27: Códigos
Merche
Doy dos golpecitos en su oficina, así que levanta la vista. Se sorprende al verme, entonces yo camino hasta el escritorio, sentándome en frente de él. Hago un movimiento con mi mano y fríamente dictamino.
―Dame el pendrive.
―Merche, creí que estabas en el hospital ―exclama preocupado el rubio, mirándome de forma detenida, analizando cada una de mis acciones, como el profesional que es.
Sonrío con malicia.
―Sí, Will, sí lo estaba. ―Vuelvo a agitar la mano sobre la mesa―. Dame el pendrive, sé exactamente lo que tienes ahí. Entiendo que no podías decírmelo cuando me encontraba en ese estado de niña buena, pero ahora ya recuerdo todo, así que lo necesito ―le explico.
―Mil disculpas, Merche, pero eso es parte de una investigación y como tu superior, debo decirte que es imposible dártela ―pronuncia seriamente―. Además, tú sigues de licencia. Me alegra que hayas vuelto, pero la respuesta es no.
―Si me lo niegas, voy a pensar que ocultas algo.
―Para nada. ―Sonríe―. Si quieres, le preguntamos a Hernández, todo está en regla. ―Se levanta de su asiento―. Y tú, deberías descansar. ―Camina hasta la puerta y lo sigo.
―De acuerdo, pero debo decirte algo. ―Se gira y me mira cuando me acerco―. Uno, así no se cocina un lechón, y dos... ―Le pego un cachetazo―. No vuelvas a intentar besarme.
―Auch. ―Se ríe―. Perdón, no fue adrede, fue un desliz.
Ruedo los ojos.
―Como sea.
Se lo piensa.
―¿Sabes qué? Tengo una idea, te mostraré el pendrive. ―Sonríe―. Veámoslo juntos. Espérame aquí. ―Se retira a buscarlo.
Lo cambió de escondite.
Lo sé porque fui a su casa antes de venir aquí, aunque era obvio que cambiaría el lugar donde lo escondió. Es una información muy importante la que hay en ese pendrive, no sé dónde la consiguió, pero es muy valiosa.
Camino y agarro la notebook cuando lo veo entrar. Se sienta a mi lado y me sonríe, conectando el pendrive. Todo está igual, tal cual como lo vi el día que estaba amnésica.
―Son códigos ―acoto.
―Exactamente.
―¿Y cómo los conseguiste? ―Entrecierro los ojos.
―No eres la única infiltrada en este mundo, ¿sabes? ―Se ríe―. Los muchachos hacen un buen trabajo también. ―Señala afuera.
Sonrío de manera amigable.
―Cierto.
No tengo por qué sospechar de William, es mi amigo después de todo.
―Bueno, tú eres la experta en computadoras, ¿me haces los honores? ―Alza su mano, señalando la pantalla.
―Sí. ―Asiento y comienzo a teclear.
―Son muchos códigos, pero para una experta, no creo que sea difícil.
Estoy un buen rato largo con el teclado y observando detenidamente cada número. Hasta que al fin, hago magia con mis manos y lo descifro.
Muevo el mouse, aprieto en el programa y pego los códigos en la contraseña. ¡Bingo! No da error, el archivo "Oscuridad" se abre.
―¿Qué es? ―pregunta con una tranquilidad extrema mi amigo.
Se hace una pausa y mis ojos se expanden con sorpresa.
―Es una dirección... ―Luego miro a William―. De un cementerio.
―Increíble. ¿Qué esconderán ahí esos desgraciados? Hay que hacer un operativo.
―¡Sí, ya! ―aclaro emocionada y entonces me pongo a pensar―. Pueden haber detectado la señal, hay que hacerlo rápido.
―Como ya te dije, estás de licencia y esto no se hace de la noche a la mañana, yo me encargo, tú ve a descansar ―aclara determinado.
―¡Nada de descansar! ―Golpeo la mesa, enojada, y me levanto del asiento―. Esto podría llevarme al fin de la Sociedad de las Letras, presiento que al fin puedo destruirlos. ―Sonrío con malicia y después me detengo―. Debo ser rápida.
Galván piensa que todavía tengo amnesia.
Soy la principal sospechosa, debo apurarme antes de que sea demasiado tarde.
―De acuerdo, pero mañana. ―Se pone firme―. Esto no es así de fácil. ―Se coloca en frente de mí.
―Lo sé, pero a primera hora. ―Lo apunto y se ríe.
―Vale, a primera hora. ―Me dirige hacia la puerta, poniendo su mano en mi espalda―. Prepararé lo necesario para que todos estén listos, ¿de acuerdo? Ahora ve, que alguien debe estar preocupado por ti.
Asiento, camino y dejo de verlo mientras voy hacia la salida. Me detengo cuando no lo visualizo más y me giro, yendo hasta mi casillero. De allí saco mi arma y mi placa, guardándolas, para ahora sí retirarme de la comisaria.
No tengo tiempo de jueguitos.
La carpeta se llama "Oscuridad", la noche me parece mucho más certera para encontrar lo que se buscó.
Camino tranquilamente hasta que llego a mi departamento. Apenas entro, miro el reloj, es la tarde, faltan unas horas.
Necesito que el tiempo pase rápido.
―Merche. ―Me sobresalto al oír su voz y me giro, viéndolo salir del dormitorio―. ¿Se puede saber dónde estabas? ―Se me acerca y me toca la mejilla, observándome preocupado.
―En alguna parte. ―Me alejo con la mirada perdida y camino hasta la cuna, quedándome tildada, viendo a Danaya.
Ciertamente, duerme todo el día.
―Los doctores te buscaron por todas partes, ¡yo te busqué por todas partes! ―remarca en un tono más alto al nombrarse a él.
―¿Comió? ―Ignoro lo que dice.
―Sí, claro que sí, de la leche materna que habías extraído en el hospital, pero no te estoy hablando de eso. ―Me agarra del brazo y me empuja hacia su cuerpo―. Estaba preocupado y me estás ignorando. ―Me abraza y mi corazón se acelera―. No vuelvas a hacer algo así. ―Se separa, nervioso―. Lo siento, no quise...
Paso mi mano por mi cabello.
―Cuando maté a R te dije unas cuantas cosas. ―Levanta una ceja cuando exclamo aquello―. Primero que me perdonaras. ―Lo empujo, haciéndolo retroceder hacia la pared y sonrío―. La verdad, lo dije por haberte tratado mal cuando descubrí que eras el Señor E.
―Merche, eres...
―Estoy hablando yo ―lo interrumpo―. Cuando lo descubrí, me dejé cegar por la ira y no estaba en mis cabales. Admito que ahora tampoco lo estoy, pero sí, Eiden, soy Merche, soy la Merche que te llama ángel, el ángel que siempre intenta protegerme. ―Siento mis mejillas arder y bajo la vista―. Y también dije que te amo... ―Bufo―. Aunque me cuesta siempre decirlo.
Agarra mis mejillas y me levanta el rostro.
―Eres mi Merche... ―dice con cara de enamorado e intenta besarme, pero le muevo la cara, apartándome―. ¿Merche?
―El amor lo podemos dejar para después, tengo asuntos más urgentes que atender. ―Miro la hora.
Me agarra la cintura y vuelve a atraerme hacia su cuerpo.
―¿Qué puede ser más importante que esto?
Bajo la vista.
―La venganza.
Toma mi rostro y me obliga a mirarlo.
―Entiendo perfectamente esa meta que tú tienes, pero...
―¡Pero nada, Eiden! ―Me aparto―. No vine hasta aquí para andar de romántica, tengo asuntos que atender. ―Muevo mi cabello y me giro, sin embargo, me abraza por detrás.
―¿De verdad vas a resistirte a esto? ―Pone mi mano en su pantalón y se me suben los calores cuando me susurra al oído, sensualmente.
Unas horas puedo esperar, ¿no? El cementerio no se va a ir.
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