10: Enseñar

Hermes

Hace 8 años...

Con solo catorce de edad, la vida puede ser muy cruda.

Corro con las manos manchadas de sangre hasta la oficina de mi padre, lloro desconsoladamente. Lo sé y duele, pero tengo que enfrentarlo. Me detengo en la puerta de su despacho y tomo aire antes de entrar, seco mis lágrimas para luego pasar. Lo encuentro besuqueándose con Leandra, la madre de mi medio hermano Clow. Tiene a tantas mujeres, sin embargo, a todas las usa como trapos. Excepto a esta, porque ella es bastante peligrosa. A diferencia de mi madre y la de Eiden, ella es todo lo contrario a una buena persona. Es perfecta para el monstruo con el que me tengo que enfrentar ahora.

Bajo la cabeza.

―La mataste. ―Retengo mis lágrimas otra vez y presiono mi puño.

―¿Quién se murió? ―pregunta la cobriza.

―No te entiendo, hijo, ¿y por qué estás manchado de sangre? ―pregunta el desgraciado, suelta a esa mujer y se me acerca.

―¡¡Mataste a mamá!! ¡No finjas! ¡La mandaste a matar, el hombre me lo dijo!! ―Mis lágrimas están a punto de salir, no las aguanto.

―¿A Madeleine? ―pregunta la molesta mujer, sorprendida.

Mi padre se ríe.

―No digas estupideces, ¿por qué iba yo a matarla? No tiene lógica lo que dices, hijo. ―Está fingiendo, conozco ese tono, ese maldito cínico. ¡Qué rabia! Mira a Leandra―. ¿Nos disculpas un momento? ―Le señala la puerta.

Ella se cruza de brazos.

―De acuerdo, pero después quiero uno explicación.

Se retira, frunciendo el ceño. Mi madre es su amiga, aunque la haya traicionado con mi padre. Es todo muy turbio esto.

Una vez se cierra la puerta, él se asegura que se haya ido y regresa hasta mí, poniéndose nuevamente delante.

―Sí, lo hice ―lo confirma y levanto la cabeza, mirándolo directo a los ojos e incluso sonríe―. Tenía un problema con tu madre, ¿sabes cuál es? Tú, así que es tu culpa.

Frunzo el ceño.

―¿De qué hablas?

―Hay una diferencia enorme, entre tú y todos tus hermanitos ―aclara y quedo más confuso, sin dejar la rabia y la tristeza de lado, por lo que está pasando, claro―. ¿Sabes cuál es?

―Maldito asesino. ―Respiro agitado, no me interesa su extraño trabalenguas, no es justo lo que hace.

―Todos tienen expectativas en ti, por ser mi primer hijo y la verdad, yo no apuesto por ti, ni aunque me pagaran si perdiera. Todos los Señores Letra... ―habla de todos los jefes de las redes de trata―. Siempre necesitan un sucesor, el primogénito de hecho y se me ocurrió una idea, en realidad se nos ocurrió una idea. Todos estábamos de acuerdo, menos ella. Ella nunca estuvo de acuerdo con este mundo, después de todo. Mejor que se haya muerto, ¿no?

―¡Cállate, te mataré! ―le grito furioso.

―Esa es la actitud, eso es lo que necesitamos, una máquina de matar.

―Estás loco.

―Los Señores Letra, hemos decidido que tu entrenamiento será diferente al de los demás. Queremos hacer una prueba, Entrenador te enseñará.

―¿Entrenador?

¿De qué habla? No quiero escucharlo, quiero matarlo.

Se escucha la puerta abrirse y me giro, dos hombres grandotes aparecen detrás de mí.

―Justo a tiempo. ―Sonríe maliciosamente mi padre―. Llévenselo ―ordena y me atan las manos.

―¡¿Qué hacen?! ¡Suéltenme! ―Forcejeo, pero es imposible―. ¡Esto no quedará así!, ¡¿entendiste?! ¡No quedará así! ―Me arrastran, ya que hago fuerza para escapar, aunque me es imposible.

―Lo que tú digas, mi niño, disfruta del infierno.

Actualidad.

Abro los ojos, ya es de mañana, me siento en el borde de la cama y comienzo a vestirme. Luego de ir al baño, me retiro a desayunar al living. Me gusta estar allí, es cómodo y me da tiempo para organizarme más rápido, ya que está cerca de la puerta de salida. Estoy en la mesa tomando mi café, entonces levanto la vista al ver a Malya, bajar de aquellas escaleras. No sé cuándo se volvió costumbre, pero hay veces que la miro. Esa niña inmadura me hace acordar a mi antigua personalidad, débil, pero con alma de luchadora.

―Buen día. ―Sonríe y vuelvo a mirar mis papeles. Debo apresurarme, la venta ilegal de armas, entra también en el negocio de Imperio. Aumentar mis benéficos es lo más importante ahora―. Quiero preguntarte algo.

―Adelante ―le indico y sigo con mi vista sin expresión en las cuentas.

―Dijiste que ibas a enseñarme, pero yo no quiero, de verdad necesito devolverte esa arma. Me pone nerviosa tenerla ―explica y levanto mi vista, se estremece en el encuentro entre nuestros ojos―. Por... por favor ―ruega.

―La piedad no está en mi vocabulario, aguántate. ―Vuelvo a lo mío.

Qué irritante cuando se ponen en mi contra.

Noto como se sienta en la silla de delante de la mesita y regreso a cruzar mirada con ella.

―Por favor ―repite.

―No ―digo en seco y espero algún tipo de continuación, porque lo sé, va a insistir.

―Hermes... ―Sus ojos se humedecen.

―Llorar es estúpido y no soluciona nada. ―No me afecta en lo más mínimo esta situación, es simplemente una niña caprichosa.

―¡Te salvé la vida y así me lo agradeces! ―grita y sus lágrimas caen.

―Mi vida vale mucho, gracias. ―Bajo la vista y continúo leyendo.

―¡No me ignores! ―Se enoja.

Puedo matar a esta mujer cuando yo quiera, ¿por qué no lo he hecho? He perdido bastante dinero con esta chica y la sigo soportando. No entiendo cómo mi paciencia no se acabó todavía, debería asesinarla. Saco mi arma y la apoyo en la mesa, a ver si se calma de una vez. Ah, sí, se tranquilizó. Sonreiría, pero no tiene sentido hacerlo. La otra vez no lo pude evitar, fue extraño, pues mi entrenamiento se fue a la mierda ese día. El valor de Malya es más grande que el mío, cuando empecé a matar. Sueno a padre orgulloso, sin embargo, no es ese sentimiento. La chica tiene agallas y eso, de algún modo, me agrada. Un pensamiento estúpido, que realmente no importa, aunque...

―Iremos al campo de tiro hoy ―anuncio.

Que agradezca que sea yo quién le da enseñanza y no un tipo como Entrenador. Nadie quiere que lo entrene ese hombre y menos donde estuve yo.

―Eres un malnacido ―me insulta y se frota los ojos.

―Si no te mato yo, te matará otra persona, ¿cuál es la diferencia? ―No hay diferencia cuando se trata de muerte.

―Eres malo. ―Sigue agregando palabras a mi definición y creo que le molesta más a ella que mí. En realidad, ni me afecta, yo sé lo que soy.

Un asesino, y tampoco me afecta, ya no.

―Nos vamos. ―Miro el reloj.

―¿Eh? ¿Ahora? ―Se sorprende.

―Será un rato, así que hay tiempo. ―Me levanto de mi silla y agarro la chaqueta larga de mi perchero―. Ve a buscar el arma, te espero ―ordeno y me pongo al lado de la puerta de salida.

Tarda un poco en reaccionar y se levanta, corre a la escalera, mientras la espero marco un número en mi celular.

―Me retrasaré un momento, no empiecen sin mí. ―Le corto a mi empleado y camino hasta las escaleras, esperando ahí.

Veo como baja corriendo y la torpe se tropieza. Al estar yo justo allí, la atajo, entonces se choca contra mi pecho. Levanta la cabeza y se sonroja.

―Lo siento. ―Sonríe avergonzada.

―Eres rara ―acoto sin pensar.

No, no estoy pensando. ¿Por qué esta chica es tan extraña?

Raro, pero me da curiosidad. Es como un animalito, aunque no sé cuál. Recuerdo que cuando era pequeño, quería ser veterinario, que me enseñen a cuidar de los animales y saber de ellos. Así, algo tan normal, cosa que ahora ya no existe, lo normal no existe. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top