26: Sinceridad
Uno mis labios con los de Merche y ella hace lo mismo, cerramos los ojos centrándonos en nuestros sentimientos. Aún debo pregúntale sobre su posición de policía, es más que obvio que lo es, pero me inquieta algo.
—¿Me amas? —pregunto directo.
Frunce el ceño.
—Ya te lo dije.
—Entiendo que te cuesta decírmelo, pero... —Hay un pensamiento que circula en lo más profundo de mi ser. Si ella es una infiltrada, en realidad, ¿no me está usando? No es que no confíe, es que me pone inseguro esta situación—. Yo te amo, Merche, y es obvio que hay un secreto aquí. —Iba a señalar el lugar de su corazón, pero decidí poner mi dedo en su frente, señalando su cerebro, la parte que me atrae a la realidad.
Toma mi mano y acaricia mis dedos.
—Hablas de aquella pregunta. —No cuestiona, afirma, y eso me pone nervioso, sus palabras son frías, como cuando la conocí.
—Sí... es más que obvio... eres policía —exclamo haciendo pausas, su rostro sin expresión me incita a ser cauteloso.
Me suelta.
—Sí, lo soy. —Llego el momento de la verdad—. Y sé lo que estás pensando.
—¿Y qué es lo que pienso? —pregunto de manera dominante.
Creo que me he puesto a la defensiva y sin razón. Tantas pausas me llevan a ello, preferiría ir directo al punto principal, al que me importa.
—Que te he usado.
Se me hace un nudo en la garganta y tomo aire para continuar.
—¿Y es así?
—Pude haberlo hecho —indica y siento toda la tensión.
—Y no lo hiciste, ¿por qué?
—Tú sabes la razón.
—¿Y no puedes decirlo? —Frunzo el ceño.
Estoy exigiendo algo que no debería. No está bien, pero mi cerebro no comprende.
—No es como si pudiera, no es tan fácil. —Se sonroja—. Confórmate con que te lo dije aquella vez.
—No puedo evitarlo. —Agarro su rostro—. Yo te amo, y si tú no me amas... —Mi corazón se va a romper en mil pedazos.
Se suelta otra vez.
—¿Por qué la necesidad de que lo diga? Si ya lo sabes.
—Porque me siento inseguro y no quiero obligarte a que lo expreses, pero lo necesito, siento que duele si no lo escucho de tu boca. —Me acerco de nuevo a sus labios—. Solo una vez, por favor.
Una pausa interminable ocurre entre nosotros, su boca se abre un poco, oigo un suspiro y vuelve a intentar. Sus mejillas pasan a un rojo vivo, noto sus nervios, lo va a decir, mi corazón está más acelerado que la primera vez.
—Eiden... —Traga saliva—. Yo... —Respira agitada, baja la vista—. Yo... —Vuelve a subirla y con toda su fuerza intenta mantenerla en mis ojos—. Yo... yo te amo, Eiden. —Escucho un último suspiro de alivio y la abrazo de repente, así que se sobresalta—. ¿Eiden?
—Gracias —digo tocando su cabello—. Yo también te amo. —Regreso a mirarla a la cara—. Te amo mucho. —La beso y me corresponde.
Retornamos al estado en el que estábamos antes, acalorados. Nuestros sentimientos se complementan otra vez y no puedo esperar más. Terminamos dirigiéndonos en dirección a la cama. Merche cae de espalda al colchón y yo me subo encima. Nuestras lenguas siguen disfrutando y mis manos van directo a su sostén. Lo desengancho y acaricio sus senos, ella gime de placer.
—No deberías complacerme —me aclara excitada.
—¿Por qué? —La beso nuevamente.
—Tú eres el herido, yo soy quien debería atenderte.
"Atender" esa palabra y todos sus conjugados, ya me dan asco, solo de recordar a Stella jugando con mi miembro, me molesta mucho.
Regreso en mí y sonrío.
—No importa, no merezco tu atención, por obligarte a tener que decirme lo que te cuesta tanto y además, me gusta complacerte. —Intento besarla, pero me detiene—. ¿Qué sucede?
—Parece que el que oculta algo ahora eres tú. —Sonríe.
—Yo no oculto nada. —Muevo los ojos, nervioso. Es demasiado patético admitir que intentaron violarme. Ella se sienta, haciendo que yo me tenga que mover—. ¿Merche? —Me agarra de los hombros y ahora es ella quien está sobre mí.
—Ahora que sabes mi identidad, puedo interrogarte. —Me tira hacia atrás y me besa—. No puedes escapar de mi sentido policiaco —susurra en mi odio y, ¡cielos! Ya me excité—. ¿Qué ocultas, Eiden? —Acaricia mi torso bajo mi remera—. Dime. —Lo lame.
—Merche... —Me sonrojo—. No hagas eso, que me pongo cachondo —le aclaro.
Me acerco a su seno en un movimiento rápido, mordiéndole un pezón, suave y delicadamente.
—¡Ah! —ella gime—. Te aprovechas porque tengo un vestido finito y transparente —se queja, excitada.
—No, es porque tú me pones de esta manera.
La beso y nuestras lenguas vuelven a jugar. Se tocan, se degustan, se sienten una con la otra en un movimiento feroz y apasionado.
—Eiden —pronuncia a centímetro de mí, al separarse solo un poco de mi boca—. Cuéntame. Yo dije lo que querías, ahora tú dime que ocultas —insiste y tiene razón.
Si no queda otra.
Estar en pareja se basa en la sinceridad, así que...
—¿Conoces a Stella? Quizás la hayas visto antes, una chica de cabello color chocolate.
—¿Qué con eso? —Frunce el ceño y toda nuestra pasión se fue al tacho.
—Bueno, ella... —exclamo avergonzado.
—¿Ella qué? —Me quiere apurar, noto un entraño sentimiento en su rostro.
¿Celos?
—No es lo que estás pensando —aclaro, por las dudas.
—Habla, Eiden —exige.
—Me estuvo visitando en el hospital y...
—¿Y?
—Me atacó.
—¿Te atacó en qué sentido?
—La palabra no sería me atacó, sino lo atacó. —Me señalo el miembro.
Merche se queda con la boca abierta unos segundos.
—La mato.
—Eh, me estoy poniendo nervioso. Solo quiero aclarar, que me la quise sacar de encima, pero no pude. Llegó Hermes después y me salvó.
—Ah, no, yo la mato. —No sé si me escuchó, pero se nota hecha una furia.
¡¿Por qué justo hoy soy el que está abajo?!
—No va a volver a ocurrir —aviso.
—¡Claro que no! —grita—. Antes termina muerta, aprovecharse de un pobre inocente. —Me abraza.
Eh, sí, estoy confundido, y yo pensando que me echarían la culpa también.
—Tú confías en mí, más que yo en ti, ahora me siento mal conmigo mismo, ¡estoy enojado conmigo! —aclaro.
—Cómo no iba a estar de tu lado. —Posiciona su cara en frente de la mía—. Si tú eres el ser más bueno que hay, Eiden. Tú para mí, eres un ángel, ya te lo dije. —Me besa y la pasión regresa en segundos.
Pero es hora de volver a la realidad.
La puerta se abre y oigo unos aplausos.
—Qué lindo. —Veo al turbio de mi hermano llegar.
Pensé que había cerrado esa puerta.
—Demián. —Frunzo el ceño—. ¿Qué quieres ahora? —No debo olvidar que él es quién quiere matarme.
—La guerra comenzó. —Se ríe.
—¿De qué hablas? —pregunto confundido.
—Eso. —Señala la ventana y se escuchan tiros.
—¿Qué ocurre? —Merche se levanta de sobre mí y mira la ventana.
Se ríe.
—El señor J no está contento.
Recuerdo el trato con Hermes. ¿Por qué presiento que si hubiera hablado con el juez, esto no estaría pasando? Quizás porque es Demián que ha entrado. Hay algo más que oculta aparte de querer matarme. Me levanto de la cama y me acomodo la ropa.
—Veamos que estás tramando esta vez.
La sinceridad no es parte de Demián, por eso hay que averiguar bien a fondo, antes de que el infierno se convierta en una oscuridad infinita de dolor.
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