9: Afecto
Malya
Gateo como una niña tras el sillón. «Es hora de hacer un esfuerzo», pienso. Cuando veo que la loca que quiere matarme está distraída, me tiro sobre ella y su arma cae al suelo. Cuando intenta agarrarla, yo pateo el objeto que atenta contra mi vida y este termina bajo un mueble.
―Te mataré ―exclama la mujer de cabello color chocolate y me agarra de los pelos para luego empujarme, golpeándome contra la pared.
Un cuadro se cae y se rompe. «Hermes va a enojarse». ¡No es momento de pensar en eso! Me levanto del suelo, entonces la mujer vuelve a empujarme, para luego patearme.
Ojalá supiera defensa personal, ¡maldición!
Cuando era pequeña también me pasaban estás cosas, ¿por qué nunca lo consideré? Porque mis supuestos amigos siempre me decían estupideces, me trataban como tonta y yo me lo creía como idiota.
Solo eran envidiosos, eso es lo que eran.
Me han golpeado tantas veces por ser bonita, que a veces pienso que no lo soy. Luego me miro al espejo y cambio de opinión. Siempre lo digo, parezco una niña caprichosa. Por eso, las peleas no son lo mío.
Mi hermana siempre ha estado para defenderme, aunque algunas veces, como esta, no he tenido a nadie y así tuve unas cuantas palizas. La diferencia de ahora es, ¡qué intentan matarme!
Sigue pateando hasta que logro agarrarme de su pie, luego la empujo, así logro pararme. Corro y busco algún lugar para esconderme, pero me alcanza, volviéndome a golpear. Me defiendo y forcejeamos, nos chocamos con varias cosas mientras peleamos.
En un momento, no entiendo qué pasó.
―¡Déjame! ―grito cansada y furiosa, entonces la empujo, pero esta vez no se choca con la pared, es la punta de la baranda de la escalera, justo en la nuca.
Noto como cae y no se levanta.
Veo sangre.
Me acerco despacio y temblando.
―¡Hey! ―la llamo―. Oye... ―Camino lento―. Si es una broma como la que yo te hice antes, no me gusta. ―Llego hasta ella y sus ojos están abiertos, pero sin vida―. ¡No! ―Me tapo la cara, no quiero ver esto―. Otra vez no. ―Empiezo a llorar y retrocedo―. Maté a alguien otra vez. No, no, no... ―repito asustada y la misma sensación horrible que cuando asesiné al matón regresa a mí―. ¡No quiero esto! ―grito y corro hasta la cocina.
En mi desesperación de no sentirme así, voy hasta una esquina y me siento, tapándome la cara. Lloro sin parar, me aferro a mi cuerpo, pero no hay forma, su rostro sigue en mi mente. ¡Detente maldita sea! No quiero esto.
―No, no, no... ―continúo repitiendo durante todo el rato―. No... ―Mis sollozos se escuchan en todo el lugar, no sé por cuanto tiempo.
Lloro y lloro sin parar.
El tiempo pasa y sigo en ese estado hasta que oigo un ruido y levanto la vista.
Hermes llegó.
Una calma se apodera de mí mientras me observa, pero cuando se da vuelta siento la angustia otra vez y vuelvo a llorar. Perdida y sola, me ahogo en la tristeza de la oscuridad.
La oscuridad regresa.
Mi demonio regresa por mí. Mi corazón se acelera cuando me ofrece su mano. Hay diferentes lados de la oscuridad, pero este es el que me tienta.
―Duele ―indico mi dolor.
Me levanta del suelo, sin responderme, sin expresión en su rostro, sin embargo, siento su tacto en mis dedos, ese que de igual forma me reconforta.
Sé que Hermes no es alguien que demuestre afecto, aunque si hubiera una persona a quién deba darle, quiero ser yo. Yo deseo su afecto, pues de todas formas, ya estoy en la oscuridad.
Suelta mi mano, veo como alza su celular y marca un número.
―Necesito una limpieza ―vuelve a decir como aquella vez y corta. Lo sigo, aunque sé que está el cuerpo en el living, para donde se dirige, pero no quiero estar sola. Se acerca a la pared y abre una chiquita puerta oculta. Parece una caja fuerte, de ahí saca un arma, luego se me acerca―. Glock 34. ―Me la entrega.
―¿Eh? ―La miro, confundida.
―Así se llama esta pistola, es perfecta para un principiante.
―No... no quiero un arma. ―Bajo la vista e intento devolvérsela, pero él no la agarra.
―Te la estoy regalando, acéptala.
Me sonrojo.
―No... ¿No piensas que puedo matarte con algo como esto?
―Confío en ti. ―Nuevamente, mi corazón se acelera―. Además, me necesitas, y de ella... ―Señala la pistola―. A ella la necesitas más.
―No quiero matar a nadie ―digo con miedo.
―Si sabes apuntar, no vas a matar a nadie. ―El timbre suena y deja de mirarme, dirigiéndose a la puerta―. Zack ―exclama cuando abre, entonces un pelirrojo entra con un maletín enorme―. Viniste rápido ―acota.
―Estaba cerca. ―Sonríe el hombre que tiene un tatuaje de serpiente en el cuello. Luego se pone unos guantes y se acerca al cuerpo de la mujer que asesiné, así que dejo de mirarlo. Oigo que acota algo más―: ¡Huy, miren, es Janet! Qué malo, Hermes, me hiciste perder una clienta. ―Se ríe y mi piel se eriza por como habla de la muerte.
―Termina de deshacerte del cuerpo y vete. ―Hermes enciende un cigarro y prefiero observarlo a él. "Limpieza" eso significa "deshacerse del cuerpo", qué turbio, algo que me estremece. De repente vuelve a observarme y yo me sobresalto―. Te enseñaré a usar eso. ―Señala la pistola―. Aunque creo que sabes usarla.
Cierto, mi hermana me ha enseñado y varias veces delante de él las he utilizado, pero no tengo tan buena puntería y prefiero no tenerla.
―Te dije que...
―No te lo estoy pidiendo, es una orden ―indica de manera fría y pasa por al lado mío.
Me enojo y me giro para gritarle, no obstante, me sobresalto cuando levanta un papel del suelo.
―Eso es mío ―explico nerviosa.
―"Su alma estaba oscura, pero su corazón tenía algo que la atraía hacia él, incluso aunque se negara". ―Me sonrojo al oír mi escrito de los labios de Hermes―. Interesante, ¿lo escribiste, tú?
―S... sí, me gusta escribir.
―¿Qué describes como oscuridad? ―pregunta, parece curioso.
―La maldad que hay dentro, supongo ―digo dubitativa de mi respuesta, no porque no sea la contestación correcta, sino por lo que identifica a la persona.
―Entiendo. ―Me lo devuelve―. Entonces, ¿por qué "Corazones fríos"? Si el personaje es tan malo, ¿por qué merece el perdón?
Me percato de que leyó más de lo que dijo en voz alta.
―Porque... no fue su culpa. ―De algún modo me emociona que me pregunte―. Es frío porque lo llevaron a ser así.
Cuando Hermes va a hablar somos interrumpidos por el hombre tatuado.
―Todo listo. ―Se levanta―. Hora de limpiar.
Mi demonio tira el cigarro y agarra las llaves del llavero.
―¿Pusiste la camioneta atrás? ―pregunta.
―Obvio.
Veo cómo se lleva el cuerpo cubierto con una tela especial, a una puerta trasera, que no sabía que había. Hermes le abre y el pelirrojo se retira. Observo el piso, pareciera como si no hubiera pasado nada aquí. El hombre sabe cómo ocultar tal aberración.
El castaño regresa y se dirige a su despacho, toma sus papeles, poniéndolos dentro de un maletín.
―¿Volviste...?, ¿por qué te los olvidaste?
―Sí ―afirma.
―¿Te vas? ―Lo miro parada en el mismo lugar―. No te vayas ―pido esperanzada y me mira directo a los ojos.
―De acuerdo ―acepta y me sonrojo―. Pero solo por esta vez.
Lo pensé antes, ¿no? Quiero su afecto, y como ya estoy yendo a la oscuridad, ¿tiene algo de malo querer tenerlo? Solo quiero saber, ¿cómo se tienta a un demonio para obtenerlo?
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