43: Debilidad
Hermes
Z, L, F, D y otros Señores Letra, ya fueron encarcelados, la justicia los logró atrapar. Hay todavía fugitivos, pero los siguen buscando, un montón de gente, aparte de ellos, también fue juzgada por la ley. Quien se salvó parece que fue T, tenía una cuartada como yo. Las noticias ahora están en todo: mi supuesta muerte, la falsa inocencia de Tyrus y el desmoronamiento total de la Sociedad de las Letras.
¿Y a quién le importa? A nadie, solo es una noticia.
Miro mi dedo, con la marca del anillo. No me lo había quitado nunca y ahora ni siquiera sé dónde está.
¿Y acaso importa? No, es solo un objeto.
He perdido más de la mitad de mi dinero y eso tampoco interesa.
Tengo ganas de asesinar a un tipo que no puedo matar. ¿Desde cuándo no puedo elegir entre la vida y la muerte? Soy la parca, así me llaman.
Una máquina de matar.
Siento como si nada tuviera sentido y la verdad, soy un hombre decidido como para pensar en estupideces como esas.
Entrenador tiene razón, el amor te hace débil.
Realmente, no lo escuché cuando me enseñó, lo que significa mantenerse en un objetivo.
S lo sabía y lo usó en mi contra, obviamente, se acercó a Malya para que yo después no lo pudiera matar. Estaba todo planeado desde hace años. Es más que obvio. De paso se aprovechó y la utilizó. Mi puño se presiona en el sillón en el que estoy sentado, frente a la televisión. Apago mi cigarrillo en el cenicero que se encuentra sobre la mesita de luz y me levanto, caminando hasta el sótano.
―Dime, Zack, ¿qué voy a hacer contigo? ―le pregunto al pelirrojo atado en la silla.
―Mátame... ―Baja la cabeza y veo la sangre caer de lo que antes era su ojo―. Por favor.
―Nunca creí llegar a ver el día en que alguien me pidiera que lo asesinara. ¿Qué devoción es esta a esa Serpiente?
―Revelé el paradero de S, debo morir por traidor, y es preferible que me mates tú a que me maten ellos ―aclara.
―Alta traición, ¿eh? ―exclamo sin expresión y camino por la habitación hasta un mueble―. Parece que te torturas a ti mismo. ―Saco una venda del cajón y se sorprende.
―¿Qué haces?
Me le acerco y tomo lo que le queda de su mano, comenzando a cubrir lo que yo mismo destrocé.
―Por suerte no moriste desangrado ―acoto.
―¡Mátame, ya no tengo por qué vivir! ―exige alterado.
―¿Te lavaron el cerebro, Zack? ―Estiro la venda y empiezo a ponérsela en su ojo, pasándola alrededor de su cabeza―. Seguidor o no, sigues trabajando para mí, yo no te he despedido ―aclaro cortante y se estremece al ver mi mirada fría.
―¿No temes que te traicione? ―expresa asustado.
―No puedes traicionarme porque ya eres un traidor de mi enemigo, ni siquiera puedes acercarte a tu "dios serpiente", así que deja de poner excusas baratas. ―Le quito las sogas y se levanta.
Se mira su extremidad.
―De todas formas no sé cómo quieres que trabaje, me quitaste la mano.
―Si te comportas, te pagaré una prótesis ―le aclaro.
―¡¿Estás de broma?! ―Sorprende sin poderlo creer―. Eres...
―¿Acaso me estoy riendo? ―pregunto fríamente.
―No, pero tú...
―Deja de cuestionar si no quieres que te asesine ahora ―amenazo y se acobarda.
―Eh... entonces ya me voy.
Lo sigo hasta la puerta y cuando abro, me encuentro con que justo Eiden estaba por tocar el timbre. Veo al pelirrojo irse y Edgard que está al lado, pasa primero con mi sobrina.
―¿Se puede saber qué hacen aquí? ―pregunto, continuando sin mi expresión.
―Yo, quería cerciorarme de que no estabas muerto ―explica Eiden y cierra la puerta detrás de él.
―Listo, ya lo averiguaste, se pueden ir ―pronuncio cortante.
No estoy de humor para nadie.
―Creo que alguien se levantó con el pie izquierdo ―acota Edgard y cuando lo miro, cambia su visión a la beba, acobardándose de lo que dijo.
Eiden se me acerca, mira a un lado y otro.
―¿Y Malya? Quería preguntarle si había visto a Merche.
―No tengo idea, ni me interesa ―exclamo cortante.
―Uh. ―Bufa―. Riñas de pareja, yo justamente no necesito de esas, en este mismo instante ―exclama nervioso.
―Stella lo secuestró, le metió viagra y ahora está más caliente que un horno ―agrega el rubio y el de cabello oscuro, lo fulmina con la mirada―. ¡¿Qué?! ¡Es verdad! ―Se ríe.
―Al menos te volvió el humor ―le digo a Edgard y este se sonroja como niño pequeño.
―Volviendo al tema ―interrumpe nuestro hermano menor―. ¿Seguro que no viste a Merche? ―luego aclara―. Y no lo digo porque mi cuerpo se encuentre deseoso de tener sexo, estoy preocupado. ―Se le nota en su expresión―. Salió corriendo con un arma a un tal puerto y nunca volvió, ni me contesta el celular, ya no sé dónde buscar.
―Deberías preguntarle a su amigo Stefanoski ―expreso arisco―. Que también se volvió amigo de Malya. ―Mi voz suena molesta―. Parece que todo el mundo lo quiere.
―Parece que quieres matar a alguien. ―Tiembla el rubio y se abraza a la nena, retrocediendo.
―Sí, quiero matar a S, pero no puedo. ―Mi mandíbula se tensa.
Eiden rueda los ojos.
―Eso me recuerda que me mando otra carta. ―Bufa―. Quiere que mate a Galván, está loco.
―Pues mátalo, es un estorbo ―acoto sin tomarle importancia a la conversación.
―Matar a un policía es mucho más complejo que asesinar a cualquier otro. ―Frunce el ceño―. Se puede abrir una causa en un instante.
―Lo sé, solo tengo la cabeza en otro lado. ―Miro a un costado―. ¿Cuándo se van?
―Cuando me respondas la pregunta que vine a hacer ―exige determinado.
―La última vez que vi a tu chica estaba en el edificio principal de la Logia de la Serpiente.
―¡¿Qué?! ―Se sorprende―. ¡¿Por qué no me lo dijiste antes?! ―exclama alarmado―. ¡Puede estar en problemas y yo aquí hablando tranquilo! ―Se revuelve el cabello, estando nervioso.
―Pues ya vete entonces. ―Continuo frío ante la situación.
Incluso aunque Malya puede que esté ahí, no tengo tiempo para debilidades.
―O sea, qué ni me vas a ayudar ―se queja.
―No, tengo un imperio que levantar. ―Me giro―. Que casualmente tu chica destruyó.
―Realmente, tiene un mal día ―vuelve a acotar Edgard.
―Mal día o no, no puedo ir yo solo. ―Me doy vuelta cuando me toca la espalda y me sorprendo cuando me percato de que ha agarrado a la beba de los brazos del rubio, para luego entregármela a mí―. Iré con Edgard, tú la cuidas.
―¿Estás bromeando, cierto? ―exclamo desconcertado y miro a Danaya entre mis manos.
―No, alguien tiene que hacerse cargo y, ya que estás muerto, no te importará levantar tu imperio otro día. A ver si así se te va el malhumor, con permiso, tengo que ir a buscar a mi chica. ―Ahora es él quien se gira, pero sin antes decir algo más―. Cuídala bien, que soy un padre sobreprotector y si le pasa algo, te la corto. ―Comienza a correr al salir de la casa―. ¡Vámonos, Edgard, rápido!
El rubio lo sigue y veo cómo se van a toda velocidad en un auto.
Definitivamente, esto tiene que ser una broma.
¡¿Eiden dándome órdenes a mí?! ¡Qué humillación!
Levanto más arriba a la beba y la miro directo a los ojos.
―¿Y qué hago yo contigo ahora?
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