3: Mía
Merche
Sistema de clasificación. Aún no sé por qué se hizo, pero sé que es importante porque puede llevarme a mi objetivo. Me fueron nombrados cuatro: rojo, negro, naranja y antes había amarillo. Se podría decir que está fuera de servicio o, ¿fue suplantado? A menos que haya un quinto color.
—Esto dice que eres mía. Nadie puede tocarte sin mi permiso, ahora soy "tu dueño".
Mi desconocido está frente a mí, la persona que me salvó cuando estaba en este horrible lugar, pero al no querer su ayuda de vuelta, me salta con este argumento, el cual me imposibilita mi misión y me disgusta. Sé que debo comportarme para que nadie descubra mi secreto, sin embargo...
—¿Qué te da derecho a elegir por mí? —Frunzo el ceño y miro de reojo la puerta. No estoy segura de poder irme de la habitación, tampoco sé si confiarme tanto. Sí, me salvó, pero ya hace dos años de eso. En dos años pueden pasar tantas cosas.
—No me has dejado otra opción —se justifica. He de admitir que se disculpó antes de ponerme la pulsera, que por cierto es celeste, la cual nunca ha sido nombrada ¿Por qué?
—Puedes dejarme en paz y listo —expreso lo que necesito con aire dominante.
—No —responde cortante—. Dije que te ayudaría y eso es lo que haré.
—Y yo dije que no necesito tu ayuda. —Sigo firme en mi posición, no voy a ceder tan fácil.
Ambos nos miramos fijo a los ojos, de una manera desafiante, un silencio vuelve a aparecer en la habitación y parece que ninguno va a cambiar de opinión. Su mano aún sigue en mi muñeca y la pulsera trae el tacto sobre mi piel, el cual demuestra que no me la va a quitar. Muevo mi vista hasta allí.
—No voy a cambiar de opinión y parece que tú tampoco... —vuelvo a hablar y me suelto de su agarre para mirarlo otra vez—. Negociemos.
—¿Negociar? —Levanta una ceja.
—Sí, respóndeme unas preguntas y yo seré toda tuya. —Mejor sacar provecho de toda esta ridícula situación.
Él suspira.
—No eres mía, sé que estoy diciendo lo contrario, pero...
—Sí, sí, la pulsera lo dice. No me interesa tu justificación ¿Vamos a negociar o no? —Terminemos con esto.
—Parece que no vas a escucharme, bien, responderé tus preguntas.
—Perfecto. ¿Quiénes son los hermanos? No, mejor dime el apellido. —Eso es más factible.
—Hablas de las pulseras. —Piensa en voz alta, se nota porque no me mira—. No, no puedo decirte, es peligroso saber el apellido familiar. —Niega con la cabeza.
—No me lo dices tú... —Me enfurezco—. Que me lo diga un vip. ¿Cómo me convierto en "objeto" vip? —Lo observo desafiante, esta vez me tiene que responder.
—¿No tienes preguntas menos complicadas? —Se lamenta—. Solo me obligas a estar en un rincón sin salida.
Diría una pregunta sobre mi hermana, que sonaría más normal, pero tengo miedo de la respuesta.
—No, responde —exijo.
—No —repite córtate y me agarra del brazo—. Vamos, alguien sospechará si seguimos aquí.
—¿A dónde? —Lo miro confusa. Tengo que volver con el viejo para no parecer sospechosa.
—A mi cuarto —responde y abre la puerta mientras comienza a caminar por los pasillos del prostíbulo.
¡¿Su cuarto?! ¡¿Cómo qué su cuarto?! Bueno, si es uno de los dueños, como dicen esas extrañas pulseras, cada uno debe tener uno y uno en cada localización a las que son mandadas las mujeres. Tendría sentido, cuartos, cuartos vips, cuartos de los dueños. Suena turbio, pero es lo que es.
No llegamos hasta allí, porque somos detenidos por un rubio que parece enojado y me observa con odio, junto con molestia.
—Eiden. —Lo mira ahora a él—. ¿Estás protegiendo a la mujer que me ahuyento al cliente? —exclama enfadado.
—Eso no te importa, Demián —responde serio.
Yo lo enfrentaría, pero ya no estoy en posición de hacer algún movimiento sospechoso. Hay guardias y no estoy sola, ni en ventaja como para hacer algo. Solo me limito a escuchar.
—Me importa porque me he quedado sin cliente y anda saber dónde se escondió la zorra. Además, no planeo tener una discusión con Hermes, si alguien va a hablar con él, ese no soy yo. —Da un argumento tan asqueroso como la persona que demuestra ser.
Ojalá se muera el desgraciado. ¿La llamó zorra a esa pobre chica? Mi puño se presiona. Quiero matarlo, pero debo resistir el impulso de golpearlo. No debo olvidar mi misión, las emociones de rabia y odio no deben estar.
—Lo lamento, pero no es mi problema. —Lo ignora y pasamos por al lado, continuando el camino.
El tal Demián observa la mano de Eiden que sostiene mi muñeca y sonríe al visualizar la pulsera.
—Ah, ya entiendo, es tuya. —Él no le responde y continúa caminando, pero el rubio insiste—. Al fin te has convertido en uno de nosotros.
Esto último lo hace detenerse y girarse a verlo con odio.
—Solo en mis peores pesadillas sería la asquerosidad que eres tú.
—Eso dices, aun así, usaste tu pulsera en ella. —La señala—. La pregunta es, ¿cuánto durará? Ojalá que mucho —se burla y continúa con esa sonrisa que hasta a mí me molesta.
Siento que voy a decir algo, pero Eiden vuelve a ignorarlo y continúa caminando, lo que causa que yo también le siga el paso al él tirar de mi mano.
Al alejarnos me animo a preguntar:
—Entonces, ¿no eres uno de ellos?
¿Por qué tengo está curiosidad? Si sigue aquí, ¿no es obvio que forma parte de esta mafia?
—Sí y no, yo... —Parece nervioso mientras camina—. Jamás he estado de acuerdo con lo que sucede aquí y nunca le haría... algo como eso a una mujer. Aunque mis manos están manchadas de sangre, como para decir que soy inocente y mi silencio está lleno de complicidad, como para poder hacer algo más al respecto de lo que ya hago.
Esta confesión, esta sinceridad, ¿puedo creerle? Es quién me salvó, pero mi confianza en los hombres no es una de las mejores en estos momentos, aun así, ¿por qué no creerle? ¿Puedo dejar a mi ser frío y confiar? Después de todo, es mi desconocido, aunque nunca me puse a analizar qué es lo que pensaba sobre él. Me rescató, eso es lo único que idealicé, luego lo demás no importó, simplemente lo olvidé, porque eso era, un desconocido, un hombre.
Antes de llegar a su cuarto, somos detenidos por segunda vez, aunque la persona viene por detrás y su voz...
—Hermanito. —Aquella voz alegre, pero que suena macabra al mismo tiempo, aquella voz de terror que me devuelve a mis pesadillas, esa es la voz de...
Giro mi vista y lo veo, directo a los ojos, como nunca me he atrevido a verlo. Ahí está, el ser que puede devolverme el miedo, aquel que disfruta con el sufrimiento ajeno, ese que se emociona por mi dolor.
Clow.
Al observarme más de cerca mientras se aproxima, su cara es de asombro para luego cambiar a una sonrisa de satisfacción y entonces decir lo que desearía no volver a oír.
—Gatita.
—¿Qué sucede? —intercede Eiden y se pone delante de mí. Esta vez con un odio más fuerte que con el que miro a Demián. Este es demasiado perceptible.
Sin apartar la mirada de mí, el sádico le contesta:
—El clon está enfadado y se ha venido a quejar conmigo, así que vengo a intervenir, pero... —Quiere seguir explicando, aunque se nota que sus pensamientos están en otro lugar, su obsesión—. Dámela —pide.
—¿Disculpa? —Entrecierra los ojos.
—La chica, es mía, dámela. —Esta vez lo dice en tono de orden y mira directo a Eiden como desafiándolo. Cuando hace eso, mis nervios se apoderan de mí y me doy cuenta. Enfrentarlo va a ser más difícil de lo que pensé.
—No —responde determinado.
—Es mía —repite y empieza a enojarse.
—No, es mía —Eiden repite sus palabras y muestra mi pulsera—. Aquí lo dice, así que retráctate.
El rostro enojado de Clow se convierte en furioso. No, más bien, desconcertado. Con solo ver la pulsera, parece que ha perdido. Presiona su puño y se gira.
—Esto no quedará así —balbucea y se va maldiciendo.
El alma me vuelve al cuerpo cuando no lo veo más y de algún modo, mi mente agradece tener esta pulsera, la de Eiden. Yo soy suya y por eso tengo una protección. Quizás no sea tan malo tener esta pequeña joya.
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