25: Cicatrices

Malya

Subo el volumen de la radio, quiero distenderme de todo lo malo que ronda en mi cabeza y entonces me pongo a bailar en el living. Muevo mis caderas al compás de mis manos, a un lado y a otro, doy una vuelta, me muevo de manera divertida. Ya me siento mucho mejor de salud, quiero disfrutar de la música y sentirla vibrar en mí.

Salto como una niña pequeña sobre el sillón y hago movimientos graciosos. La luz de la ventana alumbra la hermosa tarde. Me divierto mucho.

¡Amo esta canción!

Oigo un sonido de una pequeña risa que ha sido detenida y me giro, sonrojándome. Visualizo a Hermes tapándose la boca.

¡Me perdí una risa de mi demonio!

¡Alto! ¡Se estaba riendo de mí!

―¡Qué vergüenza! ―Me tapo por completo la cara, con las palmas de mis manos, por lo roja que debo estar.

Encima me doy cuenta tarde. ¡Tonta!

―Tampoco es para tanto ―exclama sin expresión en su rostro, cuando quita su mano de esos labios que me encantan.

―Malo. ―Hago puchero y me bajo del sillón―. Y de todas formas, ¿qué haces aquí? ¿Por qué no estás en tu trabajo turbio? ―Parezco enojada, pero me emociona que esté aquí temprano.

―Terminé un poco antes ―explica en seco y deja su maletín al lado del perchero, donde pone a colgar su chaqueta―. Además, quería darte algo ―agrega luego de una pausa.

Me acerco, curiosa.

―¿El qué? ―Sonrío.

Mete la mano en el bolsillo de su pantalón y saca unas llaves.

―Toma.

―¿Eh? ―Las agarro y miro el llavero, detenidamente―. Estas... ¿Son las llaves de la casa? ―Me sonrojo.

―Sí, hice una copia, y le dije a los guardias que si salías, que no hicieran nada ―aclara.

Quedo tildada un segundo.

―¿Seguro? ―pregunto dubitativa.

―Te doy un arma, ¿y no te doy las llaves de la casa? Creo que sonaría muy estúpido si no lo hiciera ―explica.

―Pero... ―Sigo mirando la llave.

―Ya te lo dije. ―Agarra mi cintura―. Confío en ti. ―Me besa y le correspondo.

Cierto, sentimientos mutuos.

Su lengua juega con la mía. Me acuerdo cuando no entendía cómo dar un beso de estos. Es verdad que todo se aprende. Su boca se mueve con la mía y la sensación se intensifica, estoy embobada.

Estoy inmersa en la situación.

Pero...

Siento su mano bajo mi remera y me separo.

―Vo... voy a guardar la llave. ―Me giro, él me agarra por la cintura, deteniéndome, y comienza a besar la parte de atrás de mi cuello―. E... espera... la... llav... ―digo nerviosa.

―La llave puede esperar. ―Me la quita y la tira sobre la mesa, para luego volver a besarme el cuello.

―Hermes... ―Me sonrojo aún más. Estoy de espaldas hacia él y sigue dándome besos, desplazando mi melena. Su mano pasa otra vez bajo mi remera y me quejo―. No.

―¿Por qué no? ―Me gira y me encuentro con esos hermosos ojos azules que me hipnotizan.

―No quiero. ―Bajo la vista.

―Esa no es una repuesta ―Me acerca a su cuerpo―. ¿Por qué? ―insiste.

―Es que... no quiero que veas ―intento explicar, aunque no me sale lo que deseo expresar.

―Las cicatrices ―dice directo y me separo rápidamente de él.

―Eh... sí. ―Me doy vuelta―. Todo aclarado, ya me voy ―cambio el tema de manera veloz e intento irme, pero él me detiene por el brazo―. ¡Suéltame! ―exijo.

―Déjame ver ―exclama de manera dominante.

―No. ―Muevo la cabeza y forcejeo.

―No te comportes como una niña y déjame ver ―repite y me lleva hasta el sillón, sentándome en este―. Quítatela ―ordena para que me saque la remera, pero yo no lo hago y sigo negando―. Deja ese berrinche de niña caprichosa y haz lo que te ordeno.

―No quiero. ―Continúo con la idea, aunque me sonrojo al ver que comienza a sacarse él la camisa―. ¿Qué haces?

―Ya las viste, te las vuelvo a mostrar ―indica sin expresión en su rostro, después me señala cada una de sus cicatrices, luego agarra mi mano y la pasa por la que tiene en el hombro―. Me clavaron un cuchillo aquí. Cuando me liberé, caí al suelo y entonces me lo incruste más adentro, fue un dolor impresionante ―me cuenta y yo me horrorizo―. Pero eso me recuerda, que no puedo dejar que me pase otra vez. Es fijo, solo hay que mantener la idea. Está allí, para recordármelo. Puedes protegerte a ti misma, Malya, y esas cicatrices que tienes, te lo recordarán.

―Entiendo lo que dices, pero...

―Quítatela ―vuelve a ordenar.

―¡No! ―Me cubro cruzando mis brazos, como si mi vida dependiera de ello y continúo en caprichosa.

―Ya estás más que curada, luego de lo ocurrido, unas cuantas cicatrices no son nada, deja de ser tan testaruda. ―Agarra la remera y me la hace sacar.

―¡No, devuélvemela! ―Intento tomarla, pero la tira hacia atrás―. ¡Malo! ―grito enojada y lo intento golpear, sin embargo, él me detiene agarrando ambas muñecas―. ¡No mires! ―digo frustrada, cuando se queda observándome.

―¿Ves? No ha pasado nada ―me aclara.

Forcejeo.

―Déjame, Hermes.

Se acerca a mis labios.

―Te voy a hacer el amor, ahora. ―Une su boca con la mía, así que mis niveles de calor suben en desmedida, más cuando me empuja hacia atrás en el sillón y se sube encima.

―Te dije que no. ―Respiro agitada, se me va a ir la respiración con este hombre, ¡cielos!

―No tienes excusas, tus heridas están curadas, el doctor me dio el okey y ya no puedo esperar más. ―Vuelve a besarme.

―Suéltame, Hermes. ―Aún mis manos están aprisionadas―. Me veo horrible. ―Continúo forcejando.

―No sé de qué hablas, para mí estás perfecta. ―Me quita el resto de la ropa, así que quedo completamente desnuda. Pasa su dedo por las cicatrices y la piel se me eriza―. Sigues siendo hermosa.

―No mientas ―digo avergonzada.

―¿Para qué mentir?

―¡Ah! ―Termina el recorrido de mi piel, hasta llegar a mi intimidad, y mete su dedo allí, volviéndome loca de placer―. Mm... Hermes... ah... ―Hace círculos allí y me excito demasiado―. Ah... no...

―¿Aún sigues en negativa? ―Saca su mano y no hace nada.

Siento como mi parte más íntima, pide a gritos que siga tocando. He quedado con la sensación, ¡maldita sea, maldito orgullo!

―¿Qué hacemos? ¿Me voy? ―pregunta y frunzo el ceño.

―Eres malo ―digo nerviosa y sonrojada.

―¿Continúo? ―Se queda mirándome y empieza a levantarse―. Parece que me tendré que quedar con las ganas.

―¡¿Eh?! ¡Tú eres el que empezó! ―me quejo―. ¡Termínalo!

Se detiene y vuelve sobre mí.

―De acuerdo, pero te voy a demostrar lo bella que te ves, cuando estás debajo de mí ―exclama seriamente y yo me avergüenzo.

―Eso sonó muy pervertido. ―Mete sus dedos otra vez―. ¡Ah! ―gimo.

―Yo diré cuando esto se vuelva pervertido. ―Mueve sus dedos dentro de mí y comienzo a retorcerme de placer. Se acerca a mi pezón, empieza a lamerlo. Estoy que vuelo, gimo una y otra vez―. Te pones bastante rápido ―acota, saca del bolsillo el preservativo, se baja el pantalón junto con el bóxer, se lo pone y vuelvo a estar roja al el acercarse a mi entrada―. En serio, eres una máquina de calor.

¡¿Se burla de mí?! ¡Lo sé, se burla de mí, aunque esté sin expresión, se burla de mí!

―¡Pervertido! ―Intento golpearlo, pero aprisiona otra vez mis manos y se introduce dentro―. ¡Ah! Hermes...

―Lo admito... ―comienza a moverse y jadeo sin control―. Me encanta tenerte a mi merced.

―Ah... ah... ahora... ¿Ahora dices todo lo que piensas? ―Siguen sus embestidas e intento hablar con la voz entrecortada por la excitación.

―Ahora puedo... decir lo que pienso. ―Empuja.

―No... no creo que eso sea bueno... para mí ―exclamo agitada y mis manos continúan aprisionadas mientras se mueve―. Y... y el sillón es in... incómodo... ah...

―Yo estoy perfectamente cómodo.

―Pervertido... ―Mi espalda se enarca―. Ah.

―Te ves hermosa ―susurra en mi oído y me sonrojo.

Ya pues, voy a tener que empezar a creerle.


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