5: Matar
Camino detrás de Hermes, hay varias personas muertas en este lugar. ¿Las mató él? No lo sé, no quiero pensar en la muerte. Continúo detrás de mi demonio, mientras intento aguantarme otras lágrimas que quieren escaparse. Ha sido demasiado todo, solo quisiera descansar y dormir, pero ni en mis sueños puedo estar tranquila, con las pesadillas que tengo.
―¿Cómo lo haces? ¿No tienes culpa? ―pregunto pensando en cómo deshacer el dolor que me persigue por haber matado a un hombre aquella vez.
Sigue caminando, no me contesta, saca su celular y marca un número.
―Zack, necesito que hagas una limpieza ―le dice al del otro lado de la línea.
¿Una limpieza? ¿A qué se refiere con eso? Corta y no tiene más conversación que eso.
El momento sigue en silencio mientras camino detrás, abre la puerta del lugar, entonces salimos hacia afuera. Miro el cielo y aún es de día, debe ser la tarde. Me abre la puerta de su auto como todo un caballero, me sonrojo y entro. Rodea el automóvil negro, acto seguido, se adentra por el asiento del conductor. Arranca y el camino sigue silencioso, hasta que suena su celular, presiona el manos libres del auto, así se oye a Edgard en alta voz. Un alivio pasa por mí, al enterarme de que su hermano no está muerto. ¿Tanto desconfiaba que pensaba que era capaz de matar a su propio hermano? Yo no me veo capaz de hacer algo como eso, pensarlo me aterra, pero no sé si de él puedo dudar de tal cosa.
―Ya está hecho ―le dice Hermes a Edgard.
¿De qué hablan?
―¿O sea que ya puedo entrar al mundo de la droga? Qué divertido. ―Se escucha su risa en el alta voz.
―No lo eches a perder. ―Corta la comunicación y sigue conduciendo.
―¿Qué fue eso? ―pregunto, pero sigue sin contestarme―. ¿Me estás ignorando? ¡Te estoy hablando, responde! ―exijo y detiene el auto de repente―. ¡¿Estás loco?! ¡¿Quieres matarme?! ―grito alterada.
―Ganas no me faltan. ―Me callo cuando dice eso y me mira con esos ojos vacíos que dan miedo―. ¿Sabes cuánto dinero he perdido por tu culpa?
―N... no ―digo nerviosa―. Pe... pero seguro era dinero turbio.
―No importa de dónde lo obtenga, tú me lo hiciste perder. He sido paciente por lo que acaba de pasar, pero si sigues comportándote de esta manera, vas a terminar mal ―me advierte y me asusto.
―Lo... lo siento. ―No quiero que me maten.
Más incómodos silencios aparecen, hasta que llegamos a la casa de la cual me había escapado. En realidad no llegué ni a huir, pero quien lo cuenta. Entro y cierra la puerta con llave, me sobresalto.
―¿Te...? ¿Te quedas? ―Sé que a esta hora no está aquí, por eso me parece extraño y pregunto.
―¿No te dije que perdí dinero por tu culpa? Cancelé todo lo que tenía que hacer para ahora. ―Se saca la chaqueta y la pone en el perchero, luego camina hasta la puerta donde está su despacho, así que lo sigo con la vista―. No me molestes por estupideces. ―Cierra fuerte y me quedo quieta parada en el living.
Aunque no tenía expresión en su rostro, se notaba enojado. Si no hubiera intentado escapar, no tendría que haber pasado esto, casi termino siendo violada y ahora él está enfadado conmigo. Aunque sus razones tienen que ver con el dinero, no quiero que me odie.
No debería sentir esto por un asesino. ¿Qué debo hacer?
Me siento en el sillón y suspiro. Digo que no quiero que me maten, pero quizás estaría mejor muerta. Refriego mis ojos, voy a llorar otra vez. Quiero a mi hermana, ir a mi casa, aburrirme en el colegio, quiero afecto y sentirme útil. No deseo ser la chica que es inservible, pero...
No sirvo para nada.
¿Por qué todo el mundo me odia? Siempre ha sido así. Nunca he encajado en ningún lugar, solo debería desaparecer.
Mis sollozos se escuchan en todo el living y como siempre nadie viene por mí. ¿Por qué soy tan débil? Quisiera ser como mi hermana.
Levanto la vista y visualizo la chaqueta de Hermes. Me sobresalto al descubrir su arma oculta debajo. Quizás estaba pensando en otra cosa y se la olvidó ahí. Camino hasta el perchero, entonces agarro el revólver.
Lo miro detenidamente, yo maté con algo como esto.
¿Puedo matar otra vez?
¿Me habré vuelto loca?
Levanto el arma y la apunto en mi cabeza mientras mis lágrimas siguen cayendo.
«Solo debería desaparecer», mis pensamientos vuelven a surgir en mi cabeza.
¿Puedo matarme?
Admito que he tenido conductas suicidas antes, pero jamás un revólver.
Recuerdo haberme cortado unas veces, pero jamás un revólver.
Me he tomado pastillas, pero jamás un revólver.
Sí, lo sé, parezco una chica alegre, sin embargo, en realidad, soy muy depresiva. No soporto la presión, me pone neurasténica. Mi hermana lo sabe, mi tía lo sabe y mis supuestos amigos, son unos infelices, ojalé que se vayan al infierno.
Saco el seguro. Conozco bien las armas, Merche me enseñó. Dice que son para proteger a la gente, no obstante, para mí me parecen para otra cosa.
Me preparo y cuando voy a apretar el gatillo.
Oigo el tiro, pero no me da. Hermes me ha quitado el arma. ¿Cuándo vino que no lo vi salir del despacho? Realmente es el dios mensajero con esa velocidad que tiene.
―¿Qué estás haciendo? ―Mira un adorno que está destruido por el disparo que acabo de ocasionar―. ¿Quién me va a pagar eso?
Me enojo e intento golpearlo.
―¡Estúpido, estúpido! ¡Lo único que te importa es tu estúpido dinero! ―grito y lloro como la nena caprichosa que también soy, siguiendo con mis golpes que no sirven para nada. Tira el arma al suelo y detiene mis manos―. ¡Suéltame! ¡Te voy a hacer pagar! ―Continúo sollozando.
―Estás teniendo otro ataque, cálmate ―me dice, pero no lo hago.
―No quiero, déjame... déjame... asesino. ―Dejo de moverme y bajo la cabeza, continuando con mis sollozos―. Me quiero morir.
―Si dejas que tus emociones te dominen, te volverás loca. ―Él acaba de... ¿Acaba de darme un consejo? Suelta mis manos al ver que yo dejo de forcejear―. ¿Escuchaste?
Levanto la vista y lo miro a esos ojos azules que me hipnotizan siempre.
―¿Cómo lo haces? ―pregunto, necesito saber.
―Solo me centro en mi objetivo.
―¿Por qué?
―Porque para eso fui entrenado ―responde seriamente.
―¿Entrenado? ¿Entrenado para qué? ―Me lleno de curiosidad.
―Para ser una máquina de matar.
Mis ojos se abren de par en par y trago saliva.
―¿Y qué pasa con tus emociones?
―Están, pero ya no importan, una vez que matas por primera vez, no hay vuelta atrás.
Me quedo petrificada. ¿Es la única opción?, no comprendo, ¿es lo único que hay? La oscuridad que plantea me da miedo, sin embargo, parece como si estuviera siendo guiada hasta allí. Después de todo, yo también, soy una asesina.
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