24: Infiel

Merche

Eiden maneja el coche con cautela, dobla en una bifurcación e intenta perder a la camioneta. Recibe otro mensaje y continúa conduciendo, aumentando la velocidad.

―Voy a tener que encargarme de esto ―susurra, luego me mira―. Sé que todo parece muy extraño, pero lo arreglaré.

―¿Quiénes son? ―pregunto nerviosa y abrazo a mi bebé.

―Alguien que te quiere hacer daño, sin embargo, no lo permitiré ―exclama aquello y mi corazón se acelera.

No sé qué pasa, pero eso sonó tan heroico.

―¿Y qué vas a hacer?

―Aguantarme mis celos y comportarme como un adulto ―explica, pero no entiendo.

¿Por qué todo el mundo habla como acertijos?

Mira hacia un costado, revisando si la camioneta nos sigue, la hemos perdido, no obstante, parece que no está muy conforme, quizás regrese. Todavía hay tramos en los que nos puede alcanzar. Dobla en una calle de doble mano y frena en una esquina. Recibe otro mensaje y rato después un vehículo estaciona en frente.

―Baja y vete con él, luego te iré a buscar ―me aclara.

―¿Ir con quién a dónde? ―Frunzo el ceño.

―Con William. ¡Pero rápido que la camioneta no tarda en llegar! Y se arruinará todo el plan ―me explica.

―¿Eh? Okey.

Bajo del coche, nerviosa, y cruzo la calle, subiéndome al otro auto. Mi amigo me sonríe mientras veo como el vehículo de Eiden se retira a toda velocidad de ahí.

Va a recibir una infracción si hace eso.

¡Merche!, olvídate de tu sentido de la justicia, sobre todo el de las leyes de tránsito y concéntrate.

―¿Me puedes decir qué pasa? ―Frunzo el ceño, mirando al rubio que empieza a conducir su coche.

Se ríe.

―Estoy más perdido que tú, solo recibí un mensaje de Eiden y vine lo más rápido que pude. Qué bueno que no tardé esta vez.

Miro a la beba y le toco la manita.

―Oye, Danaya, ¡deja de dormir y ayuda a mamá! ―Ella es la única que no miente.

Es adorable.

En el trascurso del viaje me mantengo callada y William tampoco dice nada. Una vez que llegamos a lo que supongo es su casa, me bajo del vehículo y lo sigo. Abre la puerta y entramos.

―Qué ordenado ―acoto cuando entro.

―¿Sabes? Me dijiste algo parecido cuando te invité por primera vez. ―Cierra y se ríe.

―¿Estuve aquí antes? ―Me sonrojo―. ¿Y qué hacía yo en el departamento de un hombre? ―Me toco uno de mis cachetes, avergonzada.

Qué mal pensada que soy.

―Pues... usar mi ropa, creo. ―Vuelve a reír, pero pienso que hay algo más, aparte de eso que dice. ¡¿Y por qué yo usaría su ropa?!

Ya lo malpensé de nuevo.

―¡Ya! Hablo en serio. ―Camino y me siento en el sillón―. Danaya, dile a toda esta gente mentirosa, que me cuenten la verdad. ―Muevo su manita y veo como sus pequeños ojitos se abre, provocando un nuevo sentimiento maternal―. Ay, eres tan linda.

Oigo los pasos de Will acercarse y se sienta a mi lado.

―Los niños son... la definición perfecta de inocencia y pureza misma ―exclama con un claro sentimiento añoranza. O es lo que presiento.

Algo se me pasa por la cabeza y lo suelto.

―¿Tienes hijos, Will?

No sé de dónde salió eso, pero ya lo dije.

―Sí ―susurra, sumido en sus pensamientos.

―¡Oh! No lo sabía.

Se ríe.

―En realidad sí.

Me sonrojo, avergonzada.

―Perdón, me olvidé, qué despiste. ―Sonrío―. ¿Cuántos años tiene?, ¿o es un bebito como esta cosita? ―Toco la manita de Danaya.

―No, tiene diez años y es adorable ―exclama con tanto amor que demuestra lo mucho que quiere a su hijo. Suena tan paternal y lindo. Su celular suena, entonces deja de estar perdido en su mente―. ¿Hola? Nathaniel, ¿qué ocurre? ―Se levanta del sillón―. Sí, sí, te escucho. ―Se pone serio―. Espérame un segundo. ―Tapa el sonido y me mira―. Ahora vuelvo, debo atender esto ―me avisa y camina a lo que parece ser su habitación.

Se escucha importante.

Me quedo quieta y aburrida esperando, tarda demasiado. Bufo, así que entonces con mi mano libre, busco el control de la televisión. Toco bajo el almohadón del sillón, no obstante, no lo encuentro. Bajo mi mano más adentro y este se cae más al fondo.

Mala suerte.

Estiro más mi mano y siento algo debajo, pero no es el control. ¿Eh? ¿Por qué un sillón tiene una pequeña puertita aquí abajo? Hago fuerza y la abro. No me parece correcto, sin embargo, la adolescencia la dejé hace poco, estas cosas estúpidas se hacen todavía.

En realidad no la dejé hace poco, se me entiende lo que quiero decir.

Saco la mano y adentro de allí hay un pendrive. Esto no se hace, ¿pero dónde hay una computadora? ¡Vamos a ver la pornografía que tiene William!

Por favor, es un adulto, no tiene pornografía, ¿o sí?

Encuentro su laptop y la enciendo, sentándome nuevamente en el sillón.

Rápido, rápido, rápido.

Pongo el pendrive, los nervios se me acumulan

¡Ay! ¡¿Y si me descubre qué hago?!

Muevo el mouse y abro el archivo. ¿Eh? No entiendo nada, seguro Merche de veintiséis lo hubiera comprendido. Hay mucha información aquí.

¿Acaso es un empresario y no me enteré?

Demasiados números para mi cabeza. ¡Y pensé que estudiaba de policía como yo! Ah, no, cierto, no le pregunté si terminó. De todas formas, no puede ser un empresario. ¿Dónde está su empresa sino?

Veo una carpeta y me confunde.

"Oscuridad" dice.

Qué carpeta más rara, me da curiosidad. Muevo el mouse ahí. Cliqueo, pero da error. Qué extraño. Debe abrirse con un programa.

Lo busco. ¡Y lo encuentro! Debe ser este.

¿Por qué tanto misterio? Vuelvo a Cliquear.

¡Contraseña! ¡¿Me estás cargando?!

Esto es una pérdida de tiempo.

Cierro la laptop y apoyo a Danaya en el sillón. Camino a la habitación con el pendrive en la mano. ¿Sonará estúpido si le pregunto? Me detengo al oírlo hablar por teléfono todavía y espero detrás de la puerta.

―Ya te lo dije Nathaniel, córtale los dedos.

Trago saliva al oír eso y me paralizo. Me sobresalto cuando se abre la puerta, pero escondo el pendrive en mi pantalón y me mira, detenidamente.

―¿Desde cuándo estás ahí? ―pregunta serio y da miedo.

―¿Qué...? ¿Qué quisiste decir... con cortar los dedos?

Sonríe y aunque me parece una sonrisa muy verdadera, siento la sensación de que es falsa y me atemorizo más.

―Mi amigo no sabe cómo se cocina un lechón, debes cortarle los dedos primero, porque la grasa se acumula ―explica, tranquilamente, hablando de cómo preparar un cerdo.

Suena muy convincente.

¿Pero por qué no le creo?

Ciertamente, mirar ese archivo me pareció muy sospechoso, pero, ¡es William!, ¿qué puede ocultar?, ¡es mi amigo! Debo estar confundida, y seguro delirando por mi amnesia.

Sin embargo, no me atrevo a decirle lo del pendrive y lo mantengo oculto.

―Ah, ya veo, no sabía que se cocinaba así. ―Retrocedo y él camina hacia adelante.

Me observa muy detenidamente.

―¿Qué ocurre?

―No sé. ¿Algo tendría que ocurrir? ―exclamo nerviosa y mira al sillón―. ¿Qué? ¿Qué hay con Danaya? ―Intento disimular lo que parece inevitable.

―Lo tienes. ―Levanta la mano―. Devuélvemelo ―expresa serio.

―¿El qué?

―El pendrive, devuélvemelo, Merche.

―No tengo nada. ―Continúo retrocediendo, pero me agarra de la cintura y me sobresalto―. No... no lo tengo. ―Siento mis mejillas arder.

Sonríe.

―¿Por qué estás asustada? Me tienes miedo ―me provoca y frunzo el ceño.

―¡Nada que ver! ―le grito.

―Entonces dame el pendrive.

―¿Qué tiene el pendrive? ―exclamo determinada.

―Ves que lo tienes, mentirosa. ―Me hace cosquillas.

―¡No, no, William! Ja, ja, ja. ―Me caigo al suelo de tanta risa―. ¡Para! Ja, ja, ja.

―Te atrapé ―dice casi sobre mí y teniendo el pendrive en la mano―. Qué mentirosa eres.

―¿Qué tienes ahí? Yo vi ―pregunto confundida y a la vez nerviosa.

―Conoces a mi madre, está loca, le gusta mezclar cuentas y esas cosas, ¿qué más querías que tenga?

―¿Eh? No, no sé. ―Bajo la vista, sintiéndome avergonzada―. Eh, Will, esta posición... no me parece la adecuada.

Parece que se lo piensa de manera muy seria.

―Ciertamente. ―Se acerca a mi rostro.

―¿Qué estás haciendo? ―digo sonrojada.

―No tengo idea. ―Roza mis labios y hasta casi se lo permito.

Pero el timbre suena.

Y nos quedamos tildados, mirando la puerta, luego de un silencio se escuchan unos golpecitos en esta.

―Hey, William, soy Eiden, vine por Merche y Danaya, ¿estás ahí?

¡Oh, cielos! Por poco y me convierto en infiel. Aunque en realidad no tengo idea quién es el chico que está detrás de la puerta.

¡Tu desconocido, idiota!

Oigo en mi mente y me sobresalto. ¿Mi desconocido? No sé por qué, pero siento que lo llamaba así antes a Eiden.

Me siento confundida.

Miro a William. Y esto no debió pasar.

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