12: Enfermo

Uno... dos... tres... estornuda.

Lo miro como se va como todas las mañanas, pero esta vez camino hasta él y me pongo delante de la puerta, cruzando mis brazos.

―¿Qué haces? ―pregunta sin expresión.

―Ya han pasado días y ese simple resfriado no se va, no deberías salir ―le aconsejo, aunque no debería hacerlo.

Se queda en silencio un según y después contesta.

―Estoy ocupado, apártate.

―Pero... ¿Puedes dejar tu ambición por un segundo? ¡La salud es primero! ―Lo apunto.

Estornuda.

―No eres quien para decirme qué hacer ―dice seco―. Nadie me dice qué hacer, muévete.

―¿Qué? ¿Vas a matarme? ¡¿Pues qué esperas?! Ese argumento ya no tiene validez, sino ya estaría muerta.

―Puedo enviarte a un prostíbulo y me sacaría un peso de encima ―amenaza y me estremezco.

―¿Harías eso? ―pregunto asustada.

Hace otra pausa, parece que se lo piensa, ¿lo duda?

―Apártate ―vuelve a ordenar.

Me sonrojo. Acaba de evitar la respuesta.

―No entiendes que me preocupo por ti. ―Bajo la vista.

―Eso es evidente.

―¿Tanto se me nota? ―pregunto nerviosa y me toco los cachetes, acalorada.

―Tanto como que estás enamorada de mí ―aclara, mi temperatura aumenta, es la segunda vez que lo dice y no le afecta en nada.

―Eh... yo... ―No sé ni para dónde mirar.

Él agarra mi brazo y me mueve de delante de la puerta, la abre para así retirarse, cerrando con llave. Me enfurezco. ¡Ah, lo hizo para distraerme!

~~~

Otro día comienza y esta vez no se me va a escapar, bajo las escaleras y me sorprendo. No está bebiendo su café como siempre, raro. ¿Se fue más temprano? Miro para un lado y otro, no lo veo. Reviso casa parte de la casa ¡Ah! Se me fue. ¡Alto! ¿El despacho? Me acerco a la puerta, me fijo, no hay ruido, abro un poco, nada, no está ahí. Quizás... voy al comedor, tampoco. Entonces solo queda... Me sonrojo, recordando la última vez que estuve allí.

Su habitación.

Mi sentido pervertido desea que esté en el baño.

Voy a hurtadillas y pongo mi oreja sobre la puerta, para ver si oigo algo. En efecto, si escucho, pero no la ducha, sino su respiración, respira agitado. Abro un poquito y miro dentro. Está en la cama, dormido. Entro y camino despacio hasta él. Lo observo detenidamente, no se ve bien, se encuentra traspirado, sus mejillas rojas, sus labios pálidos, acerco mi mano lentamente y toco su frente. La seco enseguida. ¡Está volando en fiebre!

Corro rápido al baño, busco un paño y lo humedezco. Vuelvo hasta él y lo pongo en su frente. Hago esto varias veces seguidas, hasta que noto una mejoría. Suspiro, supongo que servirá por ahora. Esto pasó porque no me escuchó, aunque, ¿qué hubiera pasado si yo no estaría aquí? No veo que los guardias se acerquen a la casa, no ha sonado el teléfono y no ha venido nadie a ver cómo se encuentra. No es por quejarme ni nada, pero ya se ha hecho la tarde y no hay señal de que alguien se preocupe por saber qué le sucedió.

Está más solo de lo que creía.

Agarro un banquito y me siento al lado. Su cabello se ha mojado por los paños húmedos. No importa cómo, Hermes se ve sexy de todas las maneras. Mi corazón se acelera, me sonrojo, me acerco a su rostro, me muerdo el labio inferior mirando su boca. Soy una depravada. ¿En qué estoy pensando? ¿Atacarlo cuando está enfermo e indefenso? Pero no tendré otra oportunidad como esta nunca. Solo debería... respiro agitada y me aproximo mucho más, muy pocos centímetros me separan de su respiración.

Abre los ojos y me paralizo. Me encuentro con ese azul espléndido y no sé qué hacer.

―Puedo matarte, ¿sabes?

Trago saliva.

―Yo... no me amenaces.

Se sienta, así que me muevo. Mira a un lado y a otro. Se agarra la cabeza, parece que le duele, aún tiene fiebre.

―No te estaba amenazando ―aclara y me sobresalto―. Pude haberte matado sin darme cuenta. ―Saca de debajo de la almohada su arma.

Me sorprendo, no sabía que estaba ahí.

―¡¿Por qué tienes esa cosa allí?! ―exclamo nerviosa.

―Hay mucha gente que quiere asesinarme, es obvio que la tengo por precaución, siempre estoy alerta ―indica.

―¿Desde cuándo estás consciente? ―pregunto confundida.

―Hace una hora, solo que no me podía levantar.

―Te dije que te cuidaras.

―No tengo tiempo para eso, si alguien descubriera de mi estado, estaría en serios problemas, mejor fingir ―explica seriamente.

―Entonces...

―Tengo fiebre desde hace tres días ―dice en seco.

¡Vaya! Lo finge bastante bien.

―No sé si enojarme o qué ―exclamo desconcertada.

―Yo debería enojarme, entraste a mi habitación sin mi permiso, otra vez.

―¡¿Eh?! ―Me enfado―. ¿Así agradeces que te haya cuidado? ―Hago puchero―. Malo.

Sonríe y el mundo se vuelve de colores de nuevo.

―Gracias. ―Su sonrisa se esfuma, fue solo un segundo, pero el segundo más maravilloso del universo.

Me pongo contenta.

―Sabía que no eras un robot, tienes emociones. ―Me río.

Se queda en silencio, sin expresión, hasta que responde.

―Nadie dijo que no las tenía.

Mi corazón regresa a acelerarse a toda velocidad.

―Cierto. ―Me ruborizo.

Nuevamente, se agarra la cabeza y respira agitado, se recuesta.

―Esta migraña es insoportable, tráeme algo para el dolor de cabeza ―ordena―. Está en el segundo cajón del baño ―indica y me sonrojo.

Él quiere que lo siga ayudando, no me ha echado.

Voy al baño y cuando encuentro las pastillas, al regresar descubro que se ha dormido. Cielos, aún debe tener fiebre. Toco su frente, sigue caliente.

Me preocupa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top