Perversa Seducción 1
MonserratDiaz375 por aquí está tu capítulo, gracias por tu apoyo.
Gracias a todas y todos los que me leen de hecho.
Capítulo mañanero en mi país, disfruténlo.
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{Laurel}
Tiempo pasado...
Edward me miraba como si me hubiesen salido tres cabezas cuando salí del salón de clases. Mi sonrisa abarcaba todo mi rostro y me sentía muy emocionada después de esa charla con mi guapo y apetecible maestro.
La tristeza aún seguía, mi pérdida era grande, pero tener como distraerme era bueno. Mi maestro era muuuy bueno.
Llegué a casa ese día y me encontré con Jace a punto de salir con Andrea, me sorprendió mucho que ella estuviese ahí; se había marchado hace unos días y ya estaba de regreso. ¡Puf! Maldije en mi interior y creo que no pude ocultar bien mi mal sabor de boca al verla. Los saludé intentando ser educada y luego mi alegría volvió al saber que no estaba en casa para quedarse, aunque lo malo de eso era que se llevaría a Jace con ella. Él se rio al ver mi reacción y luego de dejar a su novia unos instantes en el coche, regresó dentro de la casa y me alcanzó justo entrando a mi recámara.
—Me iré unos días con ella —dijo entrando sin ser invitado, lo miré por encima de mi hombro y me saqué la ropa sin descaro frente a él.
Tragó con dificultad y mordí mi labio inferior mientras una sonrisa se escapaba.
—Es una lástima —susurré.
—Te han dicho que eres muy cruel —habló acercándose un poco sin cerrar la puerta.
—Cruel es bueno —respondí girándome para quedar frente a él.
—Muy bueno —afirmó deteniéndose a unos centímetros de mí—. Regresaré pronto y entonces te enseñaré lo bueno que es ser cruel —añadió provocando muchas cosas en mí. Me puse en puntillas ya que él era muy alto y apoyé una mano en su hombro para luego acercarme a su oído.
—No tardes —susurré—, te estaré esperando —añadí y lamí el lóbulo de su oreja, luego me di la vuelta y caminé toda sensual hacia el baño. Antes de entrar lo miré y le guiñé un ojo, él estaba embobado y riendo al ver mi reacción.
Sí, así era yo, loca y descarada siempre.
(****)
Una semana luego de aquella plática con los dos hombres que más deseaba hasta el momento —no más que el chico misterioso al cual tenía que olvidar—, había llegado a nuestra clase una chica nueva; era muy bonita y se notaba que babeaba por Ed, para su mala suerte a ese chico solo me lo follaba yo y algunos hombres en el pasado. Y es que como lo dije antes, solo los chicos que habían pasado la noche con Edward y los que lo conocíamos en verdad sabíamos de su gusto por los hombres, de lo contrario, cualquiera creía que él se moría por las mujeres y Rose —la chica nueva—, era una de ellas.
Aunque bueno, creo que la tipa no estaba solo tras Edward sino también detrás del maestro Palmer y eso no me agradaba para nada, sobre todo al ver la amabilidad con la que él la trataba y lo peor era cuando intentaba ignorar mis coqueteos si ella estaba cerca. Eso estaba muy mal y me demostraba que el respetado maestro también tenía un lado de casanova que no podía evitar. Mi indignación llegaba cuando él me provocaba y sí, siempre que Rose no estaba y entonces pensé en algo que no me agradó.
¿Quién le gustaba más? ¿Ella o yo?
¡Mierda!
Tenía una contrincante, cuando yo siempre fui única.
Y pues sí, podían decir lo que quisieran, pero también tenía mi ego y estaba siendo tocado muy fuerte.
No podía volverme enemiga de la chica ese sería mi peor error, entonces pensé en que podíamos compartir al guapo maestro o podía convencer a Edward para que se le metiera entre las piernas y así se olvidara de mi chico mayor. El problema sería en cómo convencer a Edward ya que él fue claro conmigo: podía follarme a mí, pero no a otra chica.
¡Puf! El maldito también tenía sus reglas y exigencias.
Así que me decidí por lo más fácil y comencé a ser amable con la bonita Rose, era una total hipócrita, aunque todos lo éramos y quién dijese que no, pues también era un estúpido mentiroso o mentirosa.
—Vamos esta tarde por un café, Ed nos acompañará —animé y Ed solo rodó los ojos al ver cómo intentaba persuadir a Rose.
Era de cabello rubio oscuro con algunos mechones más claros, su piel blanca y cuerpo esbelto; envidiaba de buena fe sus cejas, eran como dibujadas por el mejor pintor y sus ojos eran verdosos y a veces hasta azules. En serio Edward era un idiota al no comerse a semejante preciosura.
—¿Y si mejor vamos a mi casa y me ayudan a entender el trabajo que nos dejaron? —propuso ella. Eso no me agradaba, no obstante, haría la excepción.
—¿Vives con tus padres o sola? —pregunté y Edward negó con disimulo para que ella no lo viera— Hago lo que quieras luego, pero ayúdame —le pedí en un susurro sin que Rose lo notara y siguió negando— Lo que quieras, hermoso amigo, por favor —supliqué y vi un brillo de picardía en sus ojos.
—¿Lo qué sea y yo quiera? —cuestionó y tuve miedo de responder— Quiero otro trío y esta vez con Jace, ¿harás eso? —siguió sin dejarme responder antes, estaba estúpido si creía que haría eso de nuevo y peor con Jace.
A ese tipo me lo comería yo sola.
—No, vivo con tío John y antes que digan algo sí, es el mismo John que nos da marketing —Mis ojos se ensancharon luego de escuchar a Rose y Edward sonrió casi victorioso.
¡Hijo de su bendita madre!
—¿Irás? —le preguntó ella a él, me imaginé que sus intenciones no eran estudiar y era mi maldita oportunidad para estar en casa de mi maestro, pero Edward negó y quise matarlo— ¡Oh! —exclamó Rose un poco triste— Entonces si quieres vamos por el café —me dijo a mí resignada.
¡Genial!
—Yo puedo ir a tu casa si lo prefieres —me ofrecí con entusiasmo y la maldita negó.
Hija de puta, me estaba usando y Edward se divertía con eso... ¡Imbécil!
—Acepto tu trato, idiota —le susurré de nuevo y un tanto indignada porque también me estaba usando.
—¿Segura? —cuestionó divertido.
—Sí, estúpido, pero si tienes que follártela para dejarme el camino libre, lo harás —advertí, no me importaba si lo hacía o no, lo que me importaba es que me diese tiempo.
También sonreí cuando asintió.
—Sabes qué, Rose. Mejor sí las acompaño, pero si es a tu casa —Los ojos de la chica se iluminaron al oírlo y asintió de inmediato.
El cabrón sabía su poder sobre ella y me encantó tenerlo de mi lado; solo esperaba que Jace se negara a aquel trío y si no, pues me tocaría disfrutar de otra noche de perversión.
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La hora de irnos a casa del maestro al fin llegó y Edward llegó por mí; mi asombro todavía no pasaba al saber que Rose era su sobrina y Ed se rio de mí al recordar los celos que tuve de la atención que él le daba a ella y que en esos momentos ya no la estaba viendo como enemiga, sino que como mi mejor aliada. Por obvias razones Ed se seguía negando a estar con ella y pude convencerlo de que al menos fingiera ser un puritano dulce y virgen para que la chica no sospechara nada.
—¿Y si mejor hacemos un trío con el maestro? ¡Auch! —se quejó luego de hacer aquella pregunta y que yo lo golpeara en el brazo.
—¡Ya! Para con los tríos idiota y déjame disfrutar a mi sola —le exigí y rio.
—Bien, esperaré paciente por el que haremos con Jace —puntualizó y rodé los ojos.
—¿Y si él no quiere?
—Algo me dice que sí va a querer —aseguró y lo dijo con tanta convicción que algo no me gustó, mas lo ignoré.
Dejé aquella conversación y recordé todo lo que Rose nos había dicho; su tío era divorciado desde hacía un año, su padre y él eran hermanos y ella estaba viviendo con él porque sus padres decidieron hacer un viaje luego de un mal momento que atravesaron. Ella como buena hija quiso no ser un estorbo y además deseaba vivir nuevas experiencias, por lo mismo se cambió de universidad y estaba ahí, siendo la compañía de su amoroso tío.
Llegamos justo a la hora que habíamos acordado, Rose ya esperaba por nosotros más entusiasmada que yo por ver a su tío; estaba fresca con un micro pantaloncillo de mezclilla que apenas cubría su culo y el idiota a mi lado ni siquiera un suspiro de fastidio dio. Yo usaba un vestido veraniego muy al estilo de los ochentas y un pañuelo con el mismo estampado de puntos que estaba amarrado como diadema en mi cabeza para que el cabello no se me fuera al rostro; intentaba parecer una niña buena, aunque mis intenciones fueran muy malas.
La casa era pequeña, pero con el espacio suficiente para quienes vivían ahí; con tristeza para mí, el maestro seguía en su trabajo y tuve que persuadir a Rose para que me dijera a la hora que llegaba y agradecí que en ese momento Edward se dignara a ayudarme fingiendo un poco de interés en la pobre chica. La pasamos en su habitación por un buen rato y cuando la hora de que mi nuevo objetivo llegara se acercó, bajé con la mentira de que iría a la cocina por un vaso con agua y busqué la habitación del maestro que para mi buena suerte estaba en la planta baja, muy alejada de la habitación de Rose que, obvio, estaba en la planta de arriba; para Rose fue un alivio deshacerse de mí y sin que Edward escuchara le prometí que me tardaría un buen rato para darles espacio.
Cuando al fin encontré la habitación, me metí en ella y la admiré; John era muy ordenado y la recámara olía a él; aspiré con fuerza y cerré los ojos imaginándomelo cerca de mí, abrí los ojos y vi un pequeño escritorio ubicado cerca de la ventana que daba vista a la calle. Todos sus papeles estaban ordenados a la perfección y sacando mi lado perverso decidí quitarme la braga que usaba y la dejé sobre el escritorio junto a una nota que escribí en ese instante tomando un papel de pegatina del block que de seguro él usaba para recordatorios importantes; pues bien, yo le haría un pequeño recordatorio en ese momento.
Deseaba coqueteos de mi parte, señor Palmer...
Bien, yo deseo más que coquetos de la suya.
Dejé la nota sobre la braga y salí de la habitación justo cuando vi por la ventana que él llegaba; llegué a la cocina y tomé un vaso con agua luego caminé con la intensión de que me viera y cuando lo hizo casi se va de culo.
—¿¡Señorita Stone!? —me llamó con notable sorpresa y le sonreí inocente.
—Hola, maestro, antes de que pregunte algo o se imagine cosas que no son, estoy aquí con mi amigo Edward ayudando a Rose en una tarea que no entiende —avisé y asintió dejando de lado la sorpresa y concentrándose en la parte de mis piernas que el vestido dejaba desnudas; carraspeé para que me viera al rostro devolviéndole la que él me hizo en la universidad.
—Ya veo, ella me informó que traería a unos compañeros, aunque no mencionó nombres —recordó.
—¿Le molesta que seamos nosotros? —cuestioné al ver su seriedad.
—Para nada —respondió seguro y asentí.
—Lo veo luego, maestro, seguiré con la tarea —avisé, me sonrió sin mostrar los dientes e hizo una señal de mano para que siguiera mi camino.
Con toda la intención contoneé demás las caderas cuando subía los escalones, giré leve el rostro para verlo por encima de mi hombro y le sonreí, él no me respondió a la sonrisa, pero me miró con demasiado deseo y sentí que mis piernas se mojaron al no usar bragas. Llegué a la habitación y abrí con cuidado, Rose estaba en su cama sobre el cuerpo de Edward y él fingía interés, aunque con claridad noté que no deseaba aquello; me reí de lo divertida que me pareció la situación y decidí no interrumpirlo solo para hacer pagar a Ed por su chantaje y para poder hacerle una visita a mi maestro favorito en su habitación.
Para ese momento ya debía haber encontrado mi regalito.
Tales actos míos no me ponían nerviosa, eso ya eran bobadas para mí después de todo lo que había recorrido y vivido y, aunque el maestro era un hombre imponente al cual deseaba, no dejaba de ser uno más de mi lista de kilómetros de hombres que existían a mi espalda. Bueno, tal vez kilómetros en realidad aún eran muchos, pero en algo se asimilaba. Cuando llegué de nuevo a aquella habitación solo me preparé para un posible rechazo que no me quitaría el hambre y abrí sin siquiera llamar; él estaba ahí, con mi braga en una mano y la nota en la otra todavía leyéndola.
—Una alumna normal le regala manzanas a su maestro —dije y se giró para verme—. Claro está que no soy una alumna normal y le ofrezco el verdadero fruto prohibido a mi maestro favorito —señalé y cerré la puerta detrás de mí— ¿Lo quiere maestro, Palmer? —susurré y pasé mi dedo medio sobre mis pechos y bajé hasta detenerme justo encima de mi sexo.
—No tiene idea de lo loco que me pone que me llame así, con su carita inocente y sus intenciones perversas —confesó y sonreí victoriosa.
Eso era todo lo que deseaba escuchar, la respuesta que necesitaba. Mi maestro al fin me mostraría si así como era bueno para enseñar, también lo era para follar y como una buena alumna acataría todas sus enseñanzas o le mostraría cómo la alumna superaba al maestro; comenzó a caminar hacia mí y en el proceso quitó su camisa dejándome ver todos aquellos músculos que sabía que tenía solo porque los vi en su perfil social. Cuando estuvo cerca llevó mi braga a su nariz y la olió como un depravado, acción que me excitó en demasía.
—Debo saber si así como huele, sabe —advirtió y sin previo aviso me cogió de la parte de atrás del cuello y me unió a su boca.
Sus labios eran diestros, su beso estaba siendo brusco y delicioso, mostrándome todo lo que quizá deseaba hacer en mi sexo, pero que lastimosamente para ambos no podría, pues no iba a romper mis reglas con él tan rápido. Su lengua comenzó a embestir mi boca y mi entrepierna a mojarse más; el maestro olía exquisito y sabía aún más, pronto nuestras manos no encontraron sosiego alguno y nos sentíamos y acariciábamos con desespero hasta que estuvimos desnudos sobre su cama.
Me sentía demasiado pequeña sobre aquel gran hombre, pero eso no iba a impedir que todo lo suyo cupiera en mí; sacó un preservativo de su mesita de noche y le di solo el espacio justo para que se lo colocara, era un tipo muy bien dotado y cuando estuvo listo lo tomé con mi mano y lo coloqué en mi entrada. Me penetré yo misma estando sobre él y los dos jadeamos con aquella sensación tan deliciosa que nos provocamos, sus manos grandes cubrían a la perfección mis nalgas y las acunó para luego apretujarlas y moverlas a su antojo mientras el vaivén de nuestros cuerpos iniciaba; mis pechos rebotaban con aquellas embestidas y gemí sin parar por cómo me llenaba. Llevó uno de mis pechos a su boca y lo chupó con ímpetu, luego le dio la misma atención al otro y sentí una de sus manos llegar a mi trasero y acariciarlo sabiendo el placer que iba a darme; me moví con más fuerzas cuando necesité de más fricción y chillé cuando con destreza se giró sin salir de mi interior y quedó sobre mi cuerpo haciéndose de todo el control.
Ambos sudábamos y su cuerpo brilloso lucía estupendo, cogió una de mis piernas y la puso sobre su hombro, la posición me hacía sentirlo hasta la empuñadura y mordí la almohada cuando su mano masajeó mi núcleo y me dio lo que tanto deseaba en ese momento hasta casi gritar su nombre, puesto que no lo logré gritar porque justo cuando quise hacerlo él me besó y se lo tragó. Me corrí con intensidad y rato después el maestro también lo hizo y luego se tumbó a mi lado, los dos con el cuerpo empapado y el corazón junto a nuestras respiraciones aceleradas.
—Espero que Rose no nos haya escuchado —murmuró y reí.
—No lo creo, Edward la tiene entretenida con sus explicaciones y además escuchan música —avisé y no mentía, aunque no expliqué cómo en realidad pasaban las cosas.
—Eres exquisita, Laurel Stone —susurró y acarició mi rostro.
—Tú también lo eres, John Palmer —halagué.
—¿Qué pasará mañana? —preguntó y le sonreí satírica.
—Seguirás siendo mi serio maestro y yo tu descarada alumna —aseguré y di un casto beso en sus labios— y cuando lo desees podrás caer de nuevo en mis provocaciones —cedí y sonrió, esa vez mostrándome sus perfectos dientes y su clara diversión.
—Eres peligrosa —aseguró y asentí.
—Lo soy, así que ya estás advertido —puntualicé y salí de la cama dejándolo un tanto anonadado; me vestí bajo su atenta mirada y se puso cómodo en la cama, cubriendo su desnudes con la sábana—. Maestro Palmer, ya vio que el diablo es rojo así que le aconsejo que no intente verlo de otro color —aseveré y sonrió, él sabía de lo que hablaba y me gustaba que lo tuviese claro. Recogí las bragas y se las tiré sobre el pecho—. No me olvide —pedí y se mordió el labio sonriendo.
—Juro que coleccionaré todas las que tengas —habló seguro y devolví la sonrisa antes de salir de su habitación.
El hombre me había dejado con ganas de un segundo asalto.
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