30: Nombramiento

Conduzco hasta mi casa, con las indicaciones de un mapa y me pierdo buscando la avenida correcta. Hasta que llego se hace muy tarde. No lo puedo creer, se ha terminado, se ha terminado todo. Eiden se fue, no tengo cómo encontrarlo, la única forma sería usar la información que dejó, pero eso solo significa que también debo arrestarlo por cómplice.

Estaciono el coche de Luke y al bajar busco la llave oculta que a veces tengo en mi entrada. La original la dejé en la comisaria para cuando volviera, pero no quiero andar dando explicaciones y mucho menos delatar a Eiden, sin ningún plan en mente.

Necesito descansar y pensar después. Al entrar me quito la ropa y voy directo a la ducha. Suspiro, hogar dulce hogar, aunque no llena el vacío en mi corazón, sigue siendo mi lugar de confort. Las gotas caen sobre mi piel y me enjuago completamente. Me siento perdida. Soy una nueva Merche después de todo. Debo respirar y volver a la realidad.

Salgo y me pongo una calza negra junto con una remera blanca. Extrañaba vestirme así, no me interesan mucho los vestidos, los pantalones son lo mío. Me peino mientras seco mi cabello y me miro al espejo. Mi pelo castaño sigue siendo el mismo, mis ojos color café continúan iguales, pero mi alma está cambiada.

Si sigo pensando no voy a dormirme hoy, voy hasta el teléfono de línea y pido un delivery. Cuando llega como rápido y miro la televisión. Continúo confundida, entonces cuando decido irme a acostar, pasa lo que me temía, no me duermo. Voy hasta el teléfono de línea otra vez e intento recordar el número, necesito hablar con alguien.

¿Estará despierto?

Un tono, dos...

—Hola —digo en voz baja—. ¿William?

—¿Merche? —Me reconoce enseguida—. ¿Cómo es que...?

—¿Tienes tiempo? Necesito hablar con alguien.

—Claro ¡Ya! Dime dónde y voy —indica a mucha velocidad.

—El bar de siempre, estaré ahí en quince minutos. ¿Puedes?

—Sí, sí ¡Ya salgo para allá!

Me pongo un saco beige, las botas, ya que estaba descalza, y voy hasta allí bastante rápido. Llego al bar primero y pido algo de beber, siento la libertad mágicamente, lo que me hace sonreír. No llena el vacío, pero tranquiliza, mi mente está en un enredo.

—¡Merche! —Giro la vista y veo al alto rubio, mi compañero. Se sienta a mi lado—. ¿Qué pasó? El operativo para buscarte estaba por comenzar y...

—Digamos que conseguí lo que buscaba y me fui. —Suspiro.

—Estás cambiada —opina al mirarme.

—Yo me veo igual.

—¿Encontraste a tu hermana? —pregunta y me sobresalto.

—Sí, pero ya no es la misma.

Sonríe.

—No te preocupes, la recuperaremos.

—Ojalá —digo aquello, no obstante, es imposible.

Ella no es la misma, pero no en el sentido depresivo en el que estuve yo, ella no está de nuestro lado y pienso que no va a cambiar de opinión.

Eso me duele, me duele mucho.

—Hablo en serio, estás muy cambiada —repite al verme, detenidamente, mientras yo pensaba.

Sonrío.

—Espero que para bien.

—Para muy bien. —Se sorprende—. Nunca te vi sonreír. —Me río y agrega—: Ni hacer eso. ¡¿Quién eres?! ¡¿Y qué has hecho con Merche?! —bromea y continúo riendo.

—¿Eras tan divertido? No me acordaba —me burlo.

—¡Oye! Yo soy el divertido y tú la amargada. —Me guiña—. Policía mala. —Me señala y luego a él—. Policía bueno. —Vuelve a sonreír.

—¡Qué malo! —Le doy un codazo.

—Ay, qué turbia. —Se ríe.

—Ya, dime las noticias.

—Pronto me darán un ascenso —lo canta mientras lo dice.

—¿De verdad? —Me pone contenta, se lo merece—. Sabía que no eras un simple oficial.

—Me pusieron delante del caso de la red de trata, señorita infiltrada, conoce a tu superior. —Vuelve a guiñarme y me sorprendo.

—¿En serio?

—Muy en serio —exclama sin bromear, se nota decidido—. Desde ahora, estoy detrás de todo el operativo.

―Entonces...

—Vas a tener que darme el informe a mí cuando lo hagas. —Sonríe.

—¿El jefe ya no tiene nada que ver? —pregunto directo.

—Nada que ver. —Vuelve su rostro serio.

—¡Vaya! Estoy impactada.

De algún modo, no sé si es bueno, William bromea mucho, pero cuando se propone algo lo consigue y no está mal para esta misión, sin embargo, Malya y Eiden podrían terminar en una situación que no quiero pensar. Mi mente no quiere saber eso. No deseo que terminen entre rejas y mi sentido de justicia se mezcla con mis sentimientos, culminando por mezclarse todo y...

—Hey —me llama, al ver mis lágrimas caer—. Merche... —pronuncia preocupado.

Tapo mi rostro.

—No puedo más.

—Lo siento. —Toca mi espalda y siento su tacto—. Yo hablando de mi ascenso y tú... acabas de salir de ese lugar horrible. Perdóname, no quise hacerte sentir mal. Hey, no llores. Jamás te vi llorar, no sé cómo comportarme, yo...

Mis lágrimas siguen cayendo.

—No es tu culpa, tengo un lío en la cabeza, eso es todo. —Refriego mis ojos.

—Quizás no deberías estar en esta misión.

—¡No digas eso nunca! —Lo miro enojada y sigo notando como las gotas caen, rozando mis mejillas.

—Hey, lo siento —pronuncia preocupado y pasa su dedo pulgar, intentando limpiar mis lágrimas—. No dije que iba a sacarte, era una sugerencia.

—No quiero tu sugerencia, y no me toques. —Golpeo su mano, furiosa.

—No fue mi intención —dice avergonzado y me percato.

—No has hecho nada malo, tú siempre pensando que me haces daño. —Sonrío—. Eres un santo, pero no me gusta que me tengas lástima.

—No, mi madre me inculco que las mujeres son sagradas y hay que cuidarlas, no te tengo lástima. —Se ríe.

—Tú y tu madre religiosa. —Ruedo los ojos.

—¡Decídete! ¿Te tengo lástima u odias a mi madre religiosa? —bromea y me río.

Creo que necesitaba esto. Un poco de tranquilidad, charlas, expresar mis emociones y liberar la angustia, sentirme plena.

Mañana...

Mañana afrontaré todo lo que acontece la situación que estoy pasando, enfrentaré mis miedos y decidiré cuál es la mejor opción, que movimiento debo hacer. Por hoy, solo respiraré un poco y me olvidaré de todo, al menos por un rato.

~~~

Despierto bien temprano y voy directo a la comisaria. Ignoro el auto de Luke, estacionado frente a mi casa, aún no sé qué haré con este y la verdad, no quiero pensarlo. Suena a evidencia contra Eiden y no me gusta.

Al entrar al área de mi trabajo, voy al escritorio y comienzo a escribir mi informe. Guardo mi placa en mi bolsillo, la cual había dejado allí y recuerdo que mi arma reglamentaria está en casa. Nada importante, luego la buscaré.

Escribo toda la mañana y termino borrando cosas a la tarde, reescribo todo indecisa. Pensando que es lo que realmente quiero poner, nombro a Imperio, Reino e Incluso al Vip. Describo cada detalle de los lugares en los que he estado y me detengo cuando llego al nombre de R. Si pongo su apellido, Eiden cae enseguida y si nombro a Hermes, Malya cae también. Mi sentido de la justicia dice que lo haga, pero mis sentimientos me lo impiden.

Me detengo y busco en internet por mi cuenta.

"Raid Rockefelle".

Salen cosas como empresario, hotelero, dueño de casinos, reconocido millonario, mujeriego y padre de varios hijos.

Reino es nombrado, Imperio no y Vip es difícil de encontrar.

Vuelvo al informe y anoto direcciones, pongo lo de las pulseras también. Remarco a Reino por sobre todas las cosas, el prostíbulo por donde estuve. Nombro a Clow, a Demián y a Edgard. Luego finalizo nombrando a las letras y escribo "Raid" sin el apellido.

Vuelvo a internet y busco la última noticia. No encuentro nada, entro a la base de datos policial, introduzco mi código y reviso antecedentes.

Nada.

Necesito una forma de arrestarlo sin involucrar a Eiden. Si Malya aparece en la información, podría meterla en la sección de protección de víctimas y comprobar su estado psicológico, por lo tanto, no la culparían de nada. Pero mi ángel, mi Eiden, es cómplice, es el hijo de ese desgraciado, no lo van a dejar tan fácil. Y no creo convencer a William, no importa que seamos amigos, no me va a apoyar en esto, me tratará de loca.

Termino de escribir y entrego mi informe al jefe, este lo revisa para luego entregárselo a mi antiguo compañero, ahora mi superior.

Los días pasan y se decide que yo reconocería al hombre que buscamos, o sea a Raid Rockefelle. Lo arrestaríamos como sospechoso y luego todos contentos, liberaríamos a muchas personas y nos desharíamos de muchos negocios turbios.

Otra vez me olvido mi arma y William me presta una. Es el gran día, el hombre con las características estaría yendo a un lugar llamado...

El Nombramiento.

Me suena, pero no sé de qué. Escuché algo parecido, lo sé, no obstante, ni idea dónde. Llegamos, un lugar enorme, nos infiltramos entre los invitados, es de noche, sin embargo, hay mucha gente. Una fiesta de la alta sociedad, lo noto, son todos mafiosos. Es una de las reuniones de R, estamos en el lugar correcto.

—Cuando lo veas, avisa —me indica William con el esmoquin, que debo decir, le queda bastante bien.

—Bonito atuendo. —Sonrío e intento provocarlo.

—Muy graciosa. —Finge reír, acomoda su intercomunicado en su chaqueta y se me adelanta.

Camino con mi vestido verde, que tiene mi intercomunicador en la flor de la tirita izquierda y muevo mis caderas demostrando tranquilidad, mientras los flecos se agitan por mis rodillas.

—Damas y caballero, quiero dar un anuncio. —Me detengo al oír esa voz y me sobresalto.

No, aquí no.

Miro al centro del salón, tiene un hermoso gancho lila que levanta su hermoso cabello oscuro y que resalta el color azul de sus lindos ojos. Su vestido negro, pegado al cuerpo, no es su estilo, pero le queda perfecto.

Malya.

Respiro agitada. ¿Qué voy a hacer? ¿Y si William la reconoce? Bueno, solo la ha visto una o dos veces, quizás no sea para tanto. Pero que esté aquí, me dificulta todo. Hubiera sido mejor encontrarla en otro lugar.

—Atención, atención, quiero dar un anuncio muy, pero muy importante. —Sonríe alegre como si estuviera en un cuento de hadas—. El Señor R. —Me sorprendo al ella nombrarlo—. Mi querido suegro tiene que decir unas palabras. —Lo señala en una mesa y este bufa, teniendo que levantarse, para acercarse hasta ella—. ¿Nos haces los honores?

—No está Hermes. —Fuerza una sonrisa.

Mala suerte para mí.

—En un momento vendrá, pero tienes que decirlo ante todos, quiero brindar. —Se ríe, parece que se burla de él.

—Los Señores Letra... —Mira a algunas personas—. Al fin daremos nuestro reconocimiento, le daremos el Nombramiento, a tu querido esposo. ¿Contenta? —dice arisco, parece que no le gusta.

—Quiero oírlo con tu propia boca. —Y ella lo disfruta.

Me da miedo.

R levanta una copa de champagne.

—Felicidades, Hermes desde ahora, es el Señor H, Imperio es todo suyo. Ahora tiene nuestro renombre y nuestro respeto. —Todos aplauden y levantan las copas—. ¿Pero dónde está? Lo tengo que felicitar personalmente.

—Para eso estoy yo. —Le guiña.

¡¿Está coqueteando con el asqueroso?! ¡Qué frustración! ¿Qué clase de situación es esta?

Siento mi intercomunicador y William me habla.

—¿Visualizaste a Raid?

—Lo tengo en la mira —le aclaro y dejo de hablarle, ya que noto como R y Malya se van para otro lugar.

Los sigo, los pierdo de vista, tardo un rato largo en seguirles la pista y mi compañero, me vuelve a hablar.

—¿Y?

—Pasillo largo, habitación 153, aquí voy —miento y guardo el intercomunicado, dirigiéndome a la habitación correcta.

Respiro agitada, encontrar a R con mi hermana, en una situación asquerosa, no puedo ni imaginarlo. Saco mi arma, reviso el perímetro, no hay nadie y abro la puerta de una patada. Hay silencio, no quiero pensar nada, debo ser fuerte.

Me sorprendo.

No puede ser...

Sangre.

¡¿Malya dónde está?! Reviso para todos lados, levanto la vista y lo que encuentro me petrifica.

Está atado, cortado, muerto, Raid Rockefelle ha fallecido y de una forma para nada bonita.

Miro el suelo, el gancho lila que estaba en el cabello de Malya. Ella lo hizo. Lo agarro del suelo y lo guardo en mi bolsillo.

¡Maldita sea, sigo ocultando evidencia!

Oigo un ruido y giro la vista. Hay una puerta de servicio aquí. Camino hasta allí con cautela, la visualizo, mi corazón se acelera por los nervios. No se ha ido, está terminando su trabajo, como toda una asesina. Se está cambiando para no dejar ni una pista en ella. Está oscura la habitación, veo como se saca por completo el vestido y una angustia se apodera de mí.

—¿Qué es? ¿Quién te hizo eso? —Tiene quemaduras y cicatrices en las partes de su cuerpo que el vestido ocultaba.

Malya se gira y me mira. Una enorme cicatriz está en su abdomen y trago saliva. Ella sonríe.

—¿Vienes a la fiesta?

—Me dijiste que no te habían hecho daño, ¿por qué mentiste?

—No tengo por qué darte explicaciones. —Agarra una remera y se la pone—. Tú y yo ya no tenemos nada que ver. Aunque si quieres saber, todas aquellas personas que me hicieron daño, ya están muertas, la última falleció hoy, al fin. —Se ríe.

—¿Hiciste justicia por mano propia? Malya eso no está bien, pude haberte ayudado.

—No necesito tu ayuda, ya tengo a alguien para eso.

—Hablas de Hermes —digo con rencor.

—Sí, ¿y?

—Es una mala persona. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

—Y yo también lo soy —dice calmada—. Acéptalo, Merche, acéptalo de una vez.

—¡No! ¡Él te convirtió en esto! ¿No entiendes? —Me altero.

—Tú no entiendes. ¿Recuerdas, Merche? Nunca encajé en ninguna parte, siempre era excluida de todo, terminaban golpeándome como idiota, siempre he sido repudiada y lo sabes.

Niego con la cabeza.

—Es muy diferente. Eso y esto, no es lo mismo.

—Es lo mismo, Merche. ¡Al fin encontré mi lugar! Ya soy feliz. —Sonríe.

—Malya, no puedes decirme esto. —Mis ojos se cristalizan.

—Puedo y debo, si vas a entregarme hazlo y deja de lloriquear —exclama tajante.

—No —digo nerviosa—. Yo te quiero, no podría.

—Lo sé y yo también te quiero, pero hay una línea entre lo bueno y lo malo. Yo soy lo malo y tú eres lo bueno, yo me quedo de mi lado, tú quédate del tuyo, señorita justicia. —Se pone el pantalón y se dirige a otra puerta que lleva a un callejón.

Huye, pero la sigo.

Un auto descapotable se frena en la calle y lo visualizo.

Hermes.

Ella entra y yo corro hasta allí.

—¡Espera! —grito y me ignora.

El nuevo Señor H me observa.

—Adiós, cuñada. —Arranca y se van lejos de mí.

Esto es oscuro, muy oscuro, la oscuridad me rodea en todo mi ser. Caigo de rodillas al suelo y lloro. No soy la misma y nunca lo volveré a ser, pero ella tampoco, Malya jamás regresará a estar de mi lado. Su oscuridad no es como la mía, la de ella emana rencor y la mía tristeza. Tiene razón, no estamos en la misma línea. 

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