14: Beso
Hace calor, la boca de Hermes no deja de tocar la mía, mi pulso es más acelerado que nunca, no puedo mantenerle el ritmo. ¡Maldita inexperiencia! ¿Cuándo fue la última vez que besé a un chico? Ya ni me acuerdo.
Respiro agitada y me doy cuenta que separa su rostro del mío, me mira un segundo, observa a un lado y otro, entonces se levanta, se gira para luego tirarse sobre la cama. Sigo en el suelo, pero oigo, como mi demonio enfermo, acaba de volverse a dormir. ¡¿Se durmió?! ¡Me besa y se duerme! ¡¿Pero qué rayos?! Me paro indignada y salgo de la habitación. ¡Qué frustración! Ya me va a escuchar cuando despierte.
~~~
Ya es mañana y aún no he podido hablar con Hermes, bajo las escaleras, me sorprendo al visualizarlo en el living. Camino a paso veloz y me acerco hasta él, preocupada.
―¡¿Qué haces levantado?! Deberías estar descansando.
―La fiebre ha bajado y tengo que atender asuntos que se me han retrasado ―aclara y toma su café, tranquilo.
―Pero... ―expreso, pero levanta la vista y me sonrojo, recordando el beso de ayer. ¡Cierto! Tengo que encararlo―. Me besaste, ¿por qué? ―digo directo y muy nerviosa.
Se queda tildado un segundo.
―¿De qué hablas?
―Me besaste ayer. ―Bajo la vista―. No puede ser que no te acuerdes.
―¿Por qué iba a besar yo a una niña? ―pronuncia en seco y una punzada pasa por mi pecho―. Si me disculpas, tengo que seguir trabajando. ―Vuelve la vista a los papeles que están en la mesa.
―No, no te disculpo nada ―exclamo frustrada y me siento en la silla del frente―. Dime en este instante qué es lo último que recuerdas de ayer. ―Lo señalo.
Vuelve a mirarme y me sobresalto.
―Ir al baño. ¿Qué es este extraño interrogatorio?
―¡Pero en serio me besaste! ―insisto.
―No tengo idea de que hablas. ―Queda pensativo. Parece que intenta entender lo que digo y se queda en pausa―. No, de verdad que no.
―Piénsalo un poquito más ―ruego.
Necesito saber.
―Empiezas a irritarme, si te digo que no es no ―exclama fríamente y me paralizo.
Continúa con su trabajo.
Rato después se levanta para irse, pero antes de ello, el timbre suena, por lo tanto, me muevo para ir a mi habitación a esconderme. Aunque cuando Hermes abre la puerta, una voz me detiene.
―Eh chiquita, detente ahí.
Mi pie que ya estaba en el primer escalón, lo bajo. Giro la vista y veo un hombre de cabello oscuro de unos cuarenta y cinco años o más. Tiene una sonrisa retorcida, da miedo, pero mi demonio lo deja pasar.
―¿Qué haces aquí? ―pregunta el castaño y cierra la puerta.
―¿Así le hablas a tu padre? No aparecías y tenía que averiguar qué estabas haciendo. Lo importante aquí son los negocios. ―Me observa y camina hasta mí―. ¿No nos vas a presentar? Malya, ¿verdad? ―Me mira, detenidamente, me estremece.
Su forma de verme es perversa.
―Sí... sí. ―Bajo la vista.
¿Este es el padre de Hermes? Siento una extraña repulsión por cómo me está observando.
―Soy R. ―se presenta y quedo confundida. ¿Una letra?―. Así que tú eres el motivo de tanta pérdida de dinero. No lo voy a negar, eres hermosa. ―Se relame los labios de forma lasciva―. Pero mi hijo no pierde dinero cuando se acuesta con mujeres, él lo hace con quién se lo da, entonces tengo una confusión. ―Se gira y mira a Hermes―. Nunca has tenido una zorrita personal, ¿qué cambió ahora?
―No tengo por qué explicarte mi intimidad ―responde cortante mi demonio.
Él se ríe.
―Cierto. También quería saber si es buena en la cama, pero parece que no me lo vas a decir. ―Vuelve a mirarme―. Dime, Malya, ¿te gusta que te la metan por delante o por detrás? ―Me sonrojo, ¡¿en serio ha preguntado eso?! Qué asco―. ¿No vas a responder? ―Se me acerca más y retrocedo, su mano se levanta, parece que quiere tocarme.
Hermes le agarra la muñeca.
―Tócale un pelo y te la corto ―amenaza.
―Ya entendí ―responde asustado y se suelta―. Pero, ¿por qué tanta exclusividad? ―pregunta, mirándome de reojo.
―Ya vámonos. ―Se da vuelta y se dirige a la puerta.
R me vuelve a mirar y sonríe.
―Gusto en conocerte, Malya, espero que nos llevemos bien. ―Camina y se retira junto con Hermes.
Eso me dio más miedo que incluso cuando me atacó el Señor de la Droga, ese Neill que ahora está muerto, pero es que tengo un mal presentimiento sobre el padre de Hermes, y espero estar equivocándome, sin embargo, siento que no se va a rendir con solo la amenaza de mi demonio.
~~~
Se hace la tarde, suspiro. Otra vez a la rutina del aburrimiento. Mejor aburrirme a que me ataquen, aunque si fuera Hermes no me quejaría. ¡¿Por qué no te acuerdas que me besaste?! Suspiro.
Oigo la puerta, así que levanto la vista desde el sillón, veo entrar a mi demonio, entonces me doy cuenta y frunzo el ceño.
―¡Aún tienes fiebre, maldita sea! ―lo reto como a un niño―. Qué terco, te dije que te quedaras en la cama.
―Deja de darme órdenes ―dice y me sobresalto.
Tira su maletín al suelo, le pesa. Apoya su chaqueta en el perchero, desabrocha su corbata, tiene calor. No es para menos si no se cuida.
―¿Estás tomando algún remedio? ―pregunto y me mira.
―¿Eres mi madre acaso? ―Noto su enojo. ¡Qué terco!―. Deja de darme sermones, estoy ocupado. ―Camina a su despacho.
―Pero... ―Me levanto del sillón y me detengo, pues me giro al oír un disparo, él también lo nota, por lo tanto, saca su arma―. No vayas ―le pido, viendo que ahora se dirige a la puerta―. Estás enfermo, me preocupas.
―Un poco de fiebre no va a detenerme. ―Sale afuera.
¡Maldita sea! Corro a mi habitación, bufo, abro el cajón y agarro mi Glock. No puedo permitir que maten a mi demonio. Bajo las escaleras, corro hasta la puerta. Está oscuro afuera, veo otros guardias que han muerto. No creo que alguien más quiera trabajar para Hermes si se siguen muriendo. Visualizo a un hombre apuntando a mi demonio, está oculto y el afiebrado no puede verlo. Si estuviera bien, sería fácil para él, pero ahora me necesita. Hay tanta gente que quiere matarlo que me desconcierta, tiene tantos enemigos que pareciera que no se pueden contar con los dedos y ahora viene esta persona a molestar también.
Lo apunto, no me ha visto, respiro agitada. Si no hago algo esto va a terminar mal.
No quiero matarlo... no quiero matarlo... no quiero matarlo.
Apunto a su mano y disparo. ¡Le di! ¡Le di a su mano! Eso suena horrible, pero acerté y encima fue difícil. Visualizo como se escapa, miro a Hermes que cae de rodillas y corro hasta él.
―¡¿Estás bien?! ―grito al acercarme.
Estoy preocupada.
―Me salvaste, otra vez ―acota.
―Mm, sí. ―Me sonrojo―. Ven, te ayudaré a levantarte. ―Toco su frente―. Aún tienes fiebre.
Ofrezco mi mano, pero él no me la da, se levanta solo y se toca la cabeza, otra vez le duele.
―Lo sé. ―La mano que estaba en su frente pasa a moverse a mi mejilla y me sobresalto―. Gracias. ―Mi corazón se acelera―. Te mentí ―aclara y me confundo.
―¿Eh?
―Sí me acuerdo.
Me sonrojo más de lo imaginado.
―¿De...? ¿Del beso?
―Sí ―dice sin expresión―. Me acuerdo perfectamente.
―Entonces... ¿Por qué...? ―intento repetir la pregunta de esta mañana, pero me detengo al darme cuenta que su rostro está cerca del mío―. ¿Hermes? ―Me pongo nerviosa―. ¿Qué...? ¿Qué haces?
¡Ataque sorpresa! ¡Me besa y está lúcido!
Oh, cielos, tengo el corazón a mil, un segundo, yo... jamás había dado un beso con lengua y la suya está explorando dentro de mi boca. Me agarro fuerte de su camisa, esto es calor puro, mis manos tiemblan.
Me suelta.
―Debo detenerme, voy a cometer un ilícito. ―Se gira y no puedo verle la cara, camina hasta la puerta de entrada.
―¡¡Espera!! ¡¿De qué ilícito hablas?! ―¡¡No entiendo nada!! ¿Es porque soy una menor?―. ¡Maldito corrupto, regresa aquí! ―Corro hasta dentro, pero no lo encuentro.
¡¡Me dejo hablando sola!!
Suspiro, me agarro el pecho, siento mis mejillas arder.
Hermes, ¿en qué piensas? Quiero saber.
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