13
Tamborileaba los dedos, cada vez más lentamente. De pronto cerraba los ojos y se sentía caer lento en el ensueño... Parpadeaba rápidamente, sacudía su cabeza que cada vez se sentía más pesada e hinchada. Tenía sueño, tenía tanto sueño... cabeceaba de nuevo. Lo único que quería era cerrar los ojos y dormir, estaba tan cansada... Pero no debía, no podía. Debía estar alerta, debía... resistir... estar siempre presente. El enemigo podría aprovecharse... podía... debía...
No se dio cuenta cuando cerró los ojos, se dejó caer finalmente en la placidez del sueño y no se enteró sino hasta que unos ruidos la fueron trayendo de vuelta. El lejano crujir de la madera, luego unas voces.
—Illyria... Illyria...
—Oye, Ced, ¿estás seguro de que sí es así el nuevo plan?
—Que sí, que sí...
Una sacudida bien fuerte en el hombro la terminó de espabilar.
—¡Illyria! —un murmullo casi gritado, ella pegó un respingo.
—¡Ah, déjame! ¡No importa que seas tan guapo! —gimió ella, retrayéndose, casi yéndose de de espaldas al suelo, pensando que sus enemigos estarían frente a ella.
Aunque era difícil ver en la oscuridad tan hermética, no pudo distinguir en las dos siluetas frente suyo a Link, a Impa o nadie que hubiera visto hasta el momento. Pero se notaba que eran unos hombres sheikah; con sus ropajes bombachos y su porte oriental. Pronto su vista se adaptó y vió que el más alto de los dos se quedó con un gesto extrañado, aunque no precisamente ofendido. El otro era más ancho, se río de forma boba. De repente ambos se le antojaron muy familiares.
—Le gustas a la novia del jefe, Ced.
—Hmp, lástima que ella no dé la talla para mí —replicó el alto, de manera altanera. Se puso las dos manos en la cadera, en pos de reproche—: ¿Qué haces aquí todavía, atada y encima dormida? ¿No te ha enseñado nada el clan?
Reconoció sus voces, definitivamente no eran Sheikahs. Eran Ced y Rolko, sus compañeros de equipo en el clan Yiga.
Ella les observó con sorpresa ya cuando el sueño se le había espantado por completo. A pesar de la oscuridad, observó el rostro alargado y ovalado de Ced, su cabello en forma de tazón imparejo verde oscuro, sus facciones aguzadas y delgadas y sus ojos más pequeños, estrechos y amarillentos. Rolko, por otra parte, era de rostro redondo. Con una nariz de grano combada y corta, unos ojos grandes color aguamarina y un cabello corto, puntiagudo de color castaño. Sus mejillas rosáceas y sus orejas pequeñas resaltaban.
—¿C-Ced... Rolko? ¿Son ustedes? —preguntó ella finalmente con la voz entrecortada, sin saber si estaba viendo bien. Conocer sus rostros era impresionante, con la máscara siendo un requisito obligatorio en el clan, nunca los había visto antes.
El más alto hizo un gesto desdeñoso.
—Pero claro que sí, ¿qué no ves?
—Pero... ¿Qué hacen aquí, vestidos de Sheikah...? ¿Han venido por mí?
—Eso era al inicio, quería que te lleváramos de vuelta, pero Ced dice que...
—Hubo un cambio de planes repentino —terminó el de pelo verde, con una sonrisa tensa. Carraspeó, disimulando su gesto—: El jefe Kogg me informó a mí en la mañana que ahora solo quiere que te digamos lo que tienes que hacer.
—¿Lo que quiere que haga...? ¿Cómo te lo dijo?
—Pues por el comunicador... Obviamente... —repiqueteó con el pie, comenzando a frustrarse, alzando el brazo derecho con desgana para señalarle el bracero que apenas se alcanzaba a ver entre sus ropajes; un artilugio de tecnología avanzada, creado para el rastreo, seguimiento y comunicación remota de las misiones. Mucho mejor que enviar cartas.
—Aunque a mí no me llegó ningún mensaje... —murmuró Rolko, mirándose el antebrazo por igual, tratando de volver a revisar si no era que se le había escapado alguna notificación. Ced volvió a carraspear, impaciente.
—Sólo me lo informó a mí porque ahora el líder del grupo soy yo. Y, como sea, lo que ahora se te pide hacer, es que aproveches tus oportunidades para... conocer y evaluar mejor al palurdo elegido. No para que cabecees en la presencia de enemigos de esta forma tan patética.
Ella frunció el cejo y los labios, ante su juicio.
—Pues no sé si te has dado cuenta, pero me tienen atada. ¿Cómo se supone que pueda hacer algo?
—¿Y? Busca una forma de deshacerte de las cuerdas, no sé. No entiendo porqué el líder te tiene tanta fé...
Antes que Illyria pudiera volver a quejarse, Rolko elaboró:
—El jefe dijo que quiere que aproveches para matar al palurdo —Fue al grano, recordando lo que Ced le había contado.
Ella desvió su rostro ofendido de Ced, cortando la discusión que estaban teniendo, para ver a Rolko con una ceja enarcada.
—¿Cómo? ¿Yo?
—¿Quién más? —se cruzó Ced de brazos—. Seguro hasta tú reconoces que es demasiada responsabilidad para ti, pero eso quiere que hagas.
—Quiere que te ganes su confianza y luego lo traiciones.
—¿Ganarme... su confianza?
—Sí —puntilleó Ced con los dedos en su hombro—. El palurdo es corto de mente, todos lo saben. Igual que todos los suyos. Solo necesitas caerles bien y te soltarán de inmediato... Pero necesitas hacerte su amiga.
Illyria lo pensó. Tenía algo de sentido, pero la idea, de alguna manera, la repelía. Ya no era sólo que él hubiera sido el causante de tanta destrucción, sino que encima era tan callado, tan reservado y tan distante. Pensaba que si en algo el clan había tenido razón, era en que daba una impresión soberbia, para colmo de todo lo demás.
—No creo que me vaya a caer como para llevarme con él... —murmuró por lo bajo, con los ojos entornados. Luego, recordó para añadir con ironía—, y ni creo que él vaya a querer llevarse conmigo luego de todo... lo que hice ayer...
—Pues no te tiene que caer bien. —Ced seguía cruzado de brazos—. Pero tienes que hacerle creer que vas a ser su amiga.
—Pero que no se te olvide que aunque sea menudo y tonto sigue siendo el malo —advirtió Rolko, buscando algo entre su ropa. Ced rodó los ojos.
—Eso lo sé.
—Más bien, recuerda, tienes que hacerte su amiga. Es lo que importa. Es lo más importante... —insistió el de pelo verde con vehemencia.
Finalmente el castaño sacó lo que parecía ser una cuchilla Yiga; forjada en forma de luna. De esas que comúnmente usaban los aventureros y asesinos. Se la dejó a Illyria en las faldas, provocando en ella un gesto de confusión.
—Toma. Para que puedas atacarlo cuando veas oportunidad.
—No se la dejes ahí, bobo, guárdala entre su ropa o algo —ordenó Ced, con impaciencia. El más bajito se accionó entonces y metió el arma torpemente entre el cinturón de la joven, pero debajo de su túnica, haciéndole sobresaltar un poco por las cosquillas que provocó el peligroso roce del metal contra su piel.
—¿Pero por qué me la dejan aquí? ¡Con ella pueden liberarme! ¡Puedo soltarme y volver con ustedes, para seguir con el plan como lo teníamos! —anotó, sin entender el giro tan repentino de las cosas.
—Órdenes son órdenes, Illyria —recalcó Ced. Incluso a través de la oscuridad, lo que parecía ser una sonrisa escapando por las comisuras de su boca—. Procura no sacarla antes de tiempo. No evidencies que tienes esa arma, te tienes que ganar su confianza.
—¡Pero...!
—Ya, ya, nos vamos. No podemos estar más tiempo aquí... —le interrumpió él, dándose la vuelta, guiando a Rolko. Un semblante de satisfacción se le pintó en el rostro al dejarla con la palabra en la boca—. Vamos a estar cerca, vigilando que no lo ataques antes de tiempo, ¿entiendes? Haz las cosas bien.
Illyria frunció el semblante y apretó los mofletes ante esa indicación, dada por encima del hombro, mientras ambos se encontraban en la puerta; listos para deslizarla e irse.
—Está bien... —refunfuñó.
No estaba muy segura de que estos nuevos cambios de planes le agradaran.
જ⁀➴
Pensaba, pensaba. Llevaba ya más de quince minutos con el apartado de anotaciones en su tableta Sheikah abierto, solía usarlo a modo de diario de viaje regularmente. Tenía la página totalmente en blanco, no había escrito nada. Miraba al horizonte de Kakariko, al estar parado sobre su montaña más alta; con un pie sobre una piedra y de una mano colgando su tableta. Casi a medio sostener y a nada de resbalársele colina abajo, estando perdido en sus pensamientos. Siendo consciente de manera intermitente de esto, afianzó mejor el aparato, pero no dejó de pensar.
No podía negar que algo dentro de él seguía molesto, estaba como escociendo. Tal vez, sentía algo de resentimiento por la humillación que la pelirroja le había hecho pasar. No podía evitar sentir una necesidad de demostrarle que él tenía razón, aunque fuera pequeña, aunque fuera con la prueba más mínima.
Aunque no pudiera demostrar que la crisis de Hyrule no había sido culpa suya..., al menos podía asegurarle que la conocía. Que sabía cosas de ella. O eso creía... pues no podía reunir muchas pruebas convincentes para anotar en su libreta.
Lo meditó una vez más, tratando de recapitular lo que creía que sabía.
Sabía, de alguna manera, que habían sido amigos en la infancia. Impa tenía razón en eso. No había sido hacía demasiado que había recuperado la noción de ese conocimiento; entre sueños, entre sentimientos y pensamientos vagos, los últimos días había podido recordar más de su vida antes de ser caballero que nunca antes.
Recordaba su vida en la aldea Hatelia, sus ambiciones, sus amigos, a sus padres... y a Illyria. La había conocido en circunstancias extrañas, lo recordaba. De un momento para otro, la chica había aparecido en el pueblo y a pesar de todo, ni ella misma había sido capaz de explicar qué había sucedido con sus padres. Algunos decían que era una huérfana, otros que la habían dejado. En todo caso, los niños no eran mucho más amables y menos supersticiosos con ella; razón por la que los padres de Link la habían acogido.
Tenía sentimientos vagos con respecto a su amistad, a lo cercanos que eran y lo mucho que sentía que la había apreciado. De ese cariño ya no parecían quedar más que vestigios vagos y un extraño sentimiento nostálgico. Era difícil pensar que la Illyria frente a él, era la misma que había conocido antaño. Sería más factible creer, pensaba, que se trataba de un clon de ella creado por los Yiga; y que la original, tal como lo había creído, había muerto hacía cien años. Junto a todos los demás.
Y no por eso era la mejor opción. Pero ninguna parecía serlo.
Lo único de ella que tenía realmente claro, era esa sensación que sentía cada vez que estaba cerca de ella. Ese magnetismo... Había sentido algo muy similar con la princesa Zelda, también. Lo recordaba. Pero con Illyria, era mucho, mucho más fuerte. Era una sensación extraña, embriagante, que le ponía los nervios y las emociones a flor de piel; le hacía difícil controlarlas. Y era una sensación nueva. No recordaba haber sido tan consciente de algo como eso en el pasado.
No estaba muy seguro de qué podía ser, pero en el fondo tenía alguna teoría. Inconscientemente, miró el dorso de su mano derecha; abstraído.
Tecleó algunas ideas vagas en la tableta, luego la guardó y volvió su vista a la deriva. De repente se le había venido una idea a la cabeza para tratar de hacerla recordar. Solo esperaba que funcionara.
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