25: Tobías
Malya
Miro el muñeco de ejercicios de madera, detenidamente, agarro un palo y en vez de golpearlo con la mano, que es lo que se supone que hay que hacer, le pego una y otra vez con este.
―¡Toma! ―grito agresiva y goleo―. ¡Muere! ―De nuevo―. ¡Toma! ¡Te odio! ¡Muere! ―Golpe tras golpe hasta que rompo el muñeco y respiro agitada―. ¡Aquí tienes, estúpido, maldito! ―Le pego en el suelo y continúo alterada.
―Ya basta con eso. ―Siento que el palo se detiene, aunque sigo forcejando. Miro para un costado y visualizo a Hermes―. Se supone que tenías que pegarle con las manos, no con eso ―aclara.
―¡Es un gimnasio, yo golpeo con lo que quiero! ―grito furiosa e intento tirar del palo para que me lo devuelva, pero no hay forma.
―¿A quién estás matando esta vez? ―dice frío y sin expresión, entonces suelto mi "arma" y él la tira al suelo.
―Al ginecólogo. ―Hago puchero.
―¿Qué te hizo el hombre? ―Sé que se está riendo por dentro.
―¡Nada! Eso hace ¡Nada! ―me quejo.
―Pues lo cambiamos, no hace falta que lo asesines. ―Mira la madera destruida―. Al menos no, como a este pobre muñeco.
―¡¿Hace cuánto que seguimos intentándolo, Hermes?! Esto es estúpido. ―Refunfuño.
―O sea, te parece estúpido hacer el amor conmigo. De acuerdo, no lo hagamos más y se terminó el problema. ―No sé si me provoca o habla en serio. ¡Maldito rostro sin expresión!
―No... no es eso, es que... ―Mis ojos se humedecen.
―No llores, ya te dije que eso no arregla nada. No te vas a embarazar porque te pongas a llorar ―aclara y me pongo peor.
―¡Malo! ―Me voy corriendo y lloriqueando como niña pequeña.
Lagrimeo fuera del gimnasio, sentada en el suelo de la vereda, al lado de la puerta de este y me refriego los ojos, aunque sigo llorando.
―Malya... ―Lo oigo en la puerta.
―No me hables ―digo cortante.
―Deja los caprichos, me vas a hacer arrepentir de haberte ofrecido tener un hijo conmigo, quizás no estás preparada para ser madre ―exclama fríamente y me levanto.
―¡Cállate, malo! ¡Demonio! ―Intento golpearlo, pero me detiene por los brazos y forcejeo―. ¡Te odio! ―Mis lágrimas siguen cayendo.
―Qué mentirosa.
Me sonrojo, deteniéndome.
―Bueno, no, pero me dices cosas feas ―pronuncio avergonzada y bajo la vista.
―Nadie dijo que esto iba a ser fácil. ―Agarra mi rostro y se acerca a mis labios―. Pequeña niña inmadura.
―¡Tengo veintitrés años, no soy una niña! ―me quejo.
―No lo pareces. ―No me deja decir nada más porque me estampa la boca de un beso y me pierdo la tentación de sus labios―. Aunque sabes bien que eso no me molesta.
Se aleja para recuperar el aliento, luego me besa de nuevo, intensamente. Nuestras lenguas juegan y me agarro de su cuello, queriéndome aferrar a él para nunca soltarlo.
Estoy enamorada.
Su celular suena y yo bufo cuando se separa de mí para contestar.
―¿Sí?... Entiendo, voy para allá. ―Corta y me mira―. Me tengo que ir... negocios ―agrega lo último, pero ya lo sé, su ambición sigue intacta.
Dinero.
―Me cambias por la plata. ―Inflo los cachetes.
―No sé de qué hablas, pude haber ido a encontrarme con un cliente, y sin embargo, estoy aquí, acompañándote al gimnasio.
Auch, acabo de perder.
―¡Ah! ¡¿Por qué siempre pierdo?! ―vuelvo a quejarme.
―Porque eres una niña caprichosa, que no piensa antes de hablar ―explica en seco y para mí no vale eso―. Ya me voy. ―Me da un pequeño beso y camina hasta su auto, marchándose.
Yo vuelvo a bufar.
―Quiero más.
Me ha dejado con las ganas, otra vez.
Camino hasta mi moto y planeo hacer una parada rápida, antes de ir extrañamente a visitar a mi hermana.
Necesito saber cómo va todo.
Pero antes de eso, conduzco a toda velocidad, me paso los semáforos como la rebelde que soy y con gran rapidez llego a mi destino. Levanto la vista y miro la comisaria. Un contacto me dijo que está, así que lo voy a enfrentar, nuevamente, pero esta vez para dejarle las cosas bien en claro.
Bajo de la moto y los chicos me miran. Llevo un top deportivo azul y unas calzas negras pegadas al cuerpo. Mi coleta eleva mi cabello oscuro en alto y mis zapatillas se escuchan como dan los pasos mientras entro. Me acerco a recepción.
―¿Se encuentra William Stefanoski? ―pregunto y el hombre me observa de manera lasciva, como todos los demás.
No es mi culpa ser tan hermosa.
De paso me subo el ego, que con la depresión siempre se me baja hasta el piso.
―Sí, por supuesto, preciosa, ahora lo llamo. ―Se levanta y se retira a buscarlo. Sin dejar de mirarme, claro. Pasa un rato y regresa―. Está en su oficina, pero dice que puedes pasar. ―Me sonríe y me señala el camino. Noto su mirada en mi trasero cuando me giro hasta allá.
¿Dónde está el respeto?
Golpeo en la puerta un par de veces, luego me deja pasar. Visualizo al rubio mirando unos papeles y mientras lo hace, sonríe.
Parece siempre contento.
Levanta la vista y me mira, amablemente.
―Me alegras el día. ¿A qué debo la presencia de una mujer tan hermosa como tú?
―Me enviaste una nota... ―digo sonrojada―. ¡Otra vez!
Se lo piensa.
―Tienes razón. ―Hace una pausa―. Es que el azul te queda bonito.
―No sé qué ganas con esto, pero no te sirve de nada.
―Aja, me disculpas un segundo. ―Mira su papel, luego anota algo en este―. "Información desconocida" ―firma y se levanta de su asiento, acercándose a mí, con el papel en la mano―. Ahora vengo ―susurra en mi oído―. Debo ocultar pruebas.
Camina hasta la puerta y se retira. Rato después, regresa sin el documento que acababa de completar.
―Me esperaste, qué linda. ―Se ríe.
Me giro.
―Escúchame bien, S, no sé qué estás tramando, pero lo descubriré y por último... ―exclamo determinada―. Aléjate de mi hermana.
Su sonrisa se amplía.
―Ya ni te gastas en fingir que la odias, me alegra, los hermanos deben ser unidos. ―Se ríe―. Lástima que el mío sea un idiota. ―Se lo piensa―. O está más loco que yo, ¡no sé! ―Mueve los hombros―. Ni me importa.
―Ignoras lo que digo. ―Presiono mis dientes, enojada, y veo como se acerca, así que retrocedo, chocándome con la mesa, sin más espacio para donde huir―. Aléjate ―digo nerviosa.
Apoya su mano en el escritorio y se aproxima a mi rostro.
―Voy a repetírtelo otra vez ―exclama seriamente―. No te he tocado ni un pelo, ¿y te asustas?
Respiro agitada.
―Y yo que sé quién eres, puedes ser un psicópata.
Se ríe.
―¿Quién sabe? Pero en este momento, puedo ser quién quiera que quieras que sea.
―¿Ese es un acertijo? ―Siento mis mejillas arder.
―Quizás, soy todo un acertijo, incluso para mí mismo. ―Se aleja―. Pero tranquila, no le voy a hacer nada a Merche, William no me perdonaría.
―William eres tú.
―Lo sé. ―Se ríe de nuevo.
―Estás loco.
―Eso tú y yo ya lo sabíamos ―expresa tranquilo―. Pero... ¿Qué es la locura realmente? Es algo para plantearse, ¿no crees?
―Mm, supongo. ―Bajo la vista.
Tiene razón.
―La oscuridad que nos rodeas es enorme, ¿no crees, Malya?
―Demasiada ―afirmo, entendiendo.
Yo tampoco estoy muy cuerda.
―Bueno, si me disculpas, tengo que seguir trabajando. ―Camina a su silla y se sienta―. Voy a llegar tarde a muchos lugares más. ―Vuelve a reír.
―¡Bien! Pero te estoy vigilando. ―Hago un gesto con las manos de como si lo estuviera haciendo.
Hace una sonrisa amigable.
―Yo también.
Me giro y voy directo a la puerta, yéndome rápido de allí. Subo a mi moto, saliendo de la comisaria, luego la arranco a toda velocidad, para ir a visitar a Merche. En un santiamén llego al departamento de mi hermana y bajo tranquila a tocar el timbre. Eiden me abre y me deja pasar.
―Está mirando la tele en la pieza ―exclama despacio y sonríe―. Qué bueno que viniste, me tengo que ir y no las quiero dejar solas ―refiriéndose a Danaya también.
―Yo me encargo, cuñado. ―Hago una pose militar cómica y lo saludo para ver cómo se retira. Cierra la puerta, entonces me dirijo a la habitación.
Me detengo en la puerta del cuarto al visualizar a Merche amamantando a la beba, recostada sobre la cama. Una imagen enternecedora.
Cuando termina me ve, se baja la remera y sonríe.
―Hola.
Dejo de estar tildada y reacciono alegre.
―Hola. ―Me siento a su lado.
―¿Quieres sostenerla? ―expresa tranquila.
―¿Puedo? ―Me sonrojo.
―Pues claro, ¿por qué crees que te lo estoy preguntando? ―Se ríe.
Agarro a la pequeña Danaya y la miro.
―Qué chiquita. ―Mis ojos se humedecen.
―¿Eh? ¿Qué te pasa? ―Mi hermana se preocupa.
―Nada, perdón. ―Me refriego los ojos―. Es que... podría tener a mi bebito si no fuera por... ―Muevo la cabeza―. Nada, olvídalo, solo pensaba que pude hacer estas cosas. ―La señalo en un movimiento rápido―. Eso de alimentar a un hijo... perdón, no recuerdas y yo te cuento como si...
―Tobías ―dice y me sobresalto.
―¿Eh?
―Se llamaba Tobías.
―¿Cómo sabes eso? ―Me sorprendo.
―No sé. ―Mira a un lado y otro―. Alguien me lo dijo.
―¿Alguien? ¿Quién? Yo nunca le dije a Eiden y Hermes no creo que te lo haya contado ―exclamo negativa.
―No sé, solo me apareció en la cabeza. ―Se la agarra, adolorida.
―Merche, ¿estás bien?
―Sí, sí, fue solo un mareo. ―Asiente y se lo piensa―. Así que Tobías.
En el trascurso de la tarde, Merche repite el nombre de mi hijo, varias veces, como si algo en su mente estuviera buscando información, y no sé por qué, pero eso me da pavor.
Tengo un mal presentimiento.
___
Nota: No hubo continuación del anterior capítulo porque en realidad no pasó nada, William abrió la puerta y Merche se fue con Eiden, fin de la información.
Atte, Vivi.
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