9

Link repasó las cosas en sus alforjas, organizando todo en orden de prioridad; dependiendo de qué tan importante fuera de sacar durante la misión, para no entorpecerla.

Parado frente a la entrada de la guarida Yiga, en ese centro arqueológico que se habían afanado para establecerse, suspiró, tras comprobar que lo tenía todo. Especialmente las bolitas de arroz paralizantes, preparadas con arroz de Hyrule y hongos somníferos. Tenía sólo dos oportunidades para hacer que esa chica las comiera y él pudiera conseguir una ventaja para... secuestrarla. Una vez más, la idea le hizo mella en la mente. ¿Podía llamarse el bueno si usaba las mismas tácticas que los malos?

Debía relajarse, verlo más como una recuperación, pensó, aunque seguía siendo incorrecto. Pero era todo por un bien mayor.

Una vez lo tuvo todo en su lugar, se alistó para entrar, sin pensarlo más. Lo único que tendría que hacer sería andarse con cuidado, no alertar a nadie. ¿Dónde debía buscar? ¿En el salón de entrenamiento? Muy peligroso. ¿Debía esperarla en la zona de habitaciones? Ni siquiera tenía idea de dónde quedaba, pero era el lugar de dónde ella iba saliendo.

Se había pasado el día leyendo y releyendo los diarios de viaje almacenados en la biblioteca de la guarida; viendo sus ilustraciones toscas y las descripciones de los lugares que todos los otros soldados habían visitado, ensoñándose totalmente. A pesar que era difícil saber la hora dentro de ese lugar, dado que estaba bajo tierra, asumía que pronto tendría que ser hora de sus entrenos de sigilo, con los otros ninjas novatos. Pero dado que no se le daba de maravilla, agradecía que en su lugar se fuera llevar a cabo un mitin en la sala de reuniones.

Salió al pasillo principal de la zona de recámaras, que formaba parte de un pasadizo secreto cuyo final conectaba al camino principal de la guarida, al que él también había llegado. Link encontró refugio tras los numerosos pilares cúbicos que sostenían el techo, huyendo de la mirada de los enormes guardias que hacían guardia por todos lados. Habían aumentado la seguridad desde la última vez que había estado en el escondite Yiga... Esperaba que los plátanos bélicos que había llevado consigo fueran suficientes para distraerlos y abrirse paso entre todos. Se preguntaba cómo haría siquiera para encontrarla... a ella y a la espada. Pero pronto, como por obra del destino, esa palpitación volvió a sus entrañas. Ese magnetismo, algo que lo obligó a mirar hacia una dirección específica. Y ahí la vió.

Ella saludó a uno de los oficiales amistosamente cuando le vió en la puerta que daba al pasillo en dirección al área de mítines, él le devolvió el saludo con la cabeza, sin desviar la vista del frente un segundo. Y aunque pronto se adentro al pasaje y se quedó sola, sintió algo extraño. Se giró para ver por donde había venido, porque creyó sentir que alguien estaba cerca suyo, pero no había nadie. Se detuvo unos segundos cuando al seguir avanzando, esa sensación de ser observada se fue haciendo más fuerte. Miró hacia los lados de aquel pasillo estrecho, hacia atrás de nuevo, hacia arriba... donde Link se retrajo al casi cruzar miradas. En la zona elevada de la guarida, había una suerte de caminos hechos con tablas de madera; estructuras probablemente usadas por las arqueólogas Gerudo que estudiaban originalmente la zona. Link se preguntó si acaso había hecho demasiado ruido al subir hasta ellas, por las escaleras. Pero aunque estuvieran viejas y rechinantes, había procurado que de sus pies y manos no se provocara ningún sonido.

¿O era que también lo sentía...?

Luego de pasar unos segundos en silencio, sin ver o escuchar nada que la alarmara, Illyria siguió su camino, aunque intranquila. Afinó el oído y la vista. Pensaba en el sentimiento que la seguía queriendo obligar a mirar hacia arriba. Ya había sentido eso antes, algo muy similar..., cuando había visto al héroe por primera vez... Mucho más intensamente cuando había pasado por el lado de él, luego de haber tomado la espada.

Comenzó a tararear por lo bajo, tratando de calmar los nervios. Pero no tenía razones para pensar que podría tratarse de él. Ya lo habrían avistado. Se apresuró a correr la cortina que hacía de puerta para la sala de juntas cuando llegó por fin. Link mordió su labio con algo de frustración cuando la vio entrar, preguntándose cómo haría para seguirla, dado que la estructura de madera parecía acabar ahí mismo. Unas voces resonaban desde adentro, una de ellas especialmente chillona, casi conocida. Se acercó un poco más a la pared, tratando de descifrar qué era lo que esa voz hablaba, cuando de pronto pareció notarle un hueco lo suficientemente grande como para pasar a través. Dentro estaban algunos oficiales, soldados, la mano derecha del líder, Sooga... y el propio líder, Kogg. Illyria estaba siendo recibida por el jefe.

—Illyria, querida, bienvenida... Eres la única que faltaba —saludó él, quien, como siempre, estaba siendo sostenido por Sooga. Frente a lo que parecía ser alguna suerte de pizarrón hecho de manera rudimentaria; con la misma piedra de la pared. En su centro, unos trazos temblorosos hechos en tiza blanca parecían exponer algún tipo de presentación.

El rubio observó a Kogg con los ojos bien abiertos, realmente sorprendido de verlo ahí... con vida. A pesar de su deplorable estado, incluso peor que la vez que lo había conocido y lo había enfrentado. Había estado seguro que lo había conseguido vencer en su tiempo, la vez que entró para recuperar el Casco del Trueno de la tribu Gerudo.

Y sin embargo ahí estaba él, diminuto, rechoncho y mandón cómo siempre.

—Lo siento por el retraso, jefe Kogg... —hizo una reverencia, atropellando las palabras—. Es solo que en el camino, yo... No, nada. Lo siento. Deberíamos comenzar.

—Así lo haremos —murmuró él, sin quitarle la mirada ni un segundo mientras que ella se acomodaba entre la multitud. Kogg volvió a su habitual tono gangoso y pedante—. Muy bien, muy bien, atención todos, entonces.

Illyria no resintió más la mirada que a través de la máscara sentía venir de Ced o el gesto inquisitivo aunque distraído de Rolko, quien bajo la voz de Kogg pareció sobresaltarse y poner atención. Estaba más ocupada tratando de descifrar qué era ese sentimiento y porqué ni siquiera al haber dejado los escabrosos pasadizos de la guarida, se iba. No dejaba de sentirlo, aunque intentara concentrarse.

—Sabemos todos de sobra que al quitarle su arma al elegido, le hemos aventajado enormemente. La espada que doblega el mal, es la única capaz de detener a Lord Ganon. Sin ella, el palurdo está perdido —comenzó Kogg, señalando con un dedo en el pizarrón el dibujo del arma y lo que parecía ser un trazo que enmarcaba el número 3. Seguramente, sería el tercer paso de su plan.

A pesar de todo, Link trató de enfocarse en pensar una forma de llevarse a la chica sin que nadie se diera cuenta o tratando de hacer el menor escándalo posible. Pero en ese momento, entre tantos Yigas, resultaba imposible. Debía buscar aprovechar otro momento. Cuando se posicionó justo por encima de ella casi sintió cómo si algo la jalara. Miró hacia arriba una vez más, aún entre la exposición del jefe, pero no alcanzaba a vislumbrar nada entre la veía nada entre la negrura de las maderas del techo.

—Pero también sabemos —continuó Kogg—, que no tardará en venir a buscarla. Podría ser incluso lo primero que haga y ya que sabe dónde estamos ubicados, no tardará en aparecer. Y tenemos que estar listos. Mantendremos la espada guardada en el área de recámaras, en el ala norte de la guarida, que está escondida. Estará en la habitación de Illyria y ahí no la encontrará. Debemos ser precavidos y tener mucha seguridad porque ya se ha deslizado dentro antes sin darnos cuenta. Y cuando lo veamos, hay que apresarlo. Asegurarnos que no consiga la espada bajo ningún motivo.

»Vamos a redoblar la cantidad de oficiales en guardia y vamos a ponerlos en distintas posiciones para que no haya un solo punto ciego. Ced, Rolko, ustedes vigilarán cerca del área de habitaciones. Todos los demás soldados presentes estarán listos para agarrar al elegido en caso de un ataque. ¿Entendido?

—Sí, jefe. —corearon.

—¿Y yo? —preguntó Illyria, en un hilillo de voz, tímida. Sin embargo, ella no había sido mencionada en las indicaciones; pensó que no sabía si vigilaría o lucharía.

—Illyria, Sooga y yo —concluyó entonces Kogg—, nos refugiaremos fuera de la guarida; en el escondite de emergencia extra, ya saben. Y los esperaremos ahí para que nos avisen cuando volver, cuando hayan encerrado al palurdo.

—¿No lucharemos? —interrumpió ella. ¿Iban solo a esconderse?

El jefe pareció obviar su respuesta en silencio, aun siendo sostenido por Sooga. Aunque pronto volvió a inflar el pecho y a aclarar la garganta.

—Bueno, bueno, bueno, lo cierto es que eso forma parte de la fase final del plan. Como todos saben, es algo que hemos callado mucho, que hemos mantenido en secreto debido a que se trata de un detalle muy importante de la misión. Pero hemos estado trabajando en una manera para mí de volver a mi capacidad de combate, en todo el esplendor de antaño. Y hoy, por fin, puedo decir que la tenemos casi lista. Eso es...

—¡Señor! ¡Lamento la interrupción! —se apresuró uno de los oficiales, quien había irrumpido en la sala al correr la cortina, dejando a Kogg con la palabra en la boca—. ¡Hay un intruso en la guarida!

Todos se pusieron alerta, Kogg se sobresaltó y Sooga lo sostuvo con más fuerza, acercándolo más a su cuerpo, casi de manera protectora.

—¿Cómo? ¿De quién se trata? —demandó saber el jefe.

—Aún no estamos seguros, pero hay plátanos en el suelo, por todas partes. Conociendo la técnica, sabemos que debe tratarse del héroe elegido...

—¡Por los plátanos bélicos! No se ha demorado ni un día... —balbuceó Kogg, sin poder evitar que los pelos se le pusieran de punta, pero sabía que tenía que mantener la compostura cuanto pudiera. Trató de volver a la mandonería—: ¡Bien! ¡Ya saben todos qué hacer, búsquenlo, encuéntrenlo y encarcélenlo! Sooga, vámonos rapidísimo de aquí... —murmuró lo último a su mano derecha, con premura y nerviosismo.

Todos, soldados y oficiales presentes asintieron y se prepararon para salir de la sala. Illyria engarrotó uno de sus puños. ¡Ella lo sabía, lo sabía! ¡Esa sensación la conocía, y solo se la provocaba él! Se tomó unos segundos para escudriñar bien y bien el techo, en busca de alguna pista y él casi se sintió descubierto.

—Sabía que estaba aquí... —farfulló para sí misma, sacando su espada rebanadora, preparándose para lanzarla a la menor provocación.

—¡Illyria, nos vamos! —llamó Kogg, distrayéndola, apresurando a Sooga para acercarlo a ella y poder tomar su brazo, pero Illyria alcanzó a apartarse, sin quitar la mirada del techo ni un segundo.

—Jefe, tenemos que recoger la Espada Maestra antes de que él la encuentre —recordó ella, sintiendo la urgencia de volver a su habitación—. Iré por ella.

—¡No! ¡Que vaya alguien más, tú y yo tenemos que irnos!

—¡Volveré rápido, nos veremos en el escondite! ¡No se quede esperándome, Jefe Kogg..., digo, Kogg! —atropelló las palabras, apurándose a salir de la habitación tan pronto como pudo, ya sin prestar más atención a los lloriqueos, reclamos y llamados del líder.

Con arma en mano, se apresuró por los pasillos concurridos y agitados de la guarida, en dirección al ala de habitaciones. No dejaba de sentir esa imantación ni por más rápido que fuera, ni a donde fuera. ¿Dónde estaba, dónde...? ¿Le estaba siguiendo? Era difícil de saber dado que realmente el sentimiento no se desvanecía ni estando a metros de distancia de él, lo había confirmado antes.

Entre tantas cabezas Yiga que iban de un lado para otro por los pasillos, era difícil para Link saber a quién seguir. Se guiaba únicamente por su sentir para poder seguirle la pista a ella. Cuando menos lo esperó, un paso en falso le hizo encontrarse con lo que parecía ser el hueco de un respirador y cayó de bruces para adentro. Se estampó contra el durísimo piso de piedra y gimió del dolor, pero no tenía tiempo para verificar si no se había roto algún hueso. Cuando abrió los ojos y vio a su alrededor, la Espada Maestra, envainada, fue su primera visión. Estaba acomodada contra un armario de caoba oscura, justo frente a sus ojos. Había llegado hasta la habitación de Illyria.

Ella abrió la puerta de golpe y lo primero que la recibió fue un choque sordo, un quejido y la visión del elegido levantándose con rapidez del suelo, sin siquiera sacudirse la tierra del traje. Link se volteó de inmediato hacia ella, sintiendo la tensión intensificarse. Se miraron por un segundo casi incómodo y luego se lanzaron los dos hacia la espada

Link dió un brinco sobre sus pies y se impulsó hacia el ropero con la intención de tomar su espada, pero cuando estuvo a unos milímetros de rozar su mango, un jalón por el cuello le trajo para atrás.

—¡Ni lo pienses, palurdo! —largó ella, haciendo acopio de todas sus fuerzas para empujarlo al suelo, jalándole de la capucha que le había agarrado. Link hizo apenas un jadeo ahogado de ahorcamiento antes de terminar de espaldas contra el piso. Pero no perdió tiempo y se arrastró rápidamente hacia ella. Ni bien había Illyria rozado el mango del arma cuando él la agarró del tobillo e hizo fuerza para desestabilizarla y tirarla también.

La pelirroja acabó en el piso y por el movimiento brusco, también la espada. Para evitar que la tomara Link se puso encima de ella, en un intento de inmovilizarla y contenerla, pero los manotazos y arañazos que esta le propinaba no lo estaban haciendo mucho más fácil.

—¡Suéltame, suéltame! —jadeó ella, haciendo lo que podía por quitar los brazos de Link de alrededor suyo, rodando junto a él por el suelo.

—Espera, escucha... —pidió él con dificultad, pero su voz tenue fue fácilmente acallada por las quejas de la otra.

Cansado de revolcarse con ella y viendo como la chica, aún forcejeando, no había perdido su objetivo de la mira y había logrado alcanzar con una de sus manos la espada, reunió todas sus fuerzas y puso freno al jaleo al aprisionar las manos de la joven por encima de su cabeza. Illyria gimoteó casi temerosa cuando se dio cuenta que ni por más que forzaba los brazos podía zafarse de su agarre tan férreo. Miró directo a la cara de su captor; gesto templado con convicción, su cabello rubio desmelenado y sus mejillas húmedas y enrojecidas por el esfuerzo.

—Escúchame, tienes que venir conmigo.

—¿Q-qué? —balbuceó, apenas comprendiendo, apenas pudiendo soportar las emociones que él y el hecho de verse atrapada bajo sus ojos azul profundo le provocaban.

—Te lo explicaremos después... —justificó a medias, buscando con su mano libre las bolitas de arroz que había preparado, pero pronto se dio cuenta que ella no se lo dejaría fácil pues apenas descuidó ínfimamente el agarre sobre sus manos, ella volvió a bracear, intentando zafar la mano que había conseguido tomar la Espada Maestra, seguramente para atacarlo.

—Basta, basta, entiende... —pidió él de nuevo, tomando sus muñecas con más fuerza y obligándola a mirarlo fijo, acortando la distancia entre sus rostros, como si eso hiciera su punto.

Ella pudo verse así misma y a su cara de espanto reflejadas en sus ojos de mar inhóspito. Y en los ojos de ella, fue entonces que él creyó reconocerla... Una visión extraña, remota. Pero no se dejó distraer. Los mechones de él casi le acariciaban la cara de lo cerca que quedaban sus rostros. Ese magnetismo se apaciguó a la vez que se intensificó; una emoción apabullante de repente presionándole el pecho. Asfixiándola. O podía ser el peso de él...

—N-no... Déjame en paz...

—Es importante que vengas conmigo. Este no es tu lugar —Su voz le comenzó a sonar demasiado envolvente, casi hipnótica. Pero el temor de lo que le habían contado sobre él surgió de nuevo. Él era un bárbaro, un ser malvado y desgraciado. Y bajo esa perspectiva, estar en esa posición con él daba muchísimo miedo.

Hizo amago de volver a tomar la espada y buscó desenvainarla con ayuda de la inercia, pero Link se la arrebató por fin de las manos, con facilidad, dejándola indefensa. Su propia esapda rebanadora estaba a unos metros lejos de ellos, estaba sola, bajo su merced. Cuando él alzó la Espada Maestra, ella cerró los ojos con fuerza, esperando su final. Esperando sucumbir tal como sus padres lo habían hecho, bajo las mismas manos del «héroe» elegido. Como le habían contado.

Pero el golpe de gracia jamás llegó. Cuando fue entreabriendo los ojos, vio que Link había afianzado la vaina de la espada a su espalda y que había dejado la mano que la aprisionaba cerca de las suyas, mas no encima. En la otra mano, la izquierda, sostenía lo que parecía ser comida.

—¿N-no vas a matarme? ¿Qué esperas? ¡Hazlo!

Link la miró con una de las cejas levemente arqueada. Negó lento con la cabeza.

—No... Pero necesito que comas esto... —dijo él, como en una petición, aunque reconocía lo irónico. ¿En serio estaba pidiéndole por las buenas que se comiera un paralizante?

—¿Qué? No... —refutó de inmediato, pero Link, casi rondando los ojos, lo acercó a su boca de todas maneras. Ella giró la cabeza, busco resistirse, pero él no cedía. Continuó entre dientes—: No... déjame... ¡Ayuda! ¡El elegido está aquí! —gritó, volteando del todo la cabeza en dirección a la puerta entreabierta, esperando que alguno de sus compañeros la escuchara. En lo que Link aprovechó para zambullirle la bola de arroz en la boca.

Illyria masticó por inercia, aunque pronto lo escupió, sintiendo no solo piedritas y bolitas de mugre entre el sabor (seguramente por el contacto con las manos sucias del joven), sino un ardor entumecedor en su lengua.

—¡Illyria! ¿¡Illyria, estás aquí!? —preguntó uno de los soldados que se apareció por la puerta del cuarto, seguido por dos oficiales.

—¡Ayuda! —gimió ella, aunque el extraño efecto entumecedor en su lengua la hizo arrastrar las palabras.

Link sintió la presión de actuar, de llevársela. Trató de pensar rápido aprovechando que los Yigas aparecidos se quedaron un segundo analizando la postura bizarra en que ambos estaban, pero justo cuando sacaba la tableta sheikah para hacer un movimiento y huir sintió un golpe tan fuerte que le hizo soltar el aire y hasta más. Se encogió del dolor. Con su distracción, Illyria había aprovechado para soltarle una patada que había acabado directo en su entrepierna.

Cuando el rubio se le quitó de encima y casi quiso hacerse ovillo en el suelo, Illyria se levantó con rapidez y extrajo la Espada Maestra de su vaina, que había quedado directo a su disposición dada la postura de Link.

—¡Ja! ¡Da tendgo yo! —rió ella, alzando la espada una vez más, emitiendo una sonrisa victoriosa que se sintió incluso a través de su máscara. Su lengua cada vez más entumecida. Sus movimientos torpes y lentos.

—Illyria, ve con el jefe Kogg. Nosotros nos encargamos —ordenó uno de los altos oficiales. Ella asintió.

—De acueddo.

Pero antes de que ella pudiera fugarse, Link hizo un último esfuerzo por levantarse con todo y punzadas de dolor recorriéndole el cuerpo. Logró sacar la tableta sheikah de su cinturón, hacer un jadeó de esfuerzo, elegir la ubicación de la aldea Kakariko y abalanzarse hacia Illyria, quien apenas tuvo tiempo para alejarse de él cuando él la tomó por el brazo y accionó la opción de teletransportación en su dispositivo.

Sin que nadie pudiera impedirlo, ambos jóvenes se transformaron en partículas azules al segundo, y ni las estocadas que los oficiales dieron con sus sables en dirección a Link pudieron detenerlos. 

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