momento cuando Darius con su dedo índice y medio abrió mis labios vaginales y pronto su lengua acarició mi clítoris. Me removí y gemí al disfrutar de la caricia y de nuevo nuestras miradas se conectaron y comenzó a lamer mi botón sin dejar de verme.
Su lengua era maravillosa.
Él gimió cuando me saboreó; subí mis caderas y abrí más las piernas dejándole el espacio suficiente para que enterrara su rostro en el medio de mis piernas, chupó y mordió suavemente aquel manojo de nervios con destreza e hizo que comenzara a mover mis caderas en busca de más. Dos de sus dedos se unieron a los jugueteos de su boca y lengua, encontró mi entrada y se introdujo poco a poco; le fue fácil la tarea contando con que ya me tenía empapada.
—¡Oh, Darius! —gimoteé cuando sus movimientos se volvieron los indicados para la necesidad que ya sentía de correrme. Ese hombre sabía lo que hacía y cómo lo hacía; tenía la experiencia adquirida de su recorrido por muchas mujeres y las odié por haber obtenido antes que yo aquel maravilloso placer.
Sentía sus diestros dedos en mi interior y con cada movimiento que hacía acompañado de su lengua más sentía la necesidad de correrme; su barba hacía su parte al darme aquel cosquilleo delicioso en mi delicada piel, mis manos encontraron mis pechos y los acaricié por encima del sostén para que no quedaran desatendidos. Mis movimientos cambiaron buscando más fricción de su parte y supe que estaba a punto de correrme, pero no quería hacerlo así y necesitaba retrasarlo un poco más.
Vi su sorpresa cuando lo aparté de mi sexo y busqué su boca para besarlo, estaba perdida entre mi necesidad y la pasión que aquel hombre despertaba de mí y enloquecí cuando sentí mi sabor y el de sus besos. Darius estaba excitado también, yo seguía hambrienta y no dudé ni un segundo de lo que iba a hacer cuando lo tumbé en la cama y con su ayuda le bajé el pantalón junto al bóxer, me posicioné entre sus piernas y tomé su falo entre mis manos; lo miré anonadada al comprobar que por primera vez —como estaba sucediendo mucho con él—, aquella parte de la anatomía de un hombre me parecía lo más hermoso que mis ojos veían.
Vaya que iba a romper mis reglas de manera olímpica.
Metí un mechón de mi cabello tras mi oreja y haciendo lo mismo que él había hecho minutos antes, lo miré a los ojos y sonreí cuando la punta de mi lengua lamió la corona de su pene e hice que cerrara sus ojos; estaba disfrutando de mi cálida lengua y mi saliva mojándolo.
Ni idea tenía de lo afortunado que era de que por primera vez en años, yo le hiciera tal cosa a un hombre.
Gemí al saborearlo por completo, lo sentí como si era mi dulce favorito y acepté que había extrañado demasiado aquello, extrañé mucho sentir a un hombre de esa manera y me regocijé cuando lo escuché jadear de puro gozo por lo que mi boca le hacía; lo saboreé con deseo, con hambre, con alevosía. Su miembro era perfecto, tenía la talla y el grosor adecuado para mi cuerpo y un sabor delicioso para mi boca; comenzó a embestirme con suavidad y noté lo mucho que contenía para no correrse en aquel instante.
—Eres divinamente perversa —halagó y acertó en lo de perversa.
—Contigo rompo todas mis reglas —susurré dejando de saborearlo un instante.
Con el rompía todos mis límites sin pensar en las consecuencias.
Se apoyó en uno de sus codos, levantó su torso y con su mano libre tomó mi cabello y lo apartó de mi rostro; comenzó a impulsar de nuevo sus caderas para introducirse más en mi boca y lo dejé hacerlo hasta llegar a mi garganta al ver cuánto le excitaba verme así.
Iba a correrse, lo intuí cuando gruñó con fuerzas.
Pero al igual que yo, me quitó su erección y me hizo subir sobre él; tomé su pene y le coloqué el preservativo que logró sacar de su billetera, luego me penetré poco a poco hasta sentirlo hasta la empuñadura. De nuevo nos miramos a los ojos sin romper aquel contacto, su oscuridad se acoplaba a la mía y ambos nos prometimos sin decir nada, únicamente viéndonos, que ese momento no lo olvidaríamos jamás.
Me acomodé bien en él e inicié moviéndome lento hasta que poco a poco comencé a montarlo con más rapidez; era simplemente fantástico sentirlo después de soñarlo por noches, sus manos acariciaban mis nalgas y subían a mi espalda y hasta ese momento sacó mi sostén y mis pechos quedaron libres. No perdió el tiempo en meterse uno a la boca mientras acariciaba el otro con una de sus manos, mis jadeos se hicieron más fuertes y constantes; puse mis manos en sus hombros para tener un apoyo y él aprovechó eso para mover sus caderas y encontrar mi vaivén, nuestros cuerpos chocaban con brusquedad, sus manos llegaron otra vez a mis caderas, a mis nalgas y comenzó a marcar su propio ritmo. Aquel arrebato de su parte fue todo lo que necesité para que mi clímax creciera y en minutos comencé a correrme con una enorme intensidad; enterré mis uñas en sus hombros al sentirme tan extasiada y cuando los espasmos pasaron, me colocó a cuatro patas y me penetró desde atrás.
¡Joder! Ni siquiera me dejó recuperarme.
Era como si me conociera a la perfección, pues mi cuerpo de inmediato se adaptó a su arrebato y supe que no necesitaba de recuperación con él; tomó mi cabello y lo hizo puño en su mano, dicha acción logró que arqueara mi espalda y que mi trasero se elevara más para él. Me moví encontrando sus embestidas, jugando con él y sus deseos; sus gruñidos me dieron a saber que le encantaban mis movimientos, le gustaba que también yo marcara mi ritmo y tales movimientos desencadenaron su locura y aligeró sus penetraciones hundiéndose con más fuerza en mí y con más rudeza. Sus caderas golpeaban mi trasero, tomó mis pompas con sus manos y las apretó hasta marcar sus dedos en ellas, gemí con fuerza y Darius jadeó igual; iba a correrme de nuevo, iba a hacerlo sin importar que acababa de correrme minutos antes y lo hice, en segundos comencé a erupcionar, pero él lo hizo conmigo y aquel polvo se convirtió en perfecto.
Darius me demostró cuán perfecto era y cómo podía volverme loca si se lo permitía. Había probado lo mejor en aquel viaje y supe que quedaría marcada de por vida.
—¿Volveré a verte? —preguntó rato después de nuestra sesión de sexo; estaba con mi cabeza recostada en su brazo izquierdo, totalmente desnuda y acariciaba su pecho con mis dedos.
¿Volver a verlo? Era algo peligroso después de hablar con él y comprobar que podía darle el derecho de dañarme sin siquiera pretenderlo.
—No sé, no me gusta reciclar —dije intentando camuflar la verdadera razón de no querer verlo otra vez.
—Ayuda al planeta —pidió y sonreí al escucharlo. Hasta para eso era tierno y creo que ni cuenta se daba.
—Soy como una estrella fugaz en la vida de los hombres, si me viste tuviste suerte porque quién sabe si me volverás a ver —aseguré cambiando de tema y poniéndome seria.
—Soy un hombre de fe —señaló mostrándome que no solo era tierno sino también testarudo.
Nos quedamos en silencio porque no quería seguir pensando en mis razones para no verlo y minutos después me quedé dormida.
Lamentando que esa sería nuestra primera y última vez juntos.
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