21: Saber
Eiden
Abro los ojos. Me duele toda la espalda, maldito colchón. Me siento y miro la ventana, ya es de día. Me contracturé todo, durmiendo con esto en el piso, es muy incómodo. Muevo mis brazos, adolorido, y me levanto de al lado de la cuna de Danaya. Me sorprendo al ver que no está ahí, pero me calmo al oír a Merche cantar desde el baño. Parece que le da una ducha. Un momento...
¿Cantar?
Me acerco despacio al baño y la veo mientras le pasa un pañito húmedo en el lavabo a la beba. Ella canta. Merche no canta, nunca ha cantado.
Eso es tan raro.
Suena el timbre y me sobresalto. Camino hasta la puerta, para que no sepa que la estuve espiando, luego aviso:
―Yo voy.
―¡Okey! ―me responde ella, tranquilamente.
Abro la puerta y levanto una ceja, cuando veo al castaño.
―Hermano.
―Tuve una reunión está mañana y me pareció prudente hablar contigo. ―Hermes pasa y cierro la puerta.
Ah, ¿sí? No sé ni qué hora es.
―De acuerdo, cuéntame. ―Asiento.
Mira a un lado y otro.
―¿Tu chica no va a escuchar? ―pronuncia en seco.
―No, está... cantando ―digo sin poder creerlo―. Quiero decir... ―Reacciono―. Está ocupada con la bebé y no creo que escuche nada.
―Bien, tres cosas que decirte. La primera, madrastra Leandra ha vuelto para molestar...
―¡Puf! ¿Y esa mujer qué quiere ahora?
―Dice que las redes de trata están enfrentadas, no se equivoca, pero culpa a la "infiltrada", ¿te suena? ―agrega.
Frunzo el ceño.
―Quiere culpar a Merche por la muerte de su hijo, ¿por qué no culpa a S? ―exclamo con molestia―. Él lo mató, maldita mujer rencorosa.
―Porque prefiere desahogarse con algo que sí puede atrapar, S es invisible para ella, en realidad para todos. ―Levanta un pendrive―. Por ahora.
―¿Qué tienes ahí? ―Entrecierro los ojos.
―Es una copia del video de una carrera que hizo S, ¿tu amigo puede codificarlo, verdad? Oí que es bueno con los videos ―acota.
Lo agarro.
―Sí, Luke puede.
―Confío en que no se lo dirá a nadie. Ambos sabemos que S siempre está un paso adelante de nosotros, asegurándose de cualquier cabo suelto. Contrataría a un experto, no obstante, ya desconfío de todos ―aclara.
―Luke es de confianza y sabe de estas cosas, no es ningún aficionado. ―Sonrío y guardo el pendrive, en el cajón del mueble.
―Tercero, ¿tus negocios con T continúan? ―pregunta directo―. También escuché que es su padre.
Frunzo el ceño de nuevo y vuelvo acercarme hasta él.
―Ese es mi asunto, no el tuyo.
―Tú sabrás lo que haces, mientras no se meta conmigo, yo no me meteré con él. Aunque gracias a eso, más policías tienen a todos en la mira y L quiere culpar de eso también a tu chica. Dice que si la eliminan, el problema se acaba, porque ella comenzó. Y la verdad, no se equivoca ―repite.
―No me provoques ―exclamo molesto.
―No lo hago, soy sincero. Además, si estaría en contra de mi cuñada, no les hubiera dicho que tiene amnesia y que ya no es un problema ―me cuenta y lo escucho, detenidamente―. Pero la guerra no se va a detener por eso, dalo por seguro.
―Tienes razón ―pronuncio pensativo.
―¿De qué guerra están hablando? ―Me sobresalto al oír su voz y levanto la vista. Sostiene a Danaya con una toalla mientras se acerca hasta nosotros, frunciendo el ceño―. ¿Están hablando de una película? ―Después sonríe y el alivio llega a mí.
―Sí, la guerra de las galaxias ―responde Hermes, tranquilamente.
―Ah, esa no la vi ―expresa pensativa―. No soy muy fanática de los extraterrestres.
―Yo tampoco, pero Malya ve de todo tipo ―aclara él sin ningún problema.
Ella se ríe.
―Es cierto.
Es tan raro verla hablar con Hermes de esa manera.
―Pues ya me voy. ―Mi hermano me observa, yo asiento, para luego caminar y abrirle la puerta.
―Nos vemos, cuñado ―Merche lo saluda, agitando la mano, mientras con la otra sostiene a la beba.
Él hace un movimiento con la suya y se retira. Cuando cierro la puerta, mi chica deja de sonreír.
―¿Y a mí por qué me miras mal? ―digo desconcertado.
Rueda los ojos.
―Dormilón.
―¿Disculpa? ―Levanto una ceja―. Yo soy el que duerme en el piso y el que controla a la bebé mientras tú duermes.
―Tú te ofreciste, yo no me quejo. ―Camina, se sienta en la silla que está al lado de la ventana y se queda tildada, mirando al cielo.
El vidrio está abierto, así que hay un poco de viento, su cabello se mueve y corre un mechón de pelo que le molestaba. Es muy bonita, parece una hermosa pintura, con esa mirada perdida en sus ojos.
―No me gusta estar aquí ―susurra.
Camino y me siento en la silla que está en frente de ella.
―Esta es tu casa, ¿a dónde quieres ir?
―No sé. ―Mueve los hombros y baja la vista―. Pero no me gusta, no la siento mi casa. ―Hace una pausa para pensar―. Aquí no está mi hermana, ni tampoco mi tía, aunque me caiga mal. ―Me mira―. Solo estás tú, que ni te conozco. ―Observa a Danaya―. Y esta cosita. ―Sonríe, luego suspira―. Pero me molesta tanto no recordarla. ¡Estuvo en mi panza, cielos! Eso es tan extraño. ―Me vuelve a ver―. Ni siquiera sé si se movía mucho, ¡no recuerdo ni una estúpida patadita! La cual es tan importante. ¿Las daba? ¿Daba muchas? ―pregunta emocionada y me sobresalto.
Estaba muy atento a sus gestos que no me di cuenta.
―No... no lo sé.
Frunce el ceño.
―¿Cómo que no lo sabes? ¿No eres acaso el padre? ¿No te contaba nada? ¿Estábamos peleados en ese momento?
―Mu... muchas preguntas juntas.
Se percata.
―Ah, lo siento. ―Se sonroja y baja la vista―. Pero responde.
―No puedo.
Regresa a fruncir el ceño y a volver a mirarme.
―¿Por qué?
Porque eso es un evento traumático.
―El doctor...
Rueda los ojos e interrumpe mi respuesta.
―¿Tú también con eso de que el doctor dice de no recordarme algo que me estrese? Primero William y ahora tú. ¿Mi vida es tan traumática que no se me puede contar nada? ¿Qué puede ser tan terrible que me cause una recaída en estos siete años que perdí? U ocho, no sé. ―Bufa, estando molesta―. Cuéntame de mi embarazo, ¿tanto te cuesta? ―se queja.
―Es que... no estuve ahí ―exclamo avergonzado.
Si tan solo no te hubiera secuestrado Clow, podría contarte.
¡Maldita sea! Hasta muerto me hace la vida imposible.
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