31: Injusticia
Cuando regreso a la escena del crimen me sorprendo, el cuerpo de R ya no está ahí. Llega William y me mira confundido, le explico que el hombre que buscamos se encuentra muerto, pero como es de esperarse mis sentimientos por Malya no la delatan. Regresamos a la comisaria y hacemos el informe, mi compañero me frena antes de que me vaya a mi casa y no me queda otra que escucharlo, ahora es mi superior.
—Me mentiste.
Me sobresalto.
—¿Qué?
—Dijiste que era la habitación 153 y resultó todo lo contrario, si no hubieras hecho eso, todo sería diferente ahora —dice seriamente, tanto que me preocupa.
Bajo la vista.
—Yo...
—Somos amigos, Merche. —Suspira—. Puedes contarme lo que sea. ¿Qué pasa?
—Eh... no, nada. —Me pongo nerviosa.
Nunca había hecho tantas cosas fuera de la ley.
—¿Segura? Si hubiera sido otro, ya te hubiera sacado la placa, pero como sé que eres de fiar, no tengo por qué preocuparme, ¿verdad? —Sonríe.
—No, por supuesto que no.
Lo siento, William, pero no puedo decirte.
Suspiro y regreso a casa. ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? La injusticia que me rodea es impresionante, deseo no tener que participar en nada más como esto. Al desaparecer el cuerpo de R, todo lo que buscábamos no se pudo demostrar, no pudimos hacer ni un allanamiento y ya había empezado la orden del juez, pero todo es absurdo ahora. Es más, Reino salió de las redes, toda la información que había comenzó a borrarse y el lugar en el que estuve, se encontraba vacío. ¡¿Todo ha sido para nada?! No puedo entenderlo, es injusto.
Los días continúan pasando, no hay nada más que pueda hacer. Me siento patética y lo que me hacía feliz, ya no está. Miro la carta de mi ángel, me pregunto, ¿qué estará haciendo?, ¿dónde se encuentra?, ¿me extraña tanto como yo a él? Suspiro.
—¡Hey! ¿Por qué esa cara? —Sonríe el rubio.
—No tuvo sentido nada de lo que hice —confieso lo que siento, y pensar que antes no podía hacer ni eso, ni siquiera podía confiar.
—Toda esa información nos sirve de todas formas, así que...
—No —interrumpo su intento de animarme—. Ese no es el punto, William. Tiene que haber algo que se pueda rescatar de todo esto —exclamo molesta—. Tengo que...
—Lo hay —ahora él me interrumpe—. Solo que es un proceso largo, lo sabes, la justicia es lenta.
—Y la injusticia es más rápida, supongo. —Ruedo los ojos y se ríe.
—No bromees con esas cosas, hay que ser posi...
—Jefe —lo vuelven a interrumpir, pero no soy yo quien lo hace. Supongo que iba a decir "positivos", sin embargo, no es importante. ¿Qué pasa ahora? Observo a nuestro compañero y veo como le entrega a William un pendrive—. Llegó esto de manera anónima.
—Gracias. —Camina hasta su nueva oficina y lo sigo. ¿Por qué tengo un mal presentimiento?—. Cierra la puerta —me indica—. Parece algo serio. —Hago lo que me pide, mientras él pone el pendrive en su computadora.
Hay un archivo de video y William lo presiona para reproducirlo.
"Ah... ah..."
Me sonrojo y me agito. Es... es aquel video que grabaron con Eiden en ese maldito hotel. El rubio se sorprende y lo apaga, luego me mira.
—Siento eso —exclama preocupado.
—No, yo... —pronuncio nerviosa, pero no es porque me vean desnuda, teniendo relaciones con Eiden, temo que reconozcan su cara—. No... no identifiques su rostro, por favor. —Bajo la vista.
Frunce el ceño.
—¿Eso es lo que te importa?
Me sobresalto.
—¿Eh?
—Estaban usando tu cuerpo y tú no quieres que identifique al sospechoso. Parece que lo conoces bastantes bien.
—No, yo...
Bufa.
—Segunda advertencia, a la tercera me devolverás tu placa. —Se levanta—. ¿Qué ocultas? Debería enviarte al centro de protección a víctimas, no estás bien.
—¡No comprendes, él no es uno de ellos! —grito frustrada.
—Segunda advertencia —repite y sale de la oficina, llevándose el pendrive.
—¡William! —le grito.
Esto va para peor.
El rubio investiga cada detalle, es claro que en el vídeo digo su nombre, también consigue la dirección del hotel. Todo mal. ¡Maldigo a quién envió ese pendrive! Lo pienso y lo vuelvo a pensar, solo se me ocurre una persona.
Clow.
¡Maldito desgraciado, ojalá que te siga doliendo el disparo que te hice en el pie, malnacido!
La mala suerte sigue aumentando cuando William viene hasta mí, sonriendo.
—Costó, pero al fin atrapé al sospechoso —exclama con confianza y mi corazón se paraliza.
—¡¿Tienen a Eiden?! ¡¿Dónde?! —digo alterada.
—En serio, voy a tener que enviarte a hacer un examen psicológico —exclama preocupado.
—¡No estoy loca, déjame hablar con él! —exijo nerviosa.
Suspira.
—De acuerdo, pero solo un segundo y habrá un guardia vigilando.
Frunzo el ceño.
—¿No confías en mí o el poder se te subió a la cabeza?
—Ninguna de las dos, solo protejo a mi gente —dice seriamente.
Termino la conversación con mi superior y me indica que Eiden está en la sala de interrogatorios. Mi corazón se acelera con cada paso que doy, voy a verlo otra vez. Lamento que solo sea en estas circunstancias, pero necesito verlo. Abro la puerta y visualizo sus ojos azules, que se conectan enseguida con los míos.
—Merche —pronuncia sorprendido.
Miro al guardia, entonces me siento en la silla del frente. No puedo acercarme mucho y eso me frustra. Deseo y quiero abrazarlo, besarlo, estar todo el tiempo a su lado.
—Eiden, no tengo idea como llegamos a esto. —Bajo la vista.
—Ni yo, pero de lo que sí estoy seguro, es de que te amo y pase lo que pase, ruego que seas feliz. —Sonríe.
—Esto es injusto —digo empezando a sentir mis ojos humedecerse.
Noto su mano rozar la mía bajo la mesa y me sobresalto al sentir el tacto que tanto anhelo.
—Todo estará bien.
—Nada está bien. —Mis lágrimas caen—. Todo ha salido pésimo.
—No llores. —Me mira preocupado y presiona mi mano—. Sabíamos que esto iba a pasar algún día, es hora de atenerse a las consecuencias.
—Se acabó el tiempo —dice el guardia.
Eiden me mira y lo repite:
—Te amo.
Estando al límite lo hago también.
—Yo también te amo. —Sufro cuando tengo que soltarle la mano para salir de allí y no tener su tacto me entristece más.
Salgo de la oficina frustrada y refriego mis ojos. Oigo un suspiro al lado de la puerta y ya sé lo que va a venir. William levanta su mano.
—Tu placa.
—Pero... —digo nerviosa.
—Será por corto tiempo, te la devolveré cuando crea que estés en condiciones. ¿Dónde está tu arma reglamentaria?
Bajo la vista.
—En mi casa. —Me la olvidé otra vez.
—Mañana ven temprano a entregármela, ahora dame tu placa. —Mueve los dedos.
Bufo y la saco del bolsillo, furiosa la pongo fuerte en su mano.
—Aquí tienes tu maldita injusticia. —Me retiro rápidamente, sin que él pueda decirme nada más.
Camino hasta mi casa y suspiro muchas veces a medida que doy unos cuantos pasos. Todo es una porquería, no soy policía, no soy infiltrada, no soy nada, una simple civil de camino a su hogar.
Saco mis llaves, pero me detengo, la puerta está forzada. ¿Ladrones? Entro despacio, mi arma se halla escondida, puedo entrar y agarrarla. Miro a un lado y a otro, no veo a nadie. Visualizo el lugar donde se supone que tiene que estar mi pistola, sin embargo, no se encuentra ahí. ¡Maldición!
—Me gusta tu revólver.
Me sobresalto y miro hacia donde oí aquella voz. Lo veo, si la mala suerte existe, está en la mía y la peor. Respiro agitada, es él.
—¿Cómo supiste dónde estaba? —Frunzo el ceño.
—Te dije que sé muchas más cosas sobre ti de las que crees. —Sonríe—. Gatita. —Toca mi arma mientras habla, juega con esta, la acaricia como a un animalito.
—¿Qué quieres, Clow? Lárgate de mi casa —ordeno de manera dominante y él se ríe.
—Vine a buscarte. —Camina hasta mí y retrocedo—. ¿Sabías que mi padre se murió? —Me choco contra la pared y me acorrala, posicionando mi arma en mi escote—. ¿Sabías qué pasa cuando un Señor Letra se muere? La red se vuelve descontrol y hasta que se renueve un jefe, viene la guerra. Me aprovecharé de eso. —Se acerca a mis labios—. Y tú me vas a acompañar.
—Antes muerta.
—No tienes opción, eres mi gatita y tu dueño te está reclamando. —Me besa y lo muerdo, pero él sigue sonriendo—. Cómo me gusta la gatita agresiva. —Agarra mi cabeza y me empuja a su boca. Forcejeo, no obstante, no hay forma de separarme de él.
—¡Aléjate, maldita sea, no me toques! —Logro apartarme un poco cuando me deja respirar, mientras jadeo y grito molesta.
—Tienes razón, ya habrá tiempo para eso. —Saca unas esposas de su bolsillo y me las pone—. Combinan perfectamente contigo —se burla y guarda el arma.
—¡Maldito desgraciado! —me quejo, me empuja a caminar, salimos afuera y un auto estaciona justo delante de nosotros—. Lo tenías todo planeado. —Me doy cuenta, recordando la llegada del pendrive.
—Siempre. —Me empuja hasta adentro, subiendo también al automóvil y le indica al chófer una dirección. Presiona un botón, entonces la ventana para comunicarse con este se cierra—. La privacidad es lo mejor. —Sonríe.
—Ya estás pensando en violarme, eres un asco. —Lo miro con desprecio y él se ríe.
—Parece que estás apurada. —Me acaricia la mejilla y yo le muevo la cara—. No te preocupes, no te obligaré a hacerlo en el auto, no puedo dejar que veas a dónde vamos, es supersecreto. —Se acerca a mi cuerpo—. Aunque tengo muchas ganas de hacerte mía aquí y ahora, me lo voy a aguantar hasta que lleguemos.
—¿Y cómo quieres que no vea? —No noto nada con lo que me vaya a cubrir los ojos.
—Porque es hora de dormir y quedarse un rato en la oscuridad.
Abre un estuche, entonces llena un líquido en un pañuelo. Me pongo nerviosa e intento retroceder. Él me agarra de la cintura, acto seguido cubre mi rostro con aquella sustancia. Oigo un "Shh, tranquila" mientras forcejeo, luego me quedo sin fuerzas. No puedo respirar, mis ojos se nublan, me quita la tela del rostro y me lo seca con uno limpio, mientras siento como me desvanezco. Noto el tacto de sus labios cuando me siento en la oscuridad, la perversa oscuridad y mis ojos terminan por cerrarse.
Continuará...
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