8

Memorias rotas e inconcisas reproduciéndose en su mente aún bajo el sol llameante del desierto de Gerudo. Como una obra de teatro que se llevaba a cabo en el fondo, en segundo plano. A cada paso, el calor escaldaba la piel con más vehemencia, ardía, y los pies se le comenzaban a cansar de tan pesado que era trotar por la arena. Pero las memorias no paraban. De alguna forma se sentían inherentes a su persona, pero pertenecían a ese vacío en su mente; esa laguna incolora que representaba los huecos de su entendimiento.

Hacía tiempo que creía haber dejado atrás esa sensación, luego de haber recuperado aquellos recuerdos sobre su vida como campeón, con la princesa o en la guardia. Pero como todo, siempre parecía haber algo nuevo de su persona para descubrir. Nunca se dejaba de desconcertar a sí mismo.

Aprovechando —o tal vez incluso desaprovechando— su largo viaje, repasaba también las palabras de Impa. Los cambios eran difíciles de aceptar, difíciles de creer. Pero según esa versión, siempre hubo un rol que hizo falta, durante el cataclismo.

«... pues del héroe y la..., la vidente y el héroe, su unión es eterna. Como los lazos que los unen, los pertenecientes de Farore, de corazones compartidos, así como el cometido... ».

Siempre estuvo destinado a trabajar con alguien más, además de la princesa. ¿Significaba eso, que nunca debió luchar solo contra el cataclismo? frunció el entrecejo entre pensamientos. El clima desértico no ayudaba en su humor, pero hacía lo que podía para tranquilizarse y no desbordarse. Ya tendría tiempo para preguntar lo que hiciera falta. Aunque no podía evitar preguntarse cómo habrían sido las cosas en caso de haberlo sabido, de haber tenido un apoyo directo. Si las cosas hubieran sido diferentes... si hubieran podido vencer a Ganon...

Y esa chica... danzaba por su mente con la misma lucidez que el fulgor de una luciérnaga; intermitente, difícil de esclarecer, inconstante. Recordaba su rostro, mientras más lo pensaba, más lo sentía. La había conocido en el pasado, antes del cataclismo, antes incluso de vivir en la ciudadela, de ser soldado. Su presencia databa mucho antes de lo que podía siquiera explicarse. ¿Pero cómo...? ¿Cómo había sobrevivido? ¿Realmente se trataba de la misma persona que iba y venía en sus recuerdos?

Había tantas dudas y tan pocas respuestas en la situación. Lo único que tenía claro, era que debía seguir su camino hasta llegar a la guarida. Había tenido un poco de tiempo para planear sus pasos y conseguir los materiales necesarios para efectuar ese... secuestro. Casi amilanó el paso al pensarlo de esa manera, pero no era momento de detenerse a pensar en cuestiones morales. El deber era el deber.

Lo único que continuaba dándole vueltas por la cabeza era ese rostro inmaculado y ese cabello rojo como el granate. Lo recordaba, como si estuviera frente suyo, como si lo hubiera visto el día anterior, como si pudiera tocarlo. Como si fuera importante para él.

Ella mordió su labio, luego lo relamió, inquieta. Sintió las ansias, la emoción, subirle por las extremidades. O tal vez era esa extraña sensación que le recorría cuando sostenía esa espada.

La miró, justo al final de su mano derecha, afianzada por aquel mango azul y verde. Luego la serpenteó con ella, para arriba y para abajo, jugueteó, dió algunas estocadas. Vió el reflejo de su rostro cándido en su reluciente hoja plateada. Y de nuevo una punzada rara la invadió.

Pero no era el poder que emanaba la espada. No era la fuerza, la valentía o la insólita ligereza de cuerpo que le transmitía el arma. Ni siquiera la paz o la determinación. Era algo distinto. Una pizca extraña de incorrección. Como si algo andara mal.

Volvió a ondear la Espada Maestra una última vez, antes que esa sensación se hiciera demasiado fuerte como para materializarse en una comezón insistente en la palma de su mano. La envainó y dejó suavemente sobre su cama de sábanas rojas. Trató de desechar esa evocación de desmerecimiento.

Debían ser solo ideas suyas. A pesar que la espada estaba supuestamente forjada únicamente por y para el elegido, era imposible que esta tuviera poderes o algún efecto más allá que su eficacia contra el mal. Alzó los hombros y se fue al espejo de cuerpo completo que tenía en un rincón, preparó su cabello en dos coletas y alisó su traje de Yiga. Fuera como fuese, ella había logrado conseguir su cometido: le había quitado la espada al elegido hyliano. Había logrado desarmar al único capaz de vencer a Lord Ganon. Sonrió para su reflejo, deleitada.

Era por eso que el jefe Kogg, amo y señor de los Yiga, había organizado una ceremonia, en festejo de su gran triunfo; no solo el de ella, sino el del clan entero. Estaban un paso más adelante en su plan de venganza; en su plan de apoyar a Ganon. Y ella había cumplido.

—Y eso que nadie creía en mí... —cepilló más su cabello, esponjándolo inevitablemente, recordando los momentos tan emocionantes que había vivido en el Bosque Kolog. Recordando a su enemigo—. Para ser el héroe elegido, no dio mucha pelea...

«Y no era... como el jefe decía...» completó en su mente, pensando en la imagen del héroe siendo sometido por sus compañeros, Ced y Rolko. No lo había podido ver a profundidad, sino hasta ese momento. Ni siquiera la primera vez que lo habían visto dirigiéndose al bosque Kolog, justo cuando ellos se retiraban, luego de un infructuoso intento de robo.

Pensaba en su aspecto menudo, en su cabello rubio y su rostro tan joven. No era esa sabandija de cara repelente, aire chabacano o modos crueles que siempre le habían dicho. Casi se sintió sonrojar cuando admitió en su cabeza que era bien parecido..., mucho... Demasiado. Se retrajo y se disciplinó al instante, obligándose soltar el cepillo y terminar de alistarse.

Después de todo, ella tenía un compromiso con el jefe Kogg... No tenía ojos para nadie más.

Ignorando cualquier otro pensamiento por el momento, salió de aquella suerte de gruta que era su recámara, no sin antes irse por la espada. Su tacto, cosquilleante.

La recibieron las paredes rocosas y estrechas del escondite Yiga. Pronto se topó con algunos oficiales que aún hacían la guardia y le saludaron con un asentimiento de cabeza respetuoso, al ver la espada en sus manos. Habiendo cumplido con su tarea, ya sus compañeros la notaban. Ella sonrió bajo la máscara, sintiendo los nervios con más fuerza, pero afianzando la espada, que aún hormigueándole, le transmitía valor.

Al fondo del pasillo y algunas vueltas de esquina después, aquel patio circular de la guarida la recibió; el lugar preferido del jefe, y donde se llevaban a cabo todas las ceremonias, eventos y competencias Yiga. El aire fresco de la tarde desértica ya corría por los alrededores, pero las lámparas de fuego esparcidas por el lugar, con motivos del clan, hacían un buen trabajo como calefactoras. Una gran parte de la comunidad ya se encontraba reunida, charlando en grupos diversos, aunque igual de anónimos como siempre; todos portaban el uniforme Yiga.

Uno de los enormes y altos oficiales del clan obvió la entrada de la joven, junto a los otros miembros que la vieron. Avisó al jefe del clan, quien alzó pronto la vista para buscarla.

—Ah, si era totalmente cierto... —evidenció él, su voz airada en una muestra de gusto. Hizo un ademán al oficial que tenía al lado, Sooga, para que le elevara en brazos y le llevara hacia ella; a causa de la falta aciaga de sus piernas. Pronto estuvo frente a Illyria y en su tono se evidenció una sonrisa—, la Espada Maestra, está en nuestras manos... ¡Hemos conseguido la ventaja sobre el elegido!

Kogg alzó la mano derecha de la pelirroja, que sostenía fielmente el arma. El filo de esta reflejó el resplandor violáceo, anaranjado y rojizo del atardecer al alzarse hacia los cielos. La multitud estalló en vítores y aplausos, excepto algunos de los individuos que participaron también en el atraco. El más alto y escuálido de los Yiga, pareció cruzarse de brazos, especialmente viendo que su compañero más próximo, el achaparrado Rolko, sí aplaudía ante el discurso de su líder.

—No hubiéramos podido lograrlo sin ti, hermosa... —susurró él, bajando el brazo de la joven con suavidad, acariciándolo en el proceso. Aunque ella largó una sonrisa quebradiza, ni siquiera el coraje que parecía conferirle el arma le dió oportunidad de sortear el repelús que le pegó en la espalda.

—E-eh... Ced y Rolko también me ayudaron mucho, señor —Fue lo único que atinó a decir ella, viendo en el rostro enfurruñado de Ced la oportunidad para distraer la atención de sí misma. Por mucho que le gustaran los vítores.

—Así es, señor... —Se inclinó el más alto, en una reverencia no muy reverente. Rolko le siguió como por inercia, al ver que habían conseguido la atención de Kogg—. Fuimos nosotros quienes mantuvimos al héroe lejos de Illyria y de la espada.

—¡Lo amarramos como puerco!

—Lo teníamos en el piso —elaboró Ced, ávido de atención—. Es tan enano y tan menudo que no es rival para nosotros. Sin duda las leyendas se han equivocado al elegirlo.

—Ah, ¿es verdad? —Se interesó Kogg, distrayéndose lo suficiente como para que la chica pudiera zafar su brazo de sus caricias. El jefe cruzó sus brazos rechonchos—. ¿Y por qué no lo mataron? Según me informaron, muchos de sus compañeros también resultaron heridos por él en el asalto. El líder de su escuadrón casi muere de un flechazo.

Ambos se quedaron quietos y sin palabras. Ced, quien había empuñado sus manos en un gesto de emoción, se había distendido con rapidez. Mejor era no mencionar que el «elegido bueno-para-nada» en cuestión había conseguido desamarrarse solo con una diminuta daga. Y todavía, herirlos.

—¡Te dije! —se quejó Rolko con su voz atolondrada, codeando a Ced con el único brazo bueno que le dejó la batalla con Link. El otro se quejó sonoramente.

—¡Yo pensé que teníamos que esperar hasta ese paso del plan! —respondió el alto, pegando de manotazos.

—Bueno, pues es lo que habrá que hacer —resolvió Kogg, perdiendo el interés y volviendo a tomar la mano que Illyria apenas había conseguido liberar. Instó a Sooga a cargarlo de vuelta al podio donde había estado sentado, llevando a la joven consigo.

Ella trató de destensarse y caminar con la frente en alto. Apretaba la espada. Quedó parada al lado izquierdo del jefe Kogg, cuando este volvió a su poltrona. Intentó no sentirse tan intimidada por Sooga, quien como mano derecha del líder Yiga y transporte personal, permanecía naturalmente a su otro costado. Sooga le dirigió apenas la mirada, pero pronto volvió a tener la mirada de todos los demás encima, entonces la tensión le llegó de todos modos.

—Como todos sabemos, el palurdo elegido nos ha provocado muchos problemas. No solo por el simple hecho de existir y vivir buscando acabar con Lord Ganon —comenzó, proyectando su voz una vez más —, sino que incluso ha atentado contra mi propia persona... al dejarme tullido, ese fatídico día que vino a robar lo que nos habíamos robado. Me dejó incapaz de ponerme en pie por mi propia cuenta, alejándome de mis días de gloria como el jefe y amo de las artes mágicas —rememoró con clara amargura raspándole la garganta, evidenciando la falta de piernas y de un brazo; producto de la batalla contra Link, que se había propiciado en pos de la recuperación del mítico Casco del Trueno de las Gerudo—. Pero hoy por fin, podemos asegurar que vamos un paso delante de él, al haberlo despojado de la espada que doblega el mal... La Espada Maestra.

Los vítores enloquecidos volvieron a escucharse y el gesto apenado del líder pareció irse desvaneciendo.

—Hoy, por fin, daremos avance a ese plan de venganza que tanto tiempo hemos estado deseando y al que tanto esfuerzo hemos dedicado. Y por favor, demos un aplauso a Illyria, cuyas manos resultaron ser más elegidas que las del propio elegido al probar que esa absurda leyenda de merecimiento divino es falsa. ̈Pronto, pronto nos haremos del palurdo elegido y lo tendremos frente a frente. Sin la espada, sin su único poder, lo venceremos y aseguraremos por fin no solo el futuro del Clan Yiga, sino el de Lord Ganon. ¡Por Ganon!

—¡Por Ganon! —coreó la comunidad entera.

—¡Y por usted, jefe Kogg!

—¡¡Y por los plátanos bélicos!!

Pronto, el festejo continuó. Como era regular una vez cada dos semanas, un evento de competencia de sigilo, destreza y puntería fue organizado; usando plátanos bélicos como premio, pues era el manjar y el tesoro más sagrado del Clan Yiga.

Algunos Yiga se reunieron para tirar boomerangs y flechas a objetivos lejanos, cuya diana no era sino un dibujo de la cara del héroe elegido, mal dibujada y de trazos toscos; tachada de los ojos como para simular mortandad. Ese mismo cartel estaba pegado y repartido por toda la guarida, como una suerte de santo y seña para reconocerlo si era que alguien se lo topaba por los senderos de Hyrule. Por mucho que no fuera un retrato muy acertado...

Algunos otros ninjas, especialmente chicas y chicos jóvenes, se acercaron por un momento a Illyria, curiosos, con la espada en la mira.

—¿Cómo pudiste sacarla? —preguntó uno, muy interesado y extrañado.

—¿Puedo cargarla?

—Claro, inténtalo... —accedió illyria, pasando la espada en mano a la chica que se la había pedido. La joven la asió y la ondeó al aire, callada, pero curiosa. Illyria observó con interés y extrañeza que ella también pudiera cargarla—. Pensé que nadie más podía portarla... ¿Sientes algo al tocarla?

—No, nada en absoluto..., ¿debería?

—Bueno, no lo sé... pero si la puedes cargar, no entiendo porqué es tan especial... —balbuceó la joven, confundida, aunque pronto fue interrumpida.

—Es porque no es una espada sagrada porque no la pueda tocar nadie más que su elegido, sino porque solo la persona indicada puede sacarla de su pedestal y solo la persona indicada puede utilizar sus poderes —explicó Ced, quien se había aparecido frente a ellas. Aunque su rostro estuviera enmascarado, como el de todos los demás, su postura de manos acinturadas y mentón elevado demostraban superioridad y algo de desdén—. O al menos, eso se suponía... Pero ahora, parece que cualquiera puede hacer disposición de ella.

—¡Yo también quiero intentar! —Se unió Rolko, quien salió de detrás del más alto y casi le arrebató la espada a la chica. Su rostro sonriente evidenciándose a través de su risa—. ¡Hasta yo podría ser el palurdo elegido!

—Y tú sí que eres un palurdo. —le arrebató Ced la espada a Rolko, cuando este pasó por su lado, haciéndolo quejarse y llevándola hasta una altura en que ni saltando, la pudiera alcanzar—. Estoy seguro que yo también hubiera sido perfectamente capaz de sacar esta espada sin dificultad alguna. Si tan solo el jefe me hubiera dado la oportunidad a mí, yo...

—¡Oye! ¡Devuélvemela, Ced, yo estaba jugando con ella!

—Eso hubiera sido imposible —Esta vez fue la voz del propio jefe Kogg quien interrumpió la conversación. Todos los presentes se voltearon hacia él y Sooga, quien como siempre, le llevaba sosteniéndolo de los brazos. Todos los Yiga de rango inferior hicieron una reverencia.

—J-jefe Kogg...

—Nadie más que el palurdo o Illyria pueden sacar esta espada del pedestal. Es por eso que ella es una pieza fundamental para nuestra misión y no voy a tolerar que desprecies su importancia —acusó el líder, inclinando su rostro hacia el joven, quien agachó la cabeza y se inclinó más, tenso—. Todo obedece a una leyenda, a un mandato divino... algo que nos involucra a Illyria y a mí, así que no lo cuestiones.

—Pero jefe, yo...

—No lo cuestiones. —remarcó Sooga con su voz sepulcral, en un intento de reafirmar la soberanía del jefe. Ced hundió más la cabeza.

—S-sí, señor...

La complacencia engreída de Kogg se obvió en la forma en que su postura se relajó y cómo se dejó caer más plácidamente sobre las manos de Sooga. Luego, volvió su vista a Illyria, quien había permanecido callada, como para pasar desapercibida, y a quien se le crisparon los cabellos cuando recibió su atención.

—E Illyria, es a ti a quien quería ver. Te he estado buscando. Ven conmigo, aún tenemos que hablar de tu triunfo...

Ella tragó pesado, pero no pudo evitar que el líder la volviera a tomar de la mano con la misma soltura con la que lo hacía siempre y que la jalara consigo. Cuando se fueron, Ced y todos los demás deshicieron sus reverencias y él apretó los puños, bufando. Sabía que la única razón por la que el jefe la prefería era solo porque tenían esa... suerte de relación extraña.

Pero algún día, se prometía, Kogg vería lo útil que podía ser para el grupo y para su meta. Y entonces le subiría de rango sin pensarlo dos veces.

Illyria, Sooga y Kogg recorrieron el pasillo de vuelta a la guarida; pasando por la entrada del salón de tesoros, hasta dar con la sala de mítines, donde entraron.

—Illyria, mi Illyria... no había tenido la oportunidad para agradecerte directamente a ti por el triunfo tan atronador de la misión. No había podido encontrarte... —comenzó Kogg, dando vueltas por la habitación con ayuda de Sooga, hasta pararse frente de la chica, acariciándole entonces los cabellos con su mano enguantada. Ella trató de sonreír.

—A-ah... es que... bueno, pensé que no debería tener tiempo para descansar, a pesar de haber triunfado debía volver a mis labores, ¿no...? Debía volver a entrenar —Se excusó ella, tratando de no notarse tan nerviosa.

—Bueno, claro. Siempre me ha agradado tu responsabilidad, pero incluso las labores pueden ser retrasadas cuando se trata nosotros..., de un encuentro entre tú y yo, entre enamorados.

Illyria agradeció hasta a las diosas traer la máscara puesta, dado que Kogg no pudo ver la forma en que se distorsionó su cara. Aunque sí se notó la forma lenta en que elevó la mirada, observando al enorme Sooga; quien con las tres cabezas que debía sacarle, se veía más que intimidante. Kogg interpretó de inmediato que la presencia de su más cercano secuaz debía incomodarla.

—Oh, es cierto, perdón. Sooga, déjame en la silla móvil. Retírate —ordenó Kogg.

—Sí, señor —Sooga dejó al inválido Kogg, con suavidad, para luego hacer una reverencia y desaparecer por la puerta de la sala de mítines.

Al final Illyria no supo si quedarse sin Sooga y estar sola con Kogg, era mejor o peor.

Kogg se desplazó entonces hacia ella, movilizando la silla, que flotaba a una altura decente del suelo al utilizar su tecnología de repelencia magnética. Volvió a tomar la mano de ella.

—Lo siento, Illyria, siempre olvido que prefieres dejar nuestros encuentros para la intimidad. Aunque Sooga es una tumba.

—D-de todas formas... lo prefiero así —medió apenas.

—Bueno, bueno... ¿Y en qué estábamos...? Ah, sí. Entonces, te felicito. Jamás dudé de tu capacidad, ni por un segundo... A pesar que nuestro primer intento fue un poco infructuoso, no hay nada como aprender de los errores y volverlo a intentar.

—Parece que la presencia del elegido consiguió facilitar las cosas, ¿no es verdad? —apoyó Illyria, curioseando—. A diferencia de la primera vez que intenté llevarme la espada..., esa insignia que me brilló en la mano, El triángulo... esta vez estaba completo, la otra fracción era casi igual de brillante. ¿Hay alguna explicación?

Kogg pareció quedarse callado por un momento, aunque pronto encontró una respuesta:

—Bueno, no lo sé, no lo creo... pero en todo caso, lo que importa es que ahora pudiste lograrlo. Conseguiste acercarnos un paso más a nuestro objetivo... Ahora, sólo tenemos que hacer unas cuantas cosas más, unos cuantos arreglos... y cuando menos lo esperemos, lo traeremos al elegido hacia nosotros y lo acabaremos. ¡Triunfaremos!

—Así será, jefe —asintió ella, poniendo una mano encima de la que sostenía la suya, al invadirse de la emoción y la euforia en la voz de Kogg. Al imaginarse victoriosos, y su clan, honrado. Aunque no tardó mucho en arrepentirse.

Kogg pareció alegrarse ante el contacto voluntario de la chica, por lo que afianzó el agarre.

—Sí, así será... —murmuró—, y entonces, cuando cumplamos nuestro destino propuesto por las mismísimas y más puras fuerzas del mal, de detener al elegido, entonces tú y yo... Porque, bueno, recuerdas que estamos destinados el uno al otro, ¿verdad? Nacimos para trabajar juntos y ayudarnos. Y enamorarnos. Y pensaba que luego de que liberemos la fuerza de Lord Ganon, que junto a él gobernemos al mundo, podremos casarnos.

Illyria casi se atragantó del trago tan duró que dió. Según las leyendas que Kogg y los demás Yigas venían contándole desde que había despertado, Kogg y ella estaban destinados a enamorarse. Y a pesar de todo, de lo gracioso o agradable que Kogg podía ser de vez en cuando o sus tratos tan complacientes, no estaba segura de tomar una decisión como esa... tan rápido. Pero el jefe pareció ilusionarse con la sola idea.

—¿C-casarnos?

—¡Por supuesto! Sobre la mismísima tumba del héroe elegido, ¿qué te parece? ¿No es romántico? Después de ganar y cumplir nuestro plan ya no habrá nada que nos retrase de consumar nuestro amor. Estaremos juntos por siempre, tú y yo... Y algunos pequeños Yiga corriendo por los pasadizos de la guarida —se ensoñó, pasando su mano a los hombros de Illyria una vez más, acariciándola, pronto pasando por su brazo y su cintura.

Se le crisparon hasta los vellos de la piel del repeluco.

—¡A-ah, por supuesto! Niños... Ehm, sí, pero, ¿sabe? Aún tenemos que enfocarnos en la misión, es lo más importante —recordó ella, aprovechándose de cualquier excusa para alejarse y zafarse de su agarre—. No podemos descansar ni enfocarnos en otras cosas hasta que el héroe elegido no esté muerto y enterrado, jefe.

—Sabes que puedes decirme solo Kogg... —insistió él, tratando de acercarse de nuevo.

—Jefe Kogg —se «corrigió», con una risilla nerviosa.

—Está bien, tienes toda la razón. Lo que más me gusta de ti es tu vivacidad y tu iniciativa. Debemos deshacernos del palurdo a toda costa. Y pronto estaremos más que cerca... con tu ayuda. Mañana haremos una junta para repasar los pasos siguientes en el plan. Asiste con tiempo.

—Aquí estaré, jefe... Kogg —sonrió ella, tensa, tratando de despedirse cuanto antes de esa situación y salir pitando—. Buenas noches.

Apenas logró liberarse de la mirada del líder Yiga y oyó su voz chillona llamando a Sooga para que le recogiera, se sintió en la necesidad de suspirar. Debía acostumbrarse, debía hacerse a la idea... de estar con él. Después de todo, era su destino.

Tenía la impresión de siempre haber soñado con el romance a pesar de la amnesia que le había asediado al despertar, hacía ya alrededor de un año. Siempre lo había querido, siempre había sido algo emocionante de imaginar. ¿Pero por qué aun cuando lo tenía justo frente de ella, en el horizonte y además destinado por deseo divino... se sentía tan incorrecto?

No importaba por el momento, trataba de convencerse. Lo único que importa era su misión. Solo importaba su destino: apoyar en la lucha de la desaparición del héroe elegido.

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