La respuesta

Era el día de la coronación. Todo el pueblo afuera del palacio con gran algarabía esperaba la salida de su nuevo rey. En la sala del trono, su madre, sus hermanos y los demás nobles también aguardaban al joven heredero.

La corona le aguardaba también, perfectamente protegida, tras un delicado cristal y custodiada por dos guardias.

Faltaban un par de minutos. Debía salir. Él estaba casi listo. Vestido con un flamante traje color rojo con bordados en dorado, que combinaba con su propia cabellera dorada. Se miró al espejo, trató de verse con la corona que su padre había portado por años, pero no lo consiguió.

Siempre había sido su deseo el suceder a su padre y llevar una brillante gestión como la de él, pero de un día para otro aquellos deseos habían sido cambiados.

Observó la corona de principe que se hallaba sobre la mesa de noche, ni aquella que siempre había portado parecía pertenecerle. La tomó, y sin querer notó un nada ostentoso collar enredándose entre la dorada corona. Dejó la corona en su lugar y tomó el collar.

«¿Lo dejarías todo por mi?» aquella pregunta vino a su mente. Aquella que le había hecho la doncella, la dueña de aquel collar, la dueña de sí corazón, de sus sueños y anhelos.

En ese momento no había sabido responderle. Y aún ahora no sabía que contestar. Jamás había considerado una una vida más allá del lujo de su enorme palacio.

Presionó el collar entre sus dedos y lo dejó nuevamente en la mesa de noche.

Se colocó su corona de principe, que posteriormente sería reemplazada por la de rey. Era hora.

La sala estaba impaciente, ya había pasado más de media hora y el heredero aún no aparecía. Los murmullos de fastidio de la nobleza no dejaban de hacerse oír. No era gente a la que le gustara que se le hiciese esperar. Aunque afuera, por primera vez, los demás habitantes del reino compartían su molestia. La reina trató de apaciguar los ánimos en el recinto y mandó a algunos de los guardias a buscar al joven príncipe. No podía ocultar su preocupación. No era común que se retrasase. El joven era siempre puntual y responsable.

La orden fue acatada de inmediato. Tal cómo mandaba el protocolo tocaron la puerta educadamente y esperaron por una respuesta, pero no hubo, ni al primero ni al segundo ni al tercer intento. Entonces, preocupados por la suerte de su futuro rey, desobedeciendo el protocolo.

Pero al entrar a los aposentos del joven heredero sólo encontraron los grandes ventanales abiertos cuyas cortinas ondeaban con la brisa que se colaba tras de ellas. La dorada corona estaba ubicada en el centro de la cama real, y  junto a ella un collar artesanal. El collar de una campesina.

La muchacha observó con sorpresa al joven que se hallaba parado en su puerta, apenas pudo reconocerlo. Ya no llevaba su elegante atuendo ni aquella brillante corona plateada que con tanto orgullo portaba desde que lo había conocido. Ahora vestía las ropas de un simple aldeano.

—Ya sé cuál es mi respuesta —dijo.

Y sin darle tiempo a decir nada, la tomó de la cintura y la besó.

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