35: Escolta
La mano de Hermes desabotona mi pantalón y luego baja el cierre de este, cuando siento sus dedos dentro de mis bragas, lanzo un gemido, avergonzándome.
―Estamos en el auto ―le especifico.
―¿Y? ―exclama sin importarle mi aclaración, su tacto sigue en mi parte íntima y yo suprimo mi necesidad de gemir.
―Al... alguien nos va a ver. ―Intento quitar su mano.
―Los vidrios son polarizados ―solo se limita a decir.
―Lo sé. ―Me sonrojo―. Pero obviamente se va a notar que estamos haciendo algo.
Su rostro sin expresión no se modifica en ningún momento.
―No es una calle muy transitada. ―Quita sus dedos y los mira―. Ya te mojaste.
―¡¡Eres un pervertido!! ―grito molesta.
―No, tú me haces pervertido.
Mi corazón se acelera ante esa aclaración y no sé por qué. Digo, ni idea si suena muy bonito que pronuncie eso.
―¡Basta! Me avergüenzas.
―Esa es la intención. ―Sé que se está burlando, aunque no muestre ni un signo de ello en su rostro―. Quítate el pantalón ―de repente ordena.
Me alarmo.
―¡¿Eh?! ¡¡No!! ¡Te dije que alguien va a ver!!
―Y yo dije que vamos a eliminar esa desconfianza. Confía en mí, nadie va a ver, quítate el pantalón ―luego de repetir lo último se da cuenta―. ¿No tenías un vestido rosa esta mañana?
Bajo la vista.
―Me... me lo cambié.
―¿Por qué? ―Parece que me acaba de descubrir.
―So... solo cambié de opinión, no me gustaba... co... como me quedaba. ―Mis ojos se humedecen otra vez.
―Qué mentirosa, obviamente, sé que te gusta usar ropa de princesita ―aclara.
Frunzo el ceño.
―No es de princesita.
―Es estar en aspecto inocente, no importa, es lo mismo, es obvio que hay un secreto detrás de eso, pero volviendo al tema, hubiera sido más fácil si llevaras vestido ―opina con tranquilidad, yo soy la única aquí que está nerviosa―. Quítate el pantalón ―vuelve a ordenar. Bufo como una niña caprichosa y me lo saco―. La bombacha también.
―Pero...
―Nadie va a ver, confía en mí.
Hago puchero.
―Obviamente, tú vas a ver.
―Claro, ¿qué piensas que estamos haciendo en este auto?
¡Ah, otra vez se burla de mí! Y no puedo enojarme, porque ni siquiera sé lo que está pensando.
Vuelvo a bufar, luego me quito la bombacha. Miro mi pequeña remera y pregunto avergonzada.
―¿El...? ¿El top también?
―No, solo el sostén ―especifica.
Desato mi corpiño por debajo de la ropa, desengancho las tiritas para poder quitármelo sin mover la remera y mis pechos solo quedan cubiertos por la tela.
―No mires ―digo sonrojada, mis pezones ya se han endurecido.
¡Qué vergüenza!
―Ven aquí. ―Señala sus piernas, ignorando mi pedido.
Me muevo del asiento del acompañante y me subo sobre Hermes.
―No me gusta estar arriba ―exclamo nerviosa.
―Eso ya me lo dijiste la otra vez. ―Muerde mi pezón a través de la ropa y moja la remera con su saliva, succionando allí, provocándome excitación aun en esta posición que me pone agitada―. Pero lo único que me molesta aquí, es no poder quitarte la remera.
―Cállate, pervertido. ―Siento mis mejillas arder―. Esto es vergonzoso.
―Para ti todo es vergonzoso. ―Mueve su mano y saca de la guantera un preservativo.
―¿Cómo es que siempre tienes uno cerca? ―digo tímida.
―Porque tengo ganas de estar dentro de ti todo el tiempo, mejor estar preparado ―explica mientras veo como baja su cremallera y mover un poco su bóxer, dejando su órgano viril al descubierto, para luego ponerse el condón―. Ven aquí ―ordena. Niego con la cabeza―. Otra vez con lo mismo ―me recuerda lo que siempre hago, luego de lo que pasó con Tobías―. Tus nervios al momento del coito no te dejan disfrutar el momento. No vas a embarazarte, Malya, estás tomando anticonceptivos, ya tomamos las medidas necesarias esta vez ―me aclara, pero sigo negando―. Hay un 99% de posibilidades para que eso no pase, es imposible.
―Y un 1% que fue Tobías ―digo angustiada.
Otra de las razones por la que no me gusta estar arriba, dudo demasiado, he quedado traumada desde lo que pasó con mi bebé. Solo quisiera dejar de sentirme así, espero que eso sea de ese modo cuando R desaparezca de la faz de la tierra.
―Malya... ―Regreso de mis pensamientos al sentir la mano de Hermes, tocando mi mejilla―. No te pierdas en tu mente, porque no sé cómo regresarte. ―Suspiro cuando dice eso y luego me pregunta―. ¿Estás tomando los antidepresivos?
Ruedo los ojos.
―Sí, la maldita mucama, no deja de traérmelos. Esa cosa no sirve ―me quejo del medicamento, luego me acerco a los labios de Hermes y lo beso―. Tú eres mi mejor remedio. ―Sonrío jugando.
Él presiona mi nalga y yo gimo.
―Ven aquí ―insiste.
Me sonrojo y al fin cedo, uno mi sexo con el de él. Intento relajarme para comenzar a moverme, Hermes continúa presionando mi trasero y volviendo a atacar uno de mis pechos con su boca.
―Ah...
―Ahora... vas a decirme... qué ocultas ―exclama excitado.
―Mm... no. ―Niego con la cabeza mientras me muevo―. ¡Uf! ―Qué vergüenza y qué calor. Me siento muy empapada. Veo como el acalorado Hermes mueve una de sus manos al asiento del acompañante, sin dejar que la otra continúe presionando mi nalga―. ¿Qué haces?
―Tomo... el control de la situación. ―Ajusta el asiento en pleno acto, dejando espacio para moverse atrás. Okey, creo que ya entendí―. Agárrate de mí ―ordena y lo abrazo, sin separar nuestros sexos, presiona mis caderas, levantándome, tirándonos sobre los asientos de atrás del coche.
―¡Ah! ―lanzo un gemido cuando mi trasero choca con el asiento trasero y su miembro se clava aún más adentro en mi interior.
―¿Contenta? Ahora soy yo quién está arriba ―me aclara, pero no se mueve, siento mi intimidad pedir más, pero él está inmóvil sobre mí.
―Mm... Hermes... ¿Qué haces? ―pregunto confundida.
―Dime qué ocultas ―insiste.
―¡Esto es trampa! ―grito avergonzada, estaba llegando al orgasmo y me lo ha cortado―. Además... ¿Cómo quieres que confíe en ti si haces trampa? ―Siento mis mejillas arder.
―Yo no mentí, nadie nos ha visto ―me indica, tiene razón.
―Pero... ―Hago puchero. ¡Estoy excitada e inmovilizada! Sigue siendo trampa―. Hermes... ―me quejo, moviendo mis caderas, buscando la necesidad que pide a gritos ser atendida.
Veo que se excita por esa acción, sin embargo, su fuerza de voluntad es más fuerte. ¡Maldición! Hasta para con eso es bueno.
Aprisiona mis manos.
―Quédate quieta ―ordena―. Dime ―vuelve a exigir―. Dime o no me moveré, ni aunque me esté muriendo de las ganas.
―Hermes... ―Niego con la cabeza.
―Habla, Malya ―insiste.
―Te... tengo un acosador. ―Es lo único que sale de mi boca.
―¿Un acosador?
―Me... me está siguiendo hace rato. ―Respiro agitada.
¡Maldición con mi intimidad! ¡Qué deje de exigir! Mi interior está insoportable.
―¿Quién es? ¿Le viste su rostro? ―interroga.
―¡Hermes! ¡Basta! ¡No es momento! ―Pataleo, necesito que se mueva y me refiero a que se mueva dentro, ¡pero ya!
―Quédate quieta y responde ―vuelve a exigir.
Hace calor como para responder, noto como mi respiración caliente sale y entra de mi cuerpo, sucesivamente. Demasiado agitada para pensar.
―Mm... eh... un coche, no hay nada más, ni patente.
―Por eso el cambio del vestido. ―Analiza la situación.
―Mm... sí.
―¿Nada más?
―No ―miento.
―Te pondré un escolta ―me avisa.
―¡¿Eh?! No... yo... ¡Ah! ―Comienza a moverse y no me deja negarme―. Hermes... no es justo... tramposo.
―Tú empezaste mintiendo primero... a mí no me culpes.
Continúa embistiéndome con fuerza y no puedo responder, siento el orgasmo recorrer todo mi ser y mi cuerpo. Qué choque eléctrico tan placentero.
~~~
A la mañana siguiente, frunzo el ceño cuando Hermes me llama para que baje las escaleras. Visualizo chico al alto y morocho, al lado de mi marido.
―¡Te dije que no quería! ―Me enojo.
―No hay objeción, yo soy el único capacitado para tomar decisiones aquí ―exclama mi pareja y yo estoy que ardo de la furia.
―¡Soy una depresiva, no una niña! ―me quejo gritando.
―No me importa ―aclara con su típico rostro sin expresión.
―¡¿Pero por qué él?! ―Lo señalo―. ¡Pudo haber sido Edgard!
―Edgard es un torturador profesional, Ethan es muy bueno con las armas a larga distancia, nos conviene un francotirador, y como es la pareja de mi hermano, es de suponer que es de confianza. Aparte le gustan los hombres, así que no te va a tocar ni un pelo ―explica.
―Pero es aburrido. ―Hago puchero.
―Estoy aquí, ¿sabes? ―aclara Ethan enojado y se cruza de brazos.
―¡No me importa! ¡Llamen a Edgard! ¡No quiero! ―Me encapricho.
―Malya ―pronuncia Hermes en tono dominante―. Desde ahora Ethan es tu escolta, punto final.
Inflo los cachetes.
―Ufa.
Sabía que no debía haberle dicho a Hermes que me estaban acosando. No quiero sentirme vigilada. ¡Se supone que tengo una llave y puedo hacer lo que quiera! ¡¿Por qué me tiene que seguir alguien todo el rato?! Al menos el molesto de mi acosador solo me sigue de vez en cuando. Estúpido S, es todo tu culpa, te odio. ¡Te maldigo! ¡¿Por qué rayos apareciste?! ¡Púdrete con tus cartas en el infierno! Cuando descubra quién eres, te golpearé.
No necesito un escolta, puedo matarlo yo misma. Malvado señor anónimo, te arrepentirás.
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