2: Ruger

Malya

Aprovecho la oportunidad y doy la estúpida excusa de que tengo que ir al baño, aunque en realidad voy directo a perseguir a S. Lo visualizo caminando y hablando con sus compañeros de trabajo. Dejo de seguirlo cuando me detengo al ver una sala, al parecer donde están todos los cubículos de cada policía. Entro y busco el que diga "Stefanoski", lo encuentro al lado del que dice "Becker". Cierto, son compañeros, es obvio que están al lado.

No hay nadie, me apresuro a revisar.

Lentamente, deslizo el cajón y mis ojos se abren en grande cuando la veo. Es la misma y no solo la marca. Es idéntica a la que usó aquella vez.

Ruger MK.

Es su arma.

Despacio, me acerco para agarrarla, pero antes de tocarla una mano se posa sobre la mía y me paralizo.

―Robar en una comisaria parece peligroso. ―Reconozco su voz y me giro rápidamente.

Trago saliva.

―William.

Sonríe y se aleja.

―¿Sí?

―No estaba robando. ―Bajo la vista y siento que empiezo a respirar agitada.

―Estoy altamente calificado como para deducir que era obvio que me estabas robando, por suerte no soy un policía malo.

Lo miro un segundo y vuelvo a bajar mi visión.

―¿Qué es eso de policía malo y policía bueno que hablan ustedes? Digo, me refiero a Merche.

Se ríe.

―¿No ves series o pelis de policías? ―pregunta, pero al ver que no respondo decide explicar―. En esas historias siempre hay un poli malo, el cual interroga al delincuente de mala manera y en caso contrario, el poli bueno, media la situación, lo interroga amablemente. ¿En serio nunca viste de ese tipo de novelas? Está lleno.

―Mm, no. ―¿Por qué estoy hablando de esto? Simplemente, tengo que encararlo―. ¿Quién eres? ―Lo miro directo a los ojos, aún nerviosa.

―Tú ya sabes quién soy, es obvio. ―Continúa alegre.

―Eres S.

Sigue sonriendo.

―Viste que fácil es decir una letra.

―¡¿Cómo?! ¡No puedes ser tú!

―¿Por qué? ¿Por qué soy torpe? ―Utiliza las mismas palabras que usa con Merche.

―No eres tan estúpido si llegaste hasta aquí. Tú, maldito acosador, ¡¿qué planeas?! ―Frunzo el ceño y me sobresalto cuando se acerca a mi oído.

―Ya te lo dije, prefiero admirador ―susurra para luego apartarse―. Aunque ya no puedo ser secreto.

―Acosador, admirador ¡No importa! ¿Por qué? ¿Por qué seguirme con tanta insistencia? Has llegado hasta el punto de trabajar aquí ¡Es una locura!

Se ríe.

―Eso es culpa de Merche, no tuya. Después de todo, conozco de ti, gracias a ella. Entonces, comenzó a darme curiosidad y te busqué, simplemente cuando te encontré, no lo podía creer. Para Merche eras una chica que mantenían cautiva como lo fue ella, y sin embargo, te convertiste en algo más que una simple prostituta. Felicitaría al Señor H, pero si se entera me aniquila. ―Vuelve a reír.

―Eres un cobarde que se oculta tras una máscara ―lo agredo molesta.

Niega con la cabeza.

―No, yo sigo siendo William Stefanoski. Y no entiendo por qué me tienes tanto miedo, si no te he tocado ni un pelo.

Tiene razón, pero...

―Sigues siendo un acosador. Además, ¿cómo es eso de que sigues siendo William Stefanoski?

― Tengo una doble vida, ¿lo olvidas? No soy solo el Señor S.

―Estás loco.

―Nunca dije que estuviera cuerdo, ser el líder de los líderes de las redes de trata, no creo que sea un trabajo para un cuerdo.

―No me importa, le diré a Merche ―amenazo.

―No creo que ella te vaya a creer ―se burla―. ¿Lo olvidas? Soy como su hermano y tú en estos momentos no estás en buenos términos con ella como para que... digas tal mentira ―exclama con sarcasmo lo último.

Sonrío.

―Bueno, tú te lo buscaste, le diré a Hermes y estarás muerto.

―No le tengo miedo al Señor H, pero, ¿segura que quieres hacer eso?

―¿Eh? ―Lo miro confundida―. ¿Por qué lo dices?

―Soy el Supremo Señor Letra, si yo caigo, todos los Señores Letras caen, o sea, la red se destruye ¡Boom! Adiós Sociedad de Letras, no hay sucesor, no hay nada. ¡Qué mal! Hermes pobre, o quizás muerto o arrestado, ¿quién sabe? Mejor dejar las cosas como están, ¿no te parece?

Presiono mi puño. Esto tiene que ser una broma.

―¿Qué planeas?

―¿Yo? Pues... ―De repente suena su celular y se detiene, se queda tildado mirando la pantalla, su dedo tiembla, pero desvía la llamada―. Me tengo que ir. ―Se gira.

―¿Disculpa? Tú no te vas, exijo respuestas. ―Lo agarro del brazo y me mira, entonces lo suelto―. Dime ―insisto.

Sonríe.

―No deberías estar persiguiendo a otro hombre que no sea tu esposo. Cuidado, se puede enterar de lo nuestro.

―No hay "nuestro", ¿de qué nuestro hablas? ―exclamo alterada.

Se ríe, pero no me responde, termina por retirarse. Lo sigo, sin embargo, me detengo en la puerta, cuando me encuentro con Hermes.

―El baño no es ahí ―dice mi marido sin expresión.

―Me... me perdí. ―Bajo la vista, sonrojada.

―Más bien, me mientes, otra vez.

Frunzo el ceño.

―Yo sigo enojada contigo ―me defiendo de una manera equivocada, pero no tengo otra.

―Ya te expliqué qué ocurrió, deja tus caprichos.

―No. ―Retrocedo cuando intenta tocar mi mejilla y subo la vista, encontrándome con sus ojos azules―. Me dijiste que la olvidara y ella también está en tu contra, entonces luego descubro que a mis espaldas hacen tratitos. ¿Cómo quieres que no me enoje? ¿Cómo quieres que confíe en ti si me mientes?

―No te mentí ―exclama cortante.

―Para mí eso es una mentira. ―Me cruzo de brazos.

―Que no haya tenido oportunidad de contarte, no significa que te haya mentido ―me explica.

―Bueno, pero... ―Okey, perdí de nuevo.

―No tienes justificaciones, tú eres la única que no es sincera.

Mis ojos se humedecen, como la niña pequeña que soy.

―Cállate. ―Me los refriego.

―Llorar no soluciona nada.

―Tú lo dices porque no puedes llorar. ―Golpe bajo, me pasé.

―Fui entrenado para no sentir emociones. ¿Cuál es el punto de esta conversación? Estamos hablando de tus mentiras, no de mi personalidad.

―Lo siento. ―Hago puchero.

―Perdonar no está en mi vocabulario y lo sabes.

―De todas formas no te diré nada. ―Muevo mi visión para un costado.

―De acuerdo, no me digas nada. ―Se gira para irse y lo detengo, agarrando su chaqueta―. ¿Qué? ―Me mira y me sobresalto.

―No te enojes. ―Bajo la vista, sonrojada.

Pues ya perdí, ¿dónde quedó mi indignación por lo sucedido?

Nuevamente, intenta posar su mano en mi mejilla, esta vez lo dejo, se acerca a mis labios y mi corazón se acelera. Cierro los ojos cuando comienza a besarme y le correspondo, uniendo nuestras lenguas en un sinfín de sensaciones.

Cuando su mano pasa bajo mi remera lo detengo.

―Estamos en una comisaria ―le aclaro.

―Mejor... ―susurra en mi oído―. Hagamos un hijo ilícitamente.

―No, ¡qué vergonzoso! ―Me aparto―. Además, si nos atrapan en una situación así...

―Ya sabes, hay que probar en todas partes. ―¿Se burla de mí? Han pasado años y todavía no lo logro descifrar con esa cara de póker. Me agarra de la cintura―. Solo hay que cerrar la puerta.

―No.

―¿No te calienta lo prohibido? ―Retrocede y cierra tanto la puerta como la ventana.

―¡Pervertido! ―le digo en alto.

―Tú me haces pervertido, responsabilízate. ―Se me acerca, agarra mi rostro y me besa, a lo cual le correspondo para luego apartarme.

―¡Basta! ―Me tapo los oídos―. No voy a caer en la tentación. No te escucho, no, la, la, la... ―Vuelve a acercarse, pero esta vez me agarra el trasero―. Ah ―gimo.

Mierda, ya me excité.

―Qué rápida ―acota y frunzo el ceño.

Lo empujo, apartándome nuevamente.

―No vamos a tener sexo.

Camina hasta mí y susurra en mi oído.

―No es tener sexo, es hacer el amor ―me corrige y con ello se me eriza la piel, mientras mi corazón se acelera mucho más rápido que antes.

―Eh, mm, ¿y así cómo me puedo negar? ―exclamo nerviosa.

―Pues no lo hagas. ―Me besa y me abrazo a su cuello.

Retrocedemos y seguimos besándonos intensamente hasta que mi espalda se choca contra la pared. Su mano pasa a mi trasero nuevamente y lo presiona, yo al instante gimo.

De repente la puerta se abre y me sobresalto. ¡¿No la había cerrado?!

―¡Ups! Lo siento. ¿Interrumpo algo?

Hermes se separa de mí.

―No hay problema, Will.

―Olvidé algo. ―Sonríe S y camina hasta su cubículo, agarra su arma―. No puedo atrapar a los malos sin esto. ―La levanta y camina hasta la puerta―. Una recomendación, mejor usar la traba, en vez de la llave.

―Lo tendré en cuenta.

―Ah, y el comisario dice que quiere agregar algo a la conversación. ¡Qué torpe soy! Casi me olvido. ―Se ríe y luego se retira.

―Ahora regreso ―exclama mi demonio.

―Eh... no, yo mejor iré a casa ―le aclaro, nerviosa.

―De acuerdo. ―Asiente y se va.

¡Ay, estos nervios me van a matar! ¡Y encima ese imbécil interrumpe! ¡Me tiene harta! Aunque era obvio que alguien entraría, ¡¿por qué tenía que ser él?! Me pone peor.

~~~

Estoy en casa y ya es de noche, debí haber seguido a Hermes en su trabajo de falso fiscal, me divertiría más. Bufo y miro el reloj. ¿Cuándo viene? Me aburro. Debí haberme puesto a escribir o encargarme de algún trabajo, no estar sentada aquí, pero es lo que le dije que haría a mi marido. No voy a retractarme de lo que le avisé.

La puerta se abre y sonrío, corriendo hasta esta. Mi sonrisa se borra cuando lo veo entrar.

―¿Qué te pasó? ―Tapo mi boca por el horror. Su hombro está lleno de sangre. Lo sostiene mientras le duele.

Camina por el pasillo, llega hasta el sillón y se sienta.

―Dame el botiquín ―me ordena y lo busco para rápidamente entregárselo.

Veo como se saca la chaqueta y la camisa, quedando solo su torso desnudo. Agarra un pequeño cuchillo y se lo clava en la zona herida, yo veo cómo lo mueve dentro mientras noto su dolor en el rostro. Observo como la sangre cae hasta que en un momento, visualizo como se saca la bala. Suspira, pero luego agarra una aguja y comienza a coserlo volviendo a notar su dolor.

―Listo ―exclama cuando termina.

Respiro agitada y me siento a su lado, tomo el botiquín.

―Se te va a infectar. ―Saco gasas y el desinfectante, para luego ponerle cinta, para que no se le caiga―. ¿Qué pasó? ―repito mi pregunta―. ¿Quién te disparó?

Frunce el ceño por un segundo.

―Eiden. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top