4: Compartir

Christofer

La mujer de cabello azabache, tan oscuro como la noche, con sus ojos de perlas, impregnados en el manjar que le he comprado, observando el plato de manera tan delicada, mueve despacio sus pestañas para al fin mirarme.

―¿Qué? ―dice de manera tosca.

Sonrío y tomo un poco de vino, observo detenidamente el restaurante y vuelvo la mirada a nuestra mesa, luego decido contestarle con tranquilidad.

―Aunque me deleita tu presencia, me sorprende que no hayas intentado escapar, podrías gritar ahora mismo ―sugiero.

―No sé a qué estás jugando, pero no voy a caer en eso.

―El doctor encontró pastillas debajo de tu cama ―Bebo otro sorbo.

―¿Y? ―Alza una ceja.

―Si estás lucida te sería más fácil huir, ¿no crees?

―No entiendo a dónde quieres llegar.

―A la verdad, la historia de la Sociedad de las Letras.

―Ya la conoces, ya te la conté ―expresa cortante ―, y te recuerdo que lo hice mientras desvariaba, así que no te convengo lucida ―aconseja.

―¿Por qué te aferras al pasado?

―Porque es lo único que conozco ―expresa serena ―¿Y tú?

Huelo el aroma de mi copa.

―Me intriga bastante, casi podría denominarme historiador.

―Uno corrupto.

Me río ante su acotación.

―Touché.

―¿Qué quieres de mí?

―Ya te dije, conocerte.

―Eso es más falso que toda esta fachada que armaste para convencerme ―Señala la mesa llena de manjares y vinos caros.

―¿Qué tiene de malo que un hombre quiera conocer a una mujer?

Se acerca a mi rostro despacio.

―Pues que no la secuestras.

―Touché, he perdido otra vez ―Me río.

―¿Pues vas a responder entonces?

―¿Qué deseas que te conteste? ―Continúo con mi semblante tranquilo.

―¿Qué quieres de mí?

Me relamo los labios y me acerco también a su rostro.

―Todo.

Deja de estar inclinada en mi dirección y se sienta derecha para alejarse.

―¿Qué obsesión tienes conmigo? No me conoces.

―Madeleine yo... ―Bebo un poco más de mi vino y luego dejo la copa a un costado ―tu existencia para mí es muy valiosa, eres la persona más importante de la Sociedad de las Letras, eres la esposa de Raid Rockefelle, tienes la sangre de Ellie Divine y la de Jayce Markov, eres un monumento viviente. Estoy seguro de que un montón de mafiosos quisieran conocerte y sin embargo, no saben que estás viva, no pueden hacerte daño, nadie puede, te aseguro que estoy aquí porque quiero ayudarte y protegerte, si fueras a un hospital de verdad, todos sabrían de tu existencia, ¿no crees?

Se queda en silencio mirándome, pero solo me corrige una cosa.

―Mi padre es Dean Rockefelle ―expresa fríamente.

―Si fuera así, serías prima de Raid ―contrataco y se queda perpleja.

Baja la vista indignada.

―No digas bobadas ―Le molestó mucho esa aclaración.

―Sabes que es cierto, pero no lo quieres admitir.

―No importa, Dean me crio cuando era pequeña y eso es lo único que me interesa, además Jayce Markov, ese hombre, solo con oír su apodo ya trae problemas.

Señor Oscuridad.

Toco su mano y me mira.

―No tienes que preocuparte por nada, quiero ayudarte, pero si no me dejas, no puedo hacerlo ni un poco.

―¿Qué hay de mis hijos? ―pregunta de repente.

―¿Qué quieres decir?

―Te jactas de que deseas ayudarme, protegerme, pero no te apetece contarles que estoy viva.

Suelto su mano y la observo fríamente.

―Menos personas sepan mejor ―Luego le sonrío otra vez ―. Además, ya te lo aclaré ¿No preferirías estar bien mentalmente antes de hablarles? Piénsalo, Madeleine, se pondrán contestos al verte, pero también se preocuparan.

Baja la cabeza triste.

―No juegues con mis emociones de madre.

Acerco mi mano y toco su barbilla, entonces sube la vista a mirarme.

―No lo hago, solo te digo lo que va a ocurrir, no quiero hacerte daño, eres muy preciada para mí, Madeleine, jamás pensaría algo como eso.

Golpea mis dedos y aleja su rostro.

―Eres muy convincente, pero no voy a caer.

Sonrío, luego apoyo mis codos en la mesa, para acto seguido cerrar ambas manos juntas en puños y posar mi cabeza ahí.

―Ya lo veremos ―digo con confianza.

~~~

De vuelta en la compañía Cristales, el guardia y el medico acompañan a Madeleine a su habitación. Ya cerraremos el edificio, pero mi secretaria me interrumpe en mi oficina, informándome de la llegada de alguien. Normalmente no atendería cuando es tarde y ya estamos todos a punto de irnos, pero el nombre de esa mujer me descoloca.

Mi recepcionista se va y me siento en la silla de mi escritorio, entonces visualizo a aquella fémina, con una silueta hechizante, muy buenas curvas, cabello negro, voluminosos pechos y unos labios carnosos pintados de rush rojo. La mujer sonríe con malicia y le hago una señal para que se siente, a lo que acepta mi ofrecimiento rápido.

―Estoy impaciente por conocerla, Leandra ―Le sonrío tranquilo ―¿O debería decirle Señora L? Había oído que estaba en la cárcel ―acoto.

La fémina peligrosa sonríe con superioridad y cruza sus piernas mientras se encuentra en su silla, se ve muy cómoda mostrando toda esa confianza.

―Sí, pero ya salí, no pueden atraparme por siempre ―se burla.

―Se ve que es una mujer ingeniosa.

Se ríe.

―Gracias, es lo que espero que todos los hombres piensen de mí.

―¿Qué la trae por aquí?

―Una llamada telefónica, un rastreador y mucha intriga ―Se relame los labios ―. Creí que una persona estaba muerta y resulta que no, así que vine a averiguar sobre ella.

―¿Ella? ―Alzo una ceja haciéndome el que no comprendo.

―Mi amiga, Madeleine.

―No tengo idea de qué me hablas.

―Ambos sabemos que no puedes engañarme por siempre ―Se levanta de su asiento y rodea la mesa, entonces se acerca a mi rostro ―. Y dime, ¿dónde está?

―Tengo curiosidad, si esa mujer estuviera viva ¿Para qué la quieres?

―Es mi amiga ―repite ―. Yo comparto todo con ella ―Se acerca a mi rostro ―. Hasta los amantes.

Me río y me levanto de mi asiento.

―Es un halago, pero no conozco a esa mujer y si realmente sabría quién es, no soy esa clase de hombre, lo siento.

Entrecierra los ojos pero sigue sonriendo, pasa sus dedos por mi corbata y su vista luego regresa hasta mí.

―Cuando un hombre secuestra a una mujer puede tener muchas razones, conseguir información, quizás dinero, poder o la más habitual de todas ―Se acerca a mi rostro, rozando mi nariz ―. Un poco de satisfacción sexual ¿Tú cual eres?

Tomo su mano y la alejo de mi corbata al retroceder.

―No he secuestrado a nadie, soy un hombre de negocios.

Se ríe.

―¿De verdad? Los negocios también pueden ser corruptos, además se oye por ahí, que Cristales no es un lugar tan santo como lo quieren mostrar. Es una mafia, disfrazada de organización salvadora y su jefe es el líder de toda esa movida. El cual puede lograr que borren hasta el más mínimo detalle de un delito. Qué suerte, lo tengo justo en frente de mí, el mismísimo Christofer Crager ―Se muerde el labio inferior ―. Qué dicha conocerlo.

―No le voy a mentir, no soy un santo, pero me acusa de cosas que no sabe.

―Sé lo suficiente y te metiste con la mujer equivocada ―Se gira moviendo su cabello, camina hasta la puerta contoneando sus caderas y apoya la mano en la manija de la puerta, luego se detiene para mirarme ―. Aunque quizás podríamos llegar a un acuerdo, aguardare tu llamado, pero no tardes, porque no me gusta esperar y cuando algo no me gusta, termina muy, pero muy mal ―expresa de manera seductora, entonces se retira.

Bajo la vista y visualizo su tarjeta, la cual no vi cuando la puso allí. La tomo y miro sin importancia. Esta mujer cree que me va a intimidar, pero ya he lidiados con personas como estas antes.

Oigo un vidrio que se rompe y dejo la tarjeta en donde estaba, salgo de mi oficina, entonces me acerco al cuarto de Madeleine.

―¿Qué ocurre? ―pregunto cuando entro.

―Lo rompió ―Me informa Johnson.

Hay cristales esparcidos por todo el suelo, Madeleine los observa perdida en sus pensamientos y me le aproximo aunque el doctor me pide que no lo haga.

―¿Qué pasa? ―le pregunto.

Gira su vista en sus desvaríos hacia mí, entonces me sonríe.

―Hola, Raid, ya te vi jugando con Leandra otra vez ―Frunce el ceño ―¿Cuál es tu explicación?

Ahora entiendo a qué se refería con "compartir". 

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