57: Justicia

Merche

Desde que he llegado aquí, he estado un rato muy largo, horas diría yo, caminando de un lado a otro, desesperada, nerviosa. No confío en este lugar, pero si está Luke, supongo que no debería ser desconfiada en esto.

"Clínica Taurus".

El nombre no me genera seguridad viniendo de T, sin embargo, no me ha quedado otra, un hospital normal nos traería problemas justamente ahora.

El doctor sale de la habitación y corro preocupada hasta él.

―¿Y doctor? ¿Cómo está? ―pregunto y su amigo se percata de la presencia del médico, acercándose también a escuchar.

―Hable por favor ―exige este también con nerviosismo.

Creo que lo estamos atosigando, pero necesitamos saber. Una vez que nota que nos callamos, se dispone a contestar.

―Pues... perdió bastante sangre, necesitaremos una trasfusión, aun así, puedo decir que la bala se sacó con éxito y la sutura se hizo a tiempo, nada por lo que preocuparse. Por ahora, necesitamos la sangre de algún familiar con urgencia, por eso he venido hasta aquí.

Asiento y rápidamente me dispongo a llamar a Malya.

―Hola, Merche, ¿qué ocurrió? ―pregunta apenas atiende.

Le explico la situación y me consigue que Hermes venga, además, de ir a buscar a Edgard. ¿Qué no estaba con ellos? ¿Acaso este chico lleva a Danaya de paseo? Como sea, necesitamos comprobar la sangre de ambos hermanos para ver cuál es compatible, ya que al parecer la mía no sirve. Luke también se ofreció, pero tampoco funcionó.

―Gracias al cielo ―exclamo cuando vienen rápido y de paso agarro a mi bebé, abrazándola―. Te extrañé. ―Le doy un besito en la frente.

Una vez que todo se normaliza, el doctor da la noticia.

―El paciente está estable y ya pueden ir a verlo, pero solo una persona a la vez, no queremos agitar a nadie ―bromea y se retira.

Miro a todos y asienten, pasando a ser yo la primera que va a verlo. Entro a la habitación, entonces abre los ojos. Al visualizarme, sonríe.

―Ese torso tuyo ha recibido más balazos que cualquiera, ya puedes entrar al récord Guinness. ―Me río y me siento en el banquito de al lado de la cama, pero después me pongo seria―. No vuelvas a asustarme así. Quieres convertirme en una madre soltera, no lo permitiré. ¿Qué les diré a tus hijos si te mueres?

Levanta una ceja, confundido.

―¿Hijos? Creo que te equivocaste en la conjugación ―aclara.

―No, las que se equivocaron son las pastillas, las cuales estaban vencidas ―especifico―. Ciertamente, somos un desastre. ―Me río otra vez―. O al menos, yo en ese sentido. ―Miro a Danaya que está sentada sobre mí y le muevo las manitas, ella mira para todos lados―. Dany, dile a papi que se nota que sigue sin entender, dile que vas a tener un hermanito.

Se queda tildado un segundo.

―¿En serio? ―Hace una nueva pausa―. ¿Cuándo te enteraste?

―Hace unos días, pero no le dije a nadie porque si lo sabías... no me hubieras dejado participar en el plan y no tenía ganas de discutir. ―Ruedo los ojos―. Pero ya terminó todo, así que lo puedo decir. ―Me acerco a sus labios y le doy un pequeño beso.

Deja de estar tildado otro segundo y me contesta.

―Tienes razón, eres una desvergonzada. ―Frunce el ceño―. ¡Estás loca! No debiste hacer eso ―se queja.

―¿Ves? ―Me río―. Mi ángel guardián nunca deja de protegerme.

―Eso jamás. ―Entrelazamos nuestras manos y sonreímos a la vez―. Sea lo que sea, siempre voy a protegerte, te amo demasiado.

―Y yo a ti. ―Vuelvo a inclinarme para besarlo.

―Estoy apurado, voy a interrumpir. ―Oigo detrás y visualizo a Hermes.

―¿No podías entrar después? El médico se enfadará. ―Ruedo los ojos.

El castaño, sin expresión, se acerca hasta mí, y me entrega un papel.

―El acta de defunción de Eiden, y Ayelén ya ha dado el falso testimonio de que ha muerto. Tenemos todo cubierto, en unas horas ya no quedará absolutamente nada de la Sociedad de las Letras, misión cumplida. ―Camina hasta la puerta―. Si me disculpan, tengo que arreglar una mudanza. ―Hace una pausa antes de salir―. Ah, y felicidades.

¡Ay, estaba escuchando! Así no se puede hablar. Aunque creo que él lo sospechaba desde antes. Observo el papel y caigo en la cuenta de que todo ha terminado.

Al fin lo logré.

Tanta lucha, tanto sufrimiento, al fin dieron sus frutos. Las personas que faltaban serán liberadas, se reunirán con sus familias o amigos, podrán rearman sus vidas y quienes se adueñaron de estas, las pagarán caro.

Se acabó, al fin se acabó, se hizo justicia.

Días después...

Suspiro y miro el enorme edificio. Me adentro allí, camino por los pasillos, voy detrás de aquel hombre de uniforme. Me señala el camino y me siento al frente de aquella ventanita de cristal. La última vez que estuve aquí, alguien se me murió en frente de mi cara, así que eso me tensa.

Hablar por un intercomunicador en la cárcel es molesto, pero estoy más que segura que ambos nos debemos esta conversación. Levanto la vista cuando lo visualizo, continúa con su típica sonrisa amigable, incluso aunque se encuentre aquí, y se sienta del otro lado del vidrio.

―Sabía que vendrías ―exclama alegre.

―Will... ciertamente, no sé qué pensar de ti, por eso estoy aquí. Me he relacionado con tantos delincuentes, que ya no sé en qué rincón te encuentras tú, ¿puedes aclarármelo? ―expreso seriamente, aunque siento la tensión en todo mi cuerpo.

―Tú lo sabes. ―Continúa con esa sonrisa que calma mis nervios―. Nunca he estado en tu contra, para mí sigues siendo mi amiga. ―Se lo piensa y su rostro se vuelve macabro―. ¿O es que acaso no te lo he demostrado lo suficiente? Incluso en un lugar como este. ―Vuelve a sonreír y mira las paredes―. Admito que no era tu deseo, pero, ¿debía morir, no?

Habla de Clow.

―Mejor cambiemos de tema. ―Hago una pausa―. No quiero oír hablar de ese tipo, ni las razones de por qué lo hiciste, después de todo, también querías resguardar tu identidad.

Se ríe.

―Oficios de ser un líder ocupado, aunque después te lo dije, ¿o no? ―Mueve las cejas―. Así que en realidad sí lo hice por ti.

Frunzo el ceño.

―Me lo demostraste apuntándome con un arma.

―Era una lección para Malya, nunca pensé en asesinarte ―confiesa―. Sabía perfectamente que no morirías al caer al agua.

―Tus cálculos siguen siendo de un loco. ―Ruedo los ojos.

―Nunca dije que estuviera cuerdo. ―Se ríe―. Tu hermana lo entendería. ―Vuelve a ponerse pensativo―. Aunque tú quizás también puedas comprenderlo, solo hay que rebuscar en la oscuridad que hay en ti.

Niego con la cabeza.

―Está conversación no está llegando a ningún lado. ―Voy a pararme, pero él abre la boca, para decir algo más, así que desisto de mi acción.

―Ciertamente, hay algo que quizás sí no hice por ti, ayudarte a destruir la Sociedad de las Letras.

―Es verdad, no me detuviste cuando fui a buscar el código en el cementerio. ―Lo miro intrigada―. Y Eiden me dijo que le ofreciste la dirección de la tumba de Jayce Markov, pero, ¿por qué?

Se vuelve a reír.

―El plan me salió mal, mataron a Galván, ya no puedo salir de la cárcel con su ayuda. El tipo era otro policía corrupto, y tan apegado a la ley que parecía. ―Ríe de nuevo.

―Entonces... ―Me sorprendo―. ¿No mandaste a asesinar a Demetrio Galván? ―Podría haber jurado que lo habían hecho adrede, para arruinarnos el plan.

―No ―dice calmado―. Estoy atrapado aquí y no puedo salir.

―¿Por qué? ―repito mi pregunta―. ¿Por qué tantos problemas para terminar en la cárcel entonces?

―Necesitaba ser atrapado, para después salir. ―Ríe otra vez―. Pero me salió mal.

―¿Por qué? ―digo por tercera vez, me estoy cansando de repetirlo.

Su rostro se vuelve serio y puedo notar su preocupación.

―Matthew, tengo que encontrar a Matthew. Julia lo vendió a través de la Sociedad de las Letras, si la destruía, todos los registros de ventas de niños en adopciones ilegales saldrían a la luz y recuperaría a mi hijo.

Una rabia se apodera de mí, siendo madre no puedo creer esto.

―Qué hija de mil puta. ¿Y qué vas a hacer? ―Creo que me estoy metiendo demasiado en el asunto―. Quiero decir, ya se destruyó, tiene que aparecer ahora.

―Eso espero. ―Baja la vista, pensativo, pero luego la levanta y me sonríe―. Me alegra saber que estás de mi parte.

―¡Obviamente! Lo que hizo, me parece una aberración. ¿Por esa razón no podías presentármelo, cierto?

―Sí, pero creo que habría que terminar esta conversación aquí, ¿no te parece? ―Sonríe.

―Sí, supongo. ―Lo miro directo a los ojos―. No concuerdo con tu clase de oficio y me gustaría que no fuera así, pero lo es, y ya que me he tomado la molestia de perdonar a personas como tú, supongo que tendré que hacer la excepción contigo también. De todos modos, ya estás en la cárcel. ―Suspiro―. Así que, William Stefanoski, yo te perdono. ―Me levanto de mi asiento―. Espero que encuentren a tu hijo, y este es el adiós. ―Me giro para irme.

―Que seas muy feliz.

Me detengo.

―Tú... tú también. ―Siento una punzada en el pecho y me voy.

No pienso llorar, pero esto es lo poco que ha quedado de nuestra amistad y no deseo arruinarlo con cursilerías.

Adiós, Will.

Salgo de la cárcel, veo a Eiden, esperándome con el auto y antes de subir le doy un beso a mi hija, que se encuentra en la butaca para bebés que está enganchado a los asientos de atrás. Voy al de adelante y sonrío.

―Dime la verdad, ¿Luke te regaló el auto?

―Él está muy feliz con su camioneta. ―Se ríe―. Ahora, ¿a dónde vamos?

―Al cementerio ―expreso seriamente y él levanta una ceja―. Pero no a uno cualquiera, es que quiero mostrarte algo.

―Lo que tú digas, amor. ―Asiente y arranca el auto.

Conduce hasta donde yo le digo y llegamos a aquel cementerio algo abandonado. Bajamos, compro unas flores cerca de allí, se las doy y agarro a la beba que él tenía mientras lo hacía caminar. Luego regresamos allí, lo guío por el lugar, hasta que me detengo en una tumba en específico, con mi mano libre tomo la suya y le indico la situación.

―Con todo este lío no pude mostrártela, pero aquí está, es la tumba de tu madre.

Suelta mi mano, se agacha y posa las rosas rojas sobre el pasto. La verdad, son las únicas que conseguí en este lugar tan aislado, sin embargo, creo que sirven igual. Al menos para dar un presente a esa persona querida que ya no está con nosotros.

Veo como comienza a llorar, entonces me agacho y poso mi mano en su hombro.

―Gracias. ―Me sonríe y visualizo ese bello azul lleno de lágrimas.

―De nada. ―Paso mi pulgar por su mejilla empapada―. Te amo.

Nos levantamos al mismo tiempo y me besa con ternura.

―Eres hermosa. ―Luego mira a Danaya y la levanta en sus manos―. Y tú no te me pongas celosa, ¿eh? Tú también lo eres. ―Le da un besito y luego se me acerca, agarrándome de la cintura―. Y espero que él o la que esté ahí, tampoco se ponga celoso o celosa. ―Me besa y su mano pasa a mi vientre.

―Bobo. ―Me alejo y comienzo a caminar en dirección a la salida―. Ya vámonos. ―Me detengo al visualizar una rosa que pone en frente de mi rostro, entonces me río y me giro―. ¿Qué haces? Eso es de tu madre.

―A mamá le di varias, pero para la mujer más importante de mi vida actualmente y espero que para siempre... ―Estira la flor para que la agarre―. Solo necesito esta para mi proposición. ―Mira a la beba―. ¿No es así, Danaya? ―Luego vuelve a mí―. ¿Ves? Ella piensa lo mismo. ¿Te casas conmigo? ―Hace una amplia sonrisa.

Yo lo miro con desconcierto.

―Eiden, sabes que esas cosas no me interesan, ¿cierto?

Se ríe y baja la flor.

―Al menos debía intentar ―expresa decepcionado.

Bufo y levanto mi mano.

―Okey, de acuerdo, dame eso.

―Sabía que no te podías resistir a mis encantos ―bromea y se me acerca para besarme, a lo cual le correspondo, aunque antes me río de su forma de decirlo.

―Bobo.

Nos besamos, y como siempre, es mágico.

~~~

A lo largo de mi vida me han pasado un montón de cosas frustrantes, he vivido situaciones desesperantes que hasta me han atraído a la oscuridad y no hablo de esa en la que lloras, esa también la padecí, pero puedo asegurar que uno no sabe cuándo tiene maldad en su ser, hasta que lo llevan al límite. Hablo de ese tipo de oscuridad, de la que incluso ignoras tus principios y llegas a la locura. Aunque ahora puedo asegurar que toda esa etapa se ha ido y solo deseo que haya luz en mi vida, como Danaya, como la nueva vida que crece en mí y por supuesto mi ángel, mi amor Eiden, que sin él esto no podría ser realidad.

Aquello a lo que llamamos felicidad.

Ahora puedo considerarme una persona feliz, sin reconocer y sin sufrimiento. Todos mis enemigos han sido neutralizados, de una manera u otra. Stella cayó en la cárcel, la Sociedad de las Letras se diluyó y Tyrus desapareció, pero obviamente no es un problema, o al menos eso dice Hermes. Deberé creerle, no me queda otra.

Hablando de Malya y mi cuñado, llego la hora de despedirnos.

―Adiós. ―Abrazo a mi hermana mientras veo como el castaño reprende a los que suben las cosas al camión de la mudanza.

―Eso es muy costoso, si lo rompes, te mataré ―expresa el hombre frío al pobre empleado.

―¡Voy a llorar! ―grita Edgard, haciendo un melodrama.

―Pues no lo hagas ―ordena el hombre que casi nunca tiene una expresión en su rostro―. Son solo unos cuantos kilómetros, y estaremos en contacto, lloriquear es estúpido.

Hace puchero el rubio.

―Malya, dile algo.

―Malo, malo, malo ―expresa repetidas veces ella a su esposo, moviendo su dedo―. No seas así con tu hermano.

―Soy así si quiero ―exclama determinado―. Y si ya terminaste de despedirte, ya vámonos.

―Un poco de consideración ―me quejo.

―Cállate, cuñada, no estoy de humor, ya me rompieron tres adornos.

Eiden se ríe mientras sostiene a Danaya.

―Nunca cambias.

―Pero me quedaré solo. ―Vuelve a lloriquear Edgard.

―¡¿Cómo que solo?! ―Nos señalo―. ¿Y nosotros que somos postes acaso? ―exclamo indignada.

Se ríe, avergonzado.

―Perdón. ―Luego hace puchero―. Solo si me dejas jugar con Danaya.

―Ya te dijo que estás invitado, qué pesado ―responde Hermes.

―Solo quería asegurarme. ―Vuelve a reír el rubio.

―¡¿O sea que todo ese melodrama fue para eso?! ―se queja Malya.

―Sí. ―El rubio aumenta su risa y Hermes abre una caja de zapatos viejos que saca del camión y se los tira en la cabeza―. ¡Ay, agresión! ―Lanza una carcajada mucho más fuerte que la anterior.

―Te dije que estaba de malhumor ―el castaño dice sin expresión, aunque creo que sin demostrarlo en su rostro, acaba de burlarse de él.

―Merche, mis hermanos mayores se comportan raro, ¿seré yo solo el normal? ―bromea Eiden.

―Sueña, aquí no hay nadie normal. ―Me río―. Yo perdí la cordura hace mucho tiempo, y tú, mejor no hablemos ―lo provoco y se acerca hasta mí.

―Chica mala. ―Se acerca a mis labios.

―Ahora no bombón, después. ―Poso mi dedo en su boca y me río.

―¡Ay, el amor! ―expresa Malya animada, tocándose los cachetes.

―Bueno, adiós ―dice Hermes y camina para su auto.

―¡Espérame! ―grita mi hermana y nos da otro saludo rápido para luego correr detrás de él―. Malo. ―Hace puchero, después veo como sube al auto.

Visualizo como Hermes le roba un beso, para acto seguido arrancar el coche y el camión de la mudanza, seguirlos. Todos los saludamos mientras se ven irse a lo lejos.

―Bueno, tengo una cita, yo me marcho. ―Mira el reloj Edgard y se va corriendo, mientras se retira contento.

―¿Y tú quieres una cita conmigo? ―expresa Eiden, volviendo a acercarse a mi rostro.

Me río.

―Por supuesto. ―Me besa en un hermoso y deleitante beso, en el cual nuestras manos se entrelazan por la conexión que tenemos.

Obvio, amor.

Agarro a Danaya y veo a la calle, nuevamente, el auto ya no está, mi hermana se fue. Y pensar que todo esto comenzó por tantas razones, pero la más importante y la más pura de corazón, fue la de buscarla y protegerla. Aunque todo haya comenzado con oscuridad, la luz también ha hecho presencia y sobre todo justicia, no me arrepiento de nada. Ella buscó su camino y yo haré el mío. Así debe ser y así será, para siempre, con la certeza que seremos al fin felices. Porque eso es lo que buscamos siempre, ¿no?

La felicidad de nuestros seres queridos.

El fin.

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