7.

—Valeria, me duelen los pies —mencionó, provocando que sus quejidos taladraran mi cabeza.

Ahí estaba, en la gran ciudad con mi mejor amiga.

—Lo siento Abril, pero aún no hemos llegado.

—Llevamos todo el día caminando y no hemos encontrado nada.

—Las coordenadas indican que estamos muy cerca —hice una pausa—. Llegaremos enseguida, lo prometo.

—Eso dijiste hace cuatro horas. —Se agachó y se quitó los zapatos, de forma que pudiera apreciar sus talones, llenos de ampollas —. Esto es lo único que he encontrado en esta ciudad —dijo, señalando sus grandes heridas.

—Está bien, tienes razón. Hay unos bancos ahí, vamos a sentarnos y descansar un rato.

—¡Por fin! —Abril corrió hacia los asientos que se encontraban frente a nosotras.

La seguí mientras reía en bajo, caminando en dirección a aquellos bancos de piedra.

Habíamos venido a la ciudad, tratando de seguir las coordenadas que Alicia me había dado en el monte, o mejor dicho, Kalen. Yo llevaba el colgante en mi cuello, hoy no era día de luna llena, pero no me arriesgaría. La imagen que visualicé ayer de Amelia, con esos ojos blanquecinos será muy difícil de borrar de mi mente, no podía permitirme que se repitiera.

Para ser sincera, me aterraba de cierto modo venir sola, puesto que apenas conozco este sitio, y sé con seguridad que me perdería; por ello, le pedí a Abril que me acompañara, ella conocía la ciudad mucho mejor que yo y me ayudaría a guiarme.

Obviamente no le conté la verdad de la situación. Solo le expliqué que leí en un libro que una gran parte de turistas buscaban estas coordenadas, puesto que había una maravilla turística que todo el mundo deseaba visitar.

Ella al principio se rio de mí, diciéndome que no estaba dispuesta a ir "en busca del tesoro". Sin embargo, prefería que se burlara de mí a contarle la verdad. Es decir, ¿cuál sería su reacción si le dijera que todo esto es por una niña que desaparece? ¿O por un chico que me obliga a llevar un colgante siempre que haya luna llena? ¿O por unas voces que llegan a mis oídos día tras día? Probablemente pensaría que se me ha ido la cabeza.

—Mira. —Señalé una farmacia que se encontraba a nuestro lado derecho—. Iré a por unas tiritas para tus talones. Espérame aquí.

Me levanté de mi asiento, dirigiéndome hacia la farmacia.

De alguna forma, me sentía culpable. Sus pies dolían por mi culpa y le había mentido. Comprarle unas tiritas era lo mínimo que podría hacer por ella.

El sonido de las campanas que se encontraban en la puerta, resonaron cuando entré al establecimiento.

Estaba vacío.

«Deben ser las horas», pensé.

Mientras esperaba a que alguien me atendiera, saqué mi teléfono del bolsillo, para comprobar cuanta distancia nos quedaba para llegar. Lo encendí y escribí las coordenadas en el buscador. Sin embargo, el resultado no era el que esperaba:

"Lugar no encontrado".

¿Qué?

No entendía lo que estaba pasando, hace unas horas lo comprobé y si estaban.

«Tal vez lo he escrito mal».

Volví a escribir las coordenadas en el buscador, asegurándome de no equivocarme al hacerlo.

De nuevo, el mismo resultado:

"Lugar no encontrado".

Esto me empezaba a preocupar. ¿Qué se supone que debía hacer ahora? No podía contárselo a Abril, se enfadaría mucho.

Fue entonces cuando revisé la hora, y me di cuenta de que llevaba más de diez minutos esperando.

—¿¡Hola!? ¿Hay alguien ahí? —grité, pero nadie respondió.

Dudé en ir a llamar a la puerta que se encontraba detrás del mostrador, hasta que un escandaloso ruido captó toda mi atención.

—¡Ayuda! —una voz resonó por todo el lugar, haciendo eco.

Aquello me inquietó y empecé a dar vueltas por el establecimiento. Me cuestioné si debería salir de ahí.

—¡Valeria!

La voz se me hacía familiar.

Abril.

De un momento a otro, salí corriendo de la farmacia, en busca de mi mejor amiga.

En cuanto crucé la puerta, recorrí con la vista todo mi campo de visión. El banco en donde ella se encontraba, ahora estaba vacío.

—¿¡Abril!?

La desesperación se hacía notar en mi voz.

—¡Para ya! ¡No es gracioso! —Tomé una respiración profunda—. ¿¡Dónde estás!? ¡Sal de tu escondite, empiezas a preocuparme!

Pero nadie apareció.

Fue en ese mismo instante, que mi cuerpo se dejó caer sobre mis rodillas. Mis sollozos comenzaron a sonar por todo el lugar.

No podía permitirme que algo le pasara a Abril. No podía.

Si algo le llega a pasar, será mi culpa. Yo la dije que me acompañara.

Todo esto es culpa mía.

La brisa del viento soplaba en mi oído, junto a un susurro:

No vayas.

La voz. Aquella voz.

«No vayas», repetí en mi cabeza.

En ese momento no supe si obedecer a aquella inquietante voz, o seguir en busca de las coordenadas. Yo no sabía quién era el bueno o el malo de la historia.

«Abril ha desaparecido», recordé.

Sea donde sea que ella estuviera, estaba más que segura que Kalen andaba detrás, y no conseguiría nada si me daba la vuelta y volvía a mi casa. Debía encontrar el sitio indicado en el papel, y descubrir que se encuentra en ese lugar.

Finalmente, la noche cayó. No sabía hacia donde tenía que dirigirme.

El buscador de mi teléfono seguía sin darme ningún resultado.

Caminaba por la ciudad, en busca de alguien que me pudiera ayudar. Sin embargo, no había ni un solo alma vagando por estas calles.

Noté una pequeña gota caer en mi mano.

«Genial, lo que me faltaba».

Lo que en un principio eran diminutas gotas, en cuestión de segundos pasó a ser una gran tormenta.

Corrí a resguardarme debajo de un tejado. Permanecería ahí hasta que la lluvia cesara.

El tiempo pasó, y yo seguía ahí parada, cuando unas manos tocaron mis hombros. Al instante, me di la vuelta.

Kalen

—¿Qué haces aquí? Te vas a empapar —dijo.

La furia se apoderó de mí, provocando que mi mano se estampara contra su mejilla, en un movimiento involuntario.

—¿Dónde está Abril? ¿Qué hiciste con Amelia? —Seguido de eso, le empujé con fuerza contra la pared—. No tengo ni la menor idea de lo que has hecho, pero necesito que la traigas de vuelta —dije entre lágrimas.

—Oye... No sé de qué me hablas. —Tomó mi mano con delicadeza, dándole suaves caricias—. Tranquila. Respira profundo y dime lo que ha ocurrido.

Cerré mis ojos y di una gran respiración, tal como él me había indicado.

—Estábamos juntas —comencé a explicar—. Le empezaron a doler los pies, entonces entré a una farmacia y... —Exploté en llanto, no podía seguir.

En cuanto me observó en aquel estado, me dio un cálido abrazo, con una mano acariciando mi cabeza, y la otra apoyada en mi espalda. De alguna forma me reconfortaba. Su suave aroma lograba tranquilizarme.

—Tranquila, no tienes que seguir. Lo entiendo.

Me aferré aún más a él, agarrando su camiseta fuertemente con mis dedos.

—Salgamos de aquí. Te enfermarás —dijo.

Asentí.

Estuvimos caminando durante casi una hora, no sabía dónde me llevaba y comenzaba a preocuparme.

—¿Kalen?

Él se dio la vuelta.

—¿Si?

—¿Dónde vamos?

Me dio una sonrisa.

—Al lugar que tenías que ir desde un principio.

—Vas a tener que explicarte mejor, porque no te entiendo.

—Ven por aquí —dijo, mientras me ofrecía su mano para pasar por un camino rodeado de altas hierbas, que impedían la vista.

Una enorme cabaña apareció frente a mí.

—Bienvenida al lugar de tus pesadillas, Valeria.

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