25: Trato
Eiden
Los días siguen pasando y yo metido en esta clínica, me da tanta rabia, no puedo hacer nada. La estúpida herida en mi pecho no se termina de curar más y pensar que Merche ha vuelto al prostíbulo me pone de los nervios. No me ha explicado nada, pero está más que claro que es policía. Eso respondería la negación por irse y la cantidad de veces que ha hecho preguntas confusas. Obviamente, también es por su hermana, pero no quita ese sentido de la justicia que tanto la identifica. Además de tener, una muy buena puntería. Me defendió como toda una justiciera, de solo pensarlo mi corazón se acelera. Por suerte nadie me ha atacado en este tiempo, que me he mantenido postrado en esta aburrida cama. Para agregar más molestia al asunto, la señorita Stella no para de visitarme.
—Hola. ¿Cómo está mi hombre favorito? —Sonríe al entrar.
—Bien, gracias —digo resignado, le he dicho tantas veces que se vaya y no lo ha hecho, que ya no importa.
—Estamos progresando. —Se ríe.
—¿Qué quieres? —Ruedo los ojos.
—Pronto te darán el alta e incluso ya te sientes mejor.
Es cierto, pero sigo metido en esta cama y no hay fecha para eso. De todas formas, ¿a ella qué le importa?
—¿Sabes cuándo? Ya me quiero ir.
—¿A dónde?
Lejos de acosadoras como tú.
—A mi casa, ¿a dónde más? —Y a ver a Merche, por supuesto.
—No creo que puedas, por eso vine.
—¿Disculpa? —La miro, desconcertado.
—El doctor dijo que para darte el alta, necesita saber a dónde irás porque no puedes estar solo todavía, alguien tiene que cuidarte. —Se sienta en la silla de al lado de la camilla y posa su mano en mi pierna que está cubierta por la sábana—. Y yo me ofrecí.
—No necesito que nadie me cuide, yo tranquilamente puedo solo.
—Hombre independiente, como me gusta. —Se acerca a mi rostro.
—Disculpa, pero me estás acosando —digo intentando retroceder, pero claramente no puedo.
Todo el mundo ama las almohadas, sin embargo, justamente la que tengo no me sirve para huir.
—¿Acosar? Yo quiero atenderte. —Sus labios se ponen bastante cerca de los míos y noto como la mano que estaba en mi pierna, se desliza más hacia arriba—. A que por aquí no te atienden bien. —Presiona mi entrepierna sobre las sábanas y yo me sonrojo.
—Suéltalo —exijo ya que mi mano no logra sacar la suya.
—¿Y qué pasa si no lo hago? —Se sube sobre mí.
—Aprovecharse de una persona convaleciente no es correcto, menos si quieres ganarte su afecto. Al menos eso es lo que creo que has estado intentando al venir a cuidarme todos estos días.
—Puede ser, pero... —Su mano pasa debajo de la sábana—. Estaba esperando a que te sintieras mejor, para hacerte esto. —Agarra mi miembro y sus dedos juegan con este como si fuera un juguete.
—No hagas eso. —Me remuevo por la sensación.
—Solo un poquito. —Intenta besarme y le muevo la cara—. Ay, qué malo —la maldita se burla.
Esto es denigrante.
Se escucha la puerta abrirse.
—Parece que llego en el momento indicado. —Oigo una voz conocida y Stella se sale de encima.
—Hola, Hermes, qué extraño verte por aquí —acota ella y lo visualizo mientras se acerca.
—Atiendo asuntos pendientes, retírate —indica.
La mujer de cabello color chocolate se marcha asustada. No hay nadie que no le tema a Hermes. Aunque, eso es cierto, ¿qué hace aquí?
—No sé si agradecerte o temer por mi vida. ¿A qué has venido? —consulto.
Espero que no a matarme. Quizás, descubrió alguno de mis rescates y quiere terminar conmigo, antes que los repita.
—Ya he gastado demasiado dinero en asesinatos, para andar gastándolo también en ti. Vine porque tu agresor es el mismo que el mío y da la casualidad que es nuestro hermano Demián.
—¿Demián? —No me sorprende, pero atreverse a atacar a Hermes, eso sí que es complejo. No, lo complicado es otra cosa—. Raro que no lo hayas matado —aclaro lo que pienso.
—Quiero intercambiarlo —explica de manera corta como siempre y luego me percato de lo que quiere decir.
—¿Quieres sacar a Edgard de la cárcel?
—Él y yo tenemos negocios pendientes.
—Y quieres que yo deshaga el acuerdo con el juez —indico entendiendo lo que dice.
—Exacto.
—No lo sé —digo dudoso—. Edgard aceptó su culpa, debe tener algún trato con Demián, no me convence.
—Yo me encargo de sus tratos, tú limítate a obedecer —exclama de manera fría como siempre y se gira para irse.
—No lo haré —pronuncio firme y se detiene—. No te tengo miedo. —Me mira, así que me sobresalto.
—Lo sé. Entonces, hagamos un trato.
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Los días continúan pasando y al fin me dan el alta. Hermes consiguió que me quedara allí y sin tener que soportar a Stella. Lo admito, no me gusta hacer tratos como esos, pero zafé de esa mujer loca. En cuanto pueda tengo que ir a hablar con el juez, sé que no me esperará mucho, si tardo demasiado. Hermes volverá a hablar con el Señor J y su hija volverá a molestar. Aunque no me preocupa tanto, me muevo bastante bien, no me tengo que inquietar porque me ataque de nuevo. Pero no me importa, ahora lo que me interesa es otra cosa. Camino apurado por los pasillos del prostíbulo y llego hasta mi habitación. Rápido abro la puerta y la veo, sonrío.
—Merche.
Ella levanta la vista, sonríe también y corre hasta mí, abrazándome.
—¡Eiden! ¿Ya estás bien?
—Sí, ya estoy bien —repito y nos besamos, entonces el momento se vuelve acalorado.
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