18

—Entonces... vamos a seguirlos.

—Obviamente —terminó de alistar su traje, sacándose con desdén los ropajes Sheikah que había tenido que ir vistiendo durante los últimos días.

—¿Órdenes del jefe?

Ced se tomó un momento para inspirar, mirar al cielo, que apenas se dejaba entrever por los árboles de aquel bosque circundante a Kakariko, y luego miró al rostro de su bajo compañero. Aún sin ponerse la máscara, aprovechó para proferir una sonrisa quebrada y condescendiente.

—No exactamente. Pero no tenemos que esperar a que nos lo pida. Le envié un mensaje en la mañana, cuando esos dos se fueron —señaló, dejando de recargarse en la rugosa roca que le había permitido cambiarse sin perder el equilibrio. Alzó su brazo, dónde se mantenía su muñequera de control Yiga.

Rolko hizo un gesto de incertidumbre al respecto, a pesar que el rostro del otro había pretendido ser lo bastante convincente como para que no hiciera más preguntas.

—No lo sé... ¿Eso no es tomarnos demasiadas libertades? ¿Qué pasará cuando la anciana Sheikah se dé cuenta que no estamos? ¿Y cuando el jefe sepa que abandonamos la posición?

—Bah, el amo Kogg ni siquiera sabe que... —un achaque de tos seca lo invadió de repente—, quiero decir, a la que se le permiten demasiadas libertades es a esa —siseó—. Mira que dejarle una misión tan importante a ella sola... No podemos confiar en que no necesitará ayuda. Es tan impulsiva y tan sonsa que en cualquier momento puede intentar atacar al elegido antes de tiempo y arruinar la tarea, debo atraparla antes de que lo haga... ¡O sea! Debemos ayudarla, ¿qué no? Para eso somos un equipo.

Aunque ya se había colocado de vuelta su máscara y había regresado la seguridad de su anonimato, por su tono de voz, era visible que sonreía de una forma tiesa. Rolko parpadeó con incertidumbre, pero después esbozó una sonrisa vaga, asintiendo.

—Es verdad, debemos ayudar a Illyria si lo necesita.

—Claro... —concedió Ced, enajenado.

Rolko se colocó la máscara Yiga en consecuencia, observó cómo Ced desviaba la mirada a las lejanías; sus ojos se encontraron con el sendero que llevaba fuera de los picos gemelos; el único camino viable par entrar y salir de Kakariko; el camino que el héroe e Illyria habían tomado. Juntó las puntas de sus dedos, estrechó los párpados, en un gesto pensativo.

Luego sonrió de lado, una vez más, agradecido del anonimato.

Un paso en falso, pensó. Solo necesitaba de ella un paso en falso. Y entonces podría demostrar su valía.

જ⁀➴

El viaje se había sumido en un rotundo silencio durante las últimas horas. Illyria se entretenía echando vistazos a la profundidad de los bosques que surcaban; los brezos de colores variopintos que salpicaban las planicies del paraje por ahí y por allá se cruzaban de vez en vez por su mirada. Pero en cierto punto, tanto silencio comenzó a inquietarla.

Sería el aburrimiento, sería lo anormal de la situación, pero sólo seguir al joven de cabellos dorados en total y absoluta austeridad de conversación la ponía de los nervios. De pronto le había hecho algunas preguntas acerca del camino; si era que lo tenía memorizado. Si era que ya había ido a pie antes; respuestas que el joven profería con cierta austeridad. Lo que la hizo bufar. El elegido podía ser tan seco...

De pronto un pensamiento sacudió su espina dorsal. Miró lentamente hacia Link. ¿Qué tal si el viaje era solo una finta para buscar un lugar lejano donde deshacerse de ella? Definitivamente podía fiarse aún menos. Se pasó la mano por la espalda, sintiendo el filo de su espada. Pero cuando pensaba en formas de clavarle la hoja al héroe por la nuca sin que lo notara, antes de que él lo hiciera con ella, su atención fue robada por algo más.

Frente a ellos se extendió repentinamente una pradera de larguísimo pastizal, donde caballos corrían libremente, y donde reposaban de a cientos, en todos lados, lo que parecían ser arañas metalizadas, enormes y de aspecto tétrico. Abrió bien y bien los ojos.

—¿Qué son esas cosas?

—Son guardianes —respondió Link, deteniéndose en la linde de la pradera, junto a ella.

—Guardianes... He escuchado de ellos, los he leído en los diarios de mis compañeros. Dicen que es muy peligroso acercarse a ellos. —Se quedó tensa en su posición, maldijo el viento que sopló y sacudió su larga coleta roja. Como temiendo que con el movimiento la fueran a notar.

—Estos ya están obsoletos e inactivos —Illyria le miró con impresión—, ¿Los ves? Están tiesos y llenos de musgo. Es seguro pasar cerca.

Era verdad. Las largas patas metálicas de los guardianes estaban, algunas rotas, algunas trabadas en alguna posición sobrenatural. Hundidos en el pasto, bañados en el verdín de los años.

—Increíble... —musitó ella, sintiendo más seguro avanzar. Se aproximó hacia los pastizales. En la linde, un guardián sin más que una pata, reposaba enterrado en la tierra.

Se acercó con cautela, con miedo de que se volviera en cualquier momento, más no lo hizo. La criatura siguió estática; lo que habría sido su rostro cíclope, apagado por siempre. Tocó los relieves de su coraza redonda, sintiendo el tacto rasposo del óxido y después lo húmedo del verdín.

Link se apareció frente a ella, la miraba con una sonrisa, puso las manos en su cinturón. Illyria no pudo evitar sonreír con pena, también, ante su expresión. Retrajo un poco su mano.

—¿Sabes? A veces, cuando los revisas les puedes sacar alguna tuerca —mencionó. Illyria alzó una ceja cuando le vio agacharse al nivel de los engranajes de la máquina, y alzó las cejas cuando le vio alzarse con una tuerca oxidada en mano. Sus dedos embarrados en musgo y zurrapas de óxido. Illyria sonrió.

—¿Y eso para qué sirve? —preguntó cuando Link le extendió la pieza. Tenía una forma particular.

—Supongo que se deberían poder usar para algún otro artilugio más... pero en general, para nada. —Illyria sonrió con ironía—, puedes coleccionarlas.

«Eso sí suena a algo que yo haría», pensó, guardándose la tuerca entonces sin pensarlo dos veces en las alforjas. No reparó más en el eco que hicieron sus pensamientos.

Siguió desplazándose por la pradera, alrededor de los otros cientos de guardianes desactivados. Cuando Link no la miraba, se agachaba y recogía los engranajes que encontraba flojos. ¿Podrían servir como munición si de repente quisiera pegarle a la distancia? ...No, eran demasiado pequeños y ligeros.

De repente, mientras las imágenes de los guardianes avanzaban junto con ella, por el rabillo del ojo de repente creía ver algo. Rojo, negro, fuego, destrucción. Visiones. Pero al mirar, no había nada. Se sintió desestabilizada de repente, pero siguió caminando. Un mal sabor de boca, los cabellos de la nuca se le erizaron, aunque no había peligro alguno. Lo atribuyó al miedo interno que le generaban esas criaturas.

—¿Alguna vez has visto a uno activo? —preguntó hacia Link, cuando giró la mirada hacia él.

—He visto muchos. Aún pueden encontrarse por algunos caminos de Hyrule y en algunas ruinas. Pero eran más comunes durante el cataclismo. Había centenares de ellos.

—¿El cataclismo? —ella le miró con curiosidad. Había escuchado un poco de ese suceso; la tragedia fatídica que había cambiado por completo el rumbo del reino y de su clan—. Háblame de él. ¿Cómo era todo en ese tiempo?

—La verdad, mentiría si te dijera que tengo muchos recuerdos de eso —llevó una mano a su nuca—, es, de todas mis memorias, la más borrosa. Lo único que recuerdo fue la catástrofe. Yo era la escolta personal de la princesa Zelda, y enfrenté todo de primera mano al lado de ella. Claro que... nada salió bien.

—Claro, es verdad, eras su escolta... —murmuró ella, con la mente perdida, Link la miró con sorpresa por un momento, ella misma abrió bien los ojos—, quiero decir, es lo que he escuchado. Pero dime, ¿en serio no recuerdas nada más?

Le miró con recelo, mientras él negaba quedo con la cabeza. «¿No recuerdas, de casualidad, haber dejado morir a mis padres y haber propiciado mi secuestro?» quiso preguntar, pero se mordió la lengua. Era muy conveniente, en su opinión, que no recordara eso. Claro, él era el culpable de tanta destrucción, como le habían contado. ¿Cómo lo admitiría?

El aire sopló, meciendo los pastizales y alborotando sus cabellos. Illyria continuó recorriendo el campo que alguna vez fue de batalla, con Link siguiéndole de cerca. Preguntándose qué cosas podría hacer en el momento para conseguir distraer su atención y escaparse de una vez del lado de ese cuentista asesino. Rodeó un alto guardián, cuyos dos de sus cuatro brazos parecían enraizarse en la tierra floreada y los otros dos le sostenían —apenas— aún en pie. Dado que le quedaba alto, tuvo que agacharse apenas mínimamente para poder asomarse a sus engranajes y sacarle algo, pero aquellos a pesar de oxidados, no parecían estar especialmente flojos.

Link estaba pensando en algo para decir que pudiera hacer continuar la conversación, cuando de pronto creyó ver por el rabillo del ojo un brillo índigo. Luego, un sonido metálico. Alzó la mirada de inmediato, notando cómo la cabeza del guardián bajo el que Illyria estaba esculcando comenzaba a destellar y a moverse de a poco. Sacó su espada y escudo de inmediato.

—¡Illyria, cuidado! —bramó él.

Al alzar la mirada, la chica quedó pálida, notando que la cabeza cíclope del guardián se había girado hasta poder mirarla, y que su ojo de luz azul había comenzado a parpadear en rojo, directo a su rostro. Visiones.

Deja vu, miedo, terror, ardor.

En un movimiento rápido, Link la empujó hacia atrás y se posicionó frente a ella, obligándola a retroceder; protegiéndolos con el escudo. Ella tambaleó para atrás con las piernas débiles, con el corazón latiéndole a mil. Y aunque Link le dijo que se quedara tras de él, dónde el guardián no pudiera verla, entre su instinto de supervivencia y su mente devota a los planes de su clan, vió una oportunidad.

Salió corriendo despavorida, tan rápida como pudo, en dirección a cualquier lugar. Entre el sonido de su reparación agotada, apenas pudo oír como Link le gritaba:

—¡No, Illyria, espera!

Claro que no iba a esperar, esa distracción fortuita era su oportunidad perfecta. Zigzagueó entre los guardianes oxidados. A lo lejos, vió lo que parecía ser un camino y más lejos, una construcción, un rancho. Si llegaba hasta allá y les decía que la habían secuestrado, ni aunque Link la alcanzara tendría que volver con él.

Sí, era un buen plan, era el plan perfecto. Solo un poco más y...

Con un destello azul, y un sentimiento de desintegración, bastó con solo parpadear para encontrarse a sí misma frente a Link y frente al guardián, que de pronto la miraba bien fijo, su ojo cíclope totalmente rojo. Abrió los ojos con terror.

—¡No! —Fue todo muy rápido, el sonido de un rayo, un golpe, el olor de algo quemado, un quejido.

Abrió los ojos. Estaba en el suelo, Link sobre ella, con el brazo sangrante pero la mirada bien puesta sobre el guardián. El pasto tras de ellos, donde había estado ella parada, ardía en llamas.

Aprovechando que el guardián recargaba, Link sacó su arco y bastó un flechazo de una flecha de forma extraña directo al ojo del guardián para que se desactivara de inmediato. Sus engranajes resonaron con un estallido doloso y finalmente, sus patas delanteras se soltaron, dejándolo caer.

Link soltó el aliento retenido. Illyria le vió erguirse, y a pesar de que al mirarse el brazo se dio cuenta de que la sangre le empapaba la ropa, no pareció emproblemarse demasiado. Su rostro permaneció estoico, excepto por el destello de molestia que le brilló cuando la miró.

La pelirroja pasó saliva.

—Olvidé decírtelo, pero si te alejas demasiado de mí, la muñequera te teletransportará de vuelta a mi posición.

Ella apretó los labios, la vergüenza ardiéndole en el rostro.

—Lo siento, yo... eh... Me ganó el miedo.

Él asintió, ni cerca de creerlo. Miró el cielo, notando que pasaba de la mitad del día. Aún quedaba mucho tramo por delante. Le extendió la mano buena, para ayudarle a levantarse. Ella la tomó con cautela.

—Sigamos.

Link se preguntaba si realmente las cosas iban a funcionar.

Ella maldijo. Una oportunidad más desperdiciada, de la manera más burda.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top