20: Reina

Hermes

La cama rechina por el movimiento, nuestros cuerpos desnudos sudan, me muerdo el labio inferior estando excitado y dentro de ella. La dejo sin aliento, tengo mi pulgar en su boca y su saliva cae. Su trasero se contrae al yo tener mi otra mano con mi índice levemente en su cavidad. Tengo a Malya completamente a mi disposición y su cuerpo me corresponde con cada embestida. Más me muevo, más se excita, la llevo al borde del abismo.

―Mm... ―chilla, pero no puede hacer más que eso. Yo controlo todo lo que ocurre en este mismo momento, pero le gusta que lo haga.

¿Por qué? Por sus reacciones, su rostro rojo por la excitación, los constantes orgasmos de su feminidad, que solo fluye y fluye. Vamos, la cama es una mar de éxtasis y necesito sábanas nuevas.

―¿Te gusta? ―pregunto y asiente, moviendo su cabeza, levemente, así que aumento el ritmo.

La dejo respirar, sacando mi dedo por un instante y gime.

―Ah. ―Pero vuelvo a meterlo, volviendo a ser yo quién dirige el momento de sus gemidos.

No es que no me guste oírla, no obstante, también me gusta jugar y provocarla. Hacer lo que yo quiera y que me deje, es tan divertido. Nos complementamos, porque a ella no le molesta que la domine y a mí me encanta dominar todo a mi antojo. Se remueve debajo de mí, sin saber qué hacer, porque está limitada. De vez en cuando me clava las uñas, pero es porque es demasiada excitación de una sola vez, y hoy estoy juguetón.

―Oh, Malya. ―Cierro los ojos, sintiendo el placer. Oigo el timbre y los abro. ¿Quién es ahora? Continúo arremetiendo sin compasión. Ya casi llego, no me interrumpan. Mi mujer se remueve debajo de mí al sentir el segundo timbrazo―. Espera... un poco más.

Nadie me va a interrumpir este momento.

―Hermes... ―me llama mi mujer cuando quito mi dedo otra vez―. Ah... el timbre.

―Que esperen. ―Saco el otro del agujero y presiono su nalga.

―¡Ah! ―Su espalda se enarca.

―Primero tengo que llenarte de mí. ―Sigo embistiéndola con fuerza.

―¡Uf! Sí. ―Mira para un costado muy sonrojada, casi cerrando sus ojos por la excitación.

Cuando creo que ya he retenido lo suficiente, me corro, dejando que todos mis fluidos se adentren en todo su ser. Malya lanza un gemido en alto al llegar a otro orgasmo, y por mi parte, hago lo mismo, cayéndome sobre ella, agitado.

El timbre suena por tercera vez y ya me estoy empezando a irritar.

―Voy a matar al imbécil que está tocando el maldito timbre.

Mi esposa se ríe.

―Tampoco para tanto.

Aprisiono sus manos.

―Yo decidiré eso ―aclaro con mi rostro sin expresión y se sonroja, mirándome directo a los ojos.

―Vale ―exclama tímida.

―¿Quieres jugar otra vez? ―Me acerco a sus labios.

―Mm, eh... ―El timbre suena de nuevo―. ¡Mejor atender, puede ser importante! ―pronuncia nerviosa, también algo avergonzada.

Noto como su intimidad se acopla a mi órgano viril.

―¿Segura? Creo que tu cuerpo quiere otra cosa.

El timbre suena otra vez. Sí, definitivamente mataré a esa persona.

Me separo de su cuerpo y me levanto, comenzando a vestirme. La miro cuando agarra su corpiño y detengo su acción tomando su mano.

―¿Qué? ―Se sonroja.

―Quédate aquí, vamos a repetir ―ordeno.

―¿Eh? ―Su rubor aumenta―. Pero...

La beso, dejándola sin aliento, y me separo un poco, rozando sus hermosos labios.

―Volveré y te haré mía todas las veces que yo quiera.

Levanta la mano, que no estoy sosteniendo, y la posa en uno de sus cachetes con calor.

―Bueno, pero no tardes.

―Por supuesto que no. ―La suelto y me dirijo a la entrada principal de la casa.

¿Quién es el imbécil que toca el timbre a las tantas de la mañana?

Pongo mi mano en mi arma oculta en mi chaqueta y abro la puerta, visualizando a un policía. La Magnum está oculta, así que estoy más que tranquilo.

―¿Qué se le ofrece, oficial? ―Lo miro, detenidamente, es ese tal Galván.

―Tengo entendido que es el cuñado de la señorita Becker, y que también es fiscal ―exclama calmado.

―Sí, así es.

―Y también es uno de los hijos del desaparecido ―habla de mi padre.

―Exactamente.

―No hemos tenido la oportunidad de conversar en el hospital, señor Rockefelle. Me gustaría hacerle unas preguntas...

Lo interrumpo antes de que continúe.

―No pienso que sea el momento, ni la hora, pero si quiere puedo presentarme en la comisaria esta misma tarde al terminar de trabajar ―le aclaro en seco.

―Vaya, nadie se ofrece de esa manera, sospechoso. ―Sonríe.

―No, estoy en un momento íntimo con mi mujer y no puedo dejarlo pasar, teniéndola en paños menores ―le explico, tranquilamente, como si estuviera hablando de algo tan casual.

Levanta una ceja.

―Mil disculpas entonces, esperaré su visita ―agrega y se retira.

Este tipo va a traer problemas. Cierro la puerta y me dirijo a la habitación.

―Malya, puedes vestirte, me tengo que ir ―le aclaro.

―¿Eh? ―Se sorprende―. ¿A dónde? ―Hace puchero―. Me dejaste con las ganas.

―Es sábado, pero recordé que debo encargarme de algunos asuntos, no seas caprichosa que después seguimos.

Infla los cachetes.

―Malo.

―Concéntrate en lo importante, ¿tomaste las pastillas que te recomendó el ginecólogo?

―¿Las de fertilidad? ―pregunta confundida.

―Sí ―digo en seco.

―Uh, no ―exclama nerviosa―. Es que me confundo con tantas pastillas ―refiriéndose a las de la depresión.

―Anótatelo en un papel ―le recomiendo.

―¡Sí, jefe! ―Levanta la mano como una niña y causa gracia, pero claro, en mi rostro no se nota aquello. Es como si me estuviera riendo por dentro.

―Ya me voy. ―Le doy un beso rápido, antes de que me lance encima y me retiro, caminando a paso veloz por las dudas.

Subo a mi coche y abro el garaje automático para salir. Me cercioro que no haya nada sospechoso, ese policía me puede estar siguiendo la pista, y cuando no lo veo por ninguna parte mientras conduzco, tranquilamente, aumento la velocidad de mi vehículo.

Tengo una cuenta pendiente con B, mejor deshacerse de mi enemigo antes de que la policía se ande metiendo en donde no le compete. Mientras conduzco un auto rojo se frena delante de mí y tengo que detenerme a la fuerza.

Reconozco el vehículo, lo hizo apropósito para que lo siga y cuando arranca eso es lo que hago. Esa locura, al conducir, es obvio quién es.

Es el Señor Z.

Maneja muy rápido, pero yo no me quedo atrás. La velocidad es impresionante, él sabe moverse en la calle y sin que nadie pueda atraparlo.

Es el mejor en las carreras de autos.

Hasta he apostado por él varias veces, Style está complacido con Z, cuando viene a su lugar ilegal, gana mucho dinero. Se detiene y estaciona con una maniobra muy veloz y salvaje hasta casi sobre la cera. Impresionante.

Bajo de mi auto cuando me freno y miro que tenemos en frente al edificio llamado El Nombramiento. Parece que se acerca una reunión de Señores Letra y si no fuera por Z ni me hubiera enterado.

―¡¡Eso estuvo mortal, H!! ―grita, levantando las manos, alocado, el morocho con mechas rojas en la cabeza―. ¡Hay que repetir!

―No, gracias. ―Camino hasta él.

―¡¿Eh?! ¡¿Qué pasó?! ¡¿No competías con S, vos?! ―exclama animado.

―¿Qué quieres decir?

―¡Estuvo en las carreras el otro día! ¡Fue mortal! ―Levanta sus dedos como rockero cuando habla. Este chico es un personaje. Y uno trastornado. Mejor no cruzarse con él.

―¿S estuvo en las carreras? ―Enciendo un cigarrillo.

Malya me lo ocultó.

―¡Sí! ¡¿Puedes creer?! ¡Y me ganó! ―Apoya sus manos en su cintura―. No sé qué tipo de entrenamiento tuvo, pero eso fue, ¡espectacular, inhumano, mortal! ―Mueve sus manos mientras continúa con su extraña forma de platicar.

Continúo fumando.

―Ya veo. ―Hago una pausa, pensando―. ¿Tú gravas todas tus carreras, cierto? ―Asiente alegre cuando le pregunto―. ¿Tienes la de ese día? Me encantaría verla.

―¡Claro! Te hago una copia y te la mando. ―Se ríe.

Tiro el cigarro y lo piso para caminar hacia dentro.

Voy a descubrirte, S.

Al entrar a la sala principal, visualizo a varios Señores Letras, no todos, ya que a algunos estas reuniones no les importan y a otros no les avisan, pero prefiero mantenerme al tanto.

B puede esperar.

El muy cobarde tampoco se presentó, a quien sí veo es a T. Sabe que no voy a matarlo porque Eiden todavía necesita de él, pero no importa, si vuelve a meterse en mis asuntos, lo asesino igual.

―¡¿Quién convocó esta reunión?! ¡¡Qué me aburro!! ―grita Z, alegre.

―Fui yo.

Esa voz...

Me giro y la mayoría al verla se ponen nerviosos, la mujer más peligrosa de todas las redes de trata está aquí. Quien no le tiene respeto, se equivoca al no hacerlo. Aunque nunca pensé volverla a ver otra vez, luego de lo ocurrido. Miro su mano que tiene una cicatriz y levanto la vista a verla a sus ojos grises.

Tomo aire. Esto es malo.

―L.

―Hola, hijastro. ―Sonríe, la cobriza, regocijándose con la visión de todos alrededor. Si hay una Reina en este mundo de corrupción, es ella.

La madre de Clow.

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